Ucrania

Viaje al corazón de las ‘Repúblicas Populares’ de Donetsk y Lugansk

Daniel y su madre Viktoria Ivanovna

La escena parece más propia de otros tiempos. Sucede en un pequeño mercado a la salida de la ciudad de Krasnyi Luch. Todos los puestos han echado el cierre y el viento arrastra los restos de basura. Un centenar de personas, principalmente mujeres de edad avanzada, se arremolinan en torno a un hombre vestido de militar, que lleva con orgullo un gorro de los cosacos de Lugansk.

–"¿Cuándo cobraremos nuestras pensiones?"

–“Los pagos empezarán a hacerse el 1 de octubre”, dice el enviado de la “República Popular de Lugansk” (LNR), enclave separatista situado al este del país, en la frontera con Rusia.

–“¿Cómo vamos a recibir el dinero? Ya no quedan bancos”, responde una mujer envuelta en un chal de punto. “No he visto un céntimo desde el mes de mayo y ni siquiera recibimos ayuda humanitaria...”.

Krasnyi Luch es una ciudad industrial situada en el centro del territorio controlado por los separatistas prorrusos. Tenía 120.000 habitantes cuando ca de la URSS y 80.000 la pasada primavera, en vísperas del conflicto. Ahora parece estar casi abandonada. Solo se han quedado los más pobres, aquellos que no tienen adónde ir. Una mujer lamenta no disponer de 50 grivnas (3 euros), que le permitirían ir a Lugansk con su hija, de la que no tiene noticias desde hace semanas.

El 11 de mayo, los habitantes de Krasnyi Luch participaron masivamente en el referéndum secesionista. Sin embargo, ahora la lucha por la supervivencia se impone a cualquier consideración de carácter político. Mientras los combates empiezan a alejarse, a pesar de las violaciones diarias del alto el fuego decretado el 5 de septiembre, las autoridades separatistas de Lugansk y de Donetsk tienen que dar respuesta a las necesidades urgentes de la población y tratar de conseguir un mínimo de normalidad en los territorios que controlan. Incluso han anunciado su intención de convocar elecciones el 3 de noviembre.

A la salida de Novosvetlovka, se erige un bloque aislado de viviendas sociales, con vistas al esqueleto ruinoso en que se ha convertido la escuela, destruida por los combates del pasado verano. La mirada se dirige hacia la estepa árida. Una sombra se cuela por fin en este paisaje en el que no se percibe presencia humana alguna. Daniel, de 11 años, se encarga de traer agua; llena un bidón y se cuela entre las ruinas hasta los garajes situados en la parte trasera del edificio. Allí, una quincena de supervivientes de la guerra luchan por salir adelante. Las mujeres pelan patatas. Los gatos nacidos en verano se restriegan contra las piernas, en busca de alguna caricia.

Novosvetlovka, una localidad residencial en la que vivían 4.000 almas, se encuentra en la ruta que une Lugansk y Krasnodon, al este de Ucrania. Desde primavera, esta pequeña ciudad está en manos de los separatistas de la “República Popular de Lugansk”. El ejército ucraniano había logrado mantener, hasta la ofensiva rusa de finales de agosto, varias posiciones estratégicas de las inmediaciones, sobre todo el aeropuerto de Lugansk, oculto tras las colinas. El 13 de agosto, los hombres del batallón Aidar, milicianos pro-Kiev sitiaron Novosvetlovka, dispararon a dar a los edificios y aterrorizaron a la población.

Campo de ruinas

“Vivimos durante dos semanas en este sótano”, explica Viktoria Ivanovna, madre de Daniel, señalando en dirección a la escalera que lleva al cuchitril. “Sin agua, sin electricidad, sin atrevernos a sacar la cabeza fuera. No vimos ni el más mínimo indicio de paz en 15 días”. Durante el periodo “de ocupación” de los milicianos ucranianos, la localidad fue bombardeada noche y día por los separatistas prorrusos, que dieron caza al batallón Aidar el 28 de agosto.

Es imposible saber qué destrucciones se pueden atribuir a los soldados ucranianos y cuáles se deben a los disparos de artillería de los prorrusos, pero la localidad se ha convertido en un campo de ruinas. Viktoria Ivanovna y su hijo enseñan el que es su apartamento, en la cuarta planta, totalmente arrasada por un obús. Duermen en casa de unos vecinos y todas las comidas las hacen en común, en lo que antaño era el parking. Hace unos días, este pequeño grupo de supervivientes consiguió unos kilos de ayuda humanitaria, pero siguen sin tener ni agua ni luz. Algunas tiendas han reabierto sus puertas en el centro de Novosvetlovka, a algo más de un kilómetro, pero a nadie le queda dinero. Los salarios y las pensiones no se pagan desde el mes de mayo. No funciona la red bancaria ni hay oficinas de correos en Novosvetlovka.

El centro de la localidad también se ha visto afectado. Algunos habitantes tratan de sacar los escombros a sus casas, amontonando aquellos ladrillos que todavía pueden reutilizar. La casa de la cultura se ha convertido en una carcasa reventad, el hospital tiene restos de un obús. Daniel enseña su escuela. En la que fue su aula, entre escombros, encuentra la maqueta de un dinosaurio y posa ante el encerado negro, donde permanece escrita la fecha de la última clase impartida en las instalaciones, el 28 de junio.

Teóricamente, la vuelta a las aulas se produjo el 1 de septiembre en la “República Popular de Lugansk”, no así en la vecina Donetsk, donde se espera que sea el 1 de octubre. Sin embargo, Daniel todavía no va a regresar a clase.

Viktoria Ivanovna, la madre de Daniel, antes de la guerra era maestra de Educación Infantil. El ala del edificio, ahora reventada, acababa de ser reconstruida gracias a la donación de una ONG alemana. Un olor pestilente flota en el parque infantil, situado en la parte trasera del edificio. Los combatientes de la guardia nacional ucraniana, a la que pertenece el batallón Aidar, se atrincheraron en la escuela. Enterraron a sus muertos en el sótano de un anexo; los cadáveres los taparon con una fina capa de tierra.

Viktoria Ivanovna no quiere hablar de política

. Se muestra práctica y ya sueña con las subvenciones internacionales que permitan reconstruir la escuela. Sin embargo, descarta que se vuelva a estar bajo la autoridad de Ucrania. Una vecina, Svetlana Nikolaïevitch sí va más allá: “Aquí todos votamos a Viktor Yanukovitch, porque era originario de Dombás, pero no ha hecho nada por nosotros, nos ha traicionado. Y no podemos fiarnos del Gobierno de Kiev, que bombardea a sus propios ciudadanos. Estamos ante una guerra de oligarcas, cuyas consecuencias acaba sufriendo el pueblo. ¿Cómo va a acabar todo esto?".

Cuando se habla de las negociaciones de Misk, que han permitido alcanzar el alto el fuego aunque precario, las dudas se dibujan en el rostro. Los supervivientes no tienen radio y desconocen el alcance de las noticias más recientes. “De todos modos, ya no confiamos en nadie”, explica Viktoria Ivanovna. El invierno se acerca y se había prometido a los supervivientes de Novosvetlovka el realojamiento provisional en un hotel de Lugansk, pero las autoridades separatistas no parecen tener nada concreto que ofrecer.

“Como mínimo, la independencia”

Sin embargo, Vassili Nikitine confirma las garantías del cosaco de Kransyi Luch en lo que al pago inminente de las pensiones se refiere. Vassili Nikitine no es un hombre cualquiera, es el viceprimer ministro responsable de Asuntos Sociales de la “República Popular de Lugansk”. Antes de la guerra, pronunciaba conferencias sobre economía rural. El hombre recibe en la oficina que ocupa en la antigua administración regional, que ahora alberga los servicios esenciales de la República, como el Gobierno, el centro de prensa del “ejército del sureste”, la redacción del Siglo XXI, el diario de guerra de Lugansk, impreso en una vieja copiadora roneo.

El edificio, sitiado por los prorrusos desde el 9 de marzo, ha recibido el impacto de algunos proyectiles, que han hecho volar en pedazos los cristales de la fachada. Sacos de arena bloquean los accesos. En algunas puertas, hay carteles en los que se puede leer: “Está prohibido entrar con un arma en la oficina del ministro”. Sin embargo, el clima es apacible. Niños vestidos de militar arrastran unas zapatillas gastadas y se cruzan con secretarias de ministros que comen manzanas en los pasillos o bajan a fumar un cigarrillo con los ordenanzas. Al lado, está la capilla erigida en memoria de los combatientes muertos.

Las conversaciones entre civiles y militares giran fundamentalmente sobre una misma cuestión: ¿Sigue funcionando la conexión gratuita a internet instalada en la primera planta? Durante el verano, la ciudad de Lugansk, se vio privada de electricidad y de teléfono. El 5 de septiembre, estos servicios comenzaron a ser restablecidos y los adolescentes de la ciudad merodean por el parque aledaño a la sede de la administración, a la caza de un punto en el que el smartphone pueda conectarse a una red disponible.

“El pago de las pensiones de jubilación empezará el lunes”, repite machaconamente Vassili Nikitine, que recibe en vaqueros y en zapatillas de deporte. “Estamos elaborando un censo con aquellos a los que les corresponde y los pagos se realizarán en las oficinas de correo”.

– "¿De dónde va a salir el dinero?".

– "¡Desde luego, de Kiev seguro que no!"

– "Entonces, ¿de Moscú?"

– "Disponemos de presupuesto propio", asegura el viceprimer ministro, que no quiere hablar más. El hombre apenas quiere referirse a las negociaciones de Minsk. “Nuestras posiciones son conocidas”, explica. “Queremos conseguir como mínimo la independencia”. Como mínimo, pero ¿y cómo máximo? El ministro reflexiona un instante: “El reconocimiento internacional”.

La "República de Lugansk” se esfuerza por construir algo que parezca una administración. Dispone de dos viceprimerministros y de seis ministros, pero todavía sigue siendo el pariente pobre, si se compara con la vecina Donetsk, mucho mejor organizada. Además, esta ya ha sido reconocida por Osetia del Sur, territorio secesionista arrancado a Georgia en 2008 y reconocido por Rusia, Nicaragua, Venezuela y la isla Nauru.

Una extraña paz reina en Donetsk desde el fin del alto el fuego del 5 de septiembre. La artillería separatista continúa bombardeando el aeropuerto internacional de la ciudad, única posición que sigue en manos del ejército ucraniano. Cada noche, o casi, caen cohetes en algunos barrios de la ciudad, lanzados por no se sabe muy bien quién. El sábado 20 de septiembre, alcanzaron un depósito de armas. Las largas avenidas de esta metrópolis regional de un millón de habitantes están desiertas. Casi todos los comercios se encuentran cerrados. Sin embargo, no se ve ni una hoja, ni una brizna de hierba sobresale de plazas y jardines. Imperturbables, las brigadas de barrenderos y jardineros municipales prosiguen con el trabajo.

El Gobierno de la “República Popular de Donestk” (DNR) mantiene sitiados los principales edificios de la ciudad, herencia soviética. El Ministerio de Agricultura tiene su sede en el Tribunal de Comercio, cuya fachada neoclásica adorna una imponente columnata. Esta mañana, los directores de las grandes granjas, surgidas de la privatización de los antiguos koljós, están convocados a una primera reunión con el ministro de Agricultura, recién nombrado.

Alexei Krasilnikov, que tiene el aspecto de un playboy soviético de los años 80, explica cuáles son las prioridades estratégicas. El objetivo es la autosuficiencia alimenticia, olvidándose de la cosecha de girasoles de esta año, que se perderá, ante la falta de capacidad para extraer el aceite. Los directores escuchan las palabras del ministro antes de atreverse a preguntar nada.

– “¿Tenemos que devolver los préstamos contraídos con los bancos ucranianos?”, pregunta un hombre de constitución fuerte.

– “¡Ni se os ocurra!", replica el asistente del ministro. “Ya no hay que trabajar para Kiev, sino para nosotros”.

– “¿Y cuando los soldados de los zonas de control nos impidan acceder a las tierras?

– “Llamadme”, responde el ministro, que facilita de inmediato su número de móvil. “Es algo extraordinario, ¿no?, un ministro que da su número de teléfono”, comenta acto seguido.

Para los asuntos más complicados, Alexei Krasilnikov tiene otra respuesta: “Crearemos una comisión”. De momento, las transacciones comerciales son prácticamente imposibles porque no existe sistema bancario alguno, pero las autoridades prometen una pronta vuelta a la normalidad. Los directores tienen que regresar a casa, bordeando las líneas del frente y las zonas de control, sin apenas haber obtenido respuestas sobre cómo pagarán los salarios de sus empleados o cómo venderán las cosechas que van a recoger, pero que corren el riesgo de quedarse en los silos.

Militante ultranacionalista ruso

El ministro de Transporte ha fijado su sede en el inmenso edificio de la dirección regional de ferrocarriles. Las molduras de su oficina enmarcan escenas propias de elegías pintadas al óleo. En el vestíbulo y en los inmensos pasillos desiertos, algunos paneles evocan el heroísmo de los trabajadores soviéticos de los ferrocarriles durante la última Guerra Mundial.

Semion Kouzmenko, un joven de apenas 30 años, de frente despejada, amenazada por una calvicie incipiente, se presenta como jurista y asegura tener “gran experiencia” en el sector del transporte. Explica que ha formado parte del grupo de los primeros militantes que, desde otoño, comenzó a preparar la secesión del Dombás, mientras que el Maidan de Kiev luchaba por lograr la dimisión del presidente Yanukovitch. El ministro jura no haber sido nunca miembro de ningún partido, mientras se ajusta la pistola que lleva en el cinturón para colocarse acto seguido al otro lado de su mesa.

En realidad, el hombre es un militante conocido del Movimiento de Liberación Nacional, una organización ultranacionalista creada tras la caída de la URSS y que tiene como objetivo restaurar la grandeur y la soberanía de Rusia mientras persigue a la “quinta columna”, es decir, a los traidores de todo tipo. Este movimiento, de marcado tinte homófobo, desempeña un papel importante en la nebulosa de la extrema derecha rusa.

Semion Kouzmenko muestra un mapa reciente con líneas ya operativas o aún bloqueadas a consecuencia de las destrucciones y los combates. Asegura que el 40% de las infraestructuras de las zonas “liberadas” ya se encuentran operativas. “Los ferroviarios, habituados a trabajar como militares, incluso en el peor combate, vigilaban el material”. El ministro asegura, sin dar pruebas, que los 57.000 empleados de la red regional de los ferrocarriles cobran “los salarios y las primas”, pagadas por las autoridades separatistas, “incluso dos de ellos que viven en las zonas controladas por las fuerzas ucranianas”.

Sin embargo, sigue siendo imposible llegar a Donetsk en tren. Hay que dirigirse a Konstantinovka, a varias horas de ruta, para encontrar una conexión que permita enlazar con la red ferroviaria ucraniana. “Trabajamos para poner a punto toda la red, pero Kiev no quiere colaborar. Es necesario retomar lo antes posible el control del nudo ferroviario de Debaltsevo, pero los ucranianos no quieren ni oír hablar del asunto; peor para ellos, no tendrán carbón este invierno”.

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De momento, no hay ninguna mina en activo en la cuenca del Dombás, solo los equipos de seguridad bajan a los pozos, para evitar que las galerías se cieguen o se hundan. El ministro es muy optimista sobre el potencial económico de la región. “Ucrania no puede prescindir de nosotros, de nuestras minas, de nuestras fábricas. La “República Popular de Donetsk” no tiene nada en común con un pequeño territorio rural enclavado como el de la Transnistria”... El ministro admite sin embargo dos problemas: la parálisis del sistema bancario y el estatus del puerto de Mariupol, en el mar de Azov, vital para la economía del Dombás y controlado todavía por Kiev, mientras que el acuerdo del alto el fuego prevé que se mantengan las líneas del frente.

Los ministros insisten en que un Estado no se construye en un día y aseguran que “Ucrania nunca” llegará hasta allí. Los rumores sí progresan adecuadamente. El director de una granja pregunta a su ministro sobre un asunto que todos sus colegas tienen en mente: “¿Se van a renacionalizar las explotaciones agrícolas?”. El ministro responde con evasivas, pero asegura que “los que no colaboren con las nuevas autoridades tendrán problemas”. Y repite el eslogan del día: “La República Popular de Donetsk será un Estado social, al servicio del pueblo”. Veremos.

Traducción: Mariola Moreno

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