Latinoamérica

Los escuadrones de la muerte del presidente de Perú

Base miitar de Madre Mía, vista desde la carretera. © 'Caretas'

Karl Laske (enviado especial de Mediapart a Lima)

La espada de Damocles pende sobre el presidente Ollanta Humala. Más de una decena de personas han denunciado el secuestro de un hijo, de un hermano o de una hermana o las torturas infringidas por militares que se encontraban a sus órdenes, en 1992, en la base subversiva de Madre Mía. El entonces capitán, Ollanta Humala, conocido como Carlos era el militar de mayor rango de la base. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) presentó en junio de 2010 la denuncia de Teresa Ávila, hermana de Natividad –secuestrada junto con su marido, Benigno, el 17 de junio de 1992– y presumiblemente ejecutada seis días después en las inmediaciones de la base militar.

La Corte –destinataria de la causa, tras ser examinada por la Comisión– tendrá que resolver, en un plazo relativamente breve, si el Estado peruano violó la Convención Americana sobre Derechos Humanos, al privar a las víctimas del derecho a la vida, a la integridad y a la libertad personal, así como de garantías y de protecciones judiciales. Tendrá que pronunciarse también sobre el hecho de que las familias se vieran privadas del proceso de los sospechosos y de un examen contradictorio sobre las pruebas y las responsabilidades.

La causa que apunta al excapitán fue archivada antes de iniciarse el proceso, en diciembre de 2009, so pretexto de la retractación de un importante testigo, pero se ocultaron las razones que habían ocasionado este giro. Un compañero y colaborador de Ollanta Humala, el sargento Amílcar Gómez Amasifuén, pagó 4.000 dólares al testigo y le ofreció más de 20.000 dólares a las familias de las víctimas para que cambiasen su denuncia. Este sargento, que llegó al Palacio Presidencial en 2013, fue denunciado por “sobornar a un testigo” sin que estos hechos quedaran incorporados a la causa principal.

Tal y como recoge la investigación presentada a la CIDH (disponible aquí en su integridad), además de Ollanta Humala, jefe de la base y supuesto responsable, durante la investigación abierta en 2006, se identificó a seis militares por haber participado supuestamente en el secuestro. Se trata del sargento Huaringa, los soldados Nicanor Guerra Gonzales, conocido como Rambo, Gaspar Santillán, conocido como Baquetón, y Pedro Olimar Java, conocido como Sapo, así como Paucar y Comando. Dos de ellos reconocieron su participación en los hechos para después retractarse. Ninguno de los militares fue investigado.

Su jefe, Ollanta Humala, omnipresente en las declaraciones de los soldados y de las familias de las víctimas, también participó en la operación antisubversiva Cuchara, que movilizó a varios cientos de hombres en la región de Alto Huallaga y que causó, en marzo de 1992, varias masacres en las localidades de Pozo Rico y Bambú, sospechosas de ser afines a la guerrilla maoísta del Partido Comunista Sendero Luminoso.

Veinte años después, Ollanta Humala, que sigue siendo objeto de investigaciones, ha cambiado poco. Tal y como publicó Mediapart (en un artículo sobre las violaciones de derechos humanos en el país), el presidente peruano ha situado a algunos de sus antiguos compañeros de lucha en puestos clave del Gobierno. En julio, reabrió la caja de Pandora al situar en el Ministerio del Interior a un general encausado por participar en el asesinato de un periodista en 1988. Desde entonces, la Coordinadora Nacional de los Derechos Humanos (CNDDHH) de Perú ha pedido en vano la dimisión del ministro. Está por ver si la democracia francesa se muestra sensible a los asuntos judiciales a los que debe hacer frente el Ejecutivo peruano. De hecho, François Hollande confirmó a principios de julio su intención de visitar Perú a principios de 2015.

Mediapart ha tenido acceso a la investigación abierta sobre la acción de los militares a órdenes de Ollanta Humala, en la base antisubversiva de Madre Mía en 1992. En opinión de los numerosos juristas consultados, la Fiscalía nunca debió archivar el caso.

El secuestro de Natividad Ávila y de Benigno Sullca ocurrió en la localidad de Pucayacu, próximo a la base militar, en presencia de sus cuatro hijos, en la noche del 17 de junio de 1992. “Estaba en mi cuarto cuando escuché detenerse una camioneta”, explicó Richard, que entonces tenía 19 años; Yerson, Edinson y Luz Marina tenían 17, 11 y 8 años, respectivamente. “Observé que bajaban varios hombres. Recuerdo que uno se acerco a la puerta de mi casa y que gritó para que abriésemos la puerta. A los dos minutos, estaban en el interior de la casa. Uno de ellos entró a mi cuarto. Me golpeó en la nuca con el fusil, me empujó al suelo, luego vi a mi hermano Yerson boca abajo, a mi lado. Escuché que mi mamá preguntó si nos iban a llevar. Uno de los militares contestó: 'Podemos quemar a todos sus hijos sin que pase nada'”. Después, los hombres salieron y se llevaron a mis padres.

Horas más tarde, los hijos de Natividad y Benigno supieron que su tío, Jorge Ávila, también había sido secuestrado. Teresa, la tía, que trabajaba cerca de la base, recibió la confirmación de que sus familiares estaban detenidos en Madre Mía. “Al día siguiente, me dirigí a la base, donde encontré al capitán Carlos en la garita, en el punto de control de los pasajeros, al pie del cerro”, explicó Teresa. “Le saludé y le dije: 'Capitán usted se ha traído a gente de Pucayacu, entre ellos tres personas de mi familia'. Pregunté por los motivos y lo negó rotundamente, dijo que no había traído a nadie y que no había salido a patrullar. Le contesté: 'Capitán cómo no, si mi cuñada Irma ha visto que habían traído a mis familiares en dirección a la base de Madre Mía'. Me respondió que no y me aconsejó que fuese a buscar a mi familia a otras bases, pero yo sabía que estaban allí. Les pregunté a los soldados, que me confirmaron que tres personas de Pucayacu habían llegado a la base; entre ellas había una mujer gorda de pelo corto”.

“Siguiendo con la conversación, el capitán Carlos me dijo que mi familia era una lacra y que si él la tuviera en sus manos, la mataba. Le hablé de la Biblia y le dije que estaba violando una de las leyes de Dios de no matar y él me contestó que en la Biblia también se dice que a toda manzana podrida se la tumba. Le dije de no matar por matar. Le supliqué que los soltase, que soltase a mi hermana. Y me dio medio paquete de galletas que estaba comiendo, me dijo: 'Vete a la casa y cría a tus hijos, no te metas en tonterías como tu hermana'”. El 23 de junio, mi hijo menor Jorge llegó llorando a mi trabajo, diciéndome: 'A mi tía ya la han matado'”. Había visto ese día cantidad de sangre en el canto de la carretera. Y me fui con mi hijo desesperada a dicho lugar, había una cantidad de sangre como si hubieran degollado una res. Había huellas de sangre hacia el río y comencé a recoger su sangre en un papel, llorando desesperadamente”.

“El capitán Carlos ordenó al sargento Huaringa que le hiciese hablar y después dio órdenes de que lo matara”

María Sullca Ávila, la hija mayor de Natividad y Benigno, que vivía en Lima, regreso inmediatamente a Pucayacu. Ante la eventualidad de que hubiesen ejecutado a sus padres, convenció a su marido, Narciso Quispe, para que fuese a buscar los cadáveres al río Huallaga, con un amigo profesor. “En Madre Mía, mi esposo se encontró con mi tía Teresa. Desde allí fueron los tres en barco, río abajo, a buscar el cadáver de mis padres, pero solo encontraron el cadáver de mi papá. No lo reconocieron, pero lo recogieron y lo llevaron al canto del rio, donde lo dejaron tapado con hojas porque el Ejército no dejaba que se recogiese ningún muerto”.

“Buscamos un bote, pero todos se negaban a llevarnos”, rememora Narciso Quispe. “Al final, encontramos a una persona que nos llevó. Subimos unos 500 metros desde el puerto, regresando por el río hasta la altura de la base, más o menos a la altura donde supuestamente habían echado los cadáveres. Buscamos como cinco kilómetros y cuando estábamos regresando, encontramos un bulto y nos percatamos de que se trataba de un cadáver. Tenía un orificio de bala en la frente. Decimos que era Benigno porque vestía como refirió Yerson. […] Lo dejamos por ahí, juntamos maleza y lo cubrimos con ramas”. “En el centro del río, vi algo que se movía en un palo”, explica Teresa. “Encontramos un muerto. Se bajaron los dos hombres y lo sacaron al centro, era lacio, hinchado, los labios comidos por los pescados. Las manos atadas con pitas de militares”. Los dos hombres volvieron al día siguiente para enterrarlo cerca del río.

Un soldado de Madre Mía, Nemer Flores, identificado en el proceso con el código CHR 20, salía con una sobrina de Natividad. Vio el secuestro y la detención desde el interior: “El 16 de junio, a las once de la noche, el sargento Huaringa, señalando a 17 soldados, nos ordenó que nos preparáramos ya que se iba a realizar un operativo. Dio parte al capitán Carlos y transcurrido una hora, nos indicó que el operativo iba a efectuarse en el caserío Pucayacu, dándonos indicaciones al respecto, que bajáramos en columna y en completo silencio, que en la carretera estaban esperando dos camionetas. Antes de subir a las camionetas vi que había un soplón, vestido con ropa de soldado. Llegados a Pucayacu, cinco hombres fueron a la primera casa, siete fueron a otra casa y los otros, entre los que me encontraba, nos quedamos en el exterior para garantizar la seguridad. Me sorprendió en ese instante que se dirigieran a la casa de mi enamorada, con quien tenía una relación sin conocer a su familia. Luego de 15 minutos, mis compañeros salieron con dos personas, seguidos por Huaringa. Después de que dichas personas subieran a la camioneta, dimos la vuelta para regresar a la base militar Madre Mía”.

“Ya en dicho lugar, el sargento indicó que bajáramos a los intervenidos para conducirlos hacía el hueco [especie de trinchera]. Esperamos formados, porque primero iba a dar parte al capitán Carlos sobre el operativo [...] Luego vi ya que [a] los intervenidos los habían trasladado al comedor [...]; estaban amarrados de manos y pies [...], mientras que la señora fue trasladada a otro lugar denominado calabozo […] Con el fin de averiguar la identidad de las personas intervenidas, ya que las habían sacado de la casa de mi enamorada, logré ir al calabozo y conversar con la mujer, quien me solicitó que por favor le diera agua, asimismo me manifestó que su sobrina tenía un enamorado en la base, es allí donde me enteré que era familiar de mi enamorada. Luego le alcancé una taza con agua, indicándole que el capitán Carlos había dado orden de que nadie debería acercarse del calabozo. Cuando estaba de guardia en la carretera logré conversar con la señora Teresa Ávila, que me preguntó si en las instalaciones de la base había tres detenidos, dos varones y una mujer, [...] yo les contesté que sí estaban esas personas. Luego vi que la señora hablaba con el capitán Carlos”.

El mismo día se montó una nuevo operativo. “A eso de las once de la noche, el capitán Carlos en forma personal nos indicó el lugar donde iba a efectuarse el operativo, era Maromilla”, explica Nemer Flores. “Nos dijo que había que tener mucho cuidado” ya que el lugar donde íbamos a ir “era sumamente peligroso“. “Caminamos dos horas hasta el pueblo de Caimito, desde allí caminamos unas seis horas más para llegar a nuestro destino, cerca de Maromilla. Llegamos a una granja, logrando capturar a una persona. En dicha captura estuvo presente uno de los intervenidos del día 17 –no sé cuál de los dos– , decía que en días anteriores este lo había amenazado de muerte. El capitán Carlos le indicó al sargento Huaringa que le hiciese hablar para lo cual le empezaron a meter golpes por diferente partes del cuerpo, luego ordenó que lo mataran, refiriéndose al intervenido de Maromilla. El capturado fue conducido por el sargento en compañía de unos soldados hacia un riachuelo, donde lo mataron. Regresamos a la base. Serían aproximadamente la nueve de la mañana”.

El capitán Carlos fue informado de los contactos del soldado Nemer Flores. Le dijo que no quería que hablase con Teresa Ávila, que no quería que supiese que sus familiares se encontraban detenidos en la base, que no debía hablar de ello con su novia y que, en caso de que se escapase, lo consideraría responsable. “Logré acercarme a la señora Natividad, darle algo de alimento [...] le dije que no sabía si la iban a soltar”, lamenta el soldado Flores. “Una madrugada se escuchó que a los detenidos los sacaban, para llevarlos con dirección el río Huallaga, escuché una ráfaga de tiros, luego los que habían participado en el trabajo, esta ejecución, me contaron que ya estaban muertos dos de ellos, pero que uno se logró escapar”.

“Cuando le pregunté por mis padres, agachó la cabeza y yo me aparté”

El hombre que se escapó era Jorge, el hermano de Natividad y de Teresa. Permaneció escondido varios días. “Mi hermano Yerson me mostró un papelito”, continúa Richard. “Recuerdo que la nota decía: 'Yerson, yo me he escapado, a tu papá y a tu mamá los han matado, envíame ropa a Ramal”. El día 24, me avisaron de que mi tío Jorge estaba en la casa de mi tía Carmen. Se encontraba asustado porque entré por la parte trasera de la casa y lo observé, estaba sentado sin camisa, me puse delante de él y me enseñó lo que le habían golpeado y me dijo: 'Mira sobrino', mostrándome los moratones. Cuando le pregunté por mis padres agachó la cabeza y luego de eso me retiré”. Jorge dijo a su familia que solo “había escuchado que les habían disparado” a su hermana y a su cuñado. “El estado en que se encontraba mi hermano no era normal”, declaró Teresa. “ Tenía el cuerpo quemado por corrientes, le habían puesto corriente en los testículos, tenía golpes en las costillas, en la espalda. […] Los soldados que estaban en la zona me dijeron que a mi hermana le habían puesto electricidad en los senos y que la habían violado [...] Me quedé buscando a mi hermana por el río Huallaga, suplicando a los señores que transportaban pasajeros con botes y canoas que me ayudasen, pero se negaban por miedo”.

El soldado Flores también testificó con relación a las torturas que se practicaban en la base militar. “En una ocasión, cuando estaba en el puesto de comando, vi cómo le aplicaban corriente en los testículos a una persona de las intervenidas en Pucayacu. Esta corriente procedía de un cargador de baterías que funcionaba a mano. Asimismo, metían la cabeza del detenido en un lavabo con agua y detergente. En otra oportunidad, aprecie los mismos hechos contra otra persona, las torturas las realizaba directamente el sargento Huaringa en presencia del capitán Carlos y por orden del mismo. Dichas torturas las efectuaban en el puesto de comando, que funcionaba como oficina y dormitorio del mencionado capitán.

Los hechos los denunciaron los hermanos Sullca Rivera los primeros días del mes de julio de 1992 en la antena de la Cruz Roja de Lima (CICR) y después, diez años más tarde, en 2002, ante la Comisión Verdad y reconciliación (CVR). En una primera declaración, el 13 de marzo de 2006, Jorge Ávila acusa también a Ollanta Humala, alias el capitán Carlos, pero el 28 de julio de 2006, se retractó de sus declaraciones. “Quiero indicar que efectivamente fui víctima de los delitos denunciados, los mismos que fueron cometidos por miembros del Ejército, los cuales no puedo reconocer”, dijo ante el juez, “pero no por la persona de Ollanta Humala”. Precisa sin modificar su declaración: “Sin promesa alguna”. En realidad, su propio cuñado, Rubén Gómez Reátegui, fue contactado una persona del entorno de Humala, el sargento Amílcar Gómez Amasifuén, que le ofreció 4.000 dólares. Este militar entró muy joven al servicio de Humala. Los investigadores le identificaron en fotos realizadas en la base de Madre Mía, más tarde reapareció en diversos momentos de la carrera política de Humala, hasta que en 2013, un equipo de televisión (Cuarto Poder) dio con él en el Palacio Presidencial. Tras ser encausado por “sobornar a un testigo”, Rubén Gómez Reátegui explicó que a su cuñado le entregaron el dinero en el transcurso de una cita en la que participó el sargento Gómez y Cinthia Montes –la secretaria particular y portavoz de Humala, a día de hoy responsable de prensa en el Palacio Presidencial–, en el hotel Montecarlo, de la localidad de Aucayacu. Esta declaración, en la que se retractaba, se realizó ante notario.

En agosto de 2006, el sargento Gómez ofreció también una suma de dinero a María Sullca Ávila y a Teresa Ávila. Pero estas no aceptaron la cifra de 20.000 dólares que les ofrecían. Denunciaron los hechos a la Fiscalía tras tenderle una trampa a Rubén Gómez Reátegui. Sin embargo, esta causa de soborno, por el que la Fiscalía pedía seis años de cárcel para los dos coautores y una pena de cuatro años para el testigo, quedó archivada en agosto de 2011 por razones procesales: no se había incurrido en un delito contra la Administración pública tal y como se exponía en los cargos imputados. Poco después, el exabogado de Ollanta Humala, Carlos Escobar Pineda, antiguo fiscal, decidió revelar a la justicia que “en el caso de Madre Mía, el testigo Jorge Ávila había sido comprado por (su) defendido Ollanta Humala”, presidente de la República y que tras obtener las pruebas, renunció a defenderlo en noviembre de 2006. Según su testimonio, un abogado y un fiscal les ofrecieron dinero. El propio Humala se refirió supuestamente, en presencia de terceras personas, a las “fuertes sumas de dinero comprometidas”. Ante esta evidencia, el abogado consideró que Humala estaba “en este lugar [de Madre Mía] y, en el momento en que ocurrieron los hechos, era el oficial de mayor rango”, por tanto responsable de lo que allí sucedía.

En su declaración inicial, Jorge Ávila explicó que había permanecido arrestado, junto con su cuñado, en un foso, cuatro días, sin recibir alimentos. Fue conducido al despacho del capitán, la noche del 20 de junio, presuntamente torturado con descargas eléctricas después de que le sumergieran la cara en un balde. Los militares querían hacerle confesar su pertenencia a Sendero Luminoso. Una vez le hubieron reconducido al foso, permaneció en él hasta el 22 de junio, con su cuñado, cuando los militares le anunciaron que su hora había llegado y los llevaron con Natividad al “Matadero” sobre el río Huallaga. En ese momento supuestamente logró escapar a la vigilancia de los carceleros tirándose al río, para después encontrar refugio en una granja. Tras los hechos, tuvo que dejar la zona amenazado por los senderistas que suponían que había escapado “vendiendo a alguien”. Tras ser preguntado por el papel de Humala, Jorge Ávila respondió que el capitán “no participó” directamente en las torturas, “sino que solamente daba las órdenes” para que le “torturen”. “Fui torturado el día 21 aproximadamente desde la medianoche hasta la 1:00, en el despacho del mismo capitán Ollanta, fui torturado por su soldado y en presencia del capitán Carlos”, dijo. Precisiones de las que se retractó en las condiciones ya mencionadas.

“Supongo que tiraron los restos de mi hijo en el Huallaga”

Tres militares confirman el secuestro de Natividad, de su marido y de su hermano, al explicar con gran precisión los hechos. Uno de ellos dibujo un plano de la base militar, el lugar donde se encontraba el foso y el calabozo semienterrado. Sin embargo ellos también terminaron por retractarse en condiciones poco claras. Otros, Nicanor Cárdenas, conocido como Rambo, y Julio Chota Chávez confirman la existencia de “fosos” de castigo en el recinto de la base de madre Mía. Militares de alto rango confirmaron que Ollanta Humala era responsable de la base hasta julio de 1992, antes de ausentarse para regresar más tarde, a finales de noviembre, hasta enero de 1993. El capitán Carlos fingió su ausencia en el momento del secuestro de Natividad.

Pero otros testimonios acusan a los militares de la base de Madre Mía. Una profesora, Aurea Felipe Hermosilla, denunció el secuestro de su cónyuge, Miguel Ángel Herrera Ortiz, el 5 o el 6 de junio de 1992. Encontró a una mujer que presuntamente fue testigo de la detención, llevada a cabo por militares en la zona próxima de La Morada, mientras que iba en moto a Huanuco, con un compañero. La patrulla dejó la moto a un tal Pancho, cerca del puerto fluvial, y llevó a los dos hombres a Madre Mía. Aurea encontró la moto y a los testigos, pero no volvió a ver a su cónyuge. Dos propietarios de barcos afirmaron que habían encontrado un cadáver que podía corresponder a la descripción de la pareja de la joven maestra, pero el cuerpo no fue reconocido por nadie y se lanzó al río.

Un padre de familia, Norvil Estela, denunció la desaparición de su hijo Hermés, el 6 de junio de 1992. Según consta en la denuncia, presentada por la Comisión de los Derechos Humanos de Huallaga, una patrulla irrumpió en la casa de otro hijo de Norvil, Rivolino, donde Hermés se había quedado a dormir. Después de haber oído varios disparos, Rivolino vio a los militares salir con un paquete envuelto en una manta cubierta de sangre. “A las cinco de la mañana, yo me encontré en el camino con el capitán Carlos, le dije: 'Mataste a mi hijo'. Me contestó: “No he matado a nadie”, ¡vete! “Supongo que tiraron los restos de mi hijo al Huallaga porque ahí encontré las huellas que habían dejado”. Nicolás Estela fue a buscar a su hijo por lo que también fue detenido y torturado durante varios días en Madre Mía, aunque finalmente quedó en libertad.

El 30 de noviembre de 1992, Gudelia Jurado vio irrumpir una patrulla del Ejército en su casa y mientras que era golpeada, los soldados se llevaron a su marido, Walter Ferrer. Un militar le confirmó que estaba en Madre Mía, con el brazo roto y un ojo muy dañado. No lo volvió a ver. Después de la investigación, su caso fue archivado en 2007, por la Delegación de Derechos Humanos de la Defensoría del Pueblo.

No son las únicas víctimas de las torturas o de los malos tratos. En el primer semestre de 1992, una pareja de comerciantes, Zonia Luis Cristóbal y Cirilo Rosales, se quejaron de los saqueos cometidos, en su comercio y en su casa, por una docena de militares a las órdenes de Ollanta Humala. Este último, ordenó rapar a la comerciante. Periodistas del programa Panorama dieron con Javier Saravia Alanya, que fue arrestado y que permaneció detenido 44 días en la base de Madre Mía. Asegura haber reconocido al capitán Carlos en el momento de la detención y denunció que fue golpeado por el mismo Ollanta Humala en persona. Denunció los hechos en la Fiscalía interprovincial. Las organizaciones de derechos humanos tienen constancia de otras cinco víctimas, pero en periodos en los que Ollanta Humala no estaba en el puesto, especialmente en el año 1991, más tarde en julio y a principios de noviembre de 1992.

Uno de los militares que se retractó de sus acusaciones, Ramón Olimar Java, denunció la ejecución, por orden de Ollanta Humala, de siete personas que estaban detenidas en uno de los fosos de la base en 1992, antes del secuestro de Natividad. El soldado declaró ante el juez que sorprendió al capitán cuando estaba de ronda. “No demoró ni dos minutos en total y disparó a una distancia de un metro, cuando se encontraban echados boca abajo, atados de manos hacia atrás con sogas y en el lugar solo estaba el capitán Carlos con los 7 detenidos. Yo estuve pasando a una distancia de 10 a 15 metros”. Los cadáveres permanecieron varias horas en el foso.

Un suboficial, que permanece en el anonimato, identificado como H-313, declaró el 29 de marzo de 2006 ante la Fiscalía de Tocache que participó en 1992 en tres oleadas de ejecuciones sumarias a las órdenes de Ollanta Humala. Estas acusaciones no han podido ser corroboradas. En 2011, tres militares, de Madre Mía, testificaron al diario Perú 21 sobre las facilidades concedidas por el capitán Carlos a los narcotraficantes que querían aterrizar sus avionetas en la carretera Marginal de la Selva, próxima a la base. En la época, según numerosos testigos, entre los que se encuentran narcos arrepentidos, las unidades antisubversivas percibían 10.000 dólares por vuelo para garantizar el tráfico.

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Ollanta Humala ha negado todas las acusaciones. En lo que se refiere a las denunciar de las familias de los desaparecidos, el 23 de junio de 2006 aseguró que “jamás” había ordenado ningún “operativo de esa naturaleza” y que no tuvo a “detenidos en la base”. Sin embargo, durante un cara a cara, el 3 de octubre de 2007, Teresa Ávila interpeló al excapitán recordándole en qué circunstancias le había visto, el 18 de junio de 1992, mientras que venía a pedir que se liberara a su hermana: “A su cara se lo digo, fui a la base, me entrevisté con él. Y le pregunté por mi familiar”, dijo . "Te lo digo a ti, a la cara, sabías perfectamente quién era yo".

N. de la T: en la versión en español, salvo error ortográfico en el original, se ha mantenido la literalidad de las declaraciones de las partes.

Traducción: Mariola Moreno

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