Estados Unidos

Las elecciones norteamericanas, un espectáculo ruinoso y de perfil bajo

El presidente de EEUU, Barack Obama, durante un acto de campaña.

Iris Deroeux (Corresponsal de Mediapart en Nueva York)

Atacar a su oponente en lugar de presentar un programa político, no temer a la vulgaridad, apostar por el miedo, por el escándalo y gastar sumas colosales. Esta sería, exagerando un poco, la receta favorita de los candidatos norteamericanos en las llamadas elecciones de mitad de mandato que se han celebrado este martes 4 de noviembre en Estados Unidos. La elección de los 435 representantes de la Cámara y de 36 senadores (algo más de un tercio del Senado) alumbrará un nuevo Congreso.

Este mismo martes, los electores de 36 Estados también elegían a sus gobernadores y algunos incluso a sus jueces o han participado en referendos: en Alaska, en Oregón y en el distrito de Washington DC, había convocados sendos referendos, a iniciativa popular, sobre la legalización del cannabis.

Antes del comienzo de las votaciones, aun cuando el voto anticipado ya es posible en una treintena de Estados, el espectáculo electoral se encontraba en pleno apogeo. Entre los candidatos que habían logrado acaparar más titulares se encuentra Carl Demaio, candidato republicano a la Cámara por California que ha hecho lo posible por salvar sus campaña precisamente cuando acaba de ser acusado de acoso sexual por una de sus excolaboradoras. En Nueva York, el representante republicano, Michael Grimm ha suscitado una gran controversia por optar a la reelección pese a estar acusado de malversación y de evasión fiscal, entre los más de 20 delitos de los que se le imputan, relacionados con su etapa como empresario.

Sin embargo, los medios de comunicación sienten debilidad por el Estado de Luisiana y por el exgobernador demócrata Edwin Edwards, de 87 años, que vuelve a la política como candidato a la Cámara más fogoso que nunca, “tras haber pasado 9 años en la cárcel, después de casarse con una mujer 51 años más joven que él y tras participar en un reality show”, tal y como señala el editorialista del New York Times, Gail Collins, en un tono entre divertido y aterrado.

Mientras tanto, Carolina del Norte “es Stalingrado”, resume el asesor político John McLaughlin, quien precisa que la “campaña va a batir el récord de gasto”. Los candidatos –y otros grupos y lobbies difíciles de rastrear, habida cuenta la legislación norteamericana en materia de financiación política– ya han invertido casi 100 millones de dólares. Las elecciones midterm van camino de convertirse en los comicios más caros de la historias, ya que el gasto acumulado de ambos partidos supera los 3.600 millones de dólares.

En Carolina del Norte, la renovación de una parte del Senado se revela particularmente costosa por el simple hecho de que la carrera está muy reñida. La senadora demócrata Kay Hagan quiere mantener sus escaño, pero le sigue muy de cerca la republicana Thom Tillis. Una y otro utilizan por toda estrategia diversas técnicas para tumbar al rival en lugar de presentar sus respectivas propuestas políticas. En las semanas previas a las elecciones, los anuncios televisivos, la propaganda postal y los pasquines de los demócratas han presentado a Tillis como un conservador dispuesto a acabar con todo: la educación, el medio ambiente, el derecho al aborto, el acceso a los anticonceptivos.

En el mismo tono guerrero, los candidatos republicanos, que han pasado por el Ejército, insisten en que cuentan con experiencia en el campo de batalla. Aseguran que Barack Obama es un blando y que ellos serán capaces de imponerse al Estado Islámico y al virus del ébola. La reservista Joni Ernst, candidata republicana por Iowa al Senado, adorada por el Tea Party y que encabeza los sondeos, avanza puestos gracias al lema: “Madre, soldado, conservadora”. Su campaña ha despegado gracias a un anuncio de televisión en el que promete reducir el presupuesto federal con la misma eficacia que “castra a los cerdos”.

En el segundo vídeo, que se puede ver aquí, en un campo de tiro, da en el blanco de una diana mientras aclara que a la reforma sanitaria de Obama le tiene reservada la misma suerte, si resulta elegida para el Senado:

 

Por supuesto, estos vídeos se han colado entre lo mejor de la Red, gracias a numerosos medios de comunicación y a analistas políticos de Norteamérica. A decir verdad, se trata casi del único elemento curioso y para el disfrute de unos y otros ya que, en su conjunto, estas elecciones de mitad del mandato son tristemente previsibles y suscitan poco interés entre los ciudadanos.

Referendo a favor o en contra del presidente

Tradicionalmente, la tasa de participación en las midterm gira en torno al 37%, 15 puntos menos que en las presidenciales. En esta ocasión, las cosas no van a ser muy distintas. Históricamente, el partido en el poder, en estos momentos el Partido Demócrata, pierde escaños. Desde la Segunda Guerra Mundial, ha sido sistemáticamente así. Los expertos también identificado otra variable que se repite, al cabo de seis años de mandato presidencial, las elecciones se transforman en un referendo a favor o en contra del presidente. Barack Obama no supone una excepción y su índice de popularidad es muy bajo.

Según el último sondeo elaborado por el The Washington Post y ABC, el 51% del electorado no está satisfecho con la Presidencia de Obama y el 52% no lo está con la gestión económica. Solo el 29% de los norteamericanos, están satisfechos con la situación global del país, según el Pew Research Center. Los candidatos republicanos han construido la campaña en torno a la figura del presidente, que se presenta como nociva para el país, y en contra de la reforma del sistema sanitario, una ley fundamental que quieren derogar. En cuanto a los candidatos demócratas, algunos han optado por desligarse del presidente para salvar el pellejo. Así, la candidata demócrata Alison Lundergan Crimes, candidata al Senado por Kentucky, repite así en este spot de campaña: “No soy Barack Obama”, fusil en mano en mitad del campo:

Finalmente, la última ventaja que tradicionalmente presentan los republicanos es matemática y demográfica. Los demócratas consiguen más escaños de los que hay en juego en el Senado, a saber 21 de los 36 en liza. Los senadores demócratas se jubilan en Estados en los que el electorado ha ido girando a la derecha, como es el caso de Luisiana, Arkansas y Georgia, que tienen posibilidades de caer en manos republicanas. Consciente del peligro, el Partido Demócrata trata desde hace semanas de despertar a su electorado perteneciente a las minorías afroamericanas e hispanas con folletos y anuncios publicitarios en los que se asocia abiertamente a los republicanos con la violencia policial y el racismo. He aquí algunos ejemplos de esa propaganda distribuida, que hace referencia al caso Trayvon Martin o a las revueltas de Ferguson.

El interés de este procedimiento radical es incierto. Desde hace semanas, sondeo tras sondeo, se va perfilando la victoria de los republicanos. De confirmarse, pueden ganar tanto en la Cámara de Representantes –desde 2010 ya cuenta con mayoría republicana– como en el Senado, donde solo necesitan seis escaños adicionales para obtener la mayoría. Barack Obama se puede encontrar a partir de enero con que ha de gobernar un Congreso dominado enteramente por los republicanos. Dicho de otro modo, pasaría sus dos últimos años de mandato oscilando entre callejones políticos sin salida, compromisos vacuos y la necesidad de imponerse por decreto presidencial. Estas perspectivas son poco halagüeñas e implican que la situación política continuará deteriorándose en Washington.

Desde las midterm de 2010, con la obtención de la mayoría republicana en la Cámara, especialmente candidatos electos del Tea Party reacios a alcanzar cualquier compromiso, efectivamente el Congreso se encuentra paralizado por los planteamientos enfrentados de los dos partidos y por los conflictos internos en los que se enzarzan los republicanos, divididos entre derecha y derecha extrema. Este impasse es tal que el Congreso es uno de los menos eficaces de la historia. Menos del 10% de los textos sometidos a votación se han convertido en leyes. Su popularidad también cae, por supuesto. Según el último sondeo realizado por CBS, casi el 80% de los norteamericanos no está satisfecho con el Congreso y el 85% estima que sus representantes no merecen la reelección. La elección de una mayoría de republicanos en la Cámara y en el Senado no tiene por qué cambiar mucho las cosas.

Veamos algunos de los escenarios posibles. El devenir de los acontecimientos puede depender sobre todo de cómo sea de amplia la victoria republicana. Pueden alcanzar la mayoría en las dos asambleas, pero los dos partidos encontrarse también mano a mano en el Senado. Las elecciones pueden llegar incluso a tener una segunda vuelta, en diciembre, en Georgia y en Luisiana (donde según las leyes locales el ganador debe obtener al menos el 50% de los votos). De modo que el resultado final puede mantenerse, en ese caso, incierto hasta entonces.

Además, si los republicanos obtuviesen la mayoría en el Senado, hay pocas posibilidades de que consigan más de 60 escaños. Ese es el número preciso para lograr una mayoría cualificada y asegurar la aprobación de leyes de envergadura. Así, los republicanos estarían lejos de tener vía libre para hacer y deshacer por cuanto en esta situación de cohabitación, el presidente es el capitán de la nave y si se aprueba una ley que no le gusta, el presidente puede vetarla (solo ha ocurrido en dos ocasiones), de manera que la ley quede en el baúl de los recuerdos.

En un contexto político semejante, el único modo de avanzar es aceptar el compromiso. Aunque no hay muchos que crean en él en Washington. El leitmotiv republicano, de su sector ultraconservador, es oponerse frontalmente al presidente,leitmotiv eliminar el Obamacare, reducir los impuestos o eliminar las medidas recientes de protección del medio ambiente, por ser consideradas intrusivas. “Algunos estarán pronto en campaña para las presidenciales, como Ted Cruz o Rand Paul. Van a querer hacerse oír, dejar patente su oposición y no tienen interés alguno en alcanzar un acuerdo”, analiza Peter Ubertaccion, politólogo de la Universidad de Stonehill de Massachusetts. Como muchos otros, no cree que se vaya a retomar el diálogo en los próximos meses.

Los republicanos también pueden ejercer cierto chantaje en torno a la ley presupuestaria, obligar a los demócratas a aceptar sus reformas amenazando con un nuevo shutdown, en su caso, a saber, con el cierre parcial del Gobierno federal, a falta de un acuerdo sobre financiación. De este modo, pueden debilitar la reforma del sistema sanitario. También pueden reducir las ayudas sociales, su otra obsesión, así como recortar el programa de bonos alimentarios que a día de hoy beneficia a 47 millones de personas que atraviesan dificultades económicas.

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Por último, hay que tener en cuenta que el presidente se encuentra al final de su mandato, sin posibilidad de ser reelegido, por lo que puede llevar a cabo una política más dura. Un presidente, que se puede arriesgar a gobernar vía decreto presidencial, sin el respaldo del Congreso. A falta de una gran reforma de las leyes sobre inmigración, por ejemplo, Barack Obama puede aprobar un decreto presidencial concediendo la amnistía a algunos colectivos de inmigrantes ilegales que trabajan en suelo norteamericano desde hace años (en respuesta a una política de expulsión masiva), una medida impopular pero juzgada necesaria por numerosos representantes.

¿Optará por poner en práctica esta política? Es probable, adelantan los expertos, conscientes de que Barack Obama va a suscitar entonces la ira de los representantes electos, al verse excluidos, lo que provocará nuevos episodios de histeria republicana. Por todo ello, no hay duda, las aguas van a seguir revueltas en Washington.

Traducción: Mariola Moreno

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