Comisión Europea

El simulacro del plan de estímulo de Juncker

El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, dio una rueda de prensa este miércoles.

Esta será la hoja de ruta de la nueva Comisión Europea, la de la “última oportunidad” para la UE, un plan de inversión de 315.000 millones de euros que Jean-Claude presentó el miércoles ante los eurodiputados en Estrasburgo. El luxemburgués cree haber encontrado el remedio mágico que aleje el riesgo que amenaza a la economía europea, el de la “década perdida” a la japonesa.

El proyecto, en el aire desde el verano y que durante mucho tiempo no se concretó, puede ser ratificado en la reunión de jefes de Estado y de Gobierno de mediados de diciembre. Sobre el papel, el mecanismo, pensado para hacer reaccionar a las economías, prevé recurrir mínimamente al dinero público, desbloquear la menor cantidad posible de dinero fresco y, sobre todo, no endeudar a la Unión Europea. Este encaje de bolillos, ¿bastará para sacar a Europa de la parálisis?

1. Objetivo: acabar con las “infrainversiones”

El diagnóstico no es nuevo: en la economía europea faltan inversiones importantes. Según la Comisión, las inversiones internacionales en el continente cayeron un 15% con respecto a los niveles registrados antes de la crisis, en 2007. Según un estudio, del think thank Bruegel, esta falta de inversiones representa, este año, nada menos que 260.000 de euros solo en los 15 países “históricos” de la UE.

2. ¿Una dotación demasiado modesta?

Las cifras son engañosas. Al hablar de 315.000 millones de euros (a tenor de las informaciones publicadas por el diario Financial Times) de inversión en un plan que abarca varios años, Juncker simula actuar con contundencia. Es muy superior a la dotación del pacto de crecimiento negociado en el verano de 2012 (130.000 millones de euros), pero en la práctica solo equivale a aproximadamente el 2,4% del PIB europeo. A modo de comparación, el primer plan de estimulo de Barack Obama, tras su primera victoria electoral, al más puro estilo keynesiano, rondaba el billón de euros, el 7% del PIB de Estados Unidos. Desde hace una semana, cada país presente en algún grupo político en el Parlamento contribuye al debate dando cifras cada vez más elevadas. Así, los socialdemócratas (entre ellos el PS) han elaborado su propio plan de inversión por importe de 800.000 millones de euros. Los liberales (en cuyo grupo están inscritos los diputados franceses de UDI-MoDem) apuestan por que la dotación sea de 700.000 (aproximadamente el 5,5% del PIB). En la misma línea, Polonia también ha presentado un proyecto muy ambicioso con el que alimentar el debate.

3. Muy poco dinero público

El apalancamiento es el gran truco del estímulo a la salsa Juncker. La idea es crear un “Fondo Europeo para Inversiones Estratégicas” (FEIS, por sus siglas en inglés), dotado de 20.000 millones de euros de dinero público y controlado por el Banco Europeo de Inversión (BEI). Este dinero servirá para garantizar una batería de grandes proyectos (energía, nuevas tecnologías, infraestructuras etc.), cuya financiación resulta más o menos difícil en tiempos de crisis. Por decirlo de una forma sencilla, el compromiso del BEI, que se materializará de distintas maneras, permitirá “aumentar” la calidad del préstamo y, por tanto, teóricamente, atraer a nuevos inversores privados.

Según las medidas financieras previstas (préstamos, garantías, participaciones minoritarias etc.), el apalancamiento variará. De este modo, puede ir hasta... 18. En decir, por cada euro de dinero público, la aportación de capital privado será de 18. A ese ritmo, el objetivo se alcanza rápido, a partir de un fondo de aproximadamente 20.000 millones, con una dotación, muy abstracta de momento, de más de 300.000 millones, para estimular la economía europea... es decir, un apalancamiento con una ratio de 1:15. El efecto enganche es importante, pero debe concretarse con el paso de los años y de los proyectos. Hablar de un apalancamiento de 1:15 es cuando menos optimista, por no decir irresponsable”, afirmaba en un comunicado, el pasado martes, la ONG Counter Balance, que sigue de cerca el trabajo del BEI.

Hay que hacer una precisión que no es menor, el grueso de los fondos de garantía (16.000 de 21.000 millones de euros) procederá de capital público que los Estados miembros ya han comprometido, en el marco del presupuesto europeo aprobado en 2013, para el periodo 2014-2020. Los Veintiocho se preparan así para acometer una importante tarea de ingeniería presupuestaria para “optimizar” la utilización de un dinero que ya tienen comprometido (destinado varios miles de millones a las líneas de “estímulo” del presupuesto plurianual en cuestión). Así las cosas, hay muy poco dinero público, pero también muy poco dinero fresco, en el gran andamiaje ideado por Juncker... Se trata todo de una puesta en escena, para seducir a los mercados, pero también a los eurodiputados y a los principales países, que todavía no han dado su visto bueno.

En una entrevista concedida al Financial Times, Emmanuel Macron alertó en noviembre del riesgo que supone poner tan poco dinero público encima de la mesa. El ministro de Economía francés abogaba por que la aportación fuese de entre 60.000 y 80.000 millones de euros, procedentes del presupuesto europeo. Dicho sea de paso, el Gobierno francés tiene pocas posibilidades de terminar saliéndose con la suya.

En defensa de Juncker, hay que reconocer que su margen de maniobra es mínimo, dadas las limitaciones presupuestarias de los Estados miembros. Numerosos países, con Londres a la cabeza, a buen seguro bloquearían cualquier inyección adicional de dinero fresco dirigido a Bruselas. Los Veintiocho además tienen muchas dificultades estos días para sacar adelante los presupuestos del año 2014 y para encontrar los varios miles de millones necesarios simplemente para cumplir con los compromisos financieros del año pasado.

Hasta la fecha, el presupuesto europeo servía para “cofinanciar” proyectos específicos con los países miembros. La UE aportaba la mitad de la dotación y el Estado la otra mitad, para financiar, por ejemplo, una autopista. Sin embargo, con la crisis, el sistema se ha encasquillado. Las líneas del presupuesto europeo no se desbloquean porque los diferentes países, asfixiados, no mantienen el ritmo de inversión. Una parte del dinero “duerme” en Bruselas. En el plan Juncker, la “cofinanciación” UE-Estado miembro se ha visto relegada a un segundo plano y el BEI se ha convertido en maestro de ceremonias, lo que debería permitir acelerar la puesta en marcha.

4. El fantasma del “pacto de crecimiento” de 2012

¿Quién se acuerda aún del pacto de crecimiento de 130.000 millones de euros que debía sacar a Europa de la crisis, defendido por François Hollande en el verano de 2012? Dos años y medio más tarde, no queda prácticamente ni rastro. El propio presidente francés llegó a reconocer que la puesta en marcha de este pacto se estaba revelando muy lenta, sinuosa, complicada. Sin embargo, el plan de inversión de Juncker se asemeja terriblemente al pacto de crecimiento de 2012.

En aquel entonces, la financiación estaba basada, en buena medida, en este famoso apalancamiento. Los Estados se habían comprometido a recapitalizar al BEI por un importe de 10.000 millones de euros, lo que debía suponer, a fin de cuentas, una dotación de 60.000 millones de dinero público-privado. A finales de 2014, este dinero todavía no se ha invertido en su totalidad, lo que evidencia la extrema lentitud de los mecanismos de la UE. Y el apalancamiento se ha revelado más modesto de lo esperado. Peor aún, la primera “obligación para proyectos” –uno de los mecanismos innovadores semipúblicos, semiprivados que se van a desarrollar en los próximos meses– ha resultado un absoluto fracaso, como el proyecto Castor español.

¿Ha sacado de este fracaso el plan Juncker alguna enseñanza en claro? En parte. Los Estados, por ejemplo, no van a recapitalizar directamente al BEI (lo que sí se hizo con gran dolor en 2012), ya que las sumas procederán directamente del presupuesto europeo. El BEI también va a recuperar la lista de proyectos establecidos durante los debates sobre las perspectivas presupuestarias del año pasado para, también ahí, ganar tiempo. Sin embargo, el resto, todo está por definir.

Uno de los desafíos pasa por ver si el BEI, que sigue haciendo todo lo posible por conservar la máxima nota, la triple A, que otorgan las agencias de rating, va a atreverse a financiar proyectos que sean realmente arriesgados. Aunque tenga que comprometerse con proyectos sensibles para ayudar a estructuras más modestas que podrían amenazar su “calidad crediticia”... En estos momentos, no parece que plausible. Es el problema del apalancamiento masivo, previsto en el plan. Se sobreentiende que los proyectos seleccionados serán poco arriesgados y que los inversores irán prácticamente sobre seguro.

A modo de comparación, el plan alternativo que defienden en el Parlamento Europeo los socialdemócratas  contempla inyecciones iniciales de dinero público superiores, lo que requiere un apalancamiento menos importantes y sin duda más realista. Concretamente, esto permitiría financiar proyectos que son más arriesgados, a priori, a más pequeña escala, como forma de respaldar a las pymes, por ejemplo. Pero en estos momentos, la Comisión no prevé dicho escenario.

5. ¿Hay coherencia con las políticas de austeridad nacionales?

Se trata de una de las apuestas de la estrategia de Juncker, corregir los efectos “depresivos” de la austeridad llevada a cabo en los Estados miembros mediante un plan de estímulo europeo sobre la base del capital privado. Tras la presentación, el miércoles, del plan de inversión, la Comisión Europea retomará el viernes su cantinela en defensa del rigor, y hará entrega del dictamen negativo correspondiente a 16 de los 18 países de la zona del euro, Francia, entre ellos, país al que se reclama un mayor ahorro en su proyecto presupuestario para 2015.

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“Hay un principio de esquizofrenia en Europa. Por un lado, se sigue queriendo aplicar el pacto presupuestario, acentuando la presión sobre varios países, entre ellos Francia, para que cumpla con los recortes presupuestarios exigidos. Por otro lado, se es consciente de que el crecimiento es débil, que nos hemos equivocado, pero no se va a sacar nada en claro”, afirma el profesor universitario Benjamin Coriat, miembro del colectivo de “economistas aterrados”.

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Traducción: Mariola Moreno

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