Derechos humanos

Una tragedia norteamericana

Prisión estadounidense de Guantánamo

Thomas Cantaloube (Mediapart)

Estados Unidos, tierra de contraste. Si la expresión no fuese tópica, habría que echar mano de ella, una vez más, para definir el informe sobre la CIA y las torturas que acaba de publicar el Comité de Inteligencia del Senado (Senate Select Comittee on Intelligence).

Por un lado, tenemos 525 páginas en las que se recogen todo tipo de horrores (de la “rehidratación rectal” a la muerte de un detenido en su celda por hipotermia, pasando por periodos de 180 horas de privación de sueño, de pie, con los brazos atados al techo), el relato de una agencia gubernamental que ha hecho lo que le ha dado la gana y mal, ocultando parte de sus acciones a los poderes políticos encargados de su supervisión.

Por otro lado, tenemos a representantes políticos que han trabajado con tenacidad y perseverancia durante varios años, en contra de la voluntad del gobierno, para tratar de arrojar algo de luz sobre aquello que (por fin) ya no se conoce con el eufemismo de “técnicas de interrogatorios reforzadas”, sino que se llama por su verdadero nombre: torturas.

De una parte, tenemos a senadores conservadores que querían enterrar este informe, y que a día de hoy prefieren matar al mensajero, y a la CIA que, a través de un comunicado de prensa, sigue defendiendo que “el programa de detención era eficaz” a pesar de las numerosas pruebas que demuestran lo contrario. Por la otra, tenemos a la presidenta del Comité del Senado, Dianne Feinstein, que ha declarado que “las acciones de la CIA suponen un borrón en nuestros valores y en nuestra historia. Este informe es demasiado importante para guardarlo en un cajón”.

Se da la aparente paradoja de que John McCain, exprisionero de guerra norteamericano en Vietnam, conservador acérrimo y adversario de Barack Obama en las presidenciales de 2008, es el que mejor ha resumido los desafíos de este (falso) debate sobre la tortura que representa lo peor y lo mejor de EEUU, en los últimos 12 años: “No se trata de lo que hacemos a nuestros enemigos, se trata de nosotros. Se trata de quiénes somos, de quiénes hemos sido y de quiénes esperamos ser. Se trata de la manera en que nos presentamos ante el mundo”.

La tortura made in CIA es sin lugar a dudas una “tortura made in USA”, parafraseando el título del documental que [la periodista] Marie-Monique Robin dedicó a la cuestión y, más allá, supone un acto simbólico que forma parte de la historia reciente de EEUU. 

La lectura del informe del Comité del Senado es revelador; muestra lo peor de un país que, de golpe, abandona todos sus principios de checks and balances, de racionalidad y de eficacia, para abordar a las bravas los asuntos mal digeridos:

  • Cuando Osama Bin Laden fue asesinado en 2011, la CIA se apresura a diseñar todo un “plan de comunicación” para explicar a los medios de comunicación y a los representantes políticos que gracias a las informaciones obtenidas mediante torturas se localizó al jefe de Al Qaeda. Sin embargo, es absolutamente falso: las informaciones proceden de una buena antigua fuente y del trabajo realizado sobre el terreno por un puñado de agentes.

¿Ha terminado realmente la “era del terror”?

Los ejemplos no acaban aquí; el informe evidencia la deriva absoluta de una agencia de inteligencia, como también representa la deriva de una sociedad, ya que no hay que olvidar que en el periodo 2001-2004 una mayoría de norteamericanos respalda a George W. Bush, los métodos que emplea y su lenguaje. Entre ellos hay un número nada despreciable de intelectuales considerados “progresistas” que también legitiman el uso de la tortura.

Se trata de la “era del terror”, según la expresión del director de la revista Foreign Policy David Rothkopf. Una época en la que, en nombre del miedo y de la obtención de resultados, se pervierten los principios y las instituciones.

Sin embargo, lo más preocupante es que no se trata de la primera vez que Estados Unidos reacciona de este modo. Durante la época paranoica de la Guerra Fría ya se cometieron los mismos errores criminales, con la CIA al frente: la Escuela de las Américas, la operación Condor, asesinatos dirigidos de dirigentes políticos...operación Condor Y ya se había aplicado un correctivo. El Comité Church sacó a la luz en 1975 los abusos de poder y las prácticas ilegales cometidos por los servicios de inteligencia norteamericanos que alumbró el Comité de Inteligencia del Congreso. Una estructura que la CIA sorteó alegremente, pasando por alto la estrecha vigilancia a la que los representantes políticos quisieron someter a la Agencia de Inteligencia.

Asimismo, podemos preguntarnos si este informe sobre la tortura, por más revelador que sea, puede hacer cambiar las cosas, pero la reacción de la CIA y de sus antiguos dirigentes no es precisamente alentadora en este sentido.

Bill Harlow, un exportavoz de la Agencia, ha lanzado recientemente la página web CIAsavedlives.com (la CIA salvó vidas) para desmontar el informe, basada en su mayor parte en los propios documentos de la CIA. Y, para dejar claro que parte de los espías no tienen ganas de someterse a las directrices de los senadores, Harlow ha declarado: “Este informe es el peor ejemplo de supervisión del Congreso de la historia reciente el Gobierno”. Evidentemente, Bill Harlow no habla únicamente en su nombre, sino que es el portavoz de numerosos oficiales de los servicios de Inteligencia.

Sabedores de que la industria de la Inteligencia ha crecido considerablemente en los últimos 15 años, y que depende en parte de empresas privadas, el riesgo de poder escapar al menos en parte al control gubernamental va a más. Y si la CIA es el ejemplo más representativo y el más fácil de denunciar, las revelaciones de Edward Snowden ponen de relieve, y de qué manera, que los miedos de los defensores de los derechos humanos y de las libertades cívicas son fundados. Aquí, la tortura; allí, las extradiciones forzosas y, más allá, la vigilancia de los correos electrónicos, el espionaje industrial y, en lo sucesivo, los ataques mediante drones controlados a distancia que matan a 28 personas desconocidas por cada terrorista que se convierte en objetivo.

La “era del miedo”, que es también la de la ausencia de debate y de la ley del más fuerte, ¿realmente ha terminado también? Obama se pronunció claramente en contra de la tortura nada más llegar a la Casa Blanca, pero su Administración cuenta con un programa de asesinatos a distancia sin precedentes en la Historia (los drones), también contra ciudadanos norteamericanos. Defiende con ahínco el derecho de las agencias de espionaje nortemericanas a infiltrarse en las redes sociales, en los servidores de las empresas que se encargan de nuestras comunicaciones privadas. La prisión de Guantánamo sigue abierta y suma 136 detenidos, entre ellos un tercio nada desdeñable de los reos no está acusado de nada...

En situaciones de crisis, siempre hay razones para dar la espalda a los principios, para interpretar la ley en el sentido contrario al que fue concebida. En lugar de optar por otra alternativa, los principales dirigentes y las naciones se decantan por esta vía. Los EEUU de Bush no supieron actuar correctamente, llegando incluso a recurrir a prácticas contrarias a las que profesa el país. A pesar de este informe y de la preocupación de transparencia y de indicador histórico que mueve a los redactores del mismo, no parece seguro que la Norteamérica de Obama sea muy diferente.

La respuesta del presidente al conocer el informe ha sido muy tibia: “En lugar de buscar una razón para sumirse en viejas querellas, espero que este informe nos permita dejar estas técnicas (la tortura) allí donde deben quedar, en el pasado”.

Esta actitud que consiste en querer enterrar lo que ya no se quiere ver más no parece presagiar una gran labor de introspección. En cuanto a los antiguos reponsables del Comité de la administración Bush, a los que el informe del Comité ofrecía una salida por la puerta grande al sugerir que la CIA les había mentido, por el contrario, han preferido asumirlo. El vicepresidente de la época, Dick Cheney, ha reiterado que el programa fue autorizado por la Casa Blanca con total conocimiento de causa.

Por tanto, por un lado, tenemos a un presidente ávido por eliminar los restos de sangre cuanto antes. Por otro, tenemos a antiguos responsables que proclaman que tenían toda la razón cuando optaron por las torturas. No hay razones para creer que estas dos maneras de pensar difieran mucho del espíritu que mueve a una mayoría de la población norteamericana. Quizás es cruel decirlo por escrito, pero las tragedias físicas (sí, también las 3.000 muertes del 11 de septiembre de 2001) se superan con facilidad. Las tragedias morales son bastante más difíciles de borrar.

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