Terrorismo islamista

Manifestarse por un despertar ciudadano

Plaza de la República de París, abarrotada de participantes en la marcha republicana.

FRANÇOIS BONNET / EDWY PLENEL (MEDIAPART)

¿Por qué ir a manifestarse este domingo?

Por las víctimas en primer lugar, y después por todos nosotros. Por las víctimas, numerosas, de actos terroristas sin precedente producidas tras la masacre en Charlie Hebdo este miércoles 7 de enero. Para honrar la memoria de los talentosos periodistas y dibujantes que participaron durante décadas de la vitalidad de nuestro debate democrático. Para honrar a las cuatro personas asesinadas en el atentado antisemita contra la tienda kosher de la Porte de Vincennes. Para homenajear a todas las víctimas, policías, al corrector, al técnico de mantenimiento. Para no olvidar a los muy numerosos heridos tanto en el atentado ocurrido en el edificio del semanario satírico como en las dos tomas de rehenes que siguieron el viernes.

Manifestarnos, igualmente, por todos nosotros. Sin necesidad de repetir el nombre demasiado oficial de “marcha republicana” que han querido el Elíseo y numerosos responsables políticos. Hacerlo por la sola voluntad de sumarnos a una gran reunión ciudadana desde la plaza de la República a Nation. Porque durante estas jornadas de abatimiento, las mejores respuestas son las que llegan desde la sociedad. Estas no tienen que dejarse llevar únicamente por una inmensa emoción -–todos hemos crecido con Cabu, Wolinski, Charb, Tignous, con las escandalosas y abrasivas viñetas de prensa–. Más que esta emoción casi íntima, se trata sobre todo de una enorme iniciativa cívica como la que dio cuerpo a esta demasiado abstracta divisa republicana: libertad, igualdad, fraternidad.

Libertad y no solamente libertad de prensa, puesto que el equipo de Charlie representa también la conquista del espíritu, la de la expresión incluso en todos sus excesos. No se trata en ningún caso de los derechos de los periodistas, sino de las libertades fundamentales de los ciudadanos, de las cuales la primera es la libertad de pensar y decir.

Igualdad, después, puesto que con excepción de la extrema derecha y de sus rancios valedores (Ivan Rioufol del Figaro, Yves de Kerdrel, de Valeurs Actuelles, y algunos otros), no se ha caído en la tentación de meter a todo el mundo en el mismo saco y se han evitado las polémicas nauseabundas sobre la cuestión de la “responsabilidad” de los musulmanes, enseguida encauzadas por innumerables llamamientos llegados de todas partes y que podemos resumir en un “Todos iguales, todos ciudadanos”.

Fraternidad, por último, porque estos días han supuesto un momento excepcional de solidaridad y de movilización colectiva. En Francia, más de 100.000 personas se congregaron espontáneamente el miércoles por la tarde, y decenas de miles volvieron a hacerlo la tarde del jueves. Y hace falta esperar a los centenares de miles que lo harán este domingo. Solidaridad igualmente llegada desde el extranjero, donde las iniciativas, los mensajes y los testimonios han afluido de todas partes.

Hay momentos raros en una República, y este es uno de ellos. El 31 de diciembre les mostrábamos los deseos de valentía de François Morel para 2015. El humorista (y más que eso), estuvo atinado. “Mi querido compatriota, incluso si la imbecilidad prospera en paralelo al racismo, la desesperación y el sarcasmo, tú resistes”, decía. “Sí, mi querido compatriota, a menudo me pasmas, me pasmas, me pasmas”.

Continuemos “pasmando” a François Morel. Manifestémonos. Desfilemos. Y desfilemos sin esta “unión sagrada” a menudo reclamada por François Hollande y Manuel Valls que este viernes nos ha asestado un “Estamos en guerra contra el terror”, fórmula marcial fabricada para impedir pensar, que remite de manera calamitosa a las declaraciones de George Bush y los halcones norteamericanos el día después del 11 de septiembre. Acabamos de celebrar el centenario de la Primera Guerra Mundial, aquella gigantesca carnicería llevada a cabo precisamente bajo los auspicios de la “unión sagrada”. Nosotros no nos manifestaremos con François Hollande, Angela Merkel, David Cameron, Mariano Rajoy, Matteo Renzi, Nicolas Sarkozy o Brice Hortefeux, en esta unidad confusa que hace las veces de unanimidad petulante y, por tanto, carente de sentido y, sobre todo, de proyecto.

La iniciativa ciudadana jamás ha sido la unidad nacional. Por suerte, numerosos dirigentes de izquierda lo han comprendido y han rechazado invitar al Frente Nacional a esta movilización. Marine Le Pen se ha declarado ultrajada. Tanto mejor. Y tanto peor para François Fillon y Rachida Dati, que han creído bueno lamentar esta “exclusión”, revelando una vez más la mediocridad de sus pequeñas tretas.

El partido de extrema derecha se construyó sobre el odio a la libertad de prensa. Aún hoy en día, el FN dice tener sus “listas negras” de periodistas, y ha vetado regularmente a Mediapart así como al equipo del Petit Journal en sus manifestaciones. La última prohibición hasta la fecha: el congreso del movimiento de los Le Pen, que tuvo lugar el diciembre pasado (leer aquí). “No son periodistas”, explicó Marine Le Pen, arrogándose así el derecho de decretar quién está habilitado para informar y quién no. Charlie Hebdo, que cultivaba una aversión militante contra el FN, fue objeto de decenas de denuncias de la extrema derecha. La mera decencia impide a Marine Le Pen querer manifestarse.

11 de septiembre: ¿qué hemos aprendido?

Más aún, este partido, como aquel que dice, no ha terminado con su tufo antisemita que constituye aún hoy en día una buena parte de su herencia, así como la razón del compromiso de algunos de sus militantes. Al final, al volcarse en la preferencia nacional, en la denuncia incesante de la inmigración, el Frente Nacional no cesa de profundizar las fracturas de la sociedad francesa. Sus obsesiones en contra de un Islam rápidamente asimilado al radicalismo susceptible de convertirse en terrorismo suponen uno de los principales motores de los miedos de los franceses. ¿Cómo plantearse marchar codo con codo con un partido que borra a la ciudadanía, remitiendo a los individuos a sus lugares de origen y a su religión para justificar mejor sus ambiciones discriminatorias?

Tras el ataque a Charlie Hebdo, las declaraciones de Marine Le Pen, sin hablar siquiera de las de otros dirigentes de la extrema derecha, resuenan como una advertencia sobre las amenazas por venir. Al margen de esta iniciativa ciudadana, las sombras están pues presentes, y no solamente en los ignominiosos mensajes lanzados en las redes sociales.

Desde este miércoles se han registrado al menos 18 actos antimusulmanes. En Corte (Córcega), se ha descubierto una cabeza de cerdo y vísceras colgadas en la puerta de una sala de oración. Se han disparado cuatro tiros en una mezquita de Saint-Juéry (Tarn). Se han realizado inscripciones racistas en una mezquita de Bayona (Pirineos Atlánticos). Se han dibujado cruces gamadas en Liévin (Paso de Calais). En Béthune (Paso de Calais), podía verse la consigna “Fuera los árabes” sobre una empalizada en un lugar de culto en construcción. En Rennes (Bretaña), las inscripciones “Er maez” (“Fuera”, en bretón) y “Árabes” se pintaron sobre la fachada de un centro cultural musulmán. En Bischwiller (Bajo Rin), se descubrió el mensaje “Ich bin Charlie” sobre el muro de una nueva mezquita.

Ahí está el quid de la cuestión: en el desmembramiento de una comunidad ciudadana (leer el artículo de Edwy Plenel La ideología asesina promovida por Zemmour). Que el Frente Nacional, que no ha dicho una palabra para denunciar estos ataques, como no la ha dicho para preocuparse por las manifestaciones contra el Islam que han causado clamor en Alemania, ose pretender manifestarse no es sino una provocación más. La vergüenza es que una parte de la derecha y algunas raras voces de la izquierda no se hayan indignado más. Porque la “unión nacional” solicitada por el Ejecutivo se acompaña de pequeñas oportunidades igualmente detestables.

“Si bien es cierto que los partidos políticos, actores esenciales de la vida democrática, se apoderan de este debate, es el ciudadano el que debe guiarlo”, escriben las asociaciones (Licra, Mrap, LDH, Touche pas à mon pote) que habían anunciado inicialmente una movilización separada de la de los partidos (leer el artículo aquí). Al ver su iniciativa confiscada por el Ejecutivo y el Partido Socialista, estas asociaciones dieron por perdidas el viernes estas tentativas de recuperación.

¿Debe esto disuadirnos de manifestarnos? En absoluto. Al contrario, este despertar de la sociedad se acompañará del despertar de nuestro debate público. Después de años, Mediapart no ha dejado de documentar las peligrosas aberraciones de una política extranjera y de una política de seguridad que ignoren nuestras nuevas realidades sociales, como los grandes cambios de polaridad del mundo y muy particularmente del mundo árabe. Los hermanos Kouachi, Coulibaly, igual que Merah (ciudadano francés que en 2012 fue el causante de unos tiroteos en Mediodía-Pirineos), no son musulmanes sino islamistas. Son franceses que han pasado por la delincuencia y por prisión antes de enfermar de una radicalización terrorista vestida con miserables oropeles ideológicos.

Este terrorismo nació sobre los escombros de diez años de conflicto en Irak, de una “guerra mundial contra el terrorismo” buscada por George Bush, guerra que ha legitimado la sistematización de la tortura, el espionaje generalizado, la existencia a base de precarios equilibrios en el Medio Oriente y centenares de miles de muertos. Este terrorismo se ha desarrollado sobre las ruinas de Libia, desde luego liberada del dictador Gadafi, al final de un conflicto ciego pero interesado entablado por Nicolas Sarkozy, que dejó un país engullido por las luchas entre facciones sin que la comunidad internacional intentara encauzar un proceso político.

Algunos jóvenes franceses pueden hoy en día cometer lo innombrable. En 1995, Khaled Kelkal, impulsado por el GIA argelino, murió a manos de la policía después de haber cometido varios atentados en Francia (leer aquí el artículo Kelkal, una historia francesa). Entonces descubrimos la trayectoria de un joven inmigrante de extrarradio cuya historia resumía ella sola los callejones sin salida de las políticas sociales entonces implantadas (educación, integración, ciudades, formación profesional). Veinte años más tarde, todos los llamamientos a una “guerra contra el terrorismo”, todas las intervenciones militares, del Sahel a Siria, no responderán esta cuestión que sigue abierta. Una cuestión desde un principio exclusivamente francesa: la de la construcción de nuestra vida en común a través de proyectos políticos compartidos.

No tenemos miedo

El terrorismo va a poner a nuestra sociedad duramente a prueba. Y es por eso que, más allá de su cerco policial, reclama una movilización ciudadana, una contraofensiva política e intelectual que consiga movilizar y reunificar, sin excluir a nadie de aquellos y aquellas que hacen de Francia lo que es.

El surgimiento asesino de la red Kouachi-Coulibaly, peridida de vista por los servicios secretos después de haber estado en su punto de mira (leer aquí nuestra investigación y aquí nuestras preguntas al poder), anuncia sin duda otros crímenes, otros dramas, otras masacres. Este terror no solo amenaza nuestras vidas, sino sobre todo nuestras libertades.

Se trata de una provocación para salir de nosotros mismos, de nuestros goznes y nuestras defensas, para perder la confianza en aquello a lo que ese terror aspira tomar: la democracia, esta fuerza frágil, esta aparente debilidad que ahora tiene que probar su fuerza tranquila.

Ceder a la política del miedo, a ese enloquecimiento que maltrata la misma democracia y que divide al pueblo designando chivos expiatorios, supondría la victoria de los asesinos, precisamente lo que buscan, el engranaje sin fin de una guerra de las civilizaciones, de las religiones y las identidades.

Nosotros conocemos esa trampa por la experiencia mundial vivida, de la que hoy pagamos, en parte, el precio. Es en la que cayeron los Estados Unidos de América después del 11 de septiembre de 2001, agravando profundamente los desórdenes del mundo en vez de reducirlos de manera duradera.

Desde 2003, un antiguo consejero de Bill Clinton, Benjamin Barber, empezó a poner en guardia contra esa trampa. “No es el terrorismo sino el miedo el que es el enemigo, y al final el miedo no vencerá al miedo”, escribía en El imperio del miedo. “El imperio del miedo no deja espacio a la democracia, mientras que la democracia rechaza dejárselo al miedo”.

Una trampa. Fue precisamente esa palabra la que utilizó el antiguo ministro de Justicia Robert Badinter, el día después de la masacre de Charlie Hebdo. “Los terroristas nos han tendido un trampa”, alertaba en Libération mientras que, ese mismo día, el ex primer ministro Dominique de Villepin –en primera línea en 2003 frente a los neoconservadores estadounidenses- le respondía: “Resistámonos al espíritu de la guerra”.

Expresados tanto por personalidades de la izquierda como de la derecha, estos toques de atención son un llamamiento a no repetir el error fatal de después del 11-S. Y sobre todo a no virar hacia la designación de chivos expiatorios. “No es por las leyes y las jurisdicciones que defendemos a la libertad de sus enemigos”, afirma Robert Badinter. “Ahí residiría una trampa que la Historia ya ha tendido a las democracias. Las que cedieron no ganaron nada en eficacia represiva, pero sí perdieron mucho en términos de libertad y a veces de honor”.

Pero, prosigue, la trampa tendida por los terroristas es también su esperanza de que “la cólera y la indignación que siente la nación desembocarán para algunos en un rechazo y una hostilidad hacia todos los musulmanes de Francia. Así se cavará la zanja que sueñan con abrir entre los musulmanes y el resto de ciudadanos. Inflamar el odio entre los franceses, suscitar por el crimen la violencia intercomunitaria, he ahí su propósito, más allá de la pulsión de muerte que entrañan estos fanáticos que matan invocando a dios. Rechacemos lo que será su victoria. Y guardémonos de poner a todo el mundo en un mismo saco tanto como de las pasiones fratricidas”.

Millón y medio de personas se unen contra la violencia en el corazón de París

Un millón y medio de personas se unen contra la violencia en el corazón de París

A los terroristas, al miedo, se añade un “tercer enemigo”, dice Dominique de Villepin: “el rechazo”. “Nuestro país se está crispando de día en día”, escribe en una declaración que contrasta –y esto es poco decir- con las tentaciones que atraviesan a su familia política, el UMP. “Sus élites se tornan cada día más hacia el discurso de la división y la exclusión, permitiendo todo tipo de amalgamas. La historia nos enseña que cuando los obstáculos se acrecientan, el país sufre el riesgo de desmoronarse. Si atraemos la violencia, es porque estamos divididos, debilitados, replegados en nosotros mismos; un país herido que pierde sangre. Las polémicas literarias, las demagogias partidistas, nos demuestran que lo que está en juego no es tanto salvarnos de los otros, de las invasiones o de los supuestos cambios, sino salvarnos de nosotros mismos, de nuestra renuncia, de nuestro narcisismo decadente, de nuestra tentación occidentalista y suicida”.

Nos manifestamos pues este domingo contra el miedo y contra el rechazo, contra este terror que es un llamamiento al miedo y al rechazo. No superaremos el desafío permanente que nos lanza el terrorismo nacido de la crisis de nuestras sociedades y nutrido por los desequilibrios del mundo, donde el resentimiento social da la mano al fanatismo religioso, sin movilizar un imaginario superior que busque respuestas políticas inventivas y constructivas, dinámicas y audaces.

Este imaginario es el de las causas comunes, las cuales, en torno a los ideales de libertad, igualdad y fraternidad, sabrán reunir a nuestro pueblo en su diversidad y su pluralidad. Un pueblo a imagen de las víctimas de estos tres días trágicos, que mezclan orígenes, culturas, identidades, creencias y apariencias de lo más variado. La imagen de Francia, en resumen. Tal como es, tal como vive, tal como trabaja. Tal como resiste. Tal como nos pasma.

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