ONG

Así trabajan sobre el terreno las ONG frente a Al Qaeda y el Estado Islámico

Unos niños refugiados sirios caminan entre tiendas de campaña en el campo de refugiados de Suruc, en la zona fronteriza entre Turquía y Siria.

Jean-Hervé Bradol (Mediapart)

Jean-Hervé Brado, presidente de Médicos Sin Fronteras-Francia entre los años 2000 a 2008, sigue realizando misiones para esta ONG internacional: Somalia en 2007, Haití en 2010, Siria en 2012 y 2013 (para más información, léase la caja negra al final de este artículo). Su experiencia en Siria, país donde Médicos Sin Fronteras es una de las principales entidades humanitarias, sus 25 años de misiones sobre el terreno, hacen su testimonio –y el análisis de las condiciones en las que trabajan las ONG– especialmente valioso. 

MSF en el país de Al Qaeda y del Estado Islámico

Un día de finales del mes de agosto de 2013, junto con algunos miembros del equipo que yo mismo coordinaba, pasamos la tarde en una granja del noroeste de Siria. Hacía tres meses que MSF había abierto un hospital en la ciudad de Qabasin, en el distrito de Al-Bab. Desde esta base, también prestábamos apoyo a los equipos sirios, encargados de una de las campañas de vacunación, de la gestión de los pequeños hospitales o dispensarios y de la ayuda a varios campos de desplazados en los distritos de Manbij y As-Safira, en la Gobernación de Alepo.

Ese día, nos había invitado una familia de notables locales (civiles, religiosos y militares), con quien manteníamos estrechas relaciones labores. La presencia no se limitaba a la familia que ejercía de anfitriona; los asistentes eran hombres de diversos orígenes, en su mayor parte emparentados por vínculos matrimoniales con los miembros de diferentes familias. Así que había árabes, kurdos, turcomanos, ricos, pobres, urbanitas, rurales, hombres de diferentes sensibilidades políticas.

“¿Qué piensan de los yihadistas extranjeros?”

Estaba intentando disfrutar de este momento de ocio cuando mi interlocutor me devolvió a la realidad al preguntarme mi opinión sobre los yihadistas extranjeros. Desde 2012, Jabhat an-Nuṣrah li-Ahl ash-Sham, que contaba en sus filas con combatientes iraquíes, saudíes, magrebíes, caucásicos, europeos occidentales, yemeníes, se había convertido en un grupo militar importante de la región. Inicialmente, sus militantes eran enviados a Siria por el Estado Islámico en Irak (EII) del que progresivamente se fueron separando. En la primavera de 2013, el EII intentó recuperar el control en sus filas al fusionar oficialmente ambos grupos bajo la denominación de Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL). Los dirigentes de Jabhat an-Nusrah rechazaron la fusión y juraron lealtad a Al Qaeda, lo que derivó en la deserción de un número importante de combatientes extranjeros al EIIL.

Al Qaeda, al que se había requerido que ejerciera de mediador, desaprobó el avance del Estado Islámico de Irak a Siria. De ese modo, el EIIL trató de volver a conseguir la hegemonía en el Norte de Siria y de hacerse con el control de puestos fronterizos con Turquía. Desde entonces, las relaciones entre el EIIL y los diferentes grupos de oposición siria, incluido Jabhat an-Nuṣrah, se convirtieron en inestables. Los enfrentamientos armados se multiplicaron lo que permitió a las fuerzas armadas sirias recuperar terreno.

No éramos el único equipo en el Norte de Siria. Con 600 empleados sirios y extranjeros, alrededor del 10% de los trabajadores, MSF era uno de las pocas entidades de ayuda internacional que mantenía una importante actividad en los territorios bajo control de la oposición. Además de nuestra misión en Qabasin, también había un equipo en la gobernación de Al Hasaka, controlado por las milicias del Partido de la Unión Democrática. Otros cuatro equipos intervenían en los distritos de Tal Abyad (gobernación de Ar Raqqah), de Azaz (gobernación de Alepo), de Harem y de Jisr Ash-Shughur (gobernación de Idlib).

Todos los equipos de MSF –a excepción de los basados en la gobernación de Al Hasaka y en el distrito de Harem, de la gobernación de Idlib– habían asistido al acceso al poder del EIIL en las ciudades. Al igual que sucedía en Qabasin, que pasó a estar controlado por el EIIL en agosto de 2013, los comandantes de esta organización fueron explícitos al solicitar a los equipos de MSF que continuaran trabajando o a pedir su regreso, en aquellos casos en que se habían retirado a Turquía durante los combates.

Mi interlocutor se disponía a dirigirse a una de las líneas del frente de Alepo como imam y francontirador de un grupo islámico sirio bastante arraigado en la región. Alababa los méritos de estos yihadistas venidos del extranjero para ayudar a la oposición siria cuando todo el mundo la había abandonado ante las fuerzas armadas lealistas.

“Tienen mala prensa en Occidente, pero combaten de nuestro lado”, me decía, para referirse a sus nuevos amigos, llegados de todas partes del mundo para hacer la yihad. Por su parte, los gobiernos extranjeros que apoyan a la oposición habían limitado su ayuda militar: lo suficiente como para que la oposición no desapareciese, aunque no lo bastante como para hacer caer el régimen. En su conjunto, la oposición siria ofrecía un espectáculo lamentable tanto a los sirios como al resto del mundo: incoherente, desunida, corrupta, en parte criminalizada, militarmente poco eficaz, atenazada por un lado por las tropas de Bashar Al Assad –apoyadas por el Hezbolá libanés y las milicias iraquíes– y, por otro lado, por los soldados del EIIL.

De hecho, lo que le interesaba a mi interlocutor era saber si estábamos dispuestos a mantener nuestra presencia mientras que el EIIL y los grupos sirios vinculados a Al Qaeda ganaban influencia día a día.

Él sabía que habíamos alcanzado ya cierto entendimiento con la mayor parte de las organizaciones de yihadistas sirias para proporcionar ayuda humanitaria médica. Pero, ¿compartíamos lo que él consideraba la opinión dominante en “Occidente”, una hostilidad radical frente a los movimientos yihadistas transnacionales, el más conocido de los cuales era Al Qaeda? En el fondo, ¿éramos neutros e independientes, tal y como pretendíamos?

La ciudad entera conocía la inquietud que la llegada al poder del EIIL había provocado en el seno de nuestro equipo ya que nueve, de los 14, miembros del personal internacional, habían decidido irse a finales del mes de agosto de 2013. “¿Qué haremos cuando comiencen a cometer atrocidades? ¿Por qué no irnos inmediatamente antes de que nos ataquen?”, decía nuestra enfermera jefe, que seguía al pie del cañón.

Una simple búsqueda en Google confirmaba de inmediato sus preocupaciones. Diez años antes, los fundadores del EIIL habían reivindicado el atentado contra la sede de las Naciones Unidas en Bagdad. También eran considerados los autores del ataque perpetrado, en Irak, en 2003, con la ambulancia bomba en la sede del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR). Los combatientes del Estado Islámico en Irak, conocidos por haber filmado y difundido en internet la decapitación de 17 rehenes –y criticador por ello por Al Qaeda–, habían reivindicado la masacre de miles de civiles en cientos de atentados cometidos, sobre todo, desde 2010.

Además, teníamos muy presente la historia reciente de nuestros dos colegas, que acababan de ser liberados el 18 de julio, en Somalia, tras permanecer secuestrados 644 días, una detención marcada por la importante suma de dinero exigida para su liberación. Aunque no eran los únicos implicados, los representantes locales de la yihad transnacional, Ḥarakat ash-Shabab al-Mujahidin, habían desempeñado un papel en el secuestro de nuestros dos colegas.

Además de tener que trabajar bajo un previsible régimen del terror, donde la acción médica humanitaria podría perder rápidamente sentido, estábamos expuestos a posibles arrestos y secuestros. Las dos acusaciones más frecuentes realizadas por las organizaciones yihadistas contra los organizaciones humanitarias extranjeras eran recurrentes y por tanto bien conocidas: espionaje y proselitismo antiislámico. A la vista de los antecedentes del EIIL, las dos escapatorias probables a las que estábamos expuestos, tras una larga detención, era el canje por una cuantiosa suma de dinero o la muerte.

Escapar a una u otra de estas suertes poco envidiables pasaba por estar informados, o incluso ser protegidos, por individuos y grupos de combatientes. A mi parecer, no era imposible que personas como mi interlocutor y el grupo con el que combatía pudiesen desempeñar un papel así.

Toma del poder por parte del EIIL en nuestra ciudad

En primer lugar, le conté que el comandante del EIIL, acompañado de algunos soldados, había venido a vernos a nuestras oficinas días antes, poco después de haber expulsado a los otros grupos tras el conflicto librado con combatientes kurdos. Quería hablar con la persona responsable de nuestro equipo. Puesto que el comandante del EIIL no quería dejar las armas ante el riesgo de enfrentamientos con las fuerzas kurdas, ni quería entrar armado a nuestra oficina, sabedor de que no lo recibiríamos con buenos ojos, me invitó a hablar en plena calle, ante un pequeño grupo de testigos, una alternativa que me pareció más adecuada. Tras los saludos de rigor, lamentó la salida de nuestros colegas y preguntó por los motivos.

En mi respuesta, evité hacer alusión expresa al temor particular que nos inspiraba su organización. Se declaró partidario de que prosiguiésemos nuestra actividad. Se comprometía a no interferir en nuestra gestión en el hospital. El mantenimiento sobre el terreno de miembros de nuestro personal internacional no le suponía ningún problema, cualquiera que fuese la nacionalidad. No pedía una estricta separación de mujeres y hombres a la hora de prestar atención médica. Las mujeres podrían trabajar con la cabeza cubierta sin tapar su rostro. El hospital estaba autorizado a recibir a los enfermos y a los heridos sin discriminación, especialmente los de las fuerzas kurdas.

Nos garantizó la seguridad y así lo confirmó también por escrito en una carta oficial del EIIL que llegaría horas más tarde a la oficina. Para él, era esencial que su llegada al poder no coincidiera con el cierre del único hospital de la ciudad.

Además de relatar cómo transcurrió mi primer contacto con el comandante del EIIL, a mi interlocutor sirio le puntualicé –con respecto a mi opinión sobre sus “nuevos amigos”– que a principios de los 80, MSF asistió al nacimiento de estos grupos yihadistas transnacionales en un contexto de resistencia a la invasión de Afganistán por parte del ejército soviético, que la coincidencia espacio temporal en una misma región no implicaba la existencia de relaciones. En Afganistán, los contactos habían sido esencialmente raros y fortuitos.

Tras el 11 de septiembre de 2011, los contactos se multiplicaron y ampliaron a varios países (Somalia, Pakistán, Chechenia, Irak, Yemen, Libia, Mali...). En los casos en que los yihadistas nos permitieron trabajar en sus territorios, la empresa abortó más o menos poco después. Y fue así por dos razones que no son excluyentes entre sí. Es decir, o bien porque los yihadistas y sus aliados habían comenzado a luchar los unos contra los otros creando con ello un clima de inseguridad general que a menudo provocó, desde 2007, nuestra marcha de algunas ciudades somalíes, o bien porque tras una serie de victorias, acabaron por encontrarse frente a un adversario militar mucho más poderoso. En ese caso, perdían rápidamente terreno en condiciones catastróficas para las poblaciones locales, bombardeadas y a veces masacradas en el marco de las operaciones “antiterroristas”, como ocurrió en Chechenia en 2000, en Afganistán, a partir de 2011, o en Somalia, desde 2006.

Este esbozo a grandes rasgos de las relaciones del yihadismo transnacional y la acción humanitaria turbó a mi interlocutor. No me desagradaba no ser el único inquieto. Sin embargo, mi problema no había desaparecido. ¿Teníamos que continuar trabajando en esta ciudad ahora bajo la autoridad del EIIL?

Hasta la fecha, sus soldados habían dirigido las operaciones militares contra las fuerzas kurdas para evitar un baño de sangre y proponían a los vencidos una amnistía condicional, la entrega de las armas, no negociar, no actuar contra el EIIL bajo pena de muerte y confiscación de todos los bienes. El contrato había sido firmado por el interesado, un testigo y un juez del EIIL. Las imágenes de la ceremonia “de amnistía” habían sido colgadas en YouTube. Las actitudes que se podían observar iban de la seducción reflejada en la población, a la cara de amenaza por parte de los contrarios.

Los nuevos amos del lugar anunciaban una bajada del precio del pan y del fuel. Habían atacado a un grupo de delincuentes y estaban devolviendo a sus propietarios los bienes que habían recuperado. Se impuso el cierre de las tiendas durante el rezo del viernes y había rumores de que el consumo de tabaco pronto quedaría prohibida. Parecía anunciarse un periodo de más seguridad pública y de descenso de precios.

Observar a los jóvenes soldados extranjeros y sirios del EIIL, que apenas se habían formado en la guerrilla, tratar de gestionar la administración local, mientras se presentaban como representantes del Estado, adquiría un tinte casi cómico, si por un momento se olvidaba la violencia con la que eran capaz de actuar. El primer incidente serio, el viernes siguiente a la toma de poder por las armas, antes del rezo en una de las principales mezquitas de la ciudad, el comandante del EIIL destruyó la tumba de un santo sufí con un bulldozer que él mismo manejaba.

Sin embargo, a corto plazo. los soldados del EIIL tenían preocupaciones mayores que las relacionadas con la administración de la ciudad y nuestra presencia. Por una parte, sus relaciones con los grupos armados de la oposición siria se deterioraban. Estos últimos no aceptaban que un grupo llegado de Irak hacía unos meses quisiera imponerse por las armas a un poder estatal, incluso islámico. Rechazaban el monopolio que trataba de establecer el EIIL en cuestiones civiles, militares y religiosas del barrio de Al Bab. Como consecuencia de esto, el tribunal islámico del distrito que representaba al conjunto de los grupos islámicos sirios y a las autoridades sanitarias provinciales de la oposición subrayaban por escrito que solo MSF podía gestionar el hospital de Qabasin.

En privado, los miembros de los otros grupos armados mostraban una auténtica desconfianza hacia el EIIL, pese a creerse capaces de contener la ambición de este por controlar no solo la pequeña ciudad donde estaba radicado nuestro hospital, sino también el conjunto del distrito de Al Bab. En las filas de la oposición circulaba la idea de que si el EIIL lograba salir indemne de forma tan sorprendente de los bombardeos del régimen, significaba necesariamente la existencia de una forma de colaboración. Todavía no se había declarado la guerra abierta al EIIL, pero los enfrentamientos armados, los atentados y los asesinatos se multiplicaban.

Por otra parte, tras la masacre cometida el 21 de agosto por las Fuerzas Armadas sirias, contra varios cientos de personas, al utilizar un gas de combate, sarín en un suburbio de Damás, EEUU, Turquía y Francia amenazaban bombardear el territorio sirio. Los soldados del EIIL temían ser objeto de los eventuales bombardeos norteamericanos. Numerosos de ellos huyeron a ocultarse fuera de la ciudad.

30 años de experiencias

Mantener la presencia de MSF en la ciudad presuponía la existencia de momentos en los que la acción humanitaria podía estar controlada por una organización yihadista transnacional incluso tan inquietante como el EIIL, pero ¿cómo se podría anticipar el momento en que la situación se convirtiese en demasiado peligrosa?

Para responder a esta cuestión, intenté proseguir conmigo mismo la conversación iniciada con mi interlocutor, el yihadista sirio. Rememoraba ejemplos de situaciones recientes vividas y de las que mis colegas me habían hablado, lo que me llevó a tratar de trazar las líneas generacionales de la evolución de las relaciones entre la población, las organizaciones humanitarias y los yihadistas transnacionales en cuatro frases: “el caballero de la fe”, “la luna de miel”, “la decepción” y “el desastre”.

Esta intentona de análisis era tan precipitada como grosera. No tenía intención alguna de entregarme a la realización de un modelo que me permitiese hacer pronósticos. Trataba de dar con una matriz, a partir de la cual razonar. Como responsable del equipo, sabía que en caso de cometer un error de juicio, no sería el único en pagarlo. Por supuesto, cada uno de los cinco miembros del equipo internacional que habían aceptado quedarse, eran libres de decidir marcharse. Pero esta libertad de elección no significaba que la salida fuese posible. Esto dependía de la buena voluntad de los nuevos amos de la ciudad, que controlaban las vías de salida de Qabasin, y de las condiciones de seguridad sobre las carreteras que conducen a la frontera turca.

Además, tras la eventual salida del personal internacional seguía existiendo la posibilidad de que se llevasen a cabo represalias contra nuestros colegas sirios, un centenar en total. En el momento en que accedieron al poder en la ciudad, la salida sin precedente de nueve de nuestros colegas del equipo internacional pilló por sorpresa a todo el mundo. Sabíamos que no volveríamos a contar con el factor sorpresa por segunda vez.

“El caballero de la fe”

Seguía reflexionando. Al menos tenía un efecto ansiolítico. En mi mente, el primer episodio en la relación entre yihadistas extranjeros y población local era el del “caballero de la fe”. Son indiscutiblemente piadosos y valientes. Se oponen a monarquías o a regímenes militares corruptos y represivos, incluso a una invasión extranjera de infieles (el régimen afgano de Mohammed Najibullah respaldado por el ejército soviético, el régimen iraquí de Nouri Al Maliki respaldado por las tropas norteamericanas).

Durante este periodo, los yihadistas con su aparente desinterés y su predisposición a sacrificar sus vidas para acabar con un régimen autoritario gozan de auténtico prestigio tanto en el seno de importante sectores de la población como entre las organizaciones humanitarias. En Siria, Jabhat an-Nusra hasta hacía poco llegó a representar ese mismo papel de forma brillante.

En un contexto así, atender a los heridos de estos “caballeros de la fe”, es verse sometido tanto al principio de imparcialidad como a tendencia espontánea de numerosos trabajadores de organismos humanitarios en favor de los que representan la rebelión frente a la opresión. Recordaba haberme alegrado, allá por el año 2000, cuando acompañado de un médico checheno, supimos que un helicóptero ruso había sido abatido por islamistas. Esto no quiere decir que no nos inquietara entonces la dimensión espantosa de las ideas y de los crímenes de guerra cometidos por los partidarios de Chamil Bassaiev, pero, en este contexto de represión brutal y ciega por parte del ejército ruso, el aura del resistente todavía rodeaba al jefe de la guerra chechena, sin embargo ya en vías de integración en la yihad transnacional.

Con el paso del tempo, en el Cáucaso, este periodo “caballeresco” se vio también marcado por los atentados acompañados de importantes pérdidas de civiles, las torturas y las ejecuciones de prisioneros durante episodios macrabos, los raptos y los secuestros, los asesinatos dirigidos, las amenazas de muerte hacia aquellos que no se sumaban a la causa.

“La luna de miel”

Continuaba mi reflexión y la segunda fase de las relaciones entre poblaciones y yihadistas transnacionales me parecía que era la de la “luna de miel”. Su llegada al poder en algunas localidades suele ir acompañada a menudo de una mejora momentánea de la seguridad colectiva y del descenso de los precios de los bienes de primera necesidad. Las primeras contrapartidas exigidas parecían menores (vestimenta más estricta para las mujeres, cierre de los comercios durante la oración del viernes, prohibición del consumo y de la venta de tabaco...) si se comparaba con la mejora momentánea de la seguridad colectiva y del poder de compra de una población hasta ahora expuesta a la violencia de la dictadura, a las depredaciones de los diversos grupos políticos en armas y a los peligros de los bandidos.

Así ocurría en nuestra ciudad a finales del verano de 2013. Al acudir a una cita con el nuevo comandante local, lo encontré siendo acosado por un grupo de civiles que trataban de recuperar sus bienes después de que el EIIL se hubiese adueñado del botín de un grupo de ladrones. Los bienes, desde una motocicleta a un teléfono móvil, se conservaban con esmero y con una profesionalidad propia de la Policía. Cada teléfono móvil se guardaba en una bolsa de plástico y se colocaba en las estanterías de un armario metálico, que se cerraba con llave en la oficina del comandante.

Desde un punto de vista económico y social, los soldados del Estado Islámico utilizaban su influencia en los silos de grano de la región para hacer bajar el precio del pan y preveían distribuir combustible a un precio bastante inferior al del mercado para que los habitantes pudiesen calentarse durante el invierno. Hablaban de impulsar la instrucción escolar y aseguraban querer basarse en el currículum que estaban aplicando en una parte de la provincia de Hadramaout, en Yemen.

Para nosotros, este entusiasmo mostrado por una parte de la población no era un fenómeno nuevo. En 1996, el coordinador de MSF en Kabul describía, en un programa informativo de Radio France Internationale, la alegría de la población a la llegada al poder de los talibanes en la capital afgana. El mismo fenómeno se había reproducido diez años más tarde en Mogadiscio, en 2006, cuando las Cortes Islámicas tomaron el control. Los habitantes de la capital podían salir de sus casas sin ser ni acosados por milicianos ni ser víctimas de una bala perdida.

“La decepción”

Pero nuestras experiencias anteriores también nos han demostrado que a menudo, a la “luna de miel”, le sigue un periodo más negro, la “decepción”. La mejora económica inicial se basa en la lucha contra el vandalismo y la corrupción y en la redistribución de los recursos obtenidos de la confiscación de los bienes al enemigo. Para decirlo de una manera sencilla, un silo de grano es más fácil de vaciar que de llenar y cobrar un impuesto es más sencillo que asegurar el mantenimiento de la actividad económica. Las redistribuciones operadas por los yihadistas se parecen más a la actitud de un bandolero que “roba a los ricos para dárselo a los pobres” que a la del administrador de un Estado Islámico.

Además de los gastos militares, una buena parte de su tesorería está destinada a las empresas de seducción clientelar, dirigidas a obtener el apoyo de notables locales y de los grupos de población menos favorecidos, pero los yihadistas transnacionales rara vez tiene la solidez financiera que les permita evitar, en un futuro más o menos próximo, transformarse en depredadores económicos a costa de la población local y de las organizaciones humanitarias.

En 2008, durante una estancia en Somalia, me sorprendí al ver la facilidad con la que Ḥarakat ash-Shabab al-Mujahidin había conquistado amplios territorios. Durante la visita a un hospital que habíamos podido abrir gracias al apoyo de los notables del distrito de Daynile, en las afueras de Mogadiscio, pregunté a uno de ellos cómo hacía esta organización que mostraba su intención de integrarse en Al Aqaeda para lograr ser aceptada por los jefes del clan, a su llegada a los territorios.

“Es sencillo, hacen como cualquiera nuevo que llega al territorio de un clan somalí, comienzan por pagar”, me respondió un comerciante, miembro del Consejo de Administración del hospital. Pero la generosidad inicial no duró. En 2007, los habitantes del barrio se quejaban del chantaje que ejercían los milicianos del Gobierno. En 2008, Ash-Shabāb retomó esta lucrativa actividad bajo otra forma a la que los habitantes del barrio no eran menos hostiles. De hecho, el precio que debían pagar, en aislamientos, raptos y restricciones a las libertades, a cambio de la protección de Ash-Shabāb se hacía cada vez más elevado.

“El desastre”

También me acordaba de cómo en Kabul, en Mogadiscio o en Tombuctú, las costumbres y las libertades individuales se habían convertido en motivo de tensión y de “decepción”. Rápidamente, la policía que vela por las costumbres ponía coto a la diversidad de puntos de vista de los habitantes. Son muchas las mujeres que se quejan de casi no poder salir de sus casas y de quedarse sin ingresos, de no poder comprarse ropa adecuada o de tener que ir acompañadas por un hombre cuando salen de casa. ¿Qué decir de los jóvenes que tienen que renunciar al fútbol, a llevar ropa acorde con su edad y a la música, como sucede en las ciudades del norte de Mali, conquistadas por los yihadistas en 2012?

En lo que se refiere al ámbito médico, la estricta separación de hombres y de mujeres presenta problemas irresolubles. ¿Cómo hacer cuando solo hay un(a) único(a) cirujano(a)? Es el caso en nuestro hospital de Qabasin.

En nuestra pequeña ciudad del norte de Siria, la presión ya iba en aumento. Un hombre loco de alegría, tras el nacimiento de su primer hijo, se atrevió a besar a su mujer en su cama del hospital, separados de los otros pacientes por un biombo. Un miembro del personal, sin llegar a verse afectado por ningún ataque de pudor, me pidió que hiciésemos algo antes de que los partidarios del EIIL se aprovechasen de tan “indecente” acto para inmiscuirse el trabajo desempeñado en el interior de las salas del hospital. Pensé en la historias que había oído a mis colegas, cuando a finales de los 90 tuvieron que llevar a cabo una estricta separación por sexos. Esto supuso una pesadilla a la hora de organizar la dispensación de cuidados médicos que redundó inevitablemente en una menor presencia de las mujeres.

Frente a las dificultades económicas y sociales características del periodo llamado de “decepción”, la tentación de los yihadistas ha sido la de reforzar la imposición violenta de sus normas religiosas. Sucedió así durante la hambruna de Somalia de 2010 y en Mali en 2012. Explican los fracasos ante el rechazo de una parte de la sociedad a la hora de respetar los mandamientos de origen divino. Los reveses militares reciben el mismo tipo de explicaciones y derivan en la caza del infiel, de los apóstatas, de los espías y de los saboteadores.

Este clima paranoico comenzaba a desarrollarse ante nuestros ojos en el Norte de Siria. Purgas, escisiones y recomposiciones acompañadas de episodios de violencia en el seno de grupos yihadistas. La pacificación y el relativo incremento de prosperidad tras la llegada al poder del EIIL en algunas ciudades se iba difuminando para dar paso a una escenificación de episodios violentos contra los no combatientes: decapitaciones, degüellos, lapidaciones, crucifixiones, ejecuciones por arma de fuego, amputaciones de miembros, flagelaciones, destierros, confiscaciones de bienes, destrucción de edificios.

En varios casos, en un plazo más o menos breve de tiempo, a la “decepción” le siguió un verdadero “desastre”. El estricto control de un territorio no es la única ambición que mueve a los movimientos yihadistas transnacionales que, por iniciativa de Al Qaeda y del EIIL, buscan también la confrontación en el panorama regional o mundial con los Estados poderosos.

La historia reciente justifica el empleo del término desastre para calificar la violencia que padece la población bajo tutela de este tipo de organizaciones, tras la debacle que suele producirse frente a enemigos más fuertes: intervenciones de la OTAN en Afganistán (2001), de Etiopía en Somalia (2006), de Francia en Mali (2013). En el caso de Somalia, después del destierro de Ash-Shabab de la capital y su retirada al sur del país, la región se convirtió en el epicentro de una nueva hambruna (2010). Pero también es verdad que de Yemen a Libia, de Irak a Siria, los yihadistas siguen avanzando en la toma del control territorial. ¿Acabarán también siendo un desastre para las poblaciones afectadas?

Las organizaciones humanitarias con el Estado Islámico

En lo que respecta a la presencia de MSF en el Norte de Siria, llegué a la conclusión de que la “luna de miel” del verano de 2013 sería con toda probabilidad de corta duración. De hecho, el 4 de agosto, un coche de MSF fue interceptado en la ciudad de Alepo por un grupo no identificado. El conductor fue liberado inmediatamente pero nuestro asistente logístico quedó retenido y liberado semanas después por decisión del EIIL.

El 2 de septiembre de 2013, Muhammad Abyad, cirujano sirio que trabajaba en el hospital de Bab Al-Salama (barrio de Azaz) de MSF, fue secuestrado en la casa de Sejo que acogía a una parte del personal sirio. Al día siguiente por la mañana, se publicó en la página Facebook del Comité Local de Coordinación de Tal Rifat una foto de su cuerpo. El cadáver presentaba marcas de tortura y nueve impactos de bala. Nuestro colega tenía opiniones religiosas y políticas opuestas a las de los islamistas y solía compartirlas en su página de Facebook.

Algunas semanas antes de su ejecución, una fuente de toda solvencia nos había informado de que los miembros del EIILL acusaban al equipo de MSF del hospital de Bal Al-Salama de hacer proselitismo en contra del islam. Los grupos militares de la región, entrevistados tras el asesinato, Jabhat an-Nuṣrah y el EIIL incluidos, no reconocieron la autoría del asesinato. El 6 de septiembre, el Observatorio sirio de los derechos humanos afirmaba en un comunicado que, según los médicos de su red, nuestra colega había sido ajusticiado por el EIIL.

A principios del año 2014, las tensiones entre el EIIL y los otros grupos (incluido Jabhat an-Nuṣrah) se tornaron en una guerra abierta. A punto de ser expulsado del distrito de Jisr Ash-Shughur, el EIIL llevó a cabo una retirada estratégica, llevándose consigo, a modo de botín, a cinco miembros del personal internacional de MSF que habían arrestado el 2 de enero de 2014. A pesar de los cuidados prodigados a los soldados heridos y de la palabra dada, el EIIL exigió una importante suma de dinero para su liberación. Los miembros del personal internacional de MSF que todavía no se habían ido salieron del Norte de Siria en febrero de 2014, a excepción de los que operaban en la gobernación de Al Hassaka, en una zona controlada por las fuerzas kurdas.

Una vez liberado el equipo, en mayo de 2014, MSF puso fin de forma progresiva a sus actividades en las zonas controladas por el EIIL, que se había convertido en este tiempo en el Estado Islámico (EI), tras la proclamación del califato el 29 de junio de 2014.

Desde entonces, las autoridades del EI del barrio de Al Bab han vuelto a contactar con MSF pidiendo donaciones de medicamentos y de material médico. Se hicieron similares peticiones a los representantes de la ONG en Siria y en Irak. Cuando a cambio, reclamamos que los dirigentes del EI diesen explicaciones sobre el arresto, la detención y la extorsión de nuestro equipo, nuestros interlocutores respondieron que también para ellos es muy peligroso hacer llegar nuestras inquietudes y exigencias a sus superiores.

Cuando les explicamos que antes de considerar su petición, reclamábamos a los dirigentes del EI que debían invitar formalmente a MSF a trabajar sobre su territorio y que tenían que comprometerse públicamente a garantizar nuestra seguridad, los representantes locales del EI respondieron que esperar algo así de sus jefes es utópico. Solicitan simplemente que se les suministren medicamentos y material médico y aseguran que si MSF no lo resuelve, se confirmará que la organización se alinea con la política llevada a cabo por “Occidente”.

El EI, buscando salir del callejón sin salida en el que se encuentran sus relaciones con MSF, envía como emisarios a sus “aliados” o a sus “rehenes” locales: representantes de las grandes familias de la región o del cuerpo médico. Algunos se han prestado voluntarios a colaborar con el EI y otros simplemente están aterrorizados por las amenazas vertidas contra ellos y sus familias.

Estos emisarios afirman que si alcanzamos un acuerdo con ellos no tendríamos que asistir a los miembros del EI, que supuestamente les han otorgado libertad a la hora de gestionar el día a día en ciudades y hospitales. Sin embargo, en el transcurso de las conversaciones comprendimos que MSF no podría hablar con libertad con los habitantes, ni evaluar por nosotros mismos las necesidades médicas y sanitarias, ni emplear personal con un pequeño margen de maniobra para actuar con respeto en el principio de imparcialidad. Se nos dijo que solo podrían entrar en el territorio del califato los musulmanes, entendiendo que, según el discurso del EI, que todo musulmán debe prestar juramento al califato, bajo pena de que se le aplique el único castigo que merecen los apóstatas: la muerte.

Apoyo incondicional

En ningún caso, una organización humanitaria independiente puede ejercer una actividad médica con heridos y enfermos sin ser objeto de espionaje de forma continuada. Los organismos de ayuda son invitados a entregar sus productos al EI que se encarga de su distribución, a condición de que los productos no indiquen su procedencia. No hace falta decir que los organismos humanitarios no son invitados a participar en la evaluación de las necesidades reales que presentan la población.

En suma, no es ayuda humanitaria lo que solicita el EI –una organización que como propaganda difunde las imágenes de sus crímenes en masa, como las ejecuciones de cientos de prisioneros de guerra–. Lo que espera y consigue el Estado Islámico de la ayuda internacional, es el apoyo incondicional a su economía de guerra.

Tras sufrir la violencia del EI de agosto de 2013 a mayo de 2014, en Siria, a pesar de las garantías de protección ofrecidas de palabra y por escrito, tenemos pocas esperanzas de alcanzar un acuerdo digno de confianza con el Estado Islámico. Pero continuamos con los procedimientos, lo que implica que estamos dispuestos a negociar con todo el mundo, sin discriminación.

¿Una organización como el Estado Islámico puede evolucionar?

Sabemos por experiencia que los grupos menos proclives a aceptar una ayuda humanitaria que no esté totalmente a su servicio terminan a menudo por evolucionar. Así, los talibanes afganos y sus aliados extranjeros prohibían el acceso a los organismos de ayuda internacionales entre 2001 y 2006. A continuación, fue posible trabajar para organismos como el CICR y MSF en los territorios en los que los talibanes son influyentes. En el caso del EI, ¿qué signos pueden denotar la evolución a mejores formas de cooperación con los organismos humanitarios, que seguirán preocupados por que su ayuda reporte más beneficio a los no combatientes que a una organización militar comprometida en la instauración de un régimen totalitario?

La respuesta a esta pregunta se encuentra en parte en los discursos públicos del Estado Islámico.

Por supuesto, el seguimiento de las evoluciones del Estado Islámico no puede resumirse en el análisis de sus declaraciones, pero a falta de sólidas investigaciones sobre el terreno y ya que estamos frente a una organización que vela por la correspondencia entre sus palabras y sus actos, los contenidos de la comunicación pública del EI constituyen una de las pocas fuentes disponibles. La ideología del EI tal y como aparece en sus publicaciones oficiales, como los cuatro números de la revista Dabiq, legitima la violencia masiva y el terror que provocan con su relato milenarista. Desde hace siglos, especialmente en Europa, la creencia en el apocalipsis y la emergencia de un mundo nuevo es común en numerosos movimientos contestatarios, tanto religiosos como laicos.

En el islam sunita invocado por el EI, se destacan dos aspectos. Así, explica la profesora universitaria Mercedes García-Arenal: “Inicialmente, en lugar del mahdi [mesías], que aparece una vez al final de los tiempos, la historia dará en diferentes periodos críticos “Maestros de la Hora” que salvarán la comunidad de algún peligro temporal. Y, en segundo lugar estos “Maestros de la Hora” tendrán delegados (califas) que prepararán el terreno para su mensaje”.

Si bien Al Qaeda y el Estado Islámico inscriben su acción en este mismo relato teológico, las dos organizaciones difieren en un punto importante: la determinación del momento en el que llega el apocalipsis y la emergencia de un mundo nuevo. La singularidad del EI es afirmar que el cumplimiento de la profecía se produce aquí y ahora. El momento presente es menos que nunca el del libre albedrío. Al contrario, debe ser el del obedecimiento absoluto al califa para asegurar la salvación de los creyentes. En este registro profético, y no en el Corán, es donde se basan las justificaciones últimas de algunas violencias que practica y publicita.

Por ejemplo, el EI explica la esclavitud de las mujeres yazidíes no solo como un tratamiento apropiado para los politeístas, sino también porque el “resurgimiento de la esclavitud antes de la hora” fue anunciado por la profecía. “La hora” a la que se refiere es la de la más grande de las batallas (al Malhamad al Kubra). Aquella en la que el mahdi acaba con el anticristo (al Dajjâl), a fin de permitir el advenimiento del nuevo mundo.

Para otras organizaciones yihadistas transnacionales, entre ellas Al Qaeda, el fin del mundo se sitúa en una perspectiva un poco más lejana. Esta distancia temporal abre la posibilidad de alcanzar compromisos tácticos. Así, Al Qaeda recomienda dejar la gestión territorial a aliados locales (por ejemplo Anṣār ad-Dīn, en el Norte de Mali, o los talibanes, en Afganistán). Se recomienda a los miembros y a sus simpatizantes que instauren las normas religiosas de la organización teniendo en cuenta el modo en que son percibidas por la población. Esto puede llevar a Al Qaeda a recomendar un acercamiento pedagógico a sus militantes.

De este modo, escribían los dirigentes de Al Qaeda en el Magreb Islámico a sus hombres desplegados en el Norte de Mali en julio de 2012: “Mostrar precipitación en la aplicación de la sharía sin tener en cuenta el principio de la aplicación progresiva en un entorno en el que las poblaciones ignoran los preceptos religiosos desde hace siglos, es una 'política insensata'. La experiencia demuestra que la aplicación de la sharía sin medir las consecuencias retrae a la población y la lleva a rechazar la religión y a detestar a los muyahidines y, por supuesto, conduce cualquier experiencia al fracaso”.

Hay otro signo distintivo entre el EI y Al Qaeda. Los dirigentes de la organización Ayman Al Zauhiri se declaran emires (comandantes o príncipe en los territorios limitados) y no califas (comandante del conjunto de los creyentes a escala planetaria), el delegado encargado de preparar el regreso del mahdi. Al Qaeda dirige una red transnacional y deja a sus aliados indígenas gestionar los asuntos locales para concentrarse en la dimensión transnacional del enfrentamiento. El EI ha establecido el califato en las tierras mismas del Levante donde afirma que el apocalipsis está a punto de llegar. Esperando el regreso de las “cruzadas” para hacer un remake de la batalla de Dabiq, sus enemigos prioritarios son sus vecinos más poderosos: Irán y Arabia Saudí. La inscripción de las ideas del Estado Islámico en el espacio medio-oriental de la profecía apocalíptica no le impide sin embargo tejer una red mundial, en cuyo centro se sitúa el califato.

¿Hasta qué punto los partidarios del EI creen en el relato mítico del que son actores y narradores? ¿Qué pasiones y qué intereses hay detrás de este panorama donde la teatralidad y el horror se conjugan para abrumar a los espectadores?

El objeto de este texto no era apreciar los grados de creencia y de hacer un cuadro con las luchas de poder en el seno de los grupos yihadistas transnacionales. Como profesionales de entidades con fines humanitarias, sin embargo se puede formular la siguiente hipótesis según la cual mientras que el fin del mundo sea la perspectiva a corto plazo del EIIL, es poco probable que las colaboraciones lleven a otra cosa que no sea la construcción, mediante un uso desenfrenado de la violencia, de una sociedad totalitaria como preludio al fin de los tiempos.

Sin embargo, el IS se encuentra en estos momentos en una situación delicada fruto de sus ansias territoriales. Debe hacer frente a desafías mayores e inéditos. Solo citaré un ejemplo, ¿cómo espera el EI cubrir las necesidades sanitarias de una población de varios millones de habitantes? Para alcanzar este objetivo, nadie duda de que se necesitan múltiples formas de cooperación internacional. Ahora bien, en su escenificación del fin del mundo, ¿qué papeles podría conceder el Estado Islámico a organismos como el Programa Alimentario Mundial de la ONU, el CICR o a una ONG como MSF?

Mediapart publica este texto como un documento. Su autor, Jean-Hervé Bradol, fue presidente de Médicos Sin Fronteras de 2000 a 2008 y sigue formando parte regularmente en misiones para la ONG. Además, es director de estudios de la Fundación Crash, de MSF.

Desde junio de 2012, MSF dirige hospitales y centros de salud en el Norte de Siria. En estas instalaciones médicas se han realizado más de 10.151 operaciones quirúrgicas, 63.440 consultas de urgencias, 109.214 consultas externas y más de 2.370 partos en condiciones seguras. MSF da su apoyo también a 58 hospitales y a 38 puestos médicos gestionados por redes médicas sirias en siete gobernaciones.

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Traducción: Mariola Moreno

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