Estados Unidos

El viraje al centro de Hillary Clinton

Este domingo, anunció su candidatura, aunque solo haya sido por la presión de la prensa de EEUU que revela cada día (o casi) una nueva exclusiva que tiene como origen el “planeta Hillary”, como se conoce a la burbuja en la que vive Hillary Clinton y sus asesores. Supimos así recientemente que el cuartel general de campaña se instalará en Brooklyn (Nueva York), en unas oficinas situadas en el cruce de las calles Tillary y Clinton (no es una broma), en un edificio denominado "Modern offices, Brooklyn Cool" [Oficinas modernas, Brooklyn guay]. 

A buen seguro ese es el efecto buscado: instalarse en un barrio que en estos momentos representa el "buen rollo”, para lanzar una campaña joven y dinámica. Algo a años luz de la imagen ampulosa y estirada con la que se asocia la zona elegante de Chappaqua, al norte de Nueva York, donde los Clinton se establecieron en el año 2000, para preparar la primera campaña de Hillary como senadora.

Para cultivar esta imagen remozada, Hillary Clinton estará rodeada sobre todo de su fiel equipo, compuesto por Huma Abedin, de 39 años, a la que considera “su segunda hija”, y muy probablemente por su única hija Chelsea, de 35 años. Será interesante ver qué el papel público conceden a Bill Clinton, de 68 años, en esta organización.

Pero, ¿cuál es el su mensaje? Que tiene ganas de presentarse, parece indiscutible, según el diario Politico pero ¿para decir y defender el qué? “De momento, todavía no se ha definido cuál es su visión política”, mantiene Jonathan Allen, coautor de HRC: State Secrets and the rebirth of Hillary Clinton, una obra que analiza el renacimiento de Hillary tras su derrota en 2008. El periodista opina que el año 2008 su visión sobre EEUU tampoco estaba muy definida. “No es buena en campaña”, zanja.

Hillary Clinton es sobre todo pragmática”, resume Rebecca Traister, autora de Big Girls don't cry y periodista especializada en cuestiones relacionadas con el feminismo. Se trata de una política que prefiere la búsqueda de soluciones al debate de ideas, la eficacia a la doctrina. Es una demócrata con el temple de Clinton, que se inscribe a la perfección dentro de la corriente de los llamados “nuevos demócratas”, que emergieron durante el mandato de Bill Clinton y que en estos momentos dominan el partido. Destacan por sus políticas centristas, hasta el punto de que es difícil, por no decir imposible, diferenciarlos del establishment republicano en las cuestiones de índole económica.

“En cuestiones sociales, es una política liberal, que ha sabido mostrarse progresista en determinados asuntos económicos y, más bien conservadora –incluso beligerante–, en los temas relacionados con la política exterior”, analiza Rebecca Traister. Nadie ha olvidado que, en 2002, formó parte del grupo de senadores demócratas que votó a favor de la intervención militar en Irak defendida por la administración Bush.

Aunque fue una secretaria de Estado muy respectada con Barack Obama (2009-2013), no tenía gran margen de maniobra, puesto que la toma de decisiones quedaba en manos del presidente y de sus colaboradores más próximos. Más bien puso de manifiesto su capacidad para respetar sin rechistar las decisiones de Obama relativas a cuestiones de política exterior. Algo que sigue haciendo. En lo que respecta a las negociaciones con Irán, pese a que se mostraba escéptica, ahora aplaude –aunque con discreción– los avances de la diplomacia.

Así las cosas, ¿qué va a encarnar la Hillary Clinton versión 2015-2016? Sin lugar a dudas, será una candidata que va a hacer hincapié en su condición de mujer que puede hacer historia al convertirse en la primera presidenta electa en EEUU. Si hay una cosa que parece haber aprendido de su derrota de 2008 y de la eficacia de la campaña de Obama, es de la importancia de dar la batalla con el proyecto de una Norteamérica postracial.

Se politizó en los círculos intelectuales de la Costa Este en los 70

Últimamente, ha multiplicado las intervenciones en las que habla de los derechos de las mujeres, por ejemplo en una asamblea de mujeres “líderes” de Silicon Valley, a finales de febrero, o en marzo durante la gala de aniversario de la famosa Emily's List (comité de acción política constituida en los años 80 con el fin de apoyar a los candidatos demócratas que defienden el derecho al aborto). Aboga por la igualdad salarial entre hombres y mujeres, las políticas de apoyo a las guarderías y a la educacióny también por la mejora legislativa en materia de permisos de paternidad. En lo que respecta al permiso de maternidad, la legislación federal en vigor solo obliga a las empresas norteamericanas de más de 50 empleados a otorgar a sus empleadas 12 semanas de baja no remunerada, con ciertas condiciones, como por ejemplo, que lleven un año en el puesto.

A simple vista, no hay nada demasiado radical ni arriesgado en su mensaje. Va en consonancia con la línea del Partido Demócrata, con especial atención a las políticas identitarias y de lucha contras las discriminaciones de las que son objeto las “minorías”, afroamericanas, mujeres u homosexuales.

Hay que reconocerle a Hillary Clinton la constancia de su compromiso en la materia. Desde los años 70, Hillary Clinton está del lado de los liberales y de los progresistas en las principales cuestiones de índole social de la época, por ejemplo, la lucha en defensa de los derechos cívicos.

Hillary, que se licenció en 1973 en Derecho por la Universidad de Yale, se especializó en derecho infantil y se convirtió en asesora jurídica de una organización que acababa de nacer –pronto se convirtió en todo un referente– la Children's Defense Fund. En los 80, consiguió sacar adelante la reforma de la educación pública en Arkansas. Era un iniciativa promovida por Bill Clinton que acababa de ser reelegido gobernador de Arkansas y que confió un asunto clave a su mujer, que ya era su más fiel aliada en política. La cuestión le urgía, las escuelas de Arkansas se encontraban en un estado lamentable.

Años más tarde, en el año 2000, fue la primera First Lady en asistir a un desfile de la gay pride (hasta declararse partidaria del matrimonio homosexual). Después se convirtió en la senadora que acabó con décadas de tradición machista al atreverse a vestir pantalón el día que prestaba juramento en la asamblea (lo que le valió el respeto de numerosas senadoras, demócratas o republicanas). Se impuso como militante feminista, junto con su hija, en la Clinton Foundation, donde ambas lanzaron el No ceilings project, dirigido a instar a las mujeres de todo el mundo a participar en cuestiones de índole pública.

Por supuesto, este posicionamiento se explica por la época en que se politizó –los años 70, en los círculos intelectuales de la costa Este–, pero también en parte por su fe cristiana metodista y por el papel que desempeñaron mentores como Donald Jones. Conoció a este reverendo progresista en los 60, cuando era una adolescente de Park Ridge, suburbio de clase media de Chicago, criada por un padre rígido, violento, 100% republicano.

Don Jones introdujo por aquel entonces a sus alumnos en conceptos como “la fe en acción”, la importancia de la lucha por la justicia social y los derechos humanos. Les llevó a visitar los guetos de la ciudad, a escuchar a Martin Luther King, las obras de la literatura contemporánea; decisiones que despertarán la ira de padres de la ciudad y que le abocaron a renunciar. Hillary se carteó durante más de 20 años con este reverendo. Su mujer y él acudieron regularmente a la Casa Blanca durante el mandato de Bill Clinton, según se recoge en el libro A Woman in Charge, de Carl Bernstein.

El problema es que, con el paso de los años, los imperativos electorales terminaron en ocasiones por imponerse sobre las convicciones de Hillary, especialmente en materia de justicia social. En los 90, apoyó la revisión de las ayudas sociales que impulsó Bill Clinton en su voluntad por mostrar un compromiso con los republicanos. Los Estados obtienen entonces mucha más libertad en materia de asignación (y sobre todo de no asignación) de estas ayudas. Y Bill Clinton se comprometió a reducir las ayudas fiscales en 55.000 millones de dólares en seis años. Por el ala izquierda, el estado del bienestar quedaba enterrado.

Más tarde, en el 2000, en su acercamiento a Wall Street –de quien defiende los intereses como senadora por el Estado de Nueva York–, tomó por costumbre evitar contrariar a sus ricos donantes. Acepta sobre todo donativos que le llegan como parte de su caché: sus discursos y conferencias se pagan a un promedio que supera los 200.000 euros. Un amiguismo “fruto de la dinámica electoral de Estados Unidos”, comenta Rebecca Traister.

Esto obedece también a la personalidad de Hillary: “La otra constante en la vida política de Hillary Clinton es su capacidad para alcanzar un compromiso”, señala el periodista Jonathan Allen. “Lo que para algunos es una fortaleza porque permite hacer que las cosas avancen, para otros representa una debilidad, que denota falta de espiritu de lucha, de convicción”, continúa. El resultado es que en ocasiones no es fácil seguirla, saber lo que realmente piensa. Puede parecer dubitativa y dar la impresión de que va en la dirección del viento.

“Es su manera de abrirse camino en el sistema norteamericano”, prosigue Rebecca Traister para quien, según la lógica de los Clinton, “el fin justifica los medios”. Además, Hillary Clinton ha aprendido de sus experiencias y de sus fracasos. Ha sacado en claro que soltar lastre, incluso alcanzar acuerdos con sus oponentes, podía permitir a los Clinton continuar en la arena política.

La tibieza de Hillary Clinton asusta a la izquierda del partido demócrata

Los ejemplos son numerosos. En 1982, decidió adoptar el apellido de su marido, algo a lo que se había negado en rotundo desde que ambos contrajeron matrimonio, en 1975. Este detalle alcanzó una magnitud tal durante la segunda campaña de Bill como aspirante a gobernador de Arkansas –infructuosa– que prefirió parar en seco a sus oponentes convirtiéndose por fin “Hillary Clinton”. La campaña marcó el nacimiento de la pareja Clinton en política por varios motivos, Hillary se convirtió en la verdadera directora de campaña en la sombra.

Diez años más tarde, habría aprendido de su fracaso a la hora de abordar la reforma sanitaria, bajo el mandato de su marido. Un asunto que le supuso ser una primera dama muy cuestionada (antes de verse humillada públicamente por el caso Mónica Lewinski). Optó por gestionar dicha reforma a puerta cerrada, se rodeó de algunos asesores y limitó al máximo las discusiones con el entorno del presidente. Hasta el punto de ponerse en contra no solo al colectivo médico, sino también a los asesores económicos de Bill Clinton. La reforma fracasó y los republicanos se hicieron con el Congreso en las siguientes elecciones, en 1994.

A raíz de esto, el periodista Joshua Green, en una larga investigación de 2006, consagrada a los años de Clinton en el Senado, destaca que Hillary aprende a tratar con los “egos sobredimensionados” de los que le rodean y se convierte en una “maestra en el arte de negociar en el pasillo”. Aunque eso implique mostrarse mucho más prudente que hasta la fecha y a dejar atrás su idealismo. “Un estilo político que se terminará por ser su firma en el Senado”, analiza Joshua Green, que considera que no implicaba riesgo alguno. “Ninguna gran idea, ninguna causa por la que mereciese emprender cruzada alguna [...] Solo pequeños logros”, estima.

Este estilo inquieta al ala izquierda del Partido Demócrata, a quien gustaría ver aparecer un candidato demócrata con ideas nuevas y radicales para luchar contra la influencia del dinero en política, contra el aumento de las desigualdades de rentas o contra la explosión de la deuda estudiantil. La tibieza de Hillary Clinton les asusta.

Esta inquietud es legítima. Hillary Clinton parecer ser la única candidata demócrata sólida a día de hoy, esto significa que puede tomar posiciones en el centro desde el comienzo de la campaña, ya que sus únicos oponentes serán los republicanos. No habrá nadie para desviarla a la izquierda, para suscitar el debate, comenta Rebecca Traister. “Por tanto, esto pasará a ser una labor de los medios de comunicación, de los intelectuales”.

¿Aumento de las desigualdades? “Es bastante consciente del problema”, señala William Greider en el diario progresista The Nation. Aplaude las propuestas en materia de permiso paternal y el discurso a favor de la igualdad salarial. Recuerda su proximidad con el Center for American Progress, un think thank que acaba de publicar una serie de “recomendaciones inteligentes” destinadas al Partido Demócrata. Pero también se muestra inquieto, desanimado: estas propuestas ya se han escuchado muchas veces desde la presidencia de Bill Clinton y nunca se han materializado.

En su opinión, pone de manifiesto la crisis de identidad por la que atraviesa el Partido Demócrata. “¿En qué cree realmente el partido? ¿Cuáles son los intereses que el elegido va a defender realmente? Hace tiempo que los demócratas han perdido su alma [...] Las elecciones de 2016 podrían convertirse en un momento decisivo en el curso del cual el partido se transforme al adoptar una agenda económica agresiva de izquierdas, o bien se quede anclado en el pasado, en una estrategia de amiguismo con el entorno económico concebido por los nuevos demócratas de Bill Clinton”, escribe.

Es difícil imaginar que la candidatura de Hillary Clinton vaya a insuflar una bocanada de aire de izquierdas al Partido Demócrata, que se vaya a pronunciar, por ejemplo, a favor de una regular mejor los mercados o de subir los impuestos a las rentas más altas, aunque solo cuando dé a conocer su programa se podrá juzgar.

Entretanto, para hacer presión en el partido, un pequeño grupo de electores, de investigadores, de intelectuales y de líderes de la comunidad han lanzado la campaña Run Elizabeth Run. Con ello pretenden impulsar la candidatura de la senadora progresista Elizabeth Warren, a pesar de que esta ha anunciado que no se presentará. Para ellos es un símbolo, la mejor encarnación de lo que podría ser un Partido Demócrata revitalizado.

El 20 de abril, impulsores de la campaña Run Elizabeth Run, como Lawrence Lessig, profesor de Derecho en Harvard, conocido por su trabajo sobre la neutralidad en la Red, y Van Jones, militante ecologista fundador de varias ONG, se darán cita en Nueva York en un gran debate público. Abordarán la reforma del sistema de financiación de las campañas electorales en Estados Unidos, la corrupción y el aumento de las desigualdes de la renta. Quién sabe si, quizás Hillary Clinton, desde Brooklyn, permanecerá atenta.

Todos contra Hillary

Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

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