Crisis en la eurozona

Buenos días, tristeza

Vista de un cartel colgado en el ministerio de Finanzas con las palabras "No al chantaje y a la austeridad" en Atenas.

Jean-Claude Juncker ha entrado en campaña. El lunes por la mañana pidió el en el referéndum sobre las últimas “propuestas” presentadas por los acreedores a Grecia. Eso sí, antes había criticado la iniciativa democrática de Alexis Tsipras, quien sin embargo está obligado a dirigirse al electorado, dado que la hoja de ruta que los acreedores quieren imponer al país heleno se sitúa en las antípodas de aquello para lo cual resultó elegido. El presidente de la Comisión Europea ¿es consciente de lo que hace? Precisamente por este tipo de injerencias, continuas desde el inicio de la crisis en Grecia, los dirigentes europeos se han puesto a los griegos en contra. Porque los griegos no solo han vivido cinco años de una austeridad devastadora para las clases medias, sino que han sido humillados, infantilizados y acusados de todos los males por parte de los jefes de Estado, representantes de las instituciones europeas y del FMI. También por un cierto tipo de prensa, en Alemania y también en Francia, que ha contribuido a alimentar los tópicos y a enfrentar a los pueblos europeos entre sí.

A pesar de que muchos de los griegos, contactados tras los últimos acontecimientos sobrevenidos, no tenían claro qué iban a votar el domingo, al menos Juncker puede sentirse satisfecho por haberles ayudado a tomar una decisión: “Creo que después de lo de Juncker, voy a votar por el no”, me decía este lunes una amiga de Atenas. Se trata de una persona, como conozco a decenas en Grecia, políglota, sobrecualificada, apasionada por el trabajo –cuando lo tiene–, pero que alterna, a sus 35 años ya cumplidos, el paro con trabajos esporádicos desde hace cuatro años. Pese a todo, esta amiga no es una fanática de Syriza ni formaba parte aún de los indignados ni de los hastiados de la política, cada vez más numerosos en Grecia en los últimos años. De izquierdas, era muy crítica con la estrategia de Tsipras desde que llegó al Ejecutivo. Como muchos griegos que votaron por la izquierda radical en enero con la esperanza, sobre todo, de acabar con las políticas austericidas, esperaba que se reorientara el reparto presupuestario, cierto amago de reactivación económica, el fin de la derecha reaccionaria en el Gobierno. No una revolución. “¿Qué pasa con la Unión Europea? Uno se pregunta si todavía aquí podemos convocar elecciones, si todo lo decide gente que no tiene ni idea de lo que es Europa o de lo que es Grecia...”, critica.

Con sus palabras, Juncker ha puesto definitivamente contra las cuerdas a los griegos. Se equivoca al abogar por el , como se equivocó al forzar, a finales de 2014, el adelanto electoral, creyendo que se formaría una nueva coalición de gobierno, que obtendría una nueva legitimidad renovada, capaz de imponer medidas de austeridad adicionales. En noviembre, la Comisión Europea, junto con el FMI, empezó a dejar caer al conservador Antonis Samaras, entonces primer ministro, en un momento crucial en el que el Parlamento griego se disponía a elegir a un nuevo presidente de la República. A continuación, se puso en marcha la maquinaria y la Comisión Europea intervino en cada etapa. El comisario francés Pierre Moscovici invitó a votar por un hombre de derechas, Stavros Dimas, “un hombre de bien”. “Los griegos van a elegir su destino. No debemos influir en ello pero, una vez más, es lógico que hablemos con gente legitimada que hace y piensa lo que nosotros pensamos”.

Error. Pierre Moscovici no encontró en la mesa de negociaciones a diputados griegos que pensaran como él. Nuestros representantes al frente de las instituciones europeas, ¿llegarán a entender el daño que hace su injerencia en los asuntos internos de un país, lo contraproducente que es y contrario que resulta para sus propios intereses? Porque aunque estos dirigentes rechazan ahora a Tsipras, en realidad, son ellos quienes lo han creado. Sin las políticas continuas de austeridad en marcha desde hace cinco años, sin estas innumerables frasecitas humillantes lanzadas desde Bruselas, Berlín o Atenas, Syriza, que no superaba el 4% de los votos nacionales hasta 2012, nunca habría resultado elegida.

No contentos con aprender de sus errores, estos “socios” de Grecia no han dejado, desde enero, de desacreditar a Tsipras. No han aceptado ninguna de sus propuestas. Como si el jefe de Gobierno griego no fuera un interlocutor legítimo en las conversaciones. Como si su mandato no lo avalará una mayoría de los electores. Semejante actitud por parte de las instituciones y los dirigentes europeos solo puede consolidar al líder griego ante el electorado heleno.

Es difícil entender lo que sienten, en su fuero interno, los responsables políticos europeos. ¿Piensan en serio que los electores griegos van a votar a sus propuestas, que el Gobierno Tsipras va a caer, y que después los griegos volverán a poner a Samaras al frente del ejecutivo, como si tal cosa? ¿Acaso se hacen una idea de cuál es el sentimiento de la calle, tienen la ligera impresión de lo que la gente vive en Grecia desde hace cinco meses? No, los griegos no están hastiados de la actitud del Gobierno de Tsipras. Es verdad que viven desde hace cinco meses en una situación insostenible, de bloqueo económico, la temporada turística se prevé desastrosa habida cuenta de las circunstancias. Además, desde el lunes, se ha limitado a 60 euros al día el dinero en efectivo que se puede sacar de los bancos. ¿Quién puede sacar más de 60 euros diarios? Lo que supera a los griegos no son las decisiones de Tsipras, sino ese no tajante de las instituciones a cualquier posibilidad, por pequeña que sea, de acabar mínimamente con el estrangulamiento presupuestario del país. El famoso “oxi” (no), la palabra griega más reproducida estas últimas 48 horas, no procede del bando que a priori podría creerse.

El norte frente al sur de Europa

Los dirigentes europeos, tan dispuestos como están a pedir responsabilidades a sus homólogos griegos, harían bien es aplicarse el cuento ellos mismos primero. Poner contra las cuerdas a los griegos y desear que se celebren nuevas elecciones es irresponsable. La sociedad griega está extenuada y hace tiempo que ha perdido el rumbo y, si algunos se preocupan por la falta de control en los mercados financieros, es hora de preocuparse por la falta de control en una sociedad que se encuentra, en estos momentos, desorientada y de las consecuencias que se podrían derivar de ello en otros países si las instituciones se mostrasen tan inflexibles en el continente.

En las elecciones de enero, Amanecer Dorado logró más del 6% de los votos. El partido neonazi, que antes de la crisis nunca había conseguido ninguna victoria, irrumpió en la Vouli en junio de 2012. Obtuvo 20 diputados. A pesar de la ola de arrestos llevados a cabo a finales de 2013, y del hecho de que una gran parte de su dirección y de sus diputados estén siendo juzgados actualmente por varios delitos, la organización neonazi conserva un apoyo nada desdeñable entre el electorado. Su discurso xenófobo, antieuropeo y populista solo puede desarrollarse frente a una casta bruselense indiferente a la suerte de los ciudadanos.

Los dirigentes no son los únicos que respaldan escenarios absurdos y que acusan al adversario de un golpe de suerte cuando son ellos los que ha hecho girar la ruleta. En Berlín, París o Bruselas, los que se autoproclaman especialistas en Grecia, editorialistas con fines oscuros, medios de comunicación populistas alimentan el mito del griego defraudador, rebelde y perezoso. Sobre todo, frente al caso de Tsipras, en lugar de recibir esta formidable oportunidad para hacer que nuestra Unión Europea evolucione, han enfrentado a unos países contra otros; la teóricamente virtuosa Europa del Norte contra la presuntamente derrochadora Europa del Sur, que nunca había sufrido ningún revés. Al margen de que una visión semejante es reduccionista y sesgada, ¿es necesario recordar que Grecia era, hasta ingresar en la Unión Europea, en 1981, el país más pobre de la Europa del Oeste? Lleva implícita la negación de lo que es la UE: una unión de pueblos y, por tanto, de culturas, de lenguas, de tradiciones, de caracteres diferentes. ¿Qué sería Grecia con reglas alemanas? No sería Grecia.

Hace más de cinco años que me dedico a informar sobre cuanto acontece en el país. Conocía esta Europa del Norte y la Europa central antes de hacer mis maletas con destino a Atenas. Me gusta esta riqueza que es la marca de nuestro continente, me gusta el temperamento de los polacos, tanto como el de los griegos. Quizás, los que nos dan lecciones tan críticas sobre Atenas, deberían ir a una isla griega y hablar con sus gentes, antes de prejuzgar la situación sin salir del despacho. Quizás nunca se han subido en un barco con rumbo a uno de esos pequeños puertos que solo existen en las islas Cícladas. Quizás nunca se han bañado en el mar Egeo al final de una tarde tórrida de verano, antes de tomar el aperitivo a la sombra de un olivo y comer calamares fritos al borde del agua. Quizás no conocen esa luz mediterránea tan intensa, sa luz que ha visto nacer la filosofía occidental. Quizás, también ignoran este punto.

Porque es necesario ignorar muchas cosas para ser capaz de comparar al Gobierno de Tsipras con la dictadura de los coroneles, como hacía el lunes, en Slate, Jean-Marie Colombani [exdirector de Le Monde]. Los dirigentes europeos no pueden, escribía, “abandonar a los griegos a su triste gobierno. Merecen algo mejor que Tsipras y sus aliados. Como antaño no merecieron a los coroneles”. Cuando no es el diario Le Monde, periódico que ha multiplicado estos últimos meses las comparaciones cogidas por los pelos entre Grecia y Letonia (“afortunados los Estados Bálticos, que están ahí para defender a los países del Club Med. Por su parte, han tenido el buen gusto de reestructurarse antes de entrar en el euro”, escribía Arnaud Leparmentier este invierno) y nos abruma con crónicas cada cual más crítica que la anteriores con los griegos, en absoluto desfase con lo que narran sus propios periodistas sobre el terreno. “Habida cuenta de la gravedad de la situación, quizás sea necesario que los dirigentes griegos dejen la partida de póker que van perdiendo para abandonar el callejón sin salida en el que se han extraviado. Antes de que sea demasiado tarde”, escribía el mismo cronista el 17 de junio. Terminaba su artículo haciendo un llamamiento a un gobierno “de unión nacional, con o sin Tsipras”, qué más da si es o no democrático.

Este martes, en France Culture, Brice Couturier, que no es la primera vez que ataca a Grecia, se trastabillaba hasta en tres ocasiones con el apellido de Tsipras. “El señor Tsirpas”, decía. Aludió a los “tres planes de reestructuración de la deuda griega”, en lugar de los dos “descuentos” a los que se ha sometido la deuda contraída con los acreedores privados, en 2012. Si los que dan lecciones empezaran por trabajarse primer el tema y dejar de hablar de oídas y de decir falsedades, Europa iría mejor. Por cierto, oxi se pronuncia ochi, como la “ch” alemana. Eso debería resultarle más sencillo al locutor radiofónico.

Fui corresponsal en Grecia, para diferentes medios de comunicación, desde finales de 2009 a finales de 2013. He vivido desde dentro y trabajado, como periodista sobre el terreno, los cuatro primeros años de la crisis que atraviesa el país.

Traducción: Mariola Moreno

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