la lucha contra el terrorismo yihadista

Las razones de la política errática de Hollande en Oriente Medio

Las razones de la política errática de François Hollande en Oriente Medio

El portaaviones nuclear Charles-de-Gaulle y su grupo aeronaval dejarán la base de Toulon este miércoles para poner rumbo al Mediterráneo oriental donde tienen previsto llegar a mediados de diciembre para combatir al Daesh (acrónimo del autoproclamado Estado Islámico en Irak y el Levante) y sus ramificaciones. Este despliegue, anunciado hace 15 días por el Elíseo en un comunicado, no tiene relación alguna con los atentados ocurridos el pasado viernes en París. Responde más bien al deseo doble de reforzar la capacidad potencial de Francia de lanzar un ataque en la región y de hacer visible la implicación militar de París, en un momento en que la implicación rusa en el terreno altera las relaciones de poder y las relaciones diplomáticas.

Los 12 aviones Rafale y los nueve Super-Étendard, así como el avión de vigilancia Haekeye, a bordo del Charles-de-Gaulle, se suman a los seis Rafale con base en los Emiratos Árabes Unidos y a los seis Mirage 2000 desplegados en Jordania. En total, son 33 los aparatos de combate movilizados por el Elíseo en las fronteras de Irak y de Siria. Estamos ante un despliegue modesto, si lo comparamos con el enorme escuadrón (integrado por casi 500 aparatos) desplegado por Estados Unidos en la región. Suficiente para dar a París voz en el debate diplomático y estratégico. Insuficiente para lograr la autoridad que persiguen los dirigentes franceses.

Francia, comprometida desde 2014 con la coalición que aglutina a unos 60 países en torno a Estados Unidos, participa –modestamente– en las operaciones dirigidas a controlar la expansión del Estado Islámico. Según las estadísticas de la propia coalición, la aviación francesa es responsable del 5% de los ataques aéreos lanzados en el último año; el Ejército del Aire norteamericano, que cuenta con bases en la región y que dispone de portaaviones, efectúo la mayoría (67%) de los bombardeos llevados a cabo contra las instalaciones y las tropas del Estados Islámico.

Inicialmente, tal y como puntualizó François Hollande en el momento de anunciar que había decidido responder a la petición de apoyo aéreo lanzada por el Gobierno de Bagdad, los ataques franceses se centraron en objetivos iraquíes. “No podemos intervenir [en Siria] porque no queremos correr el riesgo de que nuestra intervención ayude a Assad o al Daesh”, señalaba el jefe del Estado en febrero de 2015. En ese momento, los Rafale y los Mirage limitaban su horizonte al cielo iraquí. En un año, se han alcanzado y destruido más de 450 objetivos del EI, según el Jefe del Estado Mayor francés.

Hasta el pasado 8 de septiembre. Entonces, se produjo un cambio de estrategia. Dos aviones Rafale con base en los Emiratos Árabes, emprendieron un primer “vuelo de reconocimiento” sobre territorio sirio para identificar eventuales objetivos. Tal y como explicaba entonces a Mediapart una fuente conocedora de los hechos: “El Elíseo y Defensa han decidido elaborar y mantener actualizada una lista de objetivos que eventualmente pueden atacarse en represalia a un atentado de Daesh contra Francia o que pueden atacarse con carácter preventivo para impedir atentados en ciernes o para desmantelar la infraestructura político-militar de Daesh, conforme al principio de legítima defensa recogido en la Carta de Naciones Unidas”.

“Una de las mayores dificultades radica en el hecho de que las instalaciones de Daesh se encuentran dispersas en un amplio territorio y, a menudo, entre la población civil, lo que implica una preparación y una ejecución minuciosa de los ataques. Además de ser moralmente difíciles de defender, los daños colaterales serían utilizados por el aparato de propaganda del Estado Islámico y sería totalmente contraproducentes”.

Menos de tres semanas más tarde, seis aeronaves franceses, de ellos cinco Rafale, atacaban un campo de entrenamiento de Daesh cerca de Deir Ez-Zor, al este de Siria. Antes de la ofensiva desencadenada en la noche del 15 al 16 de noviembre en Al Raqa, se había producido menos de media docena de ataques aéreos, fundamentalmente contra los pozos petrolíferos en manos de Daesh. ¿Cómo se explica este cambio de rumbo de François Hollande? Oficialmente, para París, la situación sobre el terreno ha cambiado: Daesh se ha convertido en el principal enemigo, por delante de Assad. “Las masacres de Daesh provocan la huida de miles de familias”, apuntaba François Hollande en rueda de prensa el 7 de septiembre. “Nuestro enemigo es Daesh; Bachar al-Assad, es enemigo de su pueblo”, llegó a precisar incluso el ministro de Defensa, Jean-Yves Le Drian.

Es evidente que el Estado Islámico, que a diario siembra el terror en las zonas que controla, y mediante la difusión que hace en las redes sociales de la violencia que ejerce, incita a los sirios a huir en masa y, al mismo tiempo, propaga, en el exterior, la imagen de una barbarie que desencadena el éxodo. Sin embargo, de ahí a desdeñar el salvajismo del régimen de Assad, la colocación de barriles de explosivos en las zonas civiles, el recurso permanente al terror y a la tortura, sólo hay un paso. Que François Hollande y Laurent Faubius, partidarios fervientes de la “salida” de Bachar, han franqueado.

La presión del Ministerio de Defensa

¿Por qué, antes incluso de la carnicería de Daesh en París, François Hollande y su ministro de Asuntos Exteriores cambiaron de opinión de la noche a la mañana? Porque desde hace al menos un año, el Jefe del Estado mayor y el Ministerio de Defensa, que contaban con informaciones concretas, solicitaban, a veces en contra del criterio del Ministerio de Exteriores, permiso para lanzar una ofensiva en Siria. En este país, en su opinión, se encontraban las principales infraestructuras y los campos de entrenamiento del EI que amenazan a Francia. Pero también porque, en menos de dos semanas, han ocurridos tres hechos de naturaleza diversa, relacionados con la percepción generalizada que puede haber en Francia en relación a la crisis de Oriente Próximo. Y han convencido al presidente francés –y a sus asesores– a la hora de de cambiar su línea sobre Siria.

El primer acontecimiento fue el atentado abortado, gracias a la intervención de los valientes pasajeros que viajaban a bordo del tren Thalys el pasado 21 de agosto, al norte de Francia. En principio, el terrorista Ayub el-Khazzani, un ciudadano marroquí, armado con un kaláchnikov, una pistola automática y nueve cargadores, no estaba vinculado con el conflicto, sino que era miembro del movimiento islamista radical y encarnaba la amenaza que el yihadismo internacional representaba para la vida cotidiana, la libertad de movimientos, la seguridad de los europeos, y en particular de los franceses. Este hecho reavivó, en el pueblo francés, la convicción de que el terrorismo también estaba a nuestras puertas.

El segundo acontecimiento fue el hallazgo, el 2 de septiembre, en una playa de Bodrum (Turquía), del cadáver del pequeño Aylan, ahogado, junto a su hermano y su madre, tras el naufragio de la embarcación con la que pretendían alcanzar la isla griega de Kos. Mientras toda Europa se veía confrontada al desafío del éxodo de los sirios, que huían del terror, y a la constatación cruel de los límites de la compasión y la hospitalidad, la foto del pequeño cadáver, que llegó a todos los rincones del planeta gracias a las redes sociales, también representó un interrogante ante la responsabilidad y la indiferencia de los europeos frente a la tragedia que aniquila a nuestros vecinos del sur.

El tercer acontecimiento fue la destrucción, el 31 de agosto, del templo de Bel en Palmira, que quedó arrasado por los combatientes del Estado Islámico. A esta destrucción le siguió, días después, la voladura de las torres funerarias en el mismo yacimiento. Mientras los yihadistas reivindicaban con gran júbilo su acción, el crimen perpetrado contra el patrimonio cultural de la humanidad que representaba Palmira, de valor incalculable, ilustraba de forma caricaturesca la intolerancia fanática de los dirigentes de Daesh, así como su voluntad ciega por destruir todo aquello anterior al Islam, tal y como lo conciben y por prohibir cualquier celebración que no sea la que honra a su dios.

En opinión de los asesores del Elíseo y del Ministerio de Exteriores, convergían toda una serie de factores que no se podían pasar por alto y que requerían un cambio de actitud frente a Siria. La emoción, la inquietud y la indignación permitían "venderlo" a la opinión pública francesa, a falta de hacerlo comprensible a la vista de nuestros aliados y coherente de cara a los observadores más experimentados. ¿Es así, haciendo converger la actualidad y la comunicación, como se define y pone en marcha una política extranjera? Muchos diplomáticos, aún en ejercicio o reconvertidos en asesores, tras la jubilación, lo cuestionan.

“Espero no desesperar a nadie”, manifestó a principios de octubre la exministra de Exteriores Hubert Védrine, antes de admitir que “existe una política extranjera francesa de facto”, pero que en el caso de Oriente Medio se limita a “fragmentos de política francesa yuxtapuesta”. “Francia no tiene una verdadera visión”, lamentan otras figuras del panorama nacional.

¿Por qué? En primer lugar, quizás porque la definición de la política francesa, en particular en esta parte del mundo, se encuentra dividida, incluso a veces es fuente de discrepancias, entre el Elíseo y Exteriores. Y, en el conflicto sirio-iraquí, con fuerte presencia de Defensa. También porque las ecuaciones personales de los principales responsables, la influencia de sus principales asesores, el peso y la herencia de las diferentes administraciones no contribuyen a la coherencia. Por último, porque, tal y como señala un diplomático, “nuestra política actual en Oriente Medio es más bien de reacción que de acción. No se ha planteado la acción a largo plazo”.

Las relaciones de Francia y Arabia Saudí son una magnífica ilustración en este sentido. ¿En qué se basan? ¿En el examen pragmático de las fortalezas y de las debilidades de este país? ¿En el respeto de los valores que Francia, en principio, defiende? ¿En la influencia positiva y estabilizadora en la región? ¿En la evaoución a largo plazo de nuestros respectivos intereses? Podemos dudarlo.

Al optar por convertir a esta monarquía absoluta wahabita –que ha ejecutado a 146 condenados a muerte en lo que va de año– en nuestro socio privilegiado en Oriente Medio, François Hollande y Laurent Fabius, con el apoyo inestimable de Le Drian, han priorizado su apreciada “diplomacia económica”, sacrificado algunos principios y dilapidado determinadas cartas diplomáticas valiosas.

La alianza sunita

El régimen saudí nos ha comprado helicópteros de combate, patrulleras, sistemas de vigilancia. En el centro de conversaciones hay centrales nucleares EPR y una veintena de proyectos adicionales. Arabia Saudí también ha encargado a Francia armamento por importe de 3.000 millones de dólares, destinado al ejército libanés, y ha pagado la factura de los dos navíos Mistral, vendidos a Egipto. ¿Ha primado en los príncipes saudíes su confianza en la tecnología francesa? No.

Para Riad, los favores que en el último año viene haciendo a París son una forma de manifestar su enfado con Washington y un modo de pagar a Francia por su celo. Los príncipes le reprochan a Obama que renegase de su compromiso al no atacar Damasco en el otoño de 2013, cuando el régimen sirio utilizó armas químicas contra su propio pueblo, precisamente en el momento en que aviones franceses estaban a punto de despegar para participar en la ofensiva internacional. Le reprochan también el importante papel de Washington en las negociaciones del acuerdo alcanzado sobre el asunto nuclear iraní, que ha reabierto a Teherán las puertas del concierto de las naciones. También aquí, critican la actitud de Washington, considerada exageradamente complaciente con los mulás, frente a la posición de París, que ha sido reticente durante mucho tiempo a la normalización de las relaciones con Irán.

Al permanecer callado sobre el carácter medieval del régimen saudí, sobre el estatus casi esclavista al que se somete a las mujeres, sobre las innumerables violaciones de los derechos humanos que se cometen, al olvidar que la doctrina religiosa del reino –el wahabismo– ha sido el caldo de cultivo de todos los yihadistas o que numerosos príncipes y personalidades saudíes han sido –¿o siguen siendo?– generosos mecenas de los movimientos islamistas radicales, empezando por el de Osama Bin Laden, París no falta sólo a sus deberes morales –la diplomacia ha tomado la costumbre de librarse de ellos–, sino que aparece, a ojos de toda la región, como el aliado privilegiado de los regímenes sunitas. Esta excelente predisposición mostrada hacia el reino saudí se extiende también a las monarquías del Golfo, wahabitas también empezando por el riquísimo Catar, país que ha encargado 24 aviones Rafale.

François Hollande, testigo de excepción de la buena disposición que muestran hacia su persona los emires, fue invitado en mayo pasado, en un homenaje excepcional, a participar en una reunión del Consejo de Cooperación del Golfo, en el que participaban Arabia Saudí, Catar, Kuwait, Bahréin, los Emiratos Árabes Unidos y Omán. Después de esto, a los diplomáticos franceses les resulta difícil criticar que se acallen las reivindicaciones democráticas en Bahréin, reprochar a la aviación saudí –que combate del lado del régimen en la guerra civil de Yemen– los bombardeos indiscriminados sobre la población civil y sobre el patrimonio arquitectural. También resulta difícil denunciar el papel de algunas familias o instituciones wahabitas del Golfo en la financiación de yihadismo.

La alianza con los sunitas –discutible en el plano diplomático– también es contestable en el plano estratégico, sobre todo en lo que respecta al papel que París pretende jugar en la lucha contra el Daesh y la resolución de la crisis siria. Sobre todo en un momento en que Irán, de vuelta al panorama diplomático internacional después de alcanzar un acuerdo en la cuestión nuclear y que está a punto de disponer nuevamente de ingresos procedentes de los hidrocarburos, pretende encontrar su sitio y disputar a Riad el papel de primera potencia de la región.

“Al adoptar el papel de "poli malo", durante las negociaciones sobre la cuestión nuclear iraní, Francia se equivocó. Su decisión poco juiciosa le otorgó poco peso en las negociaciones y se impuso el rodillo norteamericano”.

En Irak, está claro que actualmente no se puede hallar ninguna solución ni a la hora de estabilizar el régimen ni en la lucha contra el Daesh sin la ayuda de Irán, importante hoy, y de Rusia. París parece haber tomado partido y prosigue con su modesta contribución a la coalición militar internacional. En Siria –donde Moscú y Teherán participan en la defensa del régimen de Bachar al-Assad y en menor medida contra el Estado Islámico– París, después de apostar por el derrocamiento de Bachar para apoyarlo más tarde sin mucho éxito– los miembros no yihadistas de la oposición que combatían el régimen, están evolucionando, presionado por los hechos, es decir por la relación de fuerzas sobre el terreno.

Mientras proclamaba, desde el inicio de la crisis, al igual que el ministro de Exteriores, que “Bachar no formaba parte de la solución” a la crisis siria, François Hollande admitía, a principios de septiembre, que la salida del dictador sirio se plantearía “en un momento u otro de la transición”. La entrada en escena, en el plano militar, de Rusia del lado del régimen sirio; las palabras del secretario de Estado norteamericano John Kerry según el cual “la salida [de Assad] no debe producirse necesariamente el primer mes de la transición”, han diluido el peso de la posición francesa en las discusiones sobre la búsqueda de una salida de la crisis. Y ha sido así hasta el punto de que en la Asamblea General de la ONU, celebrada a finales de septiembre, Ban Ki-Moon no siquiera mencionó a Francia entre los países (Estados Unidos, Rusia, Arabia Saudí, Irán, Turquía) que podían desempeñar un papel clave en la resolución del conflicto sirio.

La ofensiva terrorista internacional de Daesh –atentados sangrientos en Turquía, la explosión en pleno vuelo del avión ruso que sobrevolaba el Sinaí, la matanza de la semana pasada en París– parece haber desencadenado un consenso al menos provisional contra el EI. Durante la conferencia internacional que reunía el sábado pasado en Viena a los representantes de 17 países –entre ellos, Rusia, Estados Unidos, Irán, Turquía, países árabes–, seguían existiendo diferencias sobre el destino de Bachar al-Assad y sobre la lista de grupos sirios que deben ser aceptados como movimientos de oposición o que han de ser rechazados por ser terroristas.

Pero según Laurent Fabius, el acuerdo era casi total en lo que concierne a la necesidad de “coordinar la lucha internacional contra el terrorismo” y se ha adoptado en Siria una “hoja de ruta que define un calendario de transición política”. “En el curso de las discusiones, estaba claro que Francia, Arabia Saudí, Qatar y Turquía tenían posiciones comunes, o muy próximas, sobre los grupos rebeldes sirios que deben participar en la transición”, constata un diplomático extranjero.

El giro proisraelí de Hollande

La prioridad que se ha otorgado a la “diplomacia económica”, es decir, a los contratos espectaculares, ha tenido un papel tan decisivo que silencia cualquier juicio, incluso las advertencias de los diplomáticos presentes sobre el terreno. La venta de los navíos Mistral a Egipto, abonada por Arabia Saudí, se decidió teniendo en cuenta el peso de Riad en la economía egipcia –lo que permite a El Cairo afirmar en el extranjero su legitimidad–, pero desdeñando las debilidades de la alianza egipcia-saudí, destacadas en una nota del embajador de Francia, André Parant, del pasado 9 de julio.

Decía el diplomático: “Es evidente que la voluntad manifiesta de las nuevas autoridades saudíes por dar, en política extranjera, prioridad a la unidad de las filas sunitas para hacer frente a Irán alimenta despierta recelos en El Cairo. [...] La solidad de esta alianza [...] no excluye una forma de rivalidad tradicional entre estos dos pesos pesados del mundo árabe ni divergencias a veces significativas en el fondo”.

Esta arriesgada política, dirigida a la consecución de importantes contratos, las relaciones de amor-odio, en lugar de privilegiar las visiones a largo plazo, dirige importantes aspectos de la acción diplomática francesa en Oriente Próximo. Pero, no bastan para explicar ciertas decisiones tomadas por el Elíseo y el Ministerio de Exteriores en otro asunto importante, el conflicto árabe-palestino.

Sin duda, Francia permanece fiel a su posición tradicional a favor de la creación de un Estado palestino viable e independiente, junto al Estado de Israel. Sin duda, Laurent Fabius, recientemente ha multiplicado –si mucho éxito, hay que decirlo– las iniciativas en el seno del Consejo de Seguridad, para aprobar resoluciones condenatorias de la ocupación y la colonización israelíes. Pero el Elíseo, desde la llegada al poder de François Hollande, se ha mostrado extremadamente tibio en esta cuestión, llegando incluso a adoptar una postura proisraelí, lo que supone un auténtico giro en las políticas francesas tradicionales.

“Descubrí esta tendencia de Hollande en su primer viaje oficial a Israel, en noviembre de 2013, cuando en la versión inicial de su discurso ante la Knesst, había olvidado mencionar el apoyo de Francia a la creación de un Estado palestino. El olvido se reparó, pero era una señal”.

Una señal que se confirmó con las muestras de amistad que prodigó –por encima de los gestos que dicta el protocolo– el presidente de la República a su anfitrión, en una cena oficial ofrecida por Benjamin Netanyahu. Tras asistir al recital de una cantante israelí, François Hollande, se dirigió, visiblemente emocionado, al primer ministro israelí al que dijo: “Me gustaría tener la voz de esta cantante para manifestar todo el amor que siento por Israel y sus dirigentes”.

Este amor llega en ocasiones a provocar amnesia en el presidente de la República. El pasado 14 de julio, François Hollande en rueda de prensa para explicar los detalles sobre el acuerdo de Viena relativo a la cuestión nuclear iraní, dijo: “¿Cuál era mi preocupación? Evitar la proliferación nuclear. ¿Qué quiere decir, la proliferación nuclear? Esto quería decir que Irán pueda acceder a la bomba nuclear. Si Irán accediese a la bomba atómica, Arabia Saudí, Israel y otros países también querrán acceder a la bomba atómica. Supondría un riesgo planetario”. ¿Cómo podía haber olvidado que Israel hace casi 50 años que tiene la bomba atómica –en parte gracias a Francia–, hasta el punto de contar a día de hoy con al menos 80 ojivas para bombas, misiles aire-suelo, misiles balísticos suelo-suelo o misiles mar-suelo?

El giro proisraelí de François Hollande ha llegado a desencadenar diferencias con el Ministerio de Exteriores. Ocurrió así en julio de 2014, cuando comenzó la operación militar israelí contra la Franja de Gaza, momento en que el presidente de la República afirmó que correspondía a Israel “tomar todas las medidas para proteger su población frente a la amenazas” y que “Francia se mostraba solidaria [con Israel] ante lanzamientos de cohetes”. Al cabo de 48 horas de bombardeos israelíes que provocaron numerosas víctimas palestinas, François Hollande aceptó, presionado por Laurent Fabius y por varios dirigentes del PS, llamar al presidente de la Autoridad Palestina Mahmud Abás para manifestarle “su inquietud por la situación de Gaza” y “lamentar que las “operaciones militares en curso causaran numerosas víctimas palestinas”.

¿Cómo se explica esta actitud continua de François Hollande? No ha sido decisivo el peso de los admiradores de los “neoconservadores” norteamericanos, como sucede con su asesor Jacques Audibert, figura clave en las negociaciones sobre la cuestión nuclear iraní, después de haber dirigido la delegación francesa durante cinco años.

Las razones de la política errática de Hollande en Oriente Medio

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“Para mí, François Hollande está en una postura de neomolletista [con un discurso político muy radical, pero una práctica gubernamental moderada]. Tiene a Israel por un aliado natural e incondicional de Francia. Es fuente de uno de los conflictos que mantiene abiertos con Fabius, que procede de otra familia socialista. El resultado es que Francia se encuentra muy lejos de desempeñar el papel que podría corresponderle en esta cuestión. Cuando Fabius, al que le falta de apoyo a París y de la diplomacia europea, renuncia a presentar a la ONU su resolución de condena de la colonización de Cisjordania, sabedor de que se toparía con el veto norteamericano, pierde la ocasión de armar un escándalo que no habría dañado la imagen internacional de Francia”, dice un exdiplomático.

El fantasma de Guy Mollet ronda sobre los contratos de venta de armas firmados con déspotas, mientras que el presidente de la República saca pecho convertido en jefe de la guerra: podríamos soñar con una alegoría más trepidante de la política exterior de Francia en Oriente Medio. Habrá que contentarse con lo que hay. Lo constata un antiguo colaborador de François Mitterrand y ministro de Exteriores de Lionel Jospin, Hubert Védrine: “El salto entre la idea que Francia se ha hecho de sus propias funciones, de sus responsabilidad y de su capacidad real de acción es a la vez ridícula y triste”.

Traducción: Mariola Moreno

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