Francia

Contra la islamofobia, en defensa del ‘otro’

Contra la islamofobia, en defensa del otro

Edwy Plenel

Esta frase es de un periodista europeo, podría ser de cualquiera. De un gran reportero que viaja por todo el mundo, de una vida pasada plagada de rutas en la búsqueda generosa del otro, otros hombres, otros pueblos, otras culturas, especialmente en África. De un ciudadano polaco, nacido en 1932, que no olvidó que su tierra fue elegida por los nazis como el territorio donde construir los campos de exterminación, marcada para siempre por el asesinato de hombres, mujeres y niños porque eran culpables de haber nacido diferentes –judíos, gitanos…–

Se trata de un extracto de la obra Este otro (Cet Autre, Plon, 2009), la cual tiene una verdadera voluntad: dejar un legado a las generaciones futuras. Ryszard Kapuscinski publicó este libro un año antes de su muerte, en enero de 2007, en Varsovia. Reúne varias conferencias, transforma su experiencia profesional en reflexión política. El camino siempre incierto del gran reportaje, donde "cada encuentro con el Otro es un enigma, algo desconocido, un misterio", en particular, él aprendió que "somos responsables del viaje que hacemos". Dicho de otro modo, el otro, cuyo encuentro nos sorprende, nos molesta o nos desorienta, depende, en definitiva, de nosotros. De nuestra "buena voluntad frente a él", resume. De nuestra negativa a ceder "a esta indiferencia que crea un clima susceptible de conducir a Auschwitz". "¡Párate ! ¡Mira! –lanza Kapuscinski a su lector en una evocación al pensamiento del filósofo Emmanuel Levinas". "A tu lado se encuentra el Otro. Ve en su búsqueda. El encuentro es la prueba, la experiencia más importante. ¡Mira el rostro que el Otro te ofrece! A través de su cara, te retransmitirá su propia persona, mejor aún, te acercará a Dios". La frialdad, la insensibilidad, la ignorancia que conducen a descuidar el Otro, son pasos que nos alejan, mientras que descubrir sus diferencias, "esta otredad que es una riqueza y un valor", nos acerca.

Pero este proceso no sucede solo, requiere un esfuerzo "un auto-sacrificio y heroísmo", escribirá Kapuscinski. Puesto que nos obliga a pensar en contra de nuestras ideas preconcebidas, contra nuestras costumbres, nuestras herencias, contra estos cinco siglos en los que Europa ha dominado el mundo, política, económica y culturalmente, ahogando nuestras relaciones con el Otro, profundamente asimétricas, dominantes, paternalistas. Vivimos un retroceso donde el Otro es invitado de manera definitiva a sentarse en el banquillo del mundo, mientras que nuestro continente, Europa, no puede seguir pretendiendo "coronarse a título exclusivo como árbitro de toda amenaza, autócrata como antaño". Tal es el desafío que nos espera, en el que nos encontraremos y por el que seremos juzgados, en función de cómo tratemos al Otro, bien como hermano o bien como extraño. Este Otro que, en nuestras sociedades, ha tomado la forma de musulmán. De este Otro del que, en cierto modo, depende nuestra relación con el mundo. Nuestro adversario no es otro que el miedo, es por esto que hay que responder con valentía, una valentía cuyo ejemplo da confianza –el valor de los principios, el coraje de atreverse, el coraje a resistir, el coraje de estar a la altura, la valentía de ser solidarios–.

Ayer como hoy, el miedo en el mundo provoca ciertas expresiones de xenofobia y de racismo. Incapaces de mostrar los desafíos del mundo, de entenderlos y manejarlos, los gobiernos que comercian con el odio tratan de sobrevivir gracias a las cabezas de turco, emisarios que liberan el miedo que les habita y les paraliza.

"Es un hombre que tiene miedo", escribía en 1946 Jean-Paul Sartre a propósito del antisemita en sus Reflexiones sobre la cuestión judía. Pero este retrato también es aplicable a la islamofobia, 'negrofobia' o la 'rumanofobia' de hoy: "Es un hombre que tiene miedo. No de los judíos, ciertamente: de él mismo, de su conciencia, de su libertad, de su instinto, de sus responsabilidades, de la soledad, del cambio, de la sociedad y del mundo; de todo salvo de los judíos. El judío no es más que un pretexto, en otro lugar se servirá de los negros, o de los amarillos. Su existencia permite simplemente al antisemita ahogar sus angustias persuadiéndose de que su lugar ha estado siempre marcado en el mundo, que este le esperaba y que tiene, por tradición, derecho a recuperarlo. El antisemitismo, en una palabra, es el miedo ante la condición humana".

Las reflexiones de Sartre ya habían sacado a la luz el nudo que bloquea el pensamiento francés, un nudo que debemos deshacer: el rechazo a admitir al Otro como tal, el problema de asumirlo como un igual, este universal abstracto que solo admite al judío, al negro, al árabe, bajo la condición de despojarlo de su historia y de su memoria. Sartre ridiculizó a los falsos amigos de los judíos, "la democracia", que reprocha a los judíos "estar dispuestos a considerarse como tal", mientras que el reproche del antisemitismo es más radical : "ser judío". "No conoce ni al judío, ni al árabe, ni al negro, ni al burgués, ni al obrero", añadía, "solamente al hombre, en todos los tiempos, en todos los lugares, se parece a si mismo, y es por esto que le falta lo singular : el individuo no es para él más que una suma de trozos del universo. De ello se desprende que en su defensa del judío lo salva como hombre y lo aniquila como judío".

Precisamente esto es lo que viven, desde hace mucho tiempo, nuestros compatriotas musulmanes que, en la misma corriente, son encasillados en función de su origen y se les impide reivindicarlo. Al mismo tiempo, estigmatizados y encasillados en una etnia. Reducidos a una identidad inequívoca, donde deberían borrar su propia diversidad y la pluralidad de sus pertenencias y, si no es así, son rechazados por asumir y reivindicar sus orígenes.

Aquí estamos en el corazón de un desafío francés que sufrimos desde hace demasiado tiempo: aprender a pensar tanto en lo universal como en lo individual, en la solidaridad y en la diversidad, en la unidad y en la pluralidad. Y, por lo tanto, rechazar con resolución la orden neocolonial de asimilación que trata de obligar a una parte de nuestros compatriotas (de cultura musulmana, de origen árabe, de piel negra, etc.) a difuminarse hasta disolverse, a 'blanquearse' en definitiva. En resumen, solo se les acepta si desaparecen.

El nudo que, a día de hoy, ahoga a Francia y que debemos deshacer todos juntos es la nostalgia de un modelo integrado que fue, sin duda, muy eficaz, pero que sólo funciona en una relación asimétrica, entre el fuerte y el débil. Pertenece a esta "gran Francia" cuyas bases se nutren, por su historia colonialista, de una relación con el mundo que consideraba estable y durable, casi inalterable. Dominados y oprimidos, reconocidos o celebres, popular en todos los casos, la diversidad tenía, aparentemente, su lugar. Pero, rechazando la emancipación de una verdadera igualdad, esta visibilidad no era más que un bien del poder, ya se trate de la promoción de la asimilación o de la solidaridad fraternal. El otro no era reconocido más que bajo el visto bueno del dominador y con la condición de someterse.

Ha pasado más de medio siglo desde que esta ilusión se disipó tras la ruptura violenta de las guerras coloniales que dio a luz a Francia, al menos a esta Francia de sus élites políticas, económicas y académicas, que no es capaz de asumir la transformación de nuestra nación, como vive y trabaja, como crece y florece. En lugar de encender los faros para aclarar el futuro, aquellos que nos gobiernan no miran más que al retrovisor de un pasado que ya no existe. En la palabra "multiculturalismo", que es el hallazgo de la diversidad francesa y la riqueza de las relaciones que se forjaron, encuentran el miedo al "comunitarismo" que asumieron como destructivo y al que se oponen con un afán frenético, el escudo de un laicismo crispado, infiel al laicismo original.

Oponerse una y otra vez a las virulencias y a las violencias islamófobas, racistas, xenófobas no bastará: es necesario crear un imaginario imponente, inspirador y movilizador. Que eleve y libere. Este imaginario alternativo fue muy bien definido por Jean-Paul Sartre, en esta vigorosa interpelación de nuestros silencios, olvidos y cegueras, que constituyeron sus Reflexiones sobre la cuestión judía escritas un día después de la catástrofe genocida.

"Lo que nosotros proponemos –resumía el filósofo–, es un liberalismo concreto. Entendemos así que todas las personas que colaboran con su trabajo, a la grandeza del país, tienen plenos derechos como ciudadanos de este. Lo que les concede este derecho no es la posesión de una problemática y abstracta 'naturaleza humana', sino su participación activa en la vida de la sociedad. Esto significa que los judíos, así como los árabes o los negros, a partir del momento en el que son solidarios con la empresa nacional, tienen derecho a tener control sobre la sociedad : son ciudadanos. Pero tienen este derecho a título de judíos, negros o árabes, es decir, como personas concretas".

Ha pasado más de medio siglo, y este horizonte de reconciliación con nosotros mismos, nuestro pueblo y su diversidad, está todavía lejos: lo que fue difícil y dolorosamente conquistado por nuestros compatriotas judíos –ser admitidos como franceses y judíos–, por el despertar de la memoria y de una verdad de la historia, está por conquistar por nuestros compatriotas musulmanes, árabes y negros. Verdad de la historia, reconciliación de memorias : ¿Quién no ve que este camino, asumido por los judíos de Francia, tarda en ser adoptado con firmeza y determinación por nuestros dirigentes cuando se trata de otras heridas de nuestra historia, nuestra ceguera y nuestros crímenes coloniales, de las víctimas que dan su testimonio?

Y el tiempo se acaba… Frente a una triple crisis –democrática, económica, social– que sacude a nuestro país, ha emergido una derecha extrema, reforzando a la extrema derecha, que ha elegido con terquedad, tomar un camino en el que Francia se enfrenta a si misma en una guerra de identidades, orígenes, religiones, etc. La oligarquía que, desde hace 30 años, ha tomado sus alas gracias a la desregulación y la 'financiarización' frente a los pobres (es decir, todo aquel que es menos rico que ella), permanece tranquila mientras los unos se enfrentan a los otros, en lugar de buscar lo que les une –su condición social, su situación salarial, su hábitat común, sus condiciones de vida–.

Es por ello que la presidencia de Nicolas Sarkozy siguió extendiendo este veneno ideológico de la desigualdad de los hombres y de la jerarquía de las culturas: del debate abortado sobre una identidad nacional en singular, hasta el discurso de Grenoble que tenía en el punto de mira a los franceses de origen extranjero, pasando por la alabanza de las civilizaciones superiores, sin olvidar las políticas migratorias cada vez más represivas e injustas, ni la estigmatización, a través de los rumanos europeos, de todos aquellos que rechazan ser definidos bajo una sola identidad o pertenencia a un lugar único.

No eran sólo palabras: una inmensa violencia, que no es sólo simbólica, ha sido liberada. Pero lejos de disminuir después de la alternancia de 2012, ha continuado creciendo y creciendo por culpa de un poder habitado por el miedo a lo desconocido e inédito, incapaz de soportar este nuevo imaginario que tanto necesitamos, de afirmarlo y defenderlo. Todos aquellos que son perseguidos por esta, ya sea por su origen, su apariencia o su religión, la viven y soportan en sus propias carnes y almas. ¿Les dejaremos solos, como si fuera una cuestión de sensibilidad individual y no de principios colectivos? ¿Vamos a permanecer indiferentes ante el ascenso, no en la periferia del debate público, sino en su centro, de las ideologías asesinas del ayer, de esta barbarie enclavada en los delirios patológicos de civilizaciones perdidas? ¿Vamos a permanecer en silencio?

En Causas comunes (Causes communes, Stock, 2011), un ensayo sobre la solidaridad construida entre judíos y negros gracias a la conciencia compartida de persecuciones en las que ambos fueron objetivo, la socio-antropóloga Nicole Lapierre apunta que podría ser el verdadero comienzo de un humanismo concreto que se niega a normalizar o a trivializar: la empatía, sugiere.

La empatía, es decir, "la capacidad de aprender y comprender el punto de vista del otro, a concebir su experiencia, su pensamiento, sus sentimientos, sin necesidad de mezclarse o confundirse con él". En contra de este humanismo concreto que "va en busca de la vieja y detestable receta de los poderes inciertos que consiste en estigmatizar a comunidades o en enfrentar a los unos contra los otros, para crear una división. Los negros contra los judíos, los cristianos contra los musulmanes, gente de aquí contra los viajeros, o contra otros, poco importan los protagonistas en este peligroso juego de necio".

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Para ilustrar este camino, cita al escritor André Schwarz-Bart, quien narra en Le Dernier des justes (Seuil, 1959) la persecución judía, y en su obra La Mulâtresse solitude (Seuil, 1972), la persecución negra, evocando "el poder que tiene el Yo de decir Tú". Hace eco también a la autobiografía de Frantz Fanon, ex soldado martiniqués de la Francia Libre, que se unió a la causa de la independencia de Argelia; recuerda su grito inmenso, Los condenados de la tierra (Les damnés de la terre, François Maspero, 1961), obra en la que se reencuentran todos los pueblos del mundo en su lucha por recuperar su soberanía. Fanon, que luchó por la emancipación de aquellos que la lengua oficial francesa denominaba entonces como "los franceses musulmanes de Argelia", también luchaba contra cualquier tipo de encarcelamiento del hombre en su origen : "No hay que tratar de concretizar al hombre pues su destino es ser liberado". Con persistencia, Fanon alertaba de la competición entre las víctimas y de la necrosis de la memoria, rechazando a la vez ser esclavo de la esclavitud de sus ancestros y la búsqueda de cualquier tipo de unión con cualquier tipo de discriminación– "Un antisemita es inevitablemente racista frente a los negros". Fanon, entonces, en las últimas líneas de su primer libro, Piel negra, máscaras blancas (Peau noire, masques blancs, Seuil, 1952), lanzó esta cuestión que hace aún eco en nuestros días: "¿Superioridad? ¿Inferioridad? ¿Por qué no tratar de encontrar al otro, sentirlo, y revelarnos frente a él? ¿Mi libertad no ha sido creada para edificar también tu mundo? –y agregó– Déjenme descubrir y querer al hombre, donde quiera que esté".

Tal es el camino que debemos tomar, recuperar y reinventar.

Traducción: Irene Casado Sánchez

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