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Norteamérica

Por qué el socialismo nunca ha cuajado en Estados Unidos

Por qué el socialismo nunca ha cuajado en Estados Unidos

Fabien Escalona (Mediapart)

Con independencia de cuál sea el resultado final que consiga Bernie Sanders en las primarias demócratas, habrá hecho historia ante el éxito inesperado de su credo socialdemócrata, por no decir socialista. Esta sorpresa evidencia una de las diferencias fundamentales entre los respectivos panoramas políticos de Estados Unidos y de los países europeos.

Al otro lado del Atlántico, las experiencias socialistas se reducen a grupos políticos minoritarios. Han sido el germen de una familia de partidos de existencia secular y que muy a menudo pertenecen al selecto club de las grandes fuerzas de alternancia en el poder. Las consecuencias de esta falta de organización independiente de las clases subalternas son muy concretas y significativas, incluso actualmente. Entre las democracias consolidadas de los países ricos, también en el seno del bloque cultural anglófono, Estados Unidos se distingue por presentar un bajo nivel de socialización de las riquezas y por presentar unos niveles récord de desigualdades socioeconómicas.

En el Viejo Continente, parte de la izquierda teme que desaparezcan estas diferencias, fruto de la evolución “demócrata a lo americana”, que sufriría la socialdemocracia europea.

La “excepción americana” ha despertado tanta perplejidad y tentativas de explicación que Estados Unidos a priori podría situarse entre los lugares propicios para el desarrollo de un fuerte movimiento socialista. Efectivamente, la velocidad del desarrollo capitalista en un país sin herencia feudal y aristocrático podía llevar a pensar que las contradicciones de este sistema de producción se iban a poner de relieve. En 1893, en el nuevo prefacio del Manifiesto del Partido Comunista, Engels hablaba de la unidad estratégica del “proletariado de Europa y de América”. En 1929, Stalin señalaba que el “PC norteamericano es uno de los partidos comunistas del mundo al que la historia ha otorgado tareas de una importancia decisiva” (¡!).

Si dejamos a un lado las profecías del dirigente soviético, estas expectativas no eran ridículas. En Estados Unidos, los conflictos sociales vinculados al trabajo efectivamente fueron muy recurrentes, numerosos y a veces violentos. En Norteamérica se desarrolló y se institucionalizó un movimiento obrero, gracias a las organizaciones sindicales. No olvidemos, por ejemplo, que el origen del día 1 de mayo como Fiesta del Trabajo se debe a las acciones puestas en marcha en la época por trabajadores norteamericanos, que reclamaban la jornada laboral de ocho horas. Sin embargo, se produjo una importante separación entre las capacidades de movilización en el plano industrial y en el plano político. Nunca contaron con un partido poderoso, que defendiese sus intereses de clase y abanderado de la idea de establecer un control colectivo de las funciones económicas de la sociedad.

Historia de un fracaso

¿Quiere esto decir que no ha existido ninguna tentativa? No exactamente. Como señalaba en 1964 el sociólogo Marcel Rioux, “si el socialismo no tiene muchos adeptos en Estados Unidos no es por culpa de las organizaciones: todos los tipos de socialismos, desde los utopismos religiosos hasta el trotskismo, han penetrado en este país y se han propuesto al público”. De hecho, en los años 1825-1850, Estados Unidos se convirtió en país privilegiado por el establecimiento de experiencias comunitarias asentadas sobre una base cooperativa (inspirada por Robert Owen) o asociacionista (inspirada por Charles Fourier). Sin embargo, igual que ocurrió en Europa, éstas entraron en declive al cabo de unos años.

Acto seguido, las ideas socialistas llegarían de la mano de los inmigrantes alemanes. Tras la guerra civil norteamericana (1861-65), a la que sucedió una verdadera “segunda revolución industrial”, aquéllos fueron muy activos en la implantación de la Internacional Socialista y, más tarde, de un partido controlado por la corriente lasaliana (en aquella época, dominante en la socialdemocracia alemana). Estas organizaciones, que sufrieron continuas divisiones internas, atravesaron grandes dificultades a la hora de hacerse un hueco en el mundo obrero.

Esta situación cambió con la fundación del Partido Socialista Americano (PSA) en 1901 que nació de la fusión de varios movimientos para convertirse en una estructura flexible, que presentaba como base común el reconocimiento de la lucha de clases y una perspectiva anticapitalista. La base social del PSA estaba integrada por grupos cuyo peso evolucionó al cabo de los años: mineros y pequeños obreros (sobre todo al oeste del país), obreros cualificados e intelectuales (sobre todo en las ciudades). Como cuenta la historiadora Marianne Debouzy, “el socialismo se convirtió en un movimiento popular, dinámico, impulsado por todas las formas de revuelta y de protesta [que] desembocaron en el Progresismo de los años 1902-1912”.

Durante esta década, el PSA llegó a contar con un millar de cargos locales, mientras veía cómo se multiplicaban sus miembros, inicialmente de 10.000. En las presidenciales, el número de votos obtenidos por Debs subió: pasó de los 96.000 alcanzados en 1900, hasta los casi 900.000 de 1912. Este último resultado apenas suponía el 6% de los sufragios emitidos. Esta dinámica, modesta, se vio interrumpida ante la negativa del partido a que Estados Unidos participase en la guerra.

Al PSA, esta decisión le supuso una represión feroz y la pérdida neta de apoyos en la clase obrera angloamericana (en su seno, el peso de las Federaciones de Lengua Extranjera pasó de ser un tercio a representar más de la mitad de los miembros). La organización nunca se recuperaría, aunque su líder Norman Thomas obtuvo 800.000 votos en las elecciones presidenciales celebradas tras la crisis de 1929. El destino del Partido Comunista, fundado tras la guerra, no corrió mejor suerte. Su incapacidad a la hora de dotarse de una doctrina adaptada al contexto norteamericano se vio agravado por decisiones estratégicas erráticas, impuestas por la tutela moscovita a la que estaba sometido.

Los socialdemócratas contemporáneos son herederos de esta historia, a los que se sumaron figuras de la nueva izquierda contestataria de los años 60-70. Apenas son miles de miembros y carecen de capacidad para afrontar solos el sufragio universal. Antes de Sanders, la organización Rainbow Coalition, fundada por el reverendo Jesse Jackson en los años 80, difundió sus ideas radicales durante un tiempo. Jackson, el que fuera candidato de izquierdas en las primarias demócratas en 1984 y en 1988, ayudó a los Clinton a conseguir el apoyo electoral de la comunidad negra.

Causas del fracaso

Si bien la mayor parte de las causas mencionadas, que derivaron en el fracaso socialista, no han constituido obstáculos insuperables en sí mismos, la combinación de dichos obstáculos ha resultado fatal. El sociólogo Göran Therborn enumeró en un artículo  los factores que podían socavar o reforzar la influencia política de la clase obrara en un país. La presencia de casi todos los primeros se advierte en la trayectoria de Estados Unidos, que históricamente responde al ideal tipo de capitalismo “ultra” más que “laborista”. Las herramientas de la política comparada permiten evaluar la importancia de cada una de las explicaciones aducidas.

Muchas de ellas son de naturaleza política, como la represión sistemática que sufrieron los socialistas. El argumento parece poco contundente, puesto que muchos de sus homólogos europeos también sufrieron las hostilidades de sus respectivos gobiernos, como por ejemplo el SPD alemán, que fue víctima de una legislación de excepción entre 1878 y 1890. No obstante, no se puede pasar por alto la violencia de esta represión en una nación imperialista que pronto se pondrá al frente del “mundo libre”, ni la desorganización y la desmoralización que de ello se deriva.

Del sistema político –federal y dominado por dos grandes máquinas electorales, que se ven favorecidas por que las votaciones sean a una sola vuelta– se dice que es un departamento estanco y poco permeable para las nuevas fuerzas. En este sentido, los investigadores norteamericanos Lipset y Marks reivindican que el federalismo es más bien “un cuchillo de doble filo”: aunque hace más compleja la repercusiones de políticas completas de transformación social al nivel nacional, sus niveles infranacionales ofrecen también múltiples oportunidades para que las formaciones nuevas se abran paso. Los casos suizos, alemán o incluso australiano han puesto de manifiesto que era posible fundar un partido obrero en este contexto.

En cuanto al tipo de sufragio, se puede decir que los laboristas británicos han superado ese obstáculo y su carácter excluyente puede incluso volverse contra aquellos a los que antaño favorecía, una vez salen derrotados. Bien es verdad que los socialistas norteamericanos también han tenido que vérselas con grandes partidos con fronteras muy permeables y dispuestos a absorber nuevos movimientos de contestación social. En la vida política de EEUU, periódicamente se han abierto paso terceras fuerzas políticas. Algunas incluso contaron con el apoyo de los socialistas, como la candidatura progresista de La Follete en 1924, que se apoyó en el “populismo agrario” de los granjeros del Oeste. Sin embargo, ninguna de estas fuerzas logró cuestionar la hegemonía de los partidos Republicano y Demócrata.

Estas formaciones tuvieron el tiempo necesario de conseguir la lealtad de la incipiente clase obrera, gracias a su división en comunidades. Contrariamente a lo que ha ocurrido en muchos casos europeos, los trabajadores organizados no tuvieron que luchar por alcanzar el sufragio universal, en vigor desde 1820 para los hombres.

En este contexto, la “consciencia de identidad” de la clase obrera americana resultaba más difícil de hacer emerger, dado que los trabajadores de las fábricas presentaban una heterogeneidad muy especial: religiosa y lingüística, al mismo tiempo. Además, hay que admitir que la mayoría de los socialistas fueron más o menos racistas para con los negros, cuyos derechos no defendieron hasta más tarde. Este argumento de peso, de tipo cultural, se prolonga por otra razón, el rápido despegue industrial y las numerosas migraciones interiores que se derivaban de él, lo que constituía un desafío importantísimo a la hora de establecer estructuras sostenibles de movilización.

En este marco sociopolítico y cultural extremadamente restrictivo, el socialismo norteamericano sigue disponiendo a día de hoy de poco espacio para avanzar de forma autónoma. Lipset y Marks sugirieron que una inserción inteligente en el entorno sindical o la “captación”, de uno de los grandes partidos gracias al mecanismo de primarias, habría podido poner en marcha vías estratégicas alternativas. Sucede que la primera nunca se llevó a cabo, sobre todo por la ausencia de grandes confederaciones industriales, en beneficio de los sindicatos de oficiales que han derivado a un apolitismo casi completo. En cuanto a la segunda, sólo se ha intentado (a veces con éxito) a nivel infranacional.

Estados Unidos, hoy

La participación de Sanders en las primarias demócratas, ¿marca una tentativa a gran escala para lograr, con retraso, la “captación” del Partido Demócrata en las primarias? Sanders y muchos de los que le apoyan consideran que las elecciones actuales no son el único objetivo de un movimiento al que quieren dotar de continuidad. En las minorías de activistas socialistas “de pura cepa”, que todavía existen en territorio norteamericano, existe división en lo que respecta a la campaña de Sanders, pero incluso los que le apoyan creen que la inversión del Partido Demócrata no es una estrategia viable para su causa.

Un debate reciente que se puede leer en el la web norteamericana de izquierdas Jacobin, resulta muy revelador en ese sentido. Uno de los participantes, Danny Katch, recuerda que ningún socialista puede invocar al pragmatismo, esté a favor o en contra de Sanders. Si los intentos por implantar una tercera fuerza política han fracasado, puntualiza, los que pasaron a formar parte del Partido Demócrata para orientarlo a la izquierda (¡y sin virar ellos mismos a la derecha!) nunca lo lograron. En su opinión, la campaña de Sanders no haría más que reavivar esta ilusión y las fuerzas se disiparían en el momento en que los demócratas tengan que decantarse por Hillary Clinton.

Frente a él, Bhaskar Sunkara y Dustin Guastella, que apoyan esta campaña, admiten que el Partido Demócrata seguirá siendo una formación con peso en el sistema. Pese a todo, dan tres argumentos para respaldar a Sanders: (1) éste ha abierto, como nunca nadie lo había hecho, un espacio de debate en torno al ideal socialista; (2), el nivel de conflictividad social es tan débil que ninguna fuerza revolucionaria será engullida por la maquinaria demócrata; (3) la izquierda socialista es tan minoritaria que la mejor decisión pasa por seguir continuar organizándose a nivel local, apoyando la dinámica Sanders a nivel nacional, donde no se prevé ninguna acción autónoma.

En cualquier caso, los desafíos de las eventuales consecuencias de la campaña de Sanders serán el contrapunto que ha encontrado el socialismo americano que nunca llegó a emerger, ya sea mediante la necesidad de movilizar más a las minorías étnicas o mediante el trabajo conjunto con los movimientos más nuevos y dinámicos en el plano económico.

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Fabien Escalona es profesor en Ciencias Políticas, en Grenoble, colaborador científico en Cevipol (Universidad Libre de Bruselas) y especialista en socialdemocracia en Europa. Es el autor de The Palgrave Handbook of Social Democracy in the European Union, publicado (en inglés) en 2013. Colabora regularmente con Mediapart.

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