Crisis ucrania

Ucrania trata de borrar su pasado soviético

Un manifestante golpea la estatua de Lenin derribada en Kiev durante las protestas proeuropeas contra el presidente ucraniano, Víktor Yanukóvich, el pasado 8 de diciembre.

En la ciudad de Tcherkassy, a un centenar de kilómetros al sureste de Kiev, Lenin lleva ahora una maza en lugar de los panfletos revolucionarios. Va vestido de cosaco. En Odesa, la gran ciudad portuaria del oeste del país, el líder bolchevique viste la capa oscura de Dark Vader. En el último año, los monumentos que representan a los líderes de la Unión Soviética se han convertido en fuente de inspiración de los artistas ucranianos. Eso, cuando no han sido derribados. En Kremenchuk, ciudad a orillas del Dniepr, el Lenin local ha sido trasladado al patio del servicio municipal responsable del mantenimiento de las zonas verdes, mientras las autoridades deciden qué hacer con esas toneladas de metal. “En mi opinión, es difícil estar de acuerdo con las políticas de depuración del sistema comunista, representa una parte de nuestras vidas: la llegada de nuestro abuelo Lenin al poder, la emergencia del comunismo, la Segunda Guerra Mundial...”, explica Dmytro, trabajador municipal, mientras contempla la estatua situada ahora debajo de un árbol.

Algo más al sur, en la gran ciudad industrial de Zaporijia, al final de la inmensa avenida Lenin, recientemente rebautizada, el pedestal del monumento ahora permanece vacío. “La cuestión de la identidad es tremendamente política en Ucraniana. Cuando los carros rusos entraron en Donbass, al comienzo de la guerra, junto con algunos amigos, deci hablar en ucraniano, pese a que toda mi familia habla en ruso”, cuenta Natacha Lobahs, una joven arquitecta, militante de la sociedad civil que participó, durante el invierno de 2013-14, en las redes de apoyo a la revolución del Maidán. “La descomunización, está muy bien, estoy a favor. Pero no basta con eso. ¿Qué pasará después?, ¿qué haremos con esta plaza?, ¿un monumento a los cosacos?, ¿a los cosmonautas? ¿a los indios?”.

El Lenin de Zaporijia era el mayor monumento todavía en pie en Ucrania del dirigente soviético. El Ayuntamiento decidió quitarlo el pasado 17 de marzo. A día de hoy, el enorme monumento de 40 toneladas yace en el suelo, lejos del centro de la ciudad. “Esta estatua forma parte de nuestra historia. Retirarla y hacer como si no hubiese pasado nada nunca, es perjudicial”, dice el vigilante, un expolicía jubilado, encargado de la vigilancia del lugar. “Ahora van a venderla, es de bronce macizo, se puede sacar mucho dinero. Parece que hay chinos interesados. Es lo que hay, nuestra historia no vale más que un puñado de dólares...”.

Se calcula que en el país no queda más de un millar de estatuas de Lenin, de las más de 5.000 existentes en 1991. Hace un año, el 9 de abril de 2015, la Verkhovna Rada, el Parlamento de Kiev, aprobaba cuatro leyes conmemorativas consideradas de “descomunización”, que prohíben la “negación pública” del “carácter criminal” de los regímenes nazis y soviético, sin distinciones, así como la “utilización pública de sus símbolos”. Adiós por tanto a las hoces y a los martillos y a los frescos a mayor gloria de los campesinos y de los obreros de la Unión Soviética, que recubrían hasta hace poco las paredes de numerosas fábricas y edificios públicos ucranianos.

Algunas ciudades también han cambiado de nombre, como Artemivsk, urbe del oblast de Donetsk, rebautizada en 1924, en honor a Fiodor Sergueiev (1891-1938), conocido como Camarada Artiom, un revolucionario soviético. El 23 de septiembre 2015, Artemivsk recuperó su antiguo nombre tátaro de Bakjmout. Por esa regla de tres, la ciudad de Dniepropetrovsk debería ser oficialmente rebautizada. Fundada en 1776, por iniciativa de Caterina II, para acoger al nuevo Gobierno de la Nueva Rusia, Ekaterinoslav en 1924 recibió el nombre de Petrovsk, para celebrar la revolución ucraniana Gregori Petrovski, comisario del pueblo de Asuntos Interiores entre 1917 y 1919, después sería conocida como Dniepropetrovsk, durante la desestalinización, en 1957. ¿Cómo llamar ahora a la tercera ciudad del país, que tiene casi un millón de habitantes? En un contexto de guerra con Rusia, la toponimia rusa se relaciona a menudo con la de la Unión Soviética...

“Lo más importante, en primer lugar, es hacer desaparecer los vestigios de la ocupación soviética”, repite con insistencia Volodymyr Viatrovitch, director del Instituto de la memoria nacional de Kiev y artífice de las leyes memoriales de 2015. Éstas también prevén que se abran al público los archivos del KGB y glorificar la memoria de “los combatientes de la independencia nacional ucraniana del siglo XX”. Se trata de “reproducir el choque memorial que vivieron las antiguas repúblicas populares de Europa central a comienzos de los años 90”, explica el historiador en su oficina de la capital ucraniana, sito en el antiguo cuartel general de la Tcheka, la que era policía política de la URSS. “Tenemos que obtener los mismos beneficios en términos de democratización”, asegura. La caída del autoritario presidente Viktor Yanukovich, en febrero de 2014, dio a Volodymyr Viatrovitch la ocasión de exportar a Kiev una historiografía desarrollada desde hacía muchos años en el oeste del país, el bastión de la renovación nacional ucraniana.

De hecho, ya hace 25 años que no queda ninguna estatua soviética en las plazas de Lviv. “Las jóvenes generaciones se han liberado del fardo del postsovietismo. Este legado criminal les es ajeno”, machaca Ruslan Zabyliy, director del museo de la ciudad dedicado a las víctimas de las ocupaciones. Para el historiador, poco importa si gran parte de la población ucraniana conserva cierta nostalgia de la época soviética. “Esta gente dio los mejores años de su vida a la construcción de la URSS, por lo que necesariamente viven en el pasado. Aparte de algunos manifestantes marginales, la mayoría ya no están activos, están retirados. Dicho de otro modo, es un número insignificante”.

Movilizar a la opinión pública

Tras la revolución y la caída de Viktor Yanukovich, y en el contexto del conflicto híbrido con Rusia en Donbass, pocos son los que se atreven a defender la herencia soviética en Ucrania ni si quiera hacer un análisis matizado. El Partido Comunista, durante mucho tiempo beneficiario del sistema clientelar del expresidente, fue prohibido en diciembre de 2015 y las voces disonantes prefieren guardar silencio. “La guerra en Donbass redinamiza la historiografía ucraniana”, dice Ruslan Zabyliy. “Vladimir Putin unificó nuestro Estado más rápidamente que generaciones de historiadores y políticos. Necesitamos figuras históricas que hagan de referente. Ucrania sigue teniendo un complejo de inferioridad frente a la historiografía rusa”.

Durante las revueltas del Maidán, los revolucionarios más nacionalistas eligieron a nuevos héroes, la Organización de los Nacionalistas Ucranianos (OUN), su brazo militar el Ejército Insurreccional Ucraniano (UPA) y sus líderes Stepan Bandera y Roman Choukhevytch. Éstos combatieron a los soldados de Moscú hasta principios de los 50, pero también se declararon culpables de las masacres cometidas contra las poblaciones judía y polaca de las regiones occidentales de Galicia y de Volhynie, que colaboraron con los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.

Debemos desprendernos de la herencia soviética y celebrar la resistencia de mi padre”. A sus 83 años, Yuri Choukhevytch, hijo de Roman Choukhevytch, camina con dificultad por las calles de Lviv, apoyándose en un bastón con forma de hacha cosaca. Elegido por las listas del Partido Radical de Ucrania, formación ultranacionalista, el hombre pasó 30 años en cárceles comunistas por “agitación antisoviética”. “Imagínese que un hombre viene a su casa. Lo rompe todo, le pega, se casa con su mujer, se lleva a sus hijos. Después, cuelga su propio retrato en la pared y se instala. Y cuando quieres echarlo, años después, tus propios hijos te lo impiden, ¡con la excusa de que forma parte de la historia!”, cuenta. “Las acusaciones de colaboracionismo con Alemania son fruto de la propaganda soviética”. En mayo de 1941, Roman Choukhevytch fue nombrado comandante del batallón Nachtigall. Esta unidad residual de la Wehrmacht, integrada por soldados ucranianos, entró el 29 de junio en Lviv, que había sido abandonada a su suerte por los soldados soviéticos, antes de entregarse a los dos pogromos, el 30 de junio y el 25 de julio de 1941.

Pese a todo, en los últimos años, han aparecido numerosos museos conmemorativos de la memoria de la UPA en el oeste del país. “Tres o cuatro combatientes vivían escondidos en estos subterráneos, desde donde organizaban golpes contra los rojos”, cuenta el guía de una kryivka, escondrijo situado en un bosque en las inmediaciones de Lviv. Hasta principios de los años 50, miles de refugiados en cuevas lucharon contra los soldados soviéticos. “¿Ve esa cuneta invadida por zarzas? Era la trinchera que marcaba el frente durante la guerra polaco-ucraniana de 1918-1919”, continúa. Al final de la Primera Guerra Mundial, vio la luz en Galicia una efímera república popular de Ucrania Occidental, antes de ser aplastada por las tropas polacas apoyadas, entre otras, por las francesas.

El concepto mismo de “héroe”, aplicado a los hombres de la UPA, está lejos de ser unánime. Los combatientes ucranianos fueron masacrados por entre 40 y 100.000 polacos en Volhynie, durante 1943. “Si los archivos del KGB cuestionan el papel de la UPA en esas matanzas, habría que asegurarse de que se hagan públicos. Estos documentos no deben utilizarse sólo para desacreditar a la época soviética, sino para permitir reconstruir una historia equilibrada de Ucrania. El periodo comunista se divide en varias fases, se alterna la represión y las fases de pacificación, el progreso económico y las penurias. Aunque sólo sean las fronteras nacionales que el Gobierno ucraniano defiende hoy, son directamente heredadas de la URSS”. Una visión matizada que no molesta a Volodymyr Viatrovitch, que en una reciente polémica, ya ha rebajado el análisis de los abusos de Volhynie a “una cuestión de puntos de vista”.

Ievguenia Moliar, otrora residente en Donestk, vive en el exilio en Kiev desde que empezaron los combates en Donbass. Desde la Fundación de Iniciativas Culturales Izolyatsia, trata de articular un proyecto dirigido a preservar los frescos y mosaicos soviéticos. “El poder actual quiere hacer tabla rasa del pasado, ignorando la lógica biológica del desarrollo. No se puede retirar un mosaico, que no tiene nada de instrumento de propaganda, de la fachada de un edificio y ¡fingir que no se construyó según las normas soviéticas!”, se indigna ella. Un problema conceptual, al que ni el anticomunismo de las leyes memoriales, ni la promoción de nuevos héroes controvertidos, propone solución alguna.

En un país asolado por una crisis económica sin fin, desangrado por una corrupción endémica y por una clase política depredadora, la promoción de las leyes memoriales aparece en el trasfondo como forma de “distraer” a la opinión pública en torno a las cuestiones identitarias, fácilmente movilizadoras. “Los políticos ucranianos sacan los amuletos de vudú cuando no tienen nada que proponer”, confirma Volodymyr Vorobey, del Nestor Club, un grupo de reflexión liberal que trata de inventar un nuevo “pacto social” para Ucrania. “Lo esencial del debate gira en torno a la cuestión de saber quiénes eran los buenos y quiénes los malos durante la Segunda Guerra Mundial, cuando una gran parte de la población del país sobrevive en condiciones muy difíciles”, prosigue, mientras lamenta el bloqueo de las reformas y la ineficacia de la lucha contra la corrupción.

La invención de esta nueva “mitología”, ¿será capaz de unir a los ciudadanos ucranianos entorno a un proyecto de sociedad susceptible de consolidar el “sentimiento nacional”? “La identidad ucraniana ya existe, se hable ucraniano o ruso, se viva en el oeste o en el este del país”, continúa Volodymyr Vorobey. “El país podrá inventar una nueva forma de vivir juntos mediante los intercambios económicos del territorio nacional y mediante la mejora del nivel de vida”. Hará falta mucho más que tumbar estatuas de Lenin.

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________________Traducción: Mariola Moreno

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