Brasil

La destitución de Rousseff suscita inquietud en la región

La destitución de Rousseff suscita inquietud en la región

El glamur del Festival de Cannes se ha visto salpicado por la actualidad política brasileña. En la alfombra roja más célebre del mundo, los actores de Aquarius, película presentada a concurso, enarbolaban carteles en las que se podía leer: “En Brasil se está planificando un golpe de Estado”. También durante la proyección, el resto del equipo desplegó una pancarta que decía “Stop al golpe en Brasil”.

La escena puede parecer anecdótica, pero tiene repercusión en la élite brasileña. Simboliza el fracaso, al menos inicialmente, del Gobierno de Michel Temer a la hora de que la opinión pública internacional lo acepte como dirigente de Brasil. El hasta la semana pasada vicepresidente de Dilma Rousseff le sucedió en el cargo el 12 de mayo. Y es ni más ni menos que la consecuencia del proceso de destitución votado primero por los diputados y más tarde por los senadores. Por más que el nuevo Gobierno ha repetido que lo único que hace es aplicar la constitución, en el extranjero y en el seno de buena parte de la población brasileña, lo ocurrido se percibe como un descarrilamiento.

El pretexto esgrimido para justificar el impeachment –una triquiñuela contable destinada a maquillar el déficit, una práctica menor en Brasil–difícilmente puede ser considerada un “delito de responsabilidad” y justificar con ello la destitución de la presidenta. Además, más de la mitad de los diputados y senadores que votaron contra Rousseff tienen cuentas pendientes con la Justicia por corrupción, blanqueo, delito electoral o tráfico de drogas. Y, aunque la mayoría de la población se mostraba favorable a la salida del Gobierno de la jefa del Estado, apenas el 8% de los brasileños querían que fuese sustituida por Michel Temer, según recogen los sondeos de opinión.

Los actores no solo los únicos en protestar. Los “grandes periódicos” –como se conoce en Brasilia a los principales medios de comunicación, donde se leen todos –The New York Times, El País, la BBC, The Guardian–, o la mayor parte de ellos, denuncia lo que consideran una decisión “desproporcionada”, un “riesgo para la democracia brasileña” y un “gobierno ilegítimo”.

Pero lo que ha irritado a los nuevos residentes en el Palacio de Itamarary, sede del Ministerio de Exteriores, son las declaraciones oficiales. El entorno de Temer esperaba que Cuba, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua y el Salvador –la izquierda considerada más radical– denunciase el golpe de Estado. La sorpresa ha llegado por la frescura con la que los países vecinos han acogido su llegada. “No ha recibido ninguna reacción de apoyo”, se felicita Marco Aurelio García, hasta la semana pasada asesor especial de Dilma Rousseff en asuntos internacionales, puesto que anteriormente desempeño con Luiz Inacio Lula da Silva durante sus dos mandatos.

También Ernesto Samper, secretario general de la Unión de las Naciones Sudamericanas (Unasur) y expresidente de Colombia ha llegado a decir que si el proceso de destitución se materializaba, “podría suponer la ruptura que llevase a los países a decidir si aplicar o no la cláusula democrática”. Dicha cláusula prevé imponer sanciones a los países miembros en caso de violación de la democracia. Las palabras de Semper han molestado a José Serra, ministro de Asuntos Exteriores de Temer. Ha dicho que Samper: “Calificaba de forma errónea el funcionamiento de las instituciones democráticas del Estado brasileño” y que sus propósitos eran “incompatibles con el mandato”. Ernesto Samper se ha limitado a replicar: “Un expresidente y actual secretario general de Unasur no tiene que responder a un ministro en funciones”.

Para Marco Aurelio García, los nuevos inquilinos de Exteriores de Brasil ahora corren el riesgo de hacer que Unasur salte por los aires. “Todo nuestro esfuerzo por construir una unidad suramericana, una unidad que respete la diversidad, puede verse comprometido por este Gobierno”, dice. “Nunca apostamos por una unidad politico-ideológica, al contrario de lo que la derecha brasileña quiere hacer creer, Unasur es mucho más que eso”, precisa Marco Aurelio García, uno de los principales arquitectos de la organización. Recuerda además que la época en la que Unasur tuvo más peso coincidió con el mandato del conservador Álvaro Uribe en Colombia. El riesgo está en que Brasil le dé la espalda a sus vecinos y a las políticas de alianzas sur-sur construidas en los 13 últimos años, para volver a la tutela tradicional de Washington.

“Frente más amplio de izquierdas”

El distanciamiento de los Gobiernos de la región va más allá de estas sencillas advertencias, a ojos de Marco Aurelio García. Se refiere a los antecedentes de Honduras y Paraguay, donde los respectivos jefes de Estado de dichos países fueron depuestos tras la instrumentalización que las élites locales habían hecho de la constitución. Entonces, todos los Gobiernos suramericanos habían denunciado la manipulación. Con Brasil, primera potencia regional, el ejemplo es todavía más peligroso. “Si se acepta la destitución en Brasil, se estará mandando la señala de que en lo sucesivo, en cualquier país, una eventual mayoría parlamentaria puede destituir a un jefe de Estado en un sistema presidencial; lo que está en juego no es sólo la estabilidad de Brasil, sino la de todos los Gobiernos”, insiste este hombre próximo a Lula.

Marco Aurelio García, dirigente del Partido de los Trabajadores (PT), es consciente de que en la región se acaba el ciclo. “Antes incluso de la derrota de la semana pasada y antes de la exacerbación de la crisis venezolana, la izquierda o más bien las izquierdas latinoamericanas tendrían que haber hecho autocrítica”, dice. El que fuera asesor de Presidencia apunta a la incapacidad de adaptarse al cambio y “la insuficiencia en materia de formulación de proyectos de estas izquierdas”, propósitos que había defendido a finales de 2012, llevando a su propio partido a replantearse las cosas.

Sin embargo, Marco Aurelio García rechaza señalar a un solo culpable; dice que igual que sucede en un accidente de avión: “No existe un único responsable, una sola causa”. “Las raíces de la crisis son mucho más profundas”, subraya este hombre, que durante muchos años enseñó historia en la universidad. Piensa también en “la ilusión de haber llegado al poder, sin comprender que siempre está en juego una relación de fuerzas”.

Los equipos de Lula y de Dilma Rousseff y, en general, los Gobiernos progresistas suramericanos subestimaron a las élites. Optaron por una política de alianzas en nombre del “pragmatismo” sin comprender que se estaban dejando el alma en el intento. “La alianza con el centro era necesaria, pero debía hacerse sobre otras bases y pasar por una reforma del sistema político”, dice. El fracaso de Dilma Rousseff es el mejor ejemplo: “Nuestros aliados de ayer se han convertido hoy en adversarios, en el Parlamento y en el Senado, algunos ministros se han pasado a la oposición, es una vergüenza, pero lo permite el sistema”.

Otro lamento: haber abandonado las importantes relaciones con los movimientos sociales, sacrificados en aras de un programa económico basado en la austeridad. Tan pronto como Dilma Rousseff, a unas semanas de su destitución, recordó sus promesas electorales, giró a izquierda. Expropió granjas infraexplotadas que entregó a los campesinos sin tierra, delimitó reservas para los indios, que había ignorado durante su mandato y dotó de mayor presupuesto a las ayudas de la Bolsa Familia. Con ello, volvió a contar con el apoyo de la calle: “En cierta forma, la derrota que sufrimos se vio paliada con la gran movilización social, que debería tener un efecto muy importante en el futuro”, espera.

Marco Aurelio García se refiere a las manifestaciones, sobre todo jóvenes –como sucede con los estudiantes de secundaria que ocupan los establecimientos de enseñanza desde hace semanas– y a los grupos feministas, “como nuevas formas de lucha”. Compara la situación brasileña con la que vive Bernie Sanders en Estados Unidos. “No ganará las primarias demócratas, pero habrá insuflado energía a una generación de jóvenes de izquierdas y es el caso de Brasil”.

El PT, muchos de cuyos cargos tienen problemas con la Justicia en la investigación sobre posible corrupción en la compañía de hidrocarburos Petrobras, ¿puede representar una esperanza para estos jóvenes? “Evidentemente, tendrá su sitio, sobre todo si sabe renovarse, sus raíces en la sociedad brasileña muy profundas; no se puede deshacer de este modo una experiencia como la del Partido de los Trabajadores”, quiere creer Marco Aurelio García, quien insiste en su voluntad por contribuir. Añade también que hace falta “un frente más amplio de la izquierda”, por el que aboga desde hace tiempo. “Lula también”, precisa. “De todos modos, no es un deseo, es una realidad, ese frente ya existe”.

De hecho, los debates sobre la destitución de Dilma Rousseff han puesto de manifiesto la solidaridad sin fisuras, pero también la eficacia de los representantes del PCdB (Partido Comunista) y del PSOL (Partido Socialismo y Libertad) integrado por disidentes del PT en su mayoría. En los 60, cuando Marco Aurelio era un joven activista, la división de la izquierda permitió que arraigase la dictadura, destruyendo con ello el tejido económico y social del país. Ahora espera que no se repita el mismo error, después de dejar pasar lo que podría ser una oportunidad histórica de cambiar el país.

El Senado brasileño aparta a Dilma Rousseff de la Presidencia

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Traducción: Mariola Moreno

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