África

La desafección política marca la cita con las urnas en Marruecos

Abdelilah Benkirane opta a la reelección tras cinco años al frente del Gobierno.

Tras cinco años al frente del Gobierno, Abdelilah Benkirane, secretario general del Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD, islamista), vuelve a ponerse la camiseta de candidato. En un momento en que el PJD se prepara para medirse, en las elecciones legislativas que se celebran el 7 de octubre, a su principal rival, el Partido Autenticidad y Modernidad (PAM), Benkirane intenta presentar al PJD como una fuerza de oposición al sistema, próxima al pueblo, tal y como sucedió hace cinco años. Sus temas preferidos son la lucha contra la corrupción y la economía de rentas y la moralización de la vida pública. Estas promesas le permitieron cosechar, en los anteriores comicios, los votos de un electorado a priori alejado, a veces incluso contrario, a la ideología del PJD.

Pese a que el éxito de estos años de Gobierno es relativo, Benkirane es un hombre popular. Su franqueza al hablar, llegando a rozar el populismo, y sus ataques al Estado profundo siguen seduciendo a buen número de marroquíes. Aunque eso no es todo. Hay un hecho inédito: se trata del primer jefe de Gobierno saliente que, bajo el reinado de Mohammed VI, se presenta como candidato a las legislativas. Concurrirá por Salé, circunscripción por la que resulta elegido desde 1997.

Llegado el momento de hacer balance, Benkirane reconoce la limitación de sus responsabilidades. Incluso ha llegado a subrayarlo: se dedica a los asuntos de Estado y no al poder, tal y como recordaba recientemente en una entrevista concedida a la página web Al-Aoual. Pero, concluido el primer mandado, no hay lugar a dudas de que, en lo que respecta tanto a las reformas políticas como a la lucha contra la corrupción, el PJD ha fracasado.

Falta de voluntad política

“En un primer momento, el PJD fingió querer poner en marcha un proceso de cambio desde dentro”, analiza Mohamed Larbi Ben Othmane, profesor de derecho en la Facultad de Ciencias Jurídicas, Económicas y sociales de Agdal. “De hecho, desde un primer momento, proclamó su voluntad por introducir un cambio y por hacer todo lo posible por poner de manifiesto su fidelidad incondicional al gobierno en el poder. Y todo al mismo tiempo. Y así, concesión tras concesión. Hasta que, al final de la carrera, se encontró en una situación de sumisión total y absoluta. Sin haber podido llevar a cabo ningún cambio político notable”.

“Su acción de Gobierno ha adolecido de falta de voluntad política”, explica Ben Othmane. “Además, el PJD no tenía ni visión ni competencias. De ahí que el balance sea muy modesto, pero ha garantizado una muy relativa gestión ordinaria de determinados asuntos y, como buen alumno, ha hecho todo lo posible por ser aceptado y por mantenerse en el puesto a toda costa. Así, trató de poner en marcha las recomendaciones de los acreedores extranjeros en lo que respecta a la revisión de la retribución y la reforma del régimen de jubilación de los funcionarios”.

Pese a las limitaciones, algunos observadores políticos siguen defendiendo la experiencia del PJD porque, a su entender, supone un avance, aunque pequeño, en el proceso de democratización del país. Aunque ha decepcionado en el plano político y social, consideran que el PJD sigue siendo una alternativa creíble al PAM –ahora en la oposición y fundado en 2008 por el exministro del Interior y actual consejero del rey Fouad Ali el-Himma–, formación percibida como partido del sistema y del status quo.

“El PAM no es un partido del sistema. Nacimos hace nueve años y nunca hemos estado en el Gobierno”, precisa Mehdi Bensaid, diputado y presidente de la Comisión de asuntos extranjeros, de la defensa nacional, de asuntos islámicos y de los marroquíes residentes en el extranjero.

El joven parlamentario se muestra confiado. En el seno del PAM, el desafío electoral no es el reparto del poder ejecutivo, sino conseguir una sociedad modernista, frente al PJD, un partido que consideran retrógrado. A nivel institucional, la Constitución contempla, según Bensaid, la separación de poderes necesaria para que se produzca una transformación democrática. La Carta Magna, votada por más del 98% de los marroquíes, otorga más poderes al Gobierno y al Parlamento, pero mantiene al rey a la cabeza Poder Ejecutivo.

“El ideal del PAM es un país donde el progreso pasa por el respeto de unos y otros, de las creencias de unos y otros y por la igualdad total entre hombres y mujeres”, afirma Bensaid. “Nos encontramos divididos entre el progresismo y el conservadurismo y yo me considero progresista. Sin embargo, defiendo un progresismo marroquí, que respeta a los conservadores”, continúa. “Porque el conservadurismo no respeta el progresismo. A mí no me molesta ver a una mujer con velo. No voy a obligar a nadie a ser como yo. Ellos quieren crear un modelo de sociedad, es quasi fascismo”.

En las elecciones anticipadas celebradas en noviembre de 2011, el PJD, un partido de inspiración islámica, obtuvo 107 escaños, un resultado inédito para una formación política. Pese al resultado, eso sí, gobierna en coalición con formaciones políticas situadas en las antípodas de su línea política, como es el caso del antiguo partido comunista, ahora el Partido del Progreso y del Socialismo (PPS). En enero de 2012, el PJD se ponía al frente, por primera vez, del Gobierno. Sacaba todo el rédito político a la versión marroquí de la primavera árabe, el movimiento Jóvenes del 20 de febrero, haciendo suya una de las reivindicaciones principales, la lucha contra la corrupción.

No obstante, el ascenso del PJD, un partido con cierta virginidad política, suscitó cierta esperanza de democratización, en un momento en que los partidos políticos estaban desacreditados y las manifestaciones que instaban a un cambio político real y social sacudían profundamente al Estado marroquí. Pero, para muchos, el PJD ha pasado a ser como los demás, un partido del Estado, que no ha acelerado ni lo más mínimo el proceso de democratización del país. Más bien al contrario.

Sin embargo, el PJD no es un partido como los demás. Fundado en 1998 por Abdelkrim el-Khatib, próximo al monarca, tuvo que infundir tranquilidad antes de alcanzar responsabilidades de Gobierno y sus dirigentes tuvieron que transigir. Para entrar en el juego político, ha mutado progresivamente hasta convertirse en un partido ultraconservador tolerado por la clase política, con ideas igual de retrógradas que siempre, pero que ahora provocan poca indignación. En la actualidad, si bien el PJD recibe críticas por parte de sus detractores es, sobre todo, por la gestión de los asuntos de Estado y no tanto por razones de corte ideológico, diluidas en las concesiones realizadas al poder.

Hace apenas 13 años, el Partido de la Justicia y del Desarrollo (PJD), entonces en la oposición, despertaba inquietud. El discurso de sus dirigentes más destacados, entre ellos el actual jefe del Gobierno y candidato Abdelilah Benkirane, ex de la Chabiba islamiya, era cualquier cosa menos moderado. Su diario, Attajdid, próximo al Movimiento Unicidad y Reforma (MUR), matriz ideológica del PJD, denunciaba la promiscuidad, el consumo de alcohol y criticaba a los judíos.

A raíz de los atentados del 16 de mayo de 2003 que sacudieron Casablanca, cuya autoría moral se atribuyó al PJD, algunos opositores de los islamistas llegaron a reclamar su desaparición; argumentaban que el islamismo moderado no existía. Pero, para otros, la integración política de los islamistas moderados era un muro de contención en contra del islamismo radical. Desde entonces, en varias ocasiones, han aceptado presentar a las elecciones a un número de candidatos limitado, con el fin de transmitir tranquilidad, mientras afirman que carecen de experiencia política. Hasta 2011, cuando el PJD se presentó como la solución política más válida para dar respuesta a la ola de protestas que duraba ya desde hacía varios meses.

Pese al apoyo incondicional a la monarquía, lo que ha seducido al electorado es, sobre todo sus críticas, muy medidas, al sistema. Especialmente al entorno del rey. Sin embargo, desde entonces, el PJD ha suavizado su discurso sobre el poder. Y todo ello para pasar, en función del clima político, de la resistencia al sistema a las declaraciones de casi sumisión. Sea como fuere, estos últimos cinco años, ha sido un ferviente defensor del status quo institucional. Las declaraciones de Benkirane sobre el rey y su defensa de la monarquía ejecutiva son tan sólo un ejemplo. Como ha sucedido recientemente cuando, con gran torpeza, reafirmaba su fidelidad al rey, “aunque me meta en la cárcel”.

Antes de las elecciones de noviembre de 2011, Benkirane defendía el nuevo texto constitucional, prácticamente un referéndum sobre la monarquía. Sin embargo no trató de ampliar su margen de maniobra, según sus rivales políticos, tal y como le permitía el nuevo texto constitucional: renunció a parte del poder ejecutivo.

¿Regresión democrática?

En el seno de la sociedad civil, la experiencia del PJD deja un sabor amargo. Para muchos, su papel habrá sido el de mero fiel ejecutor del Majzén, al seguir adelante con la ola de represión, iniciada en la primavera de 2011, para acallar a los protestantes.

Abellah Lefnatsa, militante de la Asociación marroquí de derechos humanos (AMDH) y miembro del partido marxista leninista Annahj Addimocrati, considera que el PJD no es un “actor real”. Prefiere no hablar de regresión democrática. “El sistema tiene unas reglas. Entre ellas, la idea de que tenemos un régimen antidemocrático, que recurre a la represión como un medio para gestionar las reivindicaciones populares. La represión es la regla y el respeto de los derechos humanos, la excepción. Se trata de una relación de fuerzas entre la clase dominante y el poder y las clases populares y las fuerzas progresista y democráticas. La relación de fuerza tiene altibajos. Con el movimiento de los Jóvenes del 20 de febrero, la relación de fuerzas era favorable a las clases populares y progresistas”.

Según la AMDH, desde el comienzo de las manifestaciones en febrero de 2011, se han producido en torno a 300 encarcelaciones por razones políticas –aunque oficialmente se consideran que se deben a causas de derecho común–. Una constatación que rechaza el ministro de Justicia y de las Lbertades, del PJD, Mustaphá Ramid, que en declaraciones a Mediapart negaba recientemente que en Marruecos haya presos políticos.

Los juicios y las presiones que sufren los periodistas se han multiplicado y la libertad de prensa –Marruecos ocupa el puesto 131 del mundo, según la clasificación de Reporteros Sin Fronteras– ha retrocedido.

Ahora, el nuevo código penal en que trabaja el Parlamento consagra no solo un status quo al nivel de las libertades individuales (sobre todo, la penalización de la homosexualidad y de la ruptura del ayuno en público durante el ramadán), sino también un retroceso democrático, según sus críticos más feroces. “Este proyecto consagra una visión pasablemente liberticida en total discrepancia con una sociedad de derecho y de las libertades fundamentales” y supone “una grave vuelta de tuerca”, avisa Ben Othmane.

“Las reformas dirigidas a conseguir más democracia y más libertades fundamentales tendrán que esperar”, lamenta. “No están en la agenda del PJD […], que se ha decantado por otra vía”.

Pese a todo, el PJD tiene muchas opciones de imponerse en las elecciones y de gobernar durante cinco años. Y eso sin hablar de que ya no preocupa a la franja modernista de la sociedad marroquí. No obstante, ¿asistiremos durante la campaña a un enfrentamiento político real y a la defensa de los dos proyectos de sociedad, el que representa un partido que defiende abiertamente las libertades individuales (el PAM), que se presenta como una alternativa al PJD, y aquél que es un defensor paciente de la lucha contra la corrupción? No es probable porque, a tenor del funcionamiento político del país, las cartas están trucadas.

A fin de cuentas, nada cambia, a tenor de los decepcionados por una transición democrática que ya dura casi 20 años, entre ellos numerosos militantes de la llamada izquierda radical y de los derechos humanos. Los más escépticos incluso afirman que los vencedores de las elecciones son intercambiables. Los partidos políticos cada vez tienen menos credibilidad y la separación de poderes y la obligación de rendir cuentas –a las reivindicaciones del movimiento de los Jóvenes del 20 de febrero– siguen sin figurar en el orden del día.

Además, tradicionalmente, las elecciones interesan poco a los marroquíes, que no confían en los políticos y sí mayoritariamente en el rey Mohammed VI; la tasa de abstención, aunque en 2011 fue menor, es general es alta.

Como una parte de los marroquíes, Lefnatsa no percibe que estos comicios supongan desafío ninguno. Tiene previsto volver a abstenerse, pero para manifestar su desafección política.

“El verdadero Gobierno está en otro sitio”, denuncia. “El Gobierno sólo es una fachada. Las decisiones estratégicas se toman en otro sitio, en el Palacio y en el seno de las instituciones internacionales. Hay una institución que está por encima de todo y que tiene la última palabra. Eso no cambia, en el fondo, quien gana las elecciones. El Gobierno no decide las estrategias, las relaciones internacionales, lo la deuda, la aplicación de programas impuestos por las instituciones internacionales… Puede innovar en la represión. Se le deja cierto margen; el margen de implantar la toma de algunas decisiones como el fin de los logros sociales, los logros relativos a las pensiones; el margen existente a la derecha de la coma”.

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Traducción: Mariola Moreno

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