Italia

Los seísmos siguen consternando a la sociedad italiana

Panorámica de la destrucción tras el terremoto en el centro de Italia.

Cuando en Italia, en mitad de la noche, los palacios romanos se ponen a temblar, las lámparas de araña a balancearse, los postigos a chirriar, el suelo a moverse, las alarmas a ulular, entonces, no hay lugar a dudas: la tierra tiembla y con las primeras luces del día podrá comprobarse la magnitud del desastre, en algún lugar del centro del país. Si bien es cierto que resulta imposible prever un temblor de tierra, la probabilidad de sufrir dos en menos de diez años parecía remota.

Entre el seísmo de L'Aquila y el de Amatrice, que se han cobrado un total de 300 muertos en tan solo siete años, hay coincidencias inquietantes. La sacudida de magnitud 6,3 en la escala Richter del 6 de abril de 2009 sucedió a las 3:32. La de magnitud 6 del pasado 24 de agosto, a las 3:36. La imagen de un cuadrante de un reloj colgado en un campanario visiblemente deteriorado con las agujas paradas a la hora del drama no ha escapado a los fotógrafos. Ni en L'Aquila, ni en Amatrice. El pasado 24 de agosto, la imagen, similar, no hizo sino acentuar una situación conocida, la sensación de déjà vudéjà vu.

A los periodistas, les bastaba con seguir el guión ya escrito. Poner rumbo de inmediato al lugar de los hechos, constatar los daños, documentar las primeras labores de rescate, a mano, entre los escombros cuando la tierra seguía temblando por efecto de las réplicas. Interrogar a los supervivientes asustados errantes tapados con mantas en la plaza mayor entre ruinas, dejar pasar las horas, actualizar el número de fallecidos. Dar con un caso milagroso, observar las labores de montaje de los campamentos, proseguir la búsqueda de supervivientes. Mantener la esperanza, 24 horas, 48 horas, 72 horas después del seísmo, hasta la celebración de los funerales con los que se cierra el relato. Y, cuando ya no hay féretros, anunciar la apertura de las primeras investigaciones, alimentar la polémica, referirse, en la cacofonía total, a los primeros proyectos de reconstrucción. Y tener la impresión de reescribir –y de releer– los mismos artículos que hace siete años.

Casi un mes después del seísmo que ha destruido y vestido de luto las localides de Amatrice, Accumoli, Pescara del Tronto, arrasando numerosas aldeas de las regiones de Lacio y de Umbría, el “terremoto” ya ha desaparecido de las portadas de los diarios y de los telediarios italianos.

Sergio Curcio, responsable de Protección Civil, manifestó ante la comisión de Medio Ambiente del Parlamento italiano que por delante queda “un largo recorrido” antes de que la zona afectada por el seísmo el 24 de agosto vuelva a recuperar la normalidad. Desde la sacudida mortal, se han registrado al menos seis mil réplicas en la zona. Más de 4.500 personas siguen durmiendo en tiendas de campaña, ahora que el verano toca a su fin y las temperaturas descienden por debajo de 10 grados. A diferencia del seísmo de L'Aquila, con 80.000 desplazados, el seísmo de Amatrice ha afectado a pequeños núcleos poco habitados, diseminados en la montaña.

Para Protección Civil, el desafío es ocuparse de una población todavía consternada, después de un seísmo que ha diezmado literalmente algunas localidades y cuyos habitantes muestran reacciones muy diversas. Los habitantes de Amatrice, por ejemplo, se oponen firmemente a la idea de abandonar temporalmente el pueblo para instalarse en en zonas seguras, mientras que los de Accumoli están dispuestos a ser realojados en otra comuna, en San Benedetto del Tronto, hasta que se lleve a cabo la reconstrucción.

“Hay que actuar rápido pero, sobre todo, hay que hacerlo bien e implicar a la población”, se apresuró a señalar Mattero Renzi en el momento de hablar de la reconstrucción, la víspera de la celebración de los funerales de las víctimas de Amatrice. El Gobierno quiere hacer todo lo posible por evitar que se repita la desastrosa experiencia de L'Aquila, donde los ciudadanos desplazados del centro de la ciudad fueron realojados en nuevas ciudades construidas a toda prisa en la periferia y, a día de hoy, en ruinas.

Matteo Renzi ha recurrido al arquitecto Renzo Piano, encargado de la reconstrucción del auditorio de L'Aquila tras el seísmo y que se ha propuesto dar una nueva vida a los pueblos destruidos, realojando mientras tanto a las personas que se han quedado sin techo en casas de madera desmontables. No obstante, harán falta al menos siete meses antes de que las primeras casetas –prefabricados temporales– estén listas, anunció poco después el comisario encargado de la reconstrucción, Vasco Errani. Este aseguró que pese a los plazos dados, la prioridad absoluta es evacuar la zona de tiendas lo antes posible. El nombramiento del expresidente de la región de Emilia-Romana, que a decir de muchos gestionó bien las tareas de reconstrucción tras el seísmo de Módena de 2012, ha permitido calmar los ánimos en relación a la gestión dramática del postseísmo de 2009, en L'Aquila.

Tras decretar el estado de urgencia por catástrofe natural en las horas posteriores al seísmo, el Gobierno redacta ahora la ley Casa Italia para desbloquear 2.000 millones de euros anuales, durante al menos 20 años, destinados a la reconstrucción y la promoción de una “cultura de la prevención”. “En materia de prevención, no se ha aprendido nada de lo ocurrido en L'Aquila”, apunta, escéptica, Adriana Cavaglià, coordinadora de la comisión de protección del Consejo Nacional de los Geólogos. “Este nuevo seísmo muestra una vez más la vulnerabilidad al riesgo sísmico del territorio italiano. En el centro de los Apeninos, sobre todo, hay un riesgo elevado o muy elevado, lo mismo para el seísmo de L'Aquila de 2009 o el del seísmo de Umbría o en Las Marcas”.

La geóloga añade: “Existe un mapa del riesgo sísmico con una escala de las clases de riesgo; en este mapa está claro que la zona de los Apeninos es una zona de riesgo mayor y sus habitantes deben saberlo”. Además, insiste en la necesidad de “trabajar en la prevención cada cierto tiempo”. “El error es que, de esta prevención, habría que hablar antes. También hay fondos para llevar a cabo mejoras estructurales, pero los ciudadanos no están informados de su existencia”, dice Adriana Cavaglià. “Lo más importante ahora no son las intervenciones estructurales de prevención, sino informar de forma correcta a todos los habitantes”.

Ultraje a las víctimas

Después del shock, llega el cinismo. En lugar de insistir en la necesidad de trabajar en la prevención, los medios de comunicación italianos se centran ahora en las polémicas en torno a las caricaturas del Charlie Hebdo. El alcalde de Amatrice, Sergio Pirozzi, presentó una denuncia contra la publicación por difamación, al considerar las caricaturas un “ultraje macabro, insensato e inconcebible” para las víctimas del seísmo.

El ministro de Justicia calificó de “repugnantes” los dibujos de Félix en el que se comparaban los cuerpos aplastados bajo los escombros con lasañas. Y hete aquí que la indignación en torno a las caricaturas ha terminado por eclipsar los aspectos relativos a la reconstrucción. Como en 2009, cuando Berlusconi comparó la vida de los supervivientes del seísmo en tiendas de campaña a pasar un fin de semana de camping, la indignación fue generalizada y se desvió la atención de las licitaciones para la reconstrucción.

“Italia es un país que digiere fácilmente, demasiado fácilmente”, escribía Tommaso Cerno, editorialista de L'Espresso, el 28 de agosto, solo cuatro días después del seísmo. “La indignación dura menos tiempo que la sacudida del temblor de tierra, pero destruye del mismo modo, porque tragedia tras tragedia, en lugar de aprender a ser más auténticos, pasamos a ser más cínicos. Incluso nos acostumbramos al dolor”. Pero ¿cómo no refugiarse en el cinismo y la resignación cuando en L'Aquila, siete años después del seísmo, el centro histórico de Abruzzes todavía parece una ciudad fantasma invadida por las grúas y una gran parte sigue considerada “zona roja”, de acceso prohibido. O cuando los inmuebles reventados siguen sin ser demolidos y la ropa permanece en las cuerdas desde la noche del 6 de abril de 2009, cuando las investigaciones y juicios para dirimir responsabilidades por el hundimiento de algunos edificios y por no haber respetado las normas antisísmicas de 1974 se eternizan?

¿Cambiará algo tras el seísmo de Amatrice? Lo veremos en las próximas semanas y meses. En L'Espresso, Marco Damilano hace una lectura política de los seísmos en Italia. “El de Irpinia [en 1980] fagocitaba la primera República: las ayudas inexistentes, la camorra, el PCI que rompía con la democracia cristiana, la dimisión del ministro del Interior, el jefe del Estado que acusa al Estado”, recuerda el periodista. “L'Aquila en 2009 es el temblor de tierra de la Segunda República. El show de Silvio Berlusconi [y de Guido Bertolaso, entonces jefe de Protección Civil], con los new towns, los grandes del mundo en los Abruzzes, la privatización de la reconstrucción con sus investigaciones, sus juicios, sus escuchas telefónicas”, continúa. “El seísmo de Amatrice, Accumoli, Arquata es el primer seísmo de la nueva fase, de la República que quiere reformarse”.

Damilano, el editorialista, gran conocedor del actual jefe de Gobierno ve a Matteo Renzi, que se presentó como rottamatore (el que envía al desguace) a las primarias del Partido Demócrata, mutarse ahora en ricostruttore (reconstructor). “El temblor de tierra es una fase simbólica entre una fase de su Gobierno y otra”, dice.

En Sant'Angelo, barrio de Amatrice, Sergio derriba la chimenea dañada de su villa, una de las pocas casas que no se ha derrumbado en esta aldea arrasada por la sacudida del 24 de agosto. A pocos pasos, la iglesia afectada por el seísmo de L'Aquila en 2009, que acababa de ser restaurada e inaugurada el 14 de agosto, se ha visto reducida a un montón de piedras.

Sergio se queja amargamente de los trámites administrativos, de la burocracia, de las contradicciones en que incurren las diferentes administraciones y de la negligencia generalizada que desalienta a unos y a otros a la hora de cumplir con las normas, que alargan los procesos y que impiden beneficiarse de la financiación destinada a prevención antisísmica. Resignado, este constructor inmobiliario admite: “En Italia, cada uno reina en su territorio, cado uno decide en su minifundio y después somos nosotros, los ciudadanos, los que pagamos las consecuencias”.

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Traducción: Mariola Moreno

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