Relaciones internacionales

Rusia impone su diplomacia armada en todos los frentes

Putin, el pacificador en un mundo sin memoria

“Asistimos al retorno de lo que era la diplomacia de la Unión Soviética”. De la ofensiva diplomática y militar rusa, de nuevo es François Hollande quien mejor habla. En su libro de confesiones Un président ne devrait pas dire ça (Un presidente no debería decir eso), el presidente de la República dedica la mayor parte del capítulo Mundo al episodio sirio ocurrido en el verano 2013, tras el ataque con armas químicas del régimen de Bashar al-Assad que desencadenó el enfrentamiento con el presidente ruso.

Después de haber amenazado con atacar al régimen sirio, Barack Obama renunciaba, enterrando con ello los planes de ataque franceses en Siria. Valdimir Putin, aprovechando la coyuntura, consiguió imponer un acuerdo sobre la destrucción de armas químicas del régimen de Damasco. Este episodio, un verdadero punto de inflexión en el conflicto sirio, también lo es para Rusia. Moscú utiliza a la perfección el renuncio Obama, según constata Hollande en el libro, y desde 2013 pone en marcha una diplomacia armada que se revelará muy eficaz.

Tres años después, Rusia se ha convertido en un actor principal en todos los frentes importantes. Turquía, Irán, Siria, Ucrania... ¡Incluso en las elecciones de EEUU, en las que trata de influir por medios más que dudosos! En tres años, Rusia ha impuesto su punto de vista echando mano de una diplomacia militarizada, que no titubea ante las provocaciones. La más espectacular se produjo el 22 de septiembre, frente a las costas de Bretaña. Ese día, cazas del Ejército francés interceptaron dos bombaderos rusos a un centenar de kilómetros de las costas bretonas. El Ministerio de Defensa reveló lo sucedido en su página web a principios de octubre. El incidente necesitó de la intervención de cuatro países europeos, entre ellos Francia, para expulsar del espacio aéreo europeo a los aviones rusos, calificados de bombarderos estratégicos.

Rusia ya no quiere ser una mera “fuerza regional”, como ha venido siendo en los veinte años posteriores a la desaparición de Rusia en 1991. Moscú concibe su influencia como la de una superpotencia, sino económica, al menos diplomática y militar. En una entrevista concedida a la cadena Pervyi Kanal, el 9 de octubre, el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguei Lavrov, diplomático emérito, volvió a escenificar ese retorno al panorama internacional.

El jefe de la diplomacia rusa recuerda que los que creían, desde 1991, que “tenían a Rusia en el bolsillo” se equivocaron y se despiertan ahora con resaca. “No porque hayamos queridos hacerles daño, sino simplemente porque queríamos que nuestro país volviese a ser autónomo, que se pueda vivir de forma decente y que nos encontremos orgullosos de ello”, añade. “Sí, existió la Unión Soviética, pero fue un periodo aislado y bastante largo en el plano histórico [...] Cuando esta anomalía (el hecho de que fuésemos una sociedad cerrada es anómalo) ha desaparecido, todo el mundo pensaba que Rusia había “encogido”, que seguirían, como ocurrió en los siglos XVI-XVII, dictando las leyes y las normas y que todo el mundo les escucharía. Se equivocaron”, dice.

Serguei Lavrov presenta el retrato de una Rusia orgullosa, único Estado del mundo capaz de oponerse a las decisiones unilaterales de la superpotencia que es EEUU, de defender el principio de no injerencia en los asuntos interiores de los Estados y de acabar con los “dobles estándares” de los occidentales. El ministro insta a su homólogo John Kerry “a construir las relaciones [entre ambos países] como adultos, sin rencores infantiles” y denuncia “la rusofobia agresiva” que, en su opinión, “es la base de la política que Estados Unidos pone en marcha con Rusia”.

“No es mera retórica rusófoba, sino iniciativas agresivas”, insiste Lavrov y las enumera: “Despliegue de armamento pesado norteamericano, de la aviación de la OTAN, así como del desarrollo del segmento europeo y asiático del escudo antimisiles americano cerca de nuestras fronteras y de las de nuestros aliados” y sanciones “poco amistosas, por no decir hostiles”.

Los rusos no dejan de decirlo, ahora están en condiciones de defender sus intereses apoyándose en un Ejército en fase activa de modernización. A finales de 2016, se prevé que den comienzo las pruebas del sistema de defensa antiaérea y antimisiles S-500 que entrará en funcionamiento en 2020. “El sistema puede llegar a interceptar simultáneamente hasta 10 misiles balísticos que alcanzan una velocidad de 5 km/segundo, a una altura de más de 185 kilómetros, con un alcance que puede ser de 600 kilómetros”, podía leerse recientemente en Sputnik, que publica múltiples artículos sobre esta renovación militar. La intervención militar rusa en Siria permite demostrar en tiempo real la eficacia del material, tal y como señalaba el diario The Independent.

Esta potencia militar debe relativizarse: el presupuesto anual ruso en defensa asciende a 83.000 millones de dólares, frente a los 600.000 millones de EEUU y los 110.000 millones de China. Esto no es óbice para que el Kremlin se recree con el miedo que inspira a los occidentales. Preguntado al respecto, el pasado 17 de octubre en France Culture, el investigador Thomas Gomart, director del Instituto Francés de Relaciones Internacionales señalaba que “Putin consigue manejar la herencia imperial y soviética” y se centra en la “política exterior y la política de seguridad. Lo que le caracteriza a día de hoy en el panorama internacional es que se enfrenta a líderes europeos sumidos en problemas nacionales cuando él, en el fondo, ha construido su poder en torno a la cuestión militar y la búsqueda de prestigio”.

A principios de octubre, en la Duma (la Cámara baja del Parlamento), Vladimir Putin apelaba al “derecho supremo histórico de Rusia a ser un país fuerte”, instando con ello a “reforzar la seguridad y las capacidades de defensa” del país, para precisar que no daba “a esta denominación –un país fuerte– connotaciones imperialistas. Nunca hemos impuesto nada a nadie”. El domingo 16 de octubre, coincidiendo con la celebración de la 8ª cumbre de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China, África del Sur) en Goa, recordó que estaba “en contra de la toma de decisiones unilaterales que no tienen en consideración las particularidades históricas, culturales, étnicas de un país u otro, aunque existan contradicciones en dichos países”. Y añadió: “Si alguien desea entrar en confrontación, no es lo que buscamos, sino que significa que habrá problemas. No lo deseamos. Preferimos buscar puntos en común, resolver juntos los problemas globales que se presentan ante Rusia, Estados Unidos y el mundo entero”, decía.

Esta retórica se concreta, desde 2013, en un intervencionismo brutal, sin consideración por las vidas humanas ni los equilibrios geopolíticos y los contextos locales. “Rusia, en un comportamiento que calificó de mimético con respecto a los occidentales, de nuevo ha entrado en una espiral de intervenciones exteriores. El hilo rojo del reino de Vladimir Putin es la utilización de la guerra limitada como medio de transformación del sistema internacional. La guerra es un elemento constitutivo del régimen de Vladimir Putin”, dice Thomas Gomart. En Siria y en Ucrania, sólo cuentan los intereses de Rusia.

La impunidad de Rusia en Siria

En Alepo, este jueves 20 de octubre se había anunciado una nueva tregua, prolongada finalmente durante 24 horas más; el Ejército ruso tenía que cesar los bombardeos durante ocho horas, se trata de una “tregua humanitaria”. Una pausa inicial de ocho horas, en un conflicto que empezó en marzo de 2011 y que ya ha causado más de 300.000 muertos, varios cientos de ellos sólo en lo que va de octubre. Desde el 22 de septiembre, las fuerzas del régimen sirio, apoyados por Rusia, bombardean ininterrumpidamente los barrios del Este de Alepo. “Desde que acabó el último alto el fuego, más de 130 niños han sido asesinado en Alepo Este y casi 400 han resultado heridos en bombardeos implacables e indiscriminados”, se alarmaba la semana pasada la ONG Save The Children.

Federica Mogherini, jefa de la diplomacia de la Unión Europea, calificada esta tregua de “etapa positiva”. Hace falta “una tregua más larga para que entren los camiones” que transportan ayuda humanitaria, señalaba por su parte Stéphane Dujarric, portavoz de la Organización de Naciones Unidas. El 13 de octubre, el Estado mayo ruso anunció que estaba dispuesto a garantizar a los rebeldes armados en los barrios del Este una “retirada segura”, “libre paso de los civiles de la parte oriental de Alepo y su regreso, así como la prestación de ayuda humanitaria”. La oposición a Bashar al Assad recibe con escepticismo la promesa rusa. De hecho, desde principios de año, Rusia y el régimen sirio no han dejado de utilizar estos periodos en beneficio propio. El régimen sirio se ha convertido en todo un experto en el arte de trasladar a las tropas durante la tregua para violarla acto seguido.

En Siria, los avances políticos dependen de la voluntad de Rusia, que ha bloqueado todas las resoluciones presentadas en Naciones Unidas en los últimos meses. La reunión, celebrada el sábado 15 de octubre, en Suiza, para tratar de acercar los puntos de vista estadounidenses y rusos terminó sin grandes progresos. Otra vez.

Frente a Rusia, Estados Unidos y la Unión Europea tienen pocas bazas. El lunes 17 de octubre, la Unión Europea apuntaba que los bombardeos del régimen de Damasco y de su aliado ruso “podrían suponer crímenes de guerra”. En las conclusiones adoptadas por los 28 jefes de la diplomacia de la UE, también abordan eventuales sanciones individuales complementarias contra aquellos que “apoyan el régimen sirio”. Esta política de sanciones supone una novedad en el conflicto sirio. Desde el verano, los ejércitos rusos y sirios han bombardeado de forma sistemática los hospitales en manos de los rebeldes en Alepo y en la región de Idlib, al noreste del país, sin que la comunidad internacional esté en condiciones de reaccionar.

Atraer a Turquía

El golpe maestro diplomático de Rusia de estos últimos meses ha sido el de situar a Turquía bajo su área de influencia. Sometida a Occidente desde principios de siglo, Turquía es el segundo contribuidor de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en el plano militar. El régimen de Erdogan, partidario de la caída de Bashar al Asad desde el verano de 2011, está molesto por el apoyo ruso a Damasco. A cambio, Moscú ha adoptado una política ambigua con Ankara, tratando de ahondar en la colaboración energética entre ambos países. La divergencia en lo que a Siria respecta, entre Moscú y Ankara, no tuvo ninguna consecuencia significativa, hasta el 24 de noviembre de 2015.

Ese día, dos cazas F-16 turcos abatían un avión de combate ruso cerca de la frontera con Siria. Erdogan rechaza disculparse y acusa a Moscú de haber violado su espacio aéreo. Moscú despliega un abanico de represalias económicas que perjudicarán a la economía turca. Aislado en el plano internacional y en problemas tras el golpe de Estado fallido de parte del Ejército turco, Erdogan no tiene entonces elección: necesita el fin de las sanciones económicas rusas y Turquía encontrar un espacio de influencia en Oriente Medio, penetrando en el suelo sirio para frenar al Estado Islámico y a la rebelión kurda, lo que no puede hacer sin el aval de los rusos, que controlan la frontera siria.

A principios de agosto, tras “lamentar” la destrucción del avión de combate ruso, Erdogan viaja a Moscú. El objetivo es enviar un mensaje a Estados Unidos, país que considera no le ha apoyado tras la tentativa golpista en Turquía, así como apaciguar los ánimos de Putin y lograr el fin de las sanciones económicas. Dos proyectos centran las conversaciones: el gasoducto TurkStream y la construcción de la central nuclear de Akkuyu, en Turquía.

“Como consecuencia de la crisis, nuestros intercambios comerciales, de un volumen de 35.000 millones de dólares en 2014 [31.000 millones de euros], cayeron un 40% en los ocho primeros meses de 2016. La energía es la clave del proceso de normalización”, explicó Alexandre Novak, el ministro ruso de Energía a su llegada el 9 de octubre a Turquía para participar en la 23ª Cumbre Mundial de la Energía. Una cumbre a la que Vladimir Putin asistió como invitado de honor para sellar una reconciliación. Dicha reconciliación permite a los turcos volver a Siria este verano, poniendo de manifiesto el hecho de que Rusia es el único verdadero maestro del territorio sirio.

Rusia y Ucrania

El asunto ya no acapara portadas, pero en el Donbass, región del Este de Ucrania, el conflicto continúa y Moscú sigue maniobrando. Sin embargo, se firmó un alto el fuego en febrero de 2015 en Misk, capital de Bielorrusia, entre los combatientes separatistas y el Gobierno ucraniano, y en presencia del presidente ruso, de su homólogo ucraniano Petro Porochenko, de la canciller alemana y de François Hollande.

Desde entonces, los enfrentamientos se han repetido periódicamente. Nunca se han cumplido las condiciones para que las elecciones locales puedan realizarse en este territorio, ocupado de facto. El pasado verano, las tensiones volvieron a aumentar. El conflicto ya ha causado más de 9-600 muertos desde que se desencadenó, en la primavera de 2014, y hay más de 1,7 millones de personas desplazadas en el interior de Ucrania.

A finales de septiembre, la investigación internacional sobre el avión del vuelo MH17 abatido en julio de 2014 sobre cielo ucraniano probó la implicación de los servicios rusos: el avión había sido alcanzado por un misil buk de fabricación rusa, que había sido lanzado desde un pueblo ucraniano en manos de los separatistas prorrusos, según los investigadores internacionales, tras dos años de investigaciones.

Si bien eso no absuelve al Gobierno de Kiev de sus errores, este estancamiento es fruto de una estrategia bien estudiada en el Kremlin. Se trata de un “conflicto congelado”, como hay otros en el exespacio soviético, que impide seguir adelante con las reformas en suelo ucraniano y, por tanto, el acercamiento del país a la UE. Y este conflicto, de paso, permite que se olvide Crimea, territorio anexionado por la Federación Rusa en marzo de 2014. La recuperación de la península ya no está entre las reivindicaciones de Kiev ni es una demanda de Bruselas y no aparece en el acuerdo inicial de alto el fuego.

Tal y como apuntaba la semana pasada, en una entrevista publicada en Le Monde, Alexander Hug, jefe adjunto de la misión de observación en Ucrania de la OSCE, que cuenta con 700 efectivos en la zona, las violaciones del alto al fuego son la norma. La organización calcula que se cuentan por varios cientos cada hora. Sin acusar ni a uno ni a otro bando de las hostilidades, Alexander Hug aseguraba que las patrullas destacadas en el terreno suelen verse más bloqueadas o amenazadas en los territorios que se encuentran bajo control separatistas que en aquellos bajo control ucraniano.

La prueba de que las negociaciones con Moscú patinan y que la situación en Siria complica seriamente este proceso de paz, ya de por sí muy frágil, es que la reunión de Berlín celebrada este miércoles 19 de octubre, en la que participaban los cuatro dirigentes presentes en las conversaciones, fue pospuesta inicialmente para confirmarse en el último momento. Hacía más de un año que no se habían reunido. Esta minicumbre no consiguió avance significativo alguno.

En una tribuna publicada en el diario alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung y titulado “Fin de la farsa”, Petro Porochenko dejaba a un lado su tradicional cautela para pedir que Moscú se tomase en serio de una vez el proceso de Minsk; acusa a Rusia de reforzar su arsenal militar en el Donbass. El presidente ucraniano estima que en septiembre la artillería rusa disparó en más de 800 ocasiones y en más de 500 en lo que va de mes. “Según los servicios de inteligencia ucranianos, en el Donbass hay 700 carros rusos, más de 1.250 piezas de artillería, un millar de vehículos de transporte de tropas y más de 300 lanzacohetes”. Y el jefe de Estado concluye: “No tenemos que cejar en nuestros esfuerzos por desenmascarar la farsa de Rusia, donde quiera que esté, en el Donbass o en Alepo”.

La política de sanciones establecida por Bruselas, al comienzo de la ofensiva rusa en Ucrania, con la anexión de Crimea y reconducida desde entonces cada seis meses, se ha revelado ineficaz. Frente a la intervención devastadora de Rusia en Siria, Angela Merkel aboga ahora por un endurecimiento de las sanciones. El asunto abordará en el Consejo Europeo, los días 27 y 28 de octubre.

El juego de influencia en las elecciones de EEUU

Pese al clima glacial entre EEUU y Rusia, la manera en que Moscú se ha inmiscuido en la campaña presidencial norteamericana no tiene precedentes. Se ha producido en tres etapas y con el consentimiento tácito del candidato republicano Donald Trump, que se ha alejado de la línea política que su partido mantenía tradicionalmente con Rusia.

Primera etapa: los servidores informáticos del Partido Demócrata eran hackeados por rusos a principios de 2016. La principal revelación pone de manifiesto que la candidata Hillary Clinton gozó del “favoritismo” de la mayor parte del partido en su combate contra Bernie Sanders en las primarias. Este apoyo de los peces gordos democratas a la ex primera dama era un secreto a voces. Pero una vez conocidos algunos correos confidenciales, la presidenta del partido, la diputada Debbie Wasserman-Schultz se vio obligada a dimitir en vísperas de la convención demócrata de julio.

Segunda etapa: hackers vinculados con los servicios secretos rusos (los colectivos Cozy Bear y Fancy Bear) tuvieron acceso a la cuenta e-mail de John Podesta, el jefe de campaña de Hillary Clinton. Wikileaks hacía públicos los correos y, si se hubiese tratado de unas elecciones “ordinarias”, los daños podrían haber ser devastadores para la candidata demócrata. Nada fundamental, pero sí se desvelaron aspectos incómodos que ponían al descubierto pequeños secretos del equipo Clinton y el doble discurso de Hillary por un lado con sus electores y por otro con los bancos y otros lobbies.

Afortunadamente para ella, las declaraciones ruidosas de Trump y su comportamiento con las mujeres han eclipsado el contenido de los e-mails de Podestae-mails en los medios de comunicación.

En ambos casos, WikiLeaks ha servido de plataforma a los hackers rusos y nadie concibe que haya sido posible sin el consentimiento de las más altas autoridades de Moscú. No sólo estaba controlado cuándo se producían las filtraciones, para hacer el mayor daño posible a Hillary Clinton y a los demócratas, sino que el equipo de Trump, varios de cuyos integrantes hacen negocios con Rusia, parecían avisados del calendario de las revelaciones. La embajada de Ecuador en Reino Unido, donde reside Assange desde hace cuatro años, ha anunciado que ha cortado el acceso a internet porque “Quito no quiere interferir en el proceso electoral de otro país”.

La connivencia entre Trump y Putin es circunstancial ante todo. Sin embargo, el candidato republicano nunca ha dejado de incluir a Moscú en sus discursos o de minimizar el papel de Rusia en Siria, mientras que el partido de Reagan siempre ha adoptado un lenguaje firme con Putin. Además, el segundo director de campaña de Trump, el especulador Paul Manafort, tenía relaciones financieras con el entorno de Putin y existen ciertas sospechas sobre algunas inversiones de Trump en Rusia.

Tercera etapa de este juego de influencia: a principios de octubre se detectaron se intrusiones informáticas en un cierto número de bases de datos regionales, donde se almacenan los datos electorales. Aunque las máquinas no están vinculadas con ninguna red informática y no se ha detectado ninguna manipulación, la simple idea de que Moscú pudiese alterar los censos electorales o los registro de votos es algo que la Casa Blanca se toma muy en serio. Cualquier amenaza en la legitimidad del proceso electoral es una mala noticia para la democracia”, ha dicho a la CNN John Naughton, director del Technology and Democracy Project. “La simple idea de que Rusia pueda estar implicada puede bastar para ensuciar las elecciones”. Y, desde que Trump se huele que se le puede escapar la victoria, no deja de denunciar una eventual manipulación…

Todo esto llevó el 7 de octubre al Ministerio de Seguridad Interior y a la Agencia de Coordinación de la Inteligencia a publicar una declaración excepcional que comienza: “La comunidad de inteligencia norteamericana está convencida de que el Gobierno ruso ha dirigido las recientes operaciones de intrusión en los e-mails de algunas personalidades e instituciones políticas”.

Como han subrayado varios expertos en relaciones americano-rusas, entre ellos un exasesor de Bush, que ha respondido por e-mail las preguntas de Mediapart, socio editorial de infoLibre: “Vladimir Putin no necesita ir más lejos: ha conseguido que se hable de él e inmiscuirse en las elecciones de EEUU, haciendo planear la sombra de la duda sobre sus capacidades cibernéticas. Que quiera la victoria de Trump o no, ni siquiera está en juego, lo que quiere es proyectar a Rusia como actor imprescindible en el panorama internacional; demostrar su potencia y ser escuchado”. Un buen resumen de la estrategia diplomática rusa de los últimos años.

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Traducción: Mariola Moreno

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