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Elecciones a la Casa Blanca

EEUU, el 'swing' final

En la recta final de la campaña a la Casa Blanca, puede parecer que los candidatos no han avanzado. O más bien que recorren una y otra vez los mismos lugares, sin llegar a adentrarse por el resto del país. Hillary Clinton parece tener sus cuarteles en Florida, Colorado o en Carolina del Norte. Y, Donald Trump, por su parte, recorre incansablemente Pensilvania, Ohio y Wisconsin.

Como cada cuatro años, las elecciones no se deciden en todo el territorio de EEUU, sino en los llamados swing states (Estados pendulares o bisagra), que pueden dar la vuelta al resultado debido al sistema de grandes electores. Aunque la demografía y las actitudes políticas regionales cambian en Estados Unidos, lo hacen lentamente. Por esa misma razón, ya se puede decir que California, Oregón o el Estado de Nueva York sólo pueden ser para Hillary Clinton, lo mismo que Texas, Nebraska o Misisipi necesariamente se decantarán por Trump.

Por tanto, quedan los swing states, una docena en 2016 y cuyo electorado está dividido entre demócratas y republicanos. Cuando los comicios están reñidos, algunos de estos Estados tienen un papel decisivo: en 2000, la victoria de George W. Bush se decidió en Florida y, en 2004, en Ohio. Este año los Estados determinantes pueden ser Carolina del Norte o en Virginia, territorios tradicionalmente republicanos que, si votan demócrata, asegurarán la victoria de Hillary Clinton. Donald Trump apuesta por Michigan y New Hampshire y su electorado de cuello azul, afectado por la crisis.

Esta batalla de los swing states comprende dos estrategias electorales diferentes, dos maneras de movilizar al electorado que pueden dar la victoria a un partido u otro. Porque en un país donde la tasa de participación en las elecciones presidenciales es del 55% (en 2012 fue del 55%, en 2008, del 58% y en 2000, del 51%), el hecho de conseguir arrastrar a las urnas a varias decenas de miles de votantes adicionales, que en otras circunstancias se habrían abstenido, puede bastar para ocupar la Casa Blanca.

¿Quiénes son estos votantes? Para Donald Trump, con un mensaje proteccionista y xenófobo, centrado en torno de su personalidad, son los White working class poors, la clase obrera blanca pobre, según la clasificación de los politólogos. Esta parte del electorado, durante mucho tiempo demócrata y afiliada a los sindicatos, empezó a decantarse por los republicanos en los 80, con Ronald Reagan y se aferró a los conservadores durante los primeros años de la guerra de Irak, con Bush hijo. Pero este electorado, desestabilizado por los cambios demográficos y el aumento de las desigualdades en el país, está cansado de la política. Los demócratas han decepcionado a este electorado con su “multiculturalismo”, al abandonar a la clase obrera. Los republicanos, también con sus políticas favorables al big businessbig business y a los más ricos.

Trump ha despertado a estos votantes, que acuden masivamente a sus mítines y que parecen identificarse con su manera de hablar. Si consigue movilizarlos de forma masiva el 8 de noviembre, el multimillonario tiene posibilidades de imponerse en los Estados bisagra de Ohio, Michigan, Wisconsin, Pensilvania o New Hampshire.

Del otro lado, Hillary Clinton tiene en el punto de mira a dos sectores de población: a las mujeres y a los hispanos (los latinos). Tradicionalmente, las mujeres votan más por los demócratas que los hombres (el 55% de las mujeres votaron demócrata en 2012, el 56% en 2008, el 52% en 2004). Ahora bien, la actitud abiertamente sexista de Donald Trump, conocida en esta campaña, lleva a al equipo de Hillary Clinton a pensar que pueden arañar más votos en ese sector de población, sobre todo entre las conservadoras con estudios que quieren que una mujer acceda, por vez primera, a la Casa Blanca, cerrando el paso a un hombre con fama de acosador sexual. En cuanto a los latinos, constituyen el santo Grial de las estrategias electorales desde hace dos décadas. Se trata de una población creciente, que se abstiene más que la media. Los republicanos intentan atarerlos con valores conservadores (religión y políticas favorables a los pequeños empresarios) y los demócratas destacan los aspectos sociales de sus políticas (salario mínimo, sanidad). Hasta la fecha, los demócratas han tenido más éxito y este año no parece que vayan a cambiar mucho las cosas, habida cuenta de las declaraciones de Trump sobre “la invasión mexicana” y su compromiso de deportar a los inmigrantes en situación irregular. Si Hillary Clinton logra movilizar a los latinos más que en elecciones interiores, la candidata demócrata puede alzarse con la Presidencia.

Ambas estrategias, a su vez, también pasan por dos modos diferentes de movilización. Hillary Clinton, como todos los candidatos demócratas y republicanos anteriores, recurre alground game, es decir, al ejército de especialistas de la geografía electoral, voluntarios (a menudo remunerados) y militantes locales, que van puerta a puerta, conducen autobuses, identifican a los abstencionistas y, de manera general, se esfuerzan por arrastrar a las urnas al máximo número posible de potenciales votantes. El equipo Clinton destinará a estas tareas, de aquí al 8 de noviembre, 150 millones de dólares.

Durante mucho tiempo patrimonio de los demócratas, gracias a su conexión con los sindicatos y los movimientos de lucha en defensa de los derechos cívicos, los conservadores también han desarrollado su propio ground game hasta convertirlo en una baza en las victorias republicanas (sobre todo en las de Bush hijo). Sin embargo, este año todo apunta diferente, dado que Trump ha apostado poco por ella. Y todo porque el Partido Republicano, dividido en torno a su candidatura, tiene mucho menos dinero que su rival y porque la campaña está siendo particularmente caótica (en seis meses el director de campaña ha cambiado tres veces), pero también porque Trump piensa que es capaz de movilizar al electorado gracias exclusivamente a su personalidad. Estrategia de la estrella de la telerrealidad que le ha funcionado más o menos bien en las primarias y le ha permitido llenar salas. Habrá que ver si le servirá para movilizar en masa al electorado.

En todos los casos, la docena de swing states son el barómetro que hay que tener en cuenta el 8 de noviembre. Trump necesita desesperadamente ganar en casi todos si quiere redecorar la Casa Blanca con mármol rosa y dorados. Si Clinton se hace con algunos, puede significar que el viento sopla en sus velas y que avanza hacia la victoria.

Traducción: Mariola Moreno

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