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La corrupción hace que se tambalee el régimen de Orbán

El primer ministro húngaro, Viktor Orban, saluda a la canciller alemana, Angela Merkel.

¿Qué hacían los yates de lujo de Gaith Pharaon y de Lörinc Mészáros, el mismo día (el pasado 4 de agosto) y en el mismo sitio (en el puerto de Split, en el Adriático)? En la pregunta que se hacen estos días los medios de comunicación húngaros. El primero es un multimillonario saudí, que dirige varias empresas en Hungría y que acaba de comprar una mansión colindante con la casa de los Orbán. El segundo es un amigo de infancia del primer ministro. Y tiene un currículo, cuando menos, atípico: pasó de ser un modesto instalador de gas a hacer carrera, fulgurante, a raíz de la llegada al poder del Fidesz, en 2010, hasta el punto de que ahora controla un holding empresarial industrial florecienteholding.

Ha adquirido además cientos de hectáreas de terrenos y de viñedos. También está vinculado con la empresa que compró, a principios de octubre, el importante diario opositor Népszabadság, antes de su cierre. La web del periódico tampoco se ha salvado de la quema: los archivos han pasado a mejor vida y con ello numerosos casos molestos para el poder. El último caso atañe al gobernador del banco central –el principal artífice, cuando era ministro de Economía, de las medidas de choque contra bancos extranjeros y multinacionales–, que vive en una suntuosa residencial propiedad del máximo dirigente en Hungría del gigante italiano UniCredit, que también preside la asociación de banca húngara.

“Este Mészáros se pasa el día comprando bienes de empresas en liquidación, hoteles, tierras, compra todo lo que puede”, explica Tamás Bodoky, periodista de investigación que dirige Átlátszó, que también está detrás de la plataforma Magyar Leaks, un buzón donde dirigir denuncias.

La pequeña redacción no da abasto. Acaban de recibir una información relativa a un castillo situado en la región vinícola de Tokaj, al noreste del país, al que una empresa del mismo Mészáros supuestamente acaba de echar el guante. Todo apunta, según el periodista, a que el Gobierno aprobará importantes beneficios fiscales destinados a la renovación de edificios históricos. “Y de pronto aparece gente como Pharaon, Mészáros, entre otros, que empiezan a comprar bienes inmobiliarios en mal estado por una cantidad ridícula. Imagino que el año que viene empezarán las obras a cargo del contribuyente...”.

Por su parte, István Tóth, director del Corruption Research Center Budapest (CRCB) dice estar “sorprendido por los resultados de sus propias investigaciones”. “¿Cómo ha podido deteriorarse hasta este punto la situación? El Gobierno de Hungría ¿cómo ha podido convertirse en el de una república bananera en tan poco tiempo?”, lamenta. Para tratar de medir el fenómeno con el mayor rigor, esta ONG cofinanciada por la UE ha analizado 127.000 licitaciones. Aseguran que el riesgo de corrupción ha aumentado notablemente estos últimos años y el orbanismo responde, punto por punto, a la definición tan de moda de crony capitalism. O del capitalismo basado en el amiguismo o en la connivencia en la que el Estado se pone al servicio de los intereses privados de personas bien relacionadas en el mundo de la política y que sacan tajada gracias a legislaciones hechas a medida. En esa lista, destacan Rusia y Ucrania, así como Malasia y Singapur, según el índice elaborado por The Economist.

El esplendor del tycoon Lajos Simicska, y después su caída tras una disputa personal con el primer ministro, ilustran de forma muy significativa cuál es la naturaleza del sistema. “Cuando el árbol empieza a esconder el sol, se cortan las ramas”, aseguran que dijo Viktor Orbán poco antes de apartarlo, hace dos años. Una poda de la que se benefició, sobre todo, el omnipresente Mészáros y el yerno de Viktor Orbán, István Tiborcz.

En la pequeña Hungría, los hidrocarburos están demasiado enterrados para ser explotables. Hay que hablar en forintos (la moneda húngara equivale a 0,0032 euros) para encontrar a algún multimillonario entre sus diez millones de habitantes. Las fortunas no se suelen hacer de la noche a la mañana y las cabezas que destacan se ven a lo lejos. Claro que, ¿no se puede decir lo mismo en los países excomunistas?, ¿es el Fidesz peor que sus predecesores? Después de todo, los vecinos de Hungría, ya sean eslovacos, croatas o rumanos, tampoco destacan en las clasificaciones elaboradas por Transparency International (se pueden consultar los resultados del índice de percepción de la corrupción en 2015). Y si la izquierda socialista-liberal húngara está moribunda, también se debe a “casos de corrupción nada bonitos” que salpicaron al gobierno cuando estaba en el poder en los años 2000, según su propio líder Ferenc Gyurcsány.

István Tóth lo resume de forma muy gráfica: a la izquierda, sitúa la constelación de pequeñas redes de corrupción independientes unas de otras, que prevalecía antes de 2010; a la derecha, la red única centralizada y concentrada creada por el Fidesz. “Para mí, supone un desafío llegar a entender cómo hemos podido pasar de uno a otro. El sistema húngaro es un prototipo”. Si Orbán está en la primera línea de las críticas, también en lo que a corrupción se refiere, es también porque muerde la mano de la Unión Europea que alimenta su sistema. Que lo alimenta generosamente: 25.000 millones de euros de 2014 a 2020, convirtiéndose en el segundo país beneficiario, por número de habitantes, sólo por detrás de Lituania.

El impresionante maná de los fondos europeos de recuperación concedidos a Europa central ha favorecido el favoritismo y el amiguismo, en opinión de István Tóth. Es el carburante principal del sistema. “¡Orbán usa el dinero de los contribuyentes europeos para construir su oligarquía! El de los húngaros no le basta para montar su chiringuito”. El diputado europeo de los Verdes Benedek Jávor opina lo mismo, desde Bruselas: “La cruzada de Orbán contra la Unión Europea está financiada por la propia UE y por los contribuyentes”.

El delfín de Orbán, en el centro del sistema

De entre todo los casos, el Programa de Residencia en Europa es digno de estudio. Al igual que Grecia, Portugal, Irlanda y otros Estados de Schengen, Hungría vende permisos de residencia a extranjeros ricos. Su oferta low cost llama la atención: promete conceder en dos meses permisos de estancia vitalicios para toda la familia, a cambio de comprar 300.000 euros en obligaciones del Estado (más 60.000 euros de gastos), reembolsables íntegramente en cinco años. Corrupción pura y dura porque la mayoría de los siete intermediarios autorizados a vender la obligaciones son sociedades offshores con sede en las islas Caimán, Chipre o en Liechtensteinoffshores.

A principios de marzo de 2015, los 2.500 permisos de residencia vendidos reportaron 170 millones de euros, según las estimaciones del CRCB. A día de hoy se han vendido más de 3.500 permisos. Todo el mundo sospecha –pero nadie consigue probarlo– que la empresa que opera con los ciudadanos chinos y que realiza los tres cuartas partes de la cifra de negocio está en manos de alguien del entorno de Antal Rogán. Este hombre, que se sitúa en el centro de este sistema, es el número 3 del Fidesz y alcalde del distrito 5 de Budapest. Sus vinculación reconocida con el crimen organizado hacen que sea el rostro visible de la corrupción en Hungría. Todos los partidos reclaman su cabeza, pero Viktor Orbán sigue protegiendo a su delfín.

El partido de ultraderecha Jobbik, al exigir sin éxito la retirada de este programa de residencia, ha tenido el descaro, como venganza, de hacer fracasar la enmienda de la Constitución destinada a oponerse a las cuotas migratorias de la Comisión. Otra sonora derrota para Orbán, tras perder el referéndum. El Gobierno multiplica los ataques ad hominem más sórdidos contra su presidente, Gábor Vona, quien para el Fidesz ahora se ha unido a las filas de los “traidores de la patria”. Es más, es posible que el Jobbik recabe el apoyo de los partidos de izquierdas para poner en marcha una investigación parlamentaria.

Un año y medio antes de las legislativas, se han declarado la guerra el Fidesz y el Jobbik, que trata de deshacerse de sus hábitos más extremistas, hasta el punto de que ahora ha hecho de la lucha contra la corrupción su arma. En un debate parlamentario celebrado el pasado mes abril, Gábor Vona retó a Orbán en duelo, como ataño. “Dejemos a un lado la inmunidad parlamentaria y que un tribunal pueda determinar quién es verdaderamente ese Lőrinc Mészáros y quién es realmente Viktor Orbán. Tendría que ser bastante valiente para ello”. El primer ministro no cedió: “No tengo hombres de paja. No soy un hombre rico, nunca lo he sido y no lo seré nunca”.

Todos los partidos políticos sin excepción consideran que el Estado ha caído en manos de una empresa mafiosa y no dudan en criticar al Fidesz: “ladrones”, “pillaje organizado”, “hombres de paja”, “Estado mafia”, etc. Ni siquiera el Fidesz desmiente la constatación, pero aporta una interpretación muy diferente.

En diciembre de 2015, un intelectual pro Fidesz András Lánczi despertó estupefacción al responder con hipocresía: “¿La nacionalización comunista posterior a 1948 y la privatización posterior a 1989 también era corrupción? Lo que llaman corrupción es pura y simplemente la política principal del Fidesz: el interés nacional”. Porque, según el relato bien hilado del gobierno, la economía húngara está en pleno boom, Europa central es un motor de crecimiento europeo y la receta de este éxito (engañoso) sería el famoso “iliberalismo” preconizado por Orbán en el verano de 2014.

En nombre de dicho iliberalimo, el Estado trata de volver a encontrar su lugar después de haber defendido, en los 90, que su Gobierno trata de hallar atributos en una de las economías más abiertas del mundo. Pero en Hungría como en otros lugares de esta parte de Europa, la capital no es suficiente para hacer emerger a campeones nacionales capaces de rivalizar con las multinacionales que prosperan en Estados débiles y que se ven limitadas a tratar, por todos los medios, de atraer capitales y empleos. De ahí la tentación de redirigir los fondos públicos –el maná europeo– sobre todo a manos privadas...

Pero en lugar del capitalismo nacional que se fomenta, que Orbán ha justificado en varias ocasiones aludiendo al gaullismo, se ha creado una oligarquía leal al poder. El eurodiputado Benedek Jávor no se anda con rodeos: “La corrupción ha pasado a ser el sistema en sí mismo y la gobernanza no es nada más que un subproducto de la corrupción. Su objetivo es crear las condiciones de la corrupción y la mayoría de las decisiones gubernamentales sólo están dirigidos a optimizarlas”.

La visión de una sociedad piramidal, retrógrada y dócil de los promotores del “iliberalismo” se articula muy bien con esta corrupción que filtra cala, poco a poco, hasta llegar a todos los estamentos, hasta la base, donde pequeños potentados locales se arrojan privilegios. Ákos Hadházy lo sabe bien. Era asesor municipal de Fidesz en Szekszárd (ciudad de 30.000 habitantes en una zona de viñedos, al sur) y dio un portazo al partido, escandalizado por cómo los Fidesznyik (denominación peyorativa empleada para designar a los servidores celosos del régimen de Fidesz) acaparaban tierras y concesiones de estancos nacionalizados recientemente. Ahora lucha contra la corrupción desde el partido parlamentario LMP (Otra política es posible).

Hadházy está convencido: “El Fidesz ha ido tan lejos en la corrupción que se ve arrastrado en una huida hacia adelante”. Desde que el partido lidera una cruzada contra la corrupción en el gobierno, su clíinica veterinaria está llena, van a verle para darle ánimos. De ahí el optimismo que contrasta con los sondeos de opinión: “Si Orban no pierde en las urnas en 2018, entonces será derrotado en la calle”.

Orbán prohíbe a las personas sin hogar dormir en la calle, una medida que las ONG califican de "inhumana"

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Traducción: Mariola Moreno

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