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La caída de Alepo no resuelve nada en Siria

Fuentes oficiales siria ha precisado que un total de 951 personas han sido evacuadas.

Tras un mes de bombardeos y de destrucciones devastadoras por parte del régimen de Damasco y de sus aliados, la caída de los barrios sublevados de Alepo ya es un hecho. La ofensiva final contra los sectores rebeldes, iniciada el pasado 15 de noviembre y ejecutada sobre todo por la aviación rusa, le ha supuesto el golpe de gracia a una ciudad en ruinas, donde sus últimos habitantes –hambrientos y agotados después de cuatro años de penurias, de terror y de desafíos–hace mucho tiempo que no tienen hospitales, centros de salud, mercados ni escuelas. Bombas, cohetes y obuses han destruido la mayoría de estos objetivos civiles -obviando las leyes de la guerra- y buena parte de los vestigios históricos de esta ciudad milenaria.

Para los rebeldes, desde el comienzo de la guerra en marzo de 2011, la caída de Alepo en manos del régimen -que ahora controla, junto con Damasco, Homs, Hama y Lattaquié, las cinco principales ciudades del país- supone el peor revés. Porque el dictador permanece en el poder, pero gobierna un régimen y un país en ruinas, donde los combates han causado más de 300.000 muertos y donde la mitad de los 23 millones de habitantes han optado por exiliarse dentro y fuera de sus fronteras.

La caída de Alepo bajo un intenso fuego cruzado ¿significa el final de la guerra en Siria? No. Nada más lejos de la realidad. Es cierto que permite a Damasco y a sus aliados rusos e iraníes confirmar el control de la parte occidental del país e imponer, al menos a corto plazo, su escenario ante los países que apoyan a la oposición. No obstante, ese éxito militar, amplificado por las evasivas norteamericanas y las dudas europeas, confirma el juego de Moscú frente a los occidentales y a sus aliados del mundo árabe. Pero ¿resuelve la “cuestión siria”? No.

De momento, lleva a una perspectiva en aparente contradicción con los proyectos del Kremlin para Siria. En el documento sobre política extranjera de la Federación Rusa, firmado por Vladimir Putin, el 30 noviembre, después en los 7 minutos –de los 70– consagrados a la política extranjera en el discurso pronunciado al día siguiente ante la Asamblea Federal, el presidente ruso insistió en la necesidad de preservar la “unidad, la independencia y la integridad territorial” de Siria. Claro que, la estrategia puesta en marcha desde el inicio de su intervención directa, en septiembre de 2015, por los militares rusos, da como resultado una Siria geográficamente partida en dos, que se espera lo peor.

Al oeste, en el litoral mediterráneo, se encuentran las dos bases rusas –Tartus para la marina, Hmeimim para la aviación– y las ciudades principales, la “Siria útil” de los geógrafos, donde se concentra la mayoría de la población. Entre Alepo y Lattaquié, al régimen y a sus aliados sólo le queda por conquistar la provincia de Idlib para conformar, en esta parte del país, un territorio homogéneo. En el este, hasta la frontera iraquí la parte menos poblada es la más deprimida del país –excepción hecha del fértil Valle del Éufrates– que escapa al control del régimen sirio.

Esta división, geográfica en sus orígenes, a día de hoy es estratégica. Ahora, el oeste está en gran parte bajo control de Damasco y de sus aliados. El este, desde 2013, es una de las provincias del “Estado Islámico (Daesch) proclamado por Aboubakr al-Baghdadi, que ha diseñado la mayor ciudad de la región, Raqqa, “capital” oficiosa de su califato. En el oeste, Damasco y sus aliados bombardean y masacran para salvar el régimen frente a una rebelión mixta en el seno de la cual coexisten –o se enfrentan- una minoría de partidarios de una Siria democrática y una multitud de grupos salafistas o yihadistas, apoyados por las monarquías del Golfo, que aspiran a creer un Estado Islámico.

En el este, la coalición occidental antiterrorista, que carece de medios terrestres, a excepción de grupos armados kurdos y en algunas zonas, efectivos del Ejército turco, concentra sus ataques aéreos contra las posiciones de Daesch, sus puestos de control, sus almacenes logísticos o sus dirigentes, como los cuatro dirigentes, implicados según fuentes oficiales en los atentados de París, asesinados a comienzos del mes en Raqqa por ataques aéreos de drones o de aviones de combate.

En la práctica, se libran al menos dos guerras en marcha en Siria. “Se desdibuja la división de Siria”, constataba la semana pasada, en una entrevista, el ministro francés de Asuntos Extranjeros, Jean-Marc Ayrault. El riesgo de desintedración del país es mayor puesto que los protagonistas no tienen ni los mismos objetivos ni los mismos medios, ni los mismos calendarios.

“Ni los rusos, ni los iraníes tienen intención de implicarse en la reconstrucción de Siria”

Moscú entró en guerra para apoyar a un viejo aliado en clara desventaja, para reafirmar sus presencia en el Mediterráneo y su estatus de gran potencia, pero también para hacer pagar a los occidentales el mal trato que sufrió Rusia en 2011 en Libia, donde los Occidentales se extralimitaron en el mandato original aprobado por el Kremlin. Pero después de establecer, sobre el terreno, unas fuerzas favorables al régimen de Damasco con miras a una inevitable negociación, ¿quién sabe si Rusia aceptará mantener en Siria el mismo dispositivo militar?

“Lo probable es incluso lo contrario”, opina el politólogo Andrei Gratchev, exportavoz de Mijail Gorbachov y excelente conocedor de la política rusa. “Putin no tiene intención de convertirse en rehén de Asad, de arriesgarse a sufrir un enquistamiento tan peligroso como el de sus predecesores en Afganistán y de verse involucrado en un nuevo conflicto Este-Oeste. Además, la operación siria ya le ha salido muy cara a la Rusia, cuya situación económica no es la mejor”. Por ello, quizás, en previsión de reducir sus efectivos militares, pensando a largo plazo en la retirada del contingente, Moscú ha iniciado, en Turquía, conversaciones discretas con algunas corrientes de la oposición siria, mientras envía a Siria a casi 5.000 soldados chechenos, muy preparados.

En cuanto al otro gran aliado de Siria, Irán, no ofrece más garantías que Rusia, en materia de apoyo duradero. Oficialmente entró en guerra para demostrar su solidaridad con uno de los pocos países árabes que le había apoyado, frente a Arabia Saudí, en su papel de potencial regional. Pero quizás esperaba asegurar la perennidad del “arco chiíta”, que le permite mantener una vinculación logística vital con sus aliados libaneses de Hezbollah y preservar su capacidad militad frente a Israel.

Con estos objetivos, Teherán fue a una guerra donde ha tenido un papel tan decisivo como el de Rusia. Desde el cielo, bombarderos rusos; desde el suelo, expertos militares iraníes y contingentes de combatientes extranjeros, formados, dirigidos y armados por Teherán, son los que han permitido al Ejército sirio, incompetente y agotado, reconquistar y mantener el terreno perdido. Este cuerpo de “voluntarios” chiíes lo integran casi 20.000 hombres, según Ziad Majed, profesor en la Universidad Americana de París y especialista en conflicto sirio, “los combatientes de Hezbollah en el Líbano, la milicia iraní de Harakat Hezbollah Al Nujaba y la Brigada de los Fatimidas compuesta por Hazaras afganos y por una minoría de pakisquanías, integrada por Hazaras afganos y por una minoría de pakistaníes, comandados por guardianes de la revolución iraníes”.

El Ejército sirio ¿estaría en condiciones, por sí mismo, de mantener el terreno conquistado por sus aliados? Es discutible, sobre todo después de lo que acaba de suceder en Palmira, donde la guarnición siria que tenía en control de la ciudad desde que la recuperó, hace nueve meses, huyó a comienzos de la semana tras un ataque del Estado Islámico, abandonando a la población, pero también parte de los blindados y de la artillería. Ahora bien, Irán parece considerar que el mantenimiento del acuerdo sobre lo nuclear, alcanzado con los cincos miembros del Consejo de Seguridad y Alemania y las perspectivas de desarrollo que se desprenden, constituyen su prioridad en materia de política internacional, lo que podría llevarla a limitar su contribución al conflicto sirio. Incluso a retirar, a largo plazo, a sus asesores dejando en el terreno a parte de sus milicianos.

“Ni los rusos ni los iraníes tienen medios ni intenciones de iniciar la reconstrucción de Siria, cuya economía está en ruinas, como buena parte de sus ciudades. La miseria, la desestabilidad, la desintegración del Estado, la proliferación de los grupos armados, la derrota de los rebeldes moderados frente a los islamistas más radicales, el odio fruto de esta guerra salvaje y las atrocidades perpetradas por el Ejército, suponen el campo de cultivo ideal para los extremistas. Hacia que protector se dirigirá, por ejemplo, la comunidad sunita, que ya ha sufrido una amputación de 6 millones de miembros que han elegido el exilio, cuando comprende que las promesas de Arabia Saudí ahora atrapada en Yemen, no eran más que palabras huecas?”, señala un diplomático, experto en la zona.

Esta cuestión es todavía más inquietante porque los rebeles, como se acaba de confirmar con la batalla de Alepo, no sólo son muchos menos en número y en armamento, sino que también están muy debilitados por los desacuerdos ideológicos y sus querellas locales, llegando incluso a enfrentarse abiertamente.

La pasividad de Barack Obama y de las diplomacias occidentales, que han sacrificado la revuelta de los sirios contra la dictadura a la incertidumbre guerra contra el terrorismo, la victoria, la elección de Donald Trump, favorable a un acercamiento con Moscú en el caso sirio y después la caída de Alepo son elementos que podrían llevar a Al Asad a negociar desde una posición ventajosa. Pero el dictador sirio también puede, como ha hecho hasta la fecha, a costa de la masacre de sus compatriotas y de la destrucción del país, obstinarse en rechazar cualquier verdadera negociación. Con lo que existe un riesgo real de ver a Siria dividida por odios comunitarios, entregada a las rapiñas de los señores de la guerra y a las ambiciones de sus vecinos de la zona. Con el riesgo también de ver cómo zozobra toda la región en una inestabilidad todavía más temible que la que reina en estos momentos.

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Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

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