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Israel rechaza implicarse en la guerra de Siria

El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu.

Al día siguiente del ataque con armas químicas perpetrado el 4 de abril en la provincia de Idlib, en Siria, el ministro israelí de Defensa, Avigdor Liberman, acusó directamente a Damasco. “Sabemos que es una operación siria [dirigida] por [Bashar el-] Asad de principio a fin”, podía leerse en el periódico Yedioth Aharonoth. Es “seguro al 100%”, insistió. Desde 2011, ninguna máxima autoridad israelí había denunciado con semejanza firmeza al régimen sirio.

No obstante, que esas palabras las pronunciase el belicoso líder del partido ultranacionalista Israel Beytenou (Israel, nuestra casa), conocido por sus declaraciones incendiarias, invita a la prudencia. Avigdor Liberman llegó a subrayar que se descarta una intervención militar israelí. “¿Por qué deberíamos correr ese riesgo? Es responsabilidad de la comunidad internacional”, justificaba.

“Desde 2011, la política de Israel se limita al mínimo imprescindible”, explica Amos Harel, especialista en cuestiones militares en el diario Haaretz. Oficialmente, el Estado hebrero pretende mantenerse “neutro” en la guerra de Siria, no desea tomar partido ni por el régimen de Damasco, con el que sigue en estado de guerra, ni por los yihadistas, que se han impuesto como una nueva amenaza. Eso no quiere decir que el país, en las primera línea del conflicto en su frontera noreste e íntimo enemigo de Hezbollah, aliado de las tropas de Bashar el-Asad, permanezca de brazos cruzados. El ministro Benjamin Netanyahu ha establecido dos líneas rojas, a saber: que los combates sedesborden, hasta alcanzar los Altos del Golán ocupado, fronterizos con Siria, y las transferencias de armas dirigidas a Hezbollah.

En los últimos años, Israel ha respondido, militarmente en varias ocasiones, a los tiros que “se habían desbordado” hacia su territorio. También se llevaron a cabo en Siria varios ataques –entre 10 y 15 según las estimaciones de analistas extranjeros– con el fin de destruir los sistemas de navegación o de defensa aérea y misiles de largo alcance proporcionados por Irán y el régimen sirio a Hezbollah. Ataques rara vez reivindicados pero regularmente atribuidos a Israel por Damasco, como el ocurrido el pasado 13 de abril contra el aeropuerto militar de Mezzah, a pocos kilómetros del palacio presidencial de Bashar el-Asad.

Contrariamente a lo que podría llevar a pensar los propósitos de Avigdor Liberman, el uso de armas químicas en Siria no supone una prioridad para Israel. El ataque del 4 de abril “no cambia las cosas”, confirma Hillel Frisch, profesor en la Universidad Bar-Ilan e investigador asociado en el centro Begin-Sdate de estudios estratégicos. “Israel cuenta con tantos frentes abiertos que no tiene ningún interés en implicarse más en el conflicto sirio [...]. Evidentemente, sería diferente si se llevasen a cabo ataques químicos de largo alcance en nuestra dirección. Pero, desde un punto de vista estrictamente técnico, nuestros expertos dudan de que sea posible. La mayoría de los gases se queman en el momento del lanzamiento. Haría falta que encuentren en un modo de aislar los gases, algo muy complicado”, advierte. “Por supuesto que el uso de armas químicas cambia las cosas. La situación en Siria cambia continuamente. La política de Israel debe adaptarse en consonancia”, matiza el abogado Gilead Sher, ex director de gabinete de Ehud Barak, quien tampoco cree que el ataque del 4 de abril vaya a convertirse en un “punto de inflexión” susceptible de modificar las políticas del Estado hebreo.

Para Amos Harel, lo que preocupa a Israel son más bien los avances territoriales del régimen sirio y, sobre todo, su “victoria en Alepo de diciembre pasado, gracias a la ayuda de Rusia”. “A día de hoy, el 70% de la zona que bordea la frontera israelí está en manos de los rebeldes. Netanyahu ha definido una nueva línea roja: no quiere guardianes de la revolución iraní, de Hezbollah ni milicias chiíes en esta zona”, dice el periodista. “La verdadera línea roja sería la limpieza étnica de los sunitas en la frontera de Israel y su sustitución por chiítas”, coincide Hillel Frisch.

Sin tener intención de reforzar su compromiso militar sobre el terreno, el primer ministro israelí lleva varias semanas engatusando a Donald Trump para conseguir la creación de zonas tampón entre Siria e Israel, pero también entre Siria y Jordania, como condición a cualquier acuerdo de paz. Zonas tampón que impedirían a Hezbollah o a Irán tomar posiciones cerca de la frontera israelí. La cuestión pudo abordarse el pasado 14 de febrero, en la visita de Benjamin Netanyahu a Washington.

En esta misma óptica el primer ministro israelí dio su apoyo a la operación militar llevada a cabo por Estados Unidos el 6 de abril, en respuesta al ataque químico en la provincia de Idlib. Una operación que el Ejército israelí conocía con anterioridad. Benjamin Netanyahu, aunque dice estar “en shock e indignado” por dicho ataque químico, ha evitado denunciar ad hominem a Bashar el Asad, al contrario que su incontinente ministro de Defensa. Porque si bien Israel espera la ayuda de Estados Unidos, el país no tiene ninguna intención de cargar con Rusia, aliado del régimen sirio.

Desde hace varios meses, los observadores han podido constatar que Vladimir Putin ha permanecido callado ante los ataques prestados a Israel en suelo sirio. Todo apunta a que Tel Aviv y Moscú han alcanzado un pacto de no agresión, cuyo contenido exacto se desconoce. Este acuerdo supuestamente concede total libertad al Ejército israelí para llevar a cabo intervenciones dirigidas a Siria, dado que no contemplan ni apoyar a los rebeldes ni debilitar el régimen de Damasco.

Después de la reacción inédita de Donald Trump, la semana pasada, no obstante Israel puede tener problemas para seguir haciendo equilibrismos entre Moscú y Washington. El 6 de abril, Vladimir Putin llamó a Netanyahu para afearle las palabras de Avigdor Liberman contra Bashar el-Asad. Según el Kremlin, el presidente ruso “subrayó que resulta inaceptable hacer acusaciones no fundadas contra cualquiera antes de llevar a cabo una investigación internacional en profundidad e imparcial”.

El 7 de abril, en comunicado emitido en nombre de los aliados de Bashar el-Asad y publicado por el órgano mediático Ilam Al-Harbi, próximo a Hezbollah, aseguraba que ningún ataque aéreo perpetrado sobre suelo sirio, con independiencia de su procedencia, quedaría sin respuesta. “¿Es creíble esta amenaza? Podemos preguntárnoslo, pero es verdad que eso podría afectar a Israel”, comenta Amos Harel. “Por primera vez desde hace años en Oriente Medio, la superpotencia de Estados Unidos está neutralizada debido a la intervención de Rusia y de Irán y por actores lunáticos como Bashar el-Asad y Hezbollah”, añade Uzi Rabi, director del centro Moshe-Dayan para Oriente Medio y África. “Israel va a tener que estudiar opciones más permanentes como medida preventiva” contra esta situación, preconiza.

De momento, al menos oficialmente, Israel rechaza cualquier reorientación de sus políticas: “Nada ha cambiado en la postura de Israel con relación a la guerra en Siria”, asegura un portavoz del Ejército israelí, contactado por Mediapart, socio editorial de  infoLibre “Tenemos la misma posición que hace un mes y nada cambiará en los próximos meses”, insiste. “Seguiremos ocupándonos de los heridos sirios. Nada más”. Otro aspecto de su política: Israel ha acogido a casi tres mil heridos sirios en hospitales desde 2013. Después de anunciar a finales de febrero su intención de reducir la envergadura de esta iniciativa, tanto humanitaria como estratégica, el Gobierno israelí finalmente ha dicho recientemente que seguiría financiándola el tiempo que fuese necesario.

La acogida de refugiados sirios, como tal, resulta impensable para el Estado hebreo, que ve en ello una potencial amenaza terrorista pero también identitaria. En enero, el ministro del Interior israelí aprobó, para sorpresa general, la acogida del acogida de 100 huérfanos sirios. Pero según fuentes citadas por Jerusalem Post, el expediente está cogiendo polvo en la oficina de Benjamín Netanyahu, que todavía no ha dado luz verde.

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Traducción: Mariola Moreno

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