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El capitán del puerto habla maravillas del “muelle de los multimillonarios” ante los inversores que, el 16 de marzo de 2017, visitaban el puerto deportivo de Bizerte, importante proyecto iniciado en 2008 y destinado a remodelar el puerto y convertirlo en un centro marítimo abierto al Mediterráneo. “Aquí estará el muelle de los multimillonarios; de hecho, la hija del rey de Arabia ya ha amarrado aquí una vez”. Pero al otro lado se levanta un edificio imponente, el Nautilus, complejo inmobiliario de lujo y gigantesco... todavía en obras. “¿Qué me garantiza que mi inversión no se destinará a pagar la deuda en vez de utilizarla para que el proyecto avance?”, pregunta un inversor kuwaití, escéptico. El proyecto de puerto deportivo arrastra ya una importante deuda y, si sus promotores no encuentran inversores, el desastre económico corre el riesgo de continuar. Sin embargo, el proyecto debía obtener varios millones de beneficios y crear 1.500 puestos de trabajo, gracias a un puerto deportivo que aspira a convertirse en una puerta de entrada del Mediterráneo a África.

Lo que pone de manifiesto el caso del puerto deportivo de Bizerte es el otro lado del decorado Túnez 2020decoradoTúnez 2020, la conferencia sobre la inversión que, a finales de 2016, atrajo a numerosos inversores extranjeros y que estaba destinada a estimular una economía en caída libre. Gracias a los objetivos conseguidos, con 15.000 millones de dinares en acuerdos alcanzados y 19.000 millones en promesas (en total casi 14.000 millones de euros), el Gobierno tunecino parecía estar en la senda de la recuperación. Sin embargo, desde enero de 2017, el crecimiento no termina de afianzarse; las leyes sobre la inversión, las finanzas o la fiscalidad, votadas en serie, requieren de tiempo para dar resultados. El bloqueo de una parte de los fondos concedidos por el FMI (en torno a 2.900 millones de dólares) se resolvía tras una misión, a finales de abril, del Fondo Monetario. Esí sí, las reformas preconizadas deberían aplicarse con urgencia.

Desde Túnez 2020, la mayoría de promotores tunecinos que buscan inversiones son claros en lo que se refiere a la situación económica y financiera de los proyectos paralizados. Pero, para muchos, lo que todavía falla es la capacidad de ejecución. “Tenemos capacidad para hacer todo lo que se dice en Túnez, el problema de fondo es la falta de visión económica y no la inversión”, asegura Radhouane Erguez, economista en el think tank Joussour.

“La economía tunecina se enfrenta a temibles desafíos. Los déficits, presupuestario y exterior, han alcanzado niveles desconocidos; en estos momentos, la masa salarial en porcentaje del PIB es una de las más elevadas del mundo y la deuda pública ha seguido aumentado hasta suponer el 63% del PIB, a finales de 2016. Y la inflación subyacente está en alza. En 2017, el crecimiento debería duplicarse para situarse en el 2,3%, pero seguirá siendo demasiado débil como para reducir significativamente el paro, en particular en las regiones del interior y entre los más jóvenes”, constata el FMI. Tras la visita, la institución se comprometió a desbloquear una nueva ayuda por importe de 319 millones de dólares, que se suman a los 635,8 millones de dólares ya abonados, pero también subrayaba la urgencia de una “respuesta económica” a la situación de crisis. La posterior depreciación del dinar y una comunicación alarmista llevaron a la destitución, a principios de mayo, de la ministra de Finanzas.

“Deberíamos haber apostado por esta depreciación para estimular el crecimiento, en especial apoyando la contribución del turismo gracias al efecto del poder de compra de las divisas extranjeras en Túnez, pero también favoreciendo en mayor medida el equipamiento en la inversión productiva para aprovechar más la tendencia a la baja de los precios de los bienes de equipo y apoyar nuestra competitividad-precio. De momento, no es el caso”, lamenta Riadh Ben Jelili, economista y miembro fundador de Joussour.

“El Gobierno de unidad nacional, aunque ha sabido imponerse en el plano político, no ha logrado hacerlo en el plano operacional”, dice Khaled Zribi, director general de la Compañía Gestión y Finanzas y presidente de la Bolsa de Túnez. “Cada uno es consciente a título individual de los problemas de Túnez, pero no hay un impulso colectivo para resolverlo”, añade. La situación económica en Túnez es “grave”, aseguró por su parte Wided Bouchamaoui, presidenta del sindicato patronal Utica, en su visita a Roma el 5 de mayo.

Dos Túnez y una brecha cada vez mayor

Porque la falta de visión económica se traduce en el aumento de las desigualdades en Túnez. En su último informe, L’Année politique 2017, el think tank dividía el país entre el Túnez integrado, con las fuerzas de poder y de gobernación, y un Túnez “en el origen de la revolución, pero excluido de las transacciones posrevolución” y que abarca las regiones marginalizadas y las bolsas de pobreza en la periferia de las ciudades.

Mientras que en el puerto deportivo de Bizerte, algunos todavía intentan atraer a los inversores, en el sur del país, sobre todo en la ciudad de El Hamma, empleados de una fábrica de ladrillos, que está a punto de cerrar sus puertas, se preguntan cómo van a llegar a fin de mes. La empresa –el 50% de sus acciones vuelven a estar en manos del Estado, después de la revolución, conforme a la política de confiscación de bienes que pertenecieron a hombres de negocios corruptos– se encuentra parada desde hace seis meses. El hombre de negocios que posee la otra mitad quiere liquidar la fábrica, ante la impasividad de los Ministerios... Y un centenar de empleados corren el riesgo de quedarse por el camino. Ironías del destino, los ladrillos que fabrican, de color rojo ocre, se ven a lo largo y ancho del país; constituyen el armazón de la mayoría de las construcciones de las casas tunecinas. En esta ciudad, a unos kilómetros de Gabès, los habitantes esperan desde hace tiempo que se cumplan las promesas: la finalización de una autovía entre Sfax y Gabès que debía estar lista en 2013; una estación termal para atraer el turismo interior a las aguas termales; una solución a la economía sumergida muy presente en la ciudad, de la venta de carne de dromedario a las legumbres que se dispensan en puestos ambulante instalados en cunetas.

“Todo es ilícito, entre los revendedores del mercado central de Túnez que no pagan impuestos municipales y el comercio ilegal entre la frontera tunecino-libanesa y tunecino-argelina”, afirma Ahmed Chariag, profesor de 67 años, oriundo de esta región. La economía sumergida representa entre el 30 y el 50% del PIB tunecino, según un estudio de Joussour.

Recientemente, el Gobierno se veía presionado por las protestas registradas en otra ciudad del sur, Tatouine. Reclamaban más empleo. Y, mientras los movimientos sociales se suceden por todo el país, hay quien sigue hablando de cierta recuperación gracias al turismo, cuyos indicadores están en alza para este 2017, o de nuevo, una vez más, gracias a la inversión, liberalizada, tras la aprobación de una ley en octubre de 2016.

¿Es la inversión el remedio a todo? El artículo 7 de dicha ley prevé que “la inversión es libre” en 49 sectores liberalizados. “En unos años, estaremos tan acostumbrados a trabajar en consenso que seremos los libaneses de África del Norte, es decir que los libaneses es gente que sabe trabajar tanto en África como en Estados Unidos, o en cualquier parte, porque están en una lógica consensuada”, dice Eymen Erraies, asesor del ministro de Desarrollo, de Inversión y de Cooperación Internacional, que apoyó Túnez 2020. Aunque admite que el Estado debe garantizar “políticas sociales”, el único estímulo, en su opinión, pasa por la inversión, fuente de crecimiento y de empleo en el Estado que debe “deshacerse de sectores no estratégicos y no competitivos. Por ejemplo, ¿por qué el Estado tunecino subvenciona aún la producción de tabaco?”, se pregunta.

Otros son más escépticos, como Radhouane Erguez o Riadh Ben Jelili. “Hace décadas que no se han producido cambios de metodología para abordar el desarrollo en Túnez y se sigue pensando que el país necesita leyes de inversión o una batería de leyes llamadas de ‘urgencia económica’ para que el territorio sea atractivo, tanto para los inversores locales como extranjeros. Se trata de una percepción inocente de la economía. El Estado debería redefinir claramente su política industrial y reformar en consecuencia sus políticas de inversión para acelerar la transformación estructural de manera que salgamos de esta economía segmentada”, añade. “Por ejemplo, en las recientes políticas económicas en Túnez, se ha abandonado el sector manufacturero pese a ser fuente de competitividad y de creación de empleos. Hemos apostado por políticas industriales que definen los ejes y las orientaciones principales que se van a convertir en estrategia para reforzar y modernizar el tejido industrial tunecino y su potencial competitivo”.

En cambio, hay quienes consideran que el futuro de un país, todavía presa de una economía de rentas y cada vez más víctima de los corporativismos, es incierto. “Lo hemos visto con la reacción de los médicos y de los abogados cuando se ha querido imponer más transparencia y equidad con la ley de las finanzas y de la lucha contra el fraude fiscal, se ha producido un rechaza sistemático a cualquier tipo de cooperación”, dice Riadh Ben Jelili.

Desde el Sindicato Patronal y la Unión General Tunecina de Trabajadores (UGTT), la fuerza sindical obrera, el impuesto de sociedades del 7,5% y la congelación de los salarios de los funcionarios propuesto por el Gobierno también habían despertado el enfado social. “Estamos en un país en el que los tres principales partidos y fuerzas de negociaciones son la Unión Tunecina del Trabajo, del Comercio y del Artesanado, la UGTT y la Administración”, resume el economista y asesor Achraf Ayadi.

Pese a que los diagnósticos económicos sobre el país se multiplican y a pesar también de que el plan de desarrollo quinquenal promete un rendimiento de entre el 4,5% y el 5%, muchos critican la brecha existente entre las aspiraciones y la capacidad para la ejecución. “Los diputados no tienen poder real de auditoría sobre el trabajo del Gobierno y aunque existe un Tribunal de Cuentas, hay una verdadera brecha entre los planes de Gobierno, que ofrecen los indicadores de resultados completamente irrealizables, y el poder de control o de corrección que las autoridades pueden ejercer”, dice Moez Bassalah, responsable del observatorio de economía de la ONG Al Bawsala.

En su opinión, mientras el Estado central y las regiones no vayan acompasados, mientras la Administración no se someta a una reforma real, las políticas de estímulo no surtirán efecto. Las polémicas en torno a la corrupción cercenan el debate público y, en ese contexto, la inversión parece relegada a un segundo plano. “Hay una economía rentista en Túnez con una élite que no quiere hacer concesiones sobre los privilegios que ha adquirido, a menudo de forma corrupta. El Estado debe enfrentarse a esta élite cada vez que inicia una reforma y supone uno de los bloqueos del país”, añade Zribi.

Privatizaciones

El otro eslogan populista, que ha surgido como consecuencia de los fracasos del Estado, pasa por privatizarlo todo, como recuerda el diputado Mohamed Fadel Ben Romdhane, miembro de la comisión de finanzas en la Asamblea. “Antes, las empresas públicas favorecían a los presupuestos del Estado, ahora suponen una carga para la economía y los presupuestos. Deben acometerse con urgencia grandes reformas”. Esta visión la comparten algunos expertos como Khaled Zribi, que promueve la idea de una privatización regulada y “no a ultranza”, en la que el Estado podría centrarse en el papel de regulador y estimular las empresas públicas actualmente deficitarias como la Sociedad Nacional de Explotación y de Distribución de Aguas (Sonede), la Sociedad Tunecina de la Electricidad y del Gas y la Caja Nacional de la Seguridad Social: “Si se quiere evitar hablar de privatización, se puede hablar de gestión pública, es decir que el Estado pueda seguir siendo propietario, pero no dirigirlo todo”.

También los bancos públicos, en concreto tres, se ven abocados a la privatización. El debate no es nuevo. Las privatizaciones comenzaron en 1987, con ayuda del FMI, y supusieron la liberalización de la economía de consecuencias no siempre beneficiosas. Hoy, privatizaciones, tutela del FMI y dependencia de los acreedores se han convertido en elementos clave de la recuperación económica. Numerosos expertos contactados comparan este mal con una “quimioterapia necesaria” para conseguir llevar a cabo reformas. “Si hubiésemos llevado a cabo nosotros mismos estas reformas, en lugar de crear empleos ficticios en la función pública para comprar la paciencia social, el proceso habría sido mucho menos doloroso”, comenta Achraf Ayadi.

A simple vista, Túnez se encuentra bien. Pese a la morosidad, algunos sectores vislumbran la luz al final del tunel. Los empresarios y los creadores de start up negocian ahora la Startup Act, un proyecto de ley que permitirá dotar de marco jurídico a las start up. Varios acreedores, entre ellos el Qatari Silatech, han prometido invertir casi 100 millones de dinares (varios millones de euros) en este sector.

Además, han surgido algunas iniciativas positivas, como la de SMART Tunisia, de Elyes Jeribi, un programa gubernamental que prevé volver a crear 50.000 puestos de aquí a 2020 gracias al offshore. Su equipo de cinco personas ha conseguido generar 5.000 empleos en tres años, desde su lanzamiento, demostrando a algunas empresas extranjeras instaladas en Túnez que podía ampliar el sector de actividad al que se dedica para dar empleo a mano de obra calificada. Aunque Elyes Jeribi admite que su buena voluntad a veces no basta para acabar con los problemas de ejecución, la falta de seguimiento o la inestabilidad, sigue adelante con su objetivo con un fin: encontrar una solución duradera al paro de los jóvenes tunecinos de aquí a 2020, sobre todo de los titulados sin empleo que representan casi el 33% de la población en situación de desempleo.

Asimismo, pese a la crisis, siguen abriéndose hoteles de lujo –está prevista la próxima inauguración en Túnez de un establecimiento de la cadena Four Seasons–, el volumen de negocios del sector de la automoción sigue creciendo, lo mismo que el del consumo de cerveza (la cifra de negocios de la sociedad de Fabricación de bebidas en Túnez subió un 165% entre 2015 y 2016).

Y, sin embargo, la calidad de vida empeora para la mayoría de la población, la clase media esta desapareciendo y el precio de una barra de pan puede oscilar entre los varios céntimos de euro y un euro si se compra en un establecimiento extranjero. Túnez atraviesa por un momento crítico de su transición, ese momento en que recuperar la confianza de los ciudadanos en el Estado pasa también por la economía, y no sólo lo político, ese momento en que la necesidad “de una dinámica social” y de “liderazgo” son más precisos que nunca, como dice Riadh Ben Jelili. El think tank Joussour preconiza una estrategia de recuperación económica a dos velocidades: una recuperación de la mano de la competitividad y la productividad, para el Túnez integrado, y un crecimiento impulsado por la inversión pública para la Túnez excluido, para que recupere el retraso. Mientras, el presidente de la República ha preferido enviar al Ejército para “proteger los sitios de producción amenazados por los movimientos sociales persistentes”, como explicó el 10 de mayo en una alocución televisiva.

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Traducción: Mariola Moreno

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