Los diablos azules

“Venid a ver mi verso por la calle”

El poeta Blas de Otero.

Miguel Ángel García

Hace cien años del nacimiento del poeta aquel que nos invitó a ver su verso por la calle, su verso a ras del hombre. Hay, con todo, formas biológicas y formas históricas de nacer. Resulta muy ilustrativo que el Jaime Gil de Biedma de "En el nombre de hoy" incluyera a Blas de Otero entre los "señoritos de nacimiento, / por mala conciencia escritores / de poesía social". El poeta de Pido la paz y la palabra (1955) nos cuenta la historia de su vida en un abecedario ceniciento y comienza por decirnos, efectivamente, que el país de los ricos rodeó su cintura y todo lo demás. Escribe y calla, consciente de que cualquier decir encierra a la vez un no decir, un hablar con los silencios. "Biotz-Begietan", el poema al que aludo, supone una suerte de autobiografía ideológica, un intento de mostrar al lector la constitución histórica del yo que nos recuerda, por el propósito y el tono, al Alberti de De un momento a otro (1937). En concreto al del poema "Colegio (S. J.)", donde aborda su educación antivital y represora con los jesuitas del Puerto de Santa María, como Otero con los jesuitas de Bilbao. Uno y otro texto se encuentran muy en la línea de la escritura luego practicada por los poetas del grupo del 50, y más tarde por los de "La otra sentimentalidad": la fundación histórica de la intimidad, la correlación entre la vida privada y la experiencia colectiva. El Alberti revolucionario, que aguarda una transformación del mundo de un momento a otro, es taxativo. Pensemos en el final de su poema: "Pero ya para mí se vino abajo el cielo". También el cielo se ha venido abajo para el Otero social de Pido la paz y la palabra, que antes ha sido un poeta religioso y hasta místico en Cántico espiritual (1942), y después un poeta existencialista o desarraigado en Ángel fieramente humano (1950) y Redoble de conciencia (1951).

Por lo que apuesta el magnífico poeta social que hay en Otero, demostrando hasta qué punto constituye un prejuicio tozudo la idea de que no puede haber una buena poesía engagée, es por una especie de "descielamiento", por el "cielo al revés" en que se convierte este mundo una vez que se asume la necesidad de transformarlo. Nacido de repente en ese país de los ricos, enredado en las manos de lana de la madre, cuyos pasos aún hoy enhebran la vida destrozada del yo poético, Otero nos habla, en estricto paralelismo con Alberti, de cómo aquellos hombres de hielo y luto atormentado lo abrasaron y trajeron la derrota del niño y de su caligrafía triste: "Madre, no me mandes más a coger miedo / y frío ante un pupitre con estampas". Tanto Otero como Alberti muestran su desclasamiento. Señoritos de nacimiento, se han cambiado de clase, y solo hay que recordar ahora el final de "Cartilla (poética)", de Que trata de España (1964): "Pero yo no he venido a ver el cielo, / te advierto. Lo esencial / es la existencia; la conciencia / de estar / en esta clase o en la otra. // Es un deber elemental". No es que Alberti y Otero escriban poesía social o comprometida solo por mala conciencia, sino por la nueva conciencia de clase que han adquirido, uno en la España convulsa de la Segunda República, otro en la España de la posguerra, como dan a entender perfectamente estos otros versos de "Biotz-Begietan", que aluden a la dura supervivencia en aquellos años oscuros, al mundo abolido por la Guerra Civil y, muy sutilmente, al poder militar franquista, aliado con esa Iglesia que a su vez se encargó de derrotar al niño y su caligrafía: "Esto es Madrid, me han dicho unas mujeres / arrodilladas en sus delantales, / este es el sitio / donde enterraron un gran ramo verde / y donde está mi sangre reclinada. // Días de hambre, escándalos de hambre, / misteriosas sandalias / aliándose a las sombras del romero / y el laurel asesino. Escribo y callo". Aquí el callar de Otero tiene que ver con ese "escribir en diagonal", como lo llama en otro poema de Que trata de España, con ese nadar y guardar la ropa al que le obliga la censura franquista: "Escribir en España es hablar por no callar / lo que ocurre en la calle, es decir a medias palabras / catedrales enteras de sencillas verdades / olvidadas o calladas y sufridas a fondo" ("Nadando y escribiendo en diagonal").

Merece comentario una imagen fundamental, por encima del guiño a Larra: la de lo que pasa en la calle. No se trataba, para Otero, de nadar y guardar la ropa con astucia y desasimiento de la realidad social e histórica; su callar era un hablar, un escribir torcido, sus medias palabras terminaban siendo completadas por el lector inteligente. Más aún: por las verdades rotundas de la calle. Él mismo dijo que sus cantos eran duran verdades como puños, lo cual no significa dar la razón a ese "clima de contenidos a palo seco" (la expresión, ingeniosa pero inexacta, es de José María Valverde) o al "formalismo temático" (José Ángel Valente) con los que suele despacharse a los poetas sociales como él, tachados con demasiada frecuencia de moralmente justos y estéticamente injustos. Como cualquier poeta social, Otero va al fondo, pero en su caso sin descuidar la forma: "Voy al fondo. / Voy al fondo dejando bien cuidada / la ropa. Soy formal. / Pero con qué facilidad la escondo, / musa vestida y desnudada, / prendiendo y desatándote la cinta / de tu delantal, mi vida" ("Aquí hay verbena olorosa", Que trata de España). La idea de desnudar la mujer, confundida con la poesía, y de esconder la forma para no tropezar con ella es netamente juanramoniana, aunque a Otero le mueven propósitos muy distintos, que no son los del esencialismo lírico sino los de darse a entender. Trasmitir a todos un mensaje, ir al fondo, no supone descuidar la forma. La poesía exige sudar tinta delante del papel, como leemos en el citado "Cartilla (poética)". El Otero social jamás sacrificó los derechos de la poesía, pese a asignarle unas obligaciones desde la conciencia y el deber elemental de estar en una clase muy determinada, con los de abajo. Había que desnudar la poesía, vestirla con la ropa de la calle, con el habla de todos los días y no con la que está en los libros: "Me gustan las palabras de la gente. / Parece que se tocan, que se palpan. / Los libros, no; las páginas se mueven / como fantasmas" ("Palabra viva y de repente", Que trata de España). Había que escribir "de cara al hombre de la calle", como se lee en "Cantar de amigo", de En castellano (1959), incluso buscar un verso capaz de parar a un hombre en medio de la calle ("Y el verso se hizo hombre", Ancia, 1958).

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Al igual que Alberti, Otero baja a la calle un buen día, después de haber muerto por dentro. Es entonces cuando comprende y rompe todos sus versos, como leemos en "A la inmensa mayoría", de Pido la paz y la palabra, una inversión del lema juanramoniano de "A la inmensa minoría". No hay imagen más gráfica para ilustrar la voluntad de compromiso: bajar a la calle y querer dirigirse a la inmensa mayoría. Para llegar a ella no solo era necesario ir al fondo, como se va al fondo de un cuerpo que se desea apartando la ropa, incluso la de la calle, cuidando las formas. Había que aproximarse también al lenguaje diario, según pone de manifiesto esta mínima "Poética" del mencionado En castellano, cuya edición francesa lleva el título significativo de Parler clair: "Escribo / hablando". Naturalmente, nunca se escribe como se habla. Incluso Otero llegaría, por este camino imposible, a querer hablar como el pueblo, con sus anchas sílabas que no se lleva el viento. El contrato social que Otero suscribe con la poesía le exige aprender de nuevo a escribir: "Da miedo pensarlo, pero apenas me leen / los analfabetos, ni los obreros, ni los niños. / Pero ya me leerán. Ahora estoy aprendiendo / a escribir, cambié de clase" ("Noticias de todo el mundo", Que trata de España). Cambiar de clase implicó para él cambiar de poesía y de escritura. Hoy quizás sigan sin leerlo los analfabetos, los obreros, los niños. Pero da miedo pensar que no lo leen quienes consideran que la poesía está reñida con cualquier compromiso, como no sea con el lenguaje. Termino como comencé, con Jaime Gil de Biedma, quien no dejó de ver en el Otero de Pido la paz y la palabra un poeta de recetario, como lo fueron los de nuestra posguerra, aunque a su entender era el más excitante de todos.

*Miguel Ángel García es profesor de Literatura en la Universidad de Granada.Miguel Ángel García

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