Los libros

'Pequeños incidentes': lo extraordinario

Pequeños incidentes (Antología poética), de Karmelo C. Iribarren.

Antonio Jiménez Millán

Pequeños incidentes (Antología poética)Karmelo C. IribarrenPrólogo de Luis García MonteroVisorMadrid2016Pequeños incidentes (Antología poética)

 

Leí recientemente la poesía completa de Karmelo C. Iribarren, Seguro que esta historia te suena (Renacimiento, 2015); ahora, esta antología publicada por Visor, Pequeños incidentes, me confirma la solidez de una de las propuestas más originales en el panorama de la poesía española contemporánea. En el prólogo, Luis García Montero señala con su habitual lucidez algunos rasgos diferenciales de su poética: la desmitificación de la solemnidad, el recurso a la ironía, los efectos de naturalidad que se sustentan en escenas de la vida cotidiana, la capacidad de observación. Es el de Karmelo C. Iribarren un “lirismo de frontera” que se aproxima a un mundo de perdedores y a partir de ahí declara su escepticismo. Sin embargo, como escribe Luis, “el escepticismo acaba convirtiéndose en paraguas, en una calculada defensa para resistir, casi en un motivo para la esperanza (…). Uno puede pensar que hay otros modos de sentir, pero en estos poemas sólo es posible este modo, y por eso resulta tan convincente, tan verdadero”.

Al inicio de su poesía completa, Karmelo C. Iribarren ponía una cita de Raymond Chandler: “La frase con alambre de púas, la frase laboriosamente rara, la afectación intelectual del estilo, son todos trucos divertidos, pero inútiles”. Es una buena declaración de principios. El espacio en el que se mueve su poesía queda bien claro en los títulos de su primer libro, La condición urbana (1995), y de su primera antología, La ciudad (2002, con varias reediciones). Sus poemas heredan una larga tradición contemporánea de paseantes y observadores que va desde el flâneur del siglo XIX y los itinerarios surrealistas, que buscaban en las ciudades todo aquello que la rutina había vuelto invisible, hasta los relatos y poemas de Raymond Carver. La mirada incisiva de Iribarren no intenta descubrir misterios ni prodigios; recordando a Philip Larkin –otro de los referentes—, el poeta no se dedica a “cazar dragones”, y el propio autor apunta en su Diario de K.: “Gran parte de lo que soy se lo debo a dos o tres bares y a cuatro o cinco libros”.

Encontramos en su poesía una síntesis muy inteligente de pasión y distancia, de frialdad y cercanía. El componente irónico es capaz de subvertir los lugares comunes y las frases hechas para darles un sentido inesperado, pero también ofrece distintos puntos de vista sobre una misma situación: la de los clientes de un bar, la de quienes esperan un autobús o viajan en él (“Línea 24, Bulevar”: “…en apenas segundos,/ doblará la esquina/ el maldito autobús…// El mismo/ cuyo retraso desespera/ a esa mujer de ahí…”). Otro aspecto de la ironía son los guiños literarios a los maestros reconocidos, ya sea en títulos de poemas o en versos: principalmente a Jaime Gil de Biedma (“¡Ay!, el tiempo, ya todo se comprende”, “Que la vida iba en serio”, “… o solo y borracho y mojado/ hasta los cuernos”, “De la vida me acuerdo, pero dónde está”), pero también a Ángel González, en el poema “Lo que hay” (“Sin esperanza, pero con/ veinte euros,/ me encamino hacia el próximo bar”), incluso a Caballero Bonald (“No somos más/ que el tiempo que nos queda/ caminando hacia el olvido/ que seremos…”). También aparecen otros autores, desde César Vallejo hasta Charles Bukowski. Todos esos referentes sostienen un modo de decir que rechaza el adorno: “Nada para recrear la vista./ Algo sólo para sentir” (“El arte y yo”).

No se entiende, pues, la poesía al margen de la vida: “Todo puede suceder/ en un poema:/ lo cotidiano, sí,/ pero también lo deslumbrante,/ e incluso/ ambas cosas/ a la vez/ —como en este, ahora/ que empiezas a desnudarte…”. Pero se impone la evidencia de lo cotidiano, los días grises, los tipos solitarios en cualquier bar, las conversaciones anodinas, la soledad del paseante; a partir de ahí, la voz que habla en los poemas asume el equívoco de las palabras y la caducidad de cualquier entusiasmo, buen punto de partida para una actitud vital que se dispone a aprovechar el presente, como nos dice el poema “Fórmula”: Hay que estar preparado para lo peor/ y disfrutar de lo bueno. Esa es/ la fórmula (…)/ Y vivir como si el tiempo/ nos debiese algo, como si fuera nuestro,/ exigiéndole al contado lo que nos pertenece”. Si el paso del tiempo deriva en la repetición de situaciones y lugares (“Sólo es el tiempo”, “Los días normales”, “La vida sigue”), un gran poema como “Intuición del frío” proyecta hacia el futuro las sensaciones inquietantes del pasado.

Los poemas de Karmelo C. Iribarren incluyen una amplia galería de personajes marginales. Vagabundos, mendigos, prostitutas, borrachos que recuerdan al autor periodos difíciles de su propia vida y forman parte de esa “ciudad sumergida”, esa “otra ciudad” seductora y falsa. Del libro Ola de frío (2007) proceden varias alusiones a este mundo de perdedores, “figuras tristes con cierta mítica”, gente que desaparece un día sin que nadie se dé cuenta: “Pasará a ser lo que siempre/ ha sido: nada, menos/ que el recuerdo de una sombra”.

Por último, las relaciones amorosas y el erotismo ocupan un lugar muy importante en su obra poética, con una gran variedad de matices. Las mujeres –se dice en el libro Serie B (1998)— “son como el alumbrado de la vida”, y la memoria sentimental del protagonista evoca los amores imposibles de la adolescencia, las miradas que se cruzan en un bar o en un ascensor (“Seguro que esta historia te suena”, “Benidorm, hotel”), la rutina que destruye a las parejas (“La tragedia”), las antiguas amantes despectivas que han ido a peor con el tiempo (“A veces, cuando me las cruzo”, “Planes”), los principios gloriosos y los finales patéticos (“Tragicómico”), las despedidas (“Segundos de eternidad”), la soledad (“…La soledad es eso,/ ahora lo sé:/ lo que hay/ antes y después de tu nombre”). Lo difícil no es enamorarse, “es salir entero/ de una historia de amor”. Tal vez por eso se recuerdan esos instantes fugaces que permanecen con el paso de los años y conservan el mismo brillo, la intensidad de entonces: “Hoy lo retomo donde entonces/ lo dejé: tu cuerpo recortándose/ en la penumbra del dintel,/ en tu rostro una ineludible propuesta”.

No creo que haga falta extenderse más. En el Diario de K., Karmelo C. Iribarren es muy explícito: “Mis poemas se explican tan bien solos que cualquier comentario sería superfluo. Todos derivan de cosas que he visto, pensado o hecho, y dudo que entre sus temas haya nada extraordinario', dice Philip Larkin, y yo suscribo”. Es la suya una poesía muy directa, que sabe utilizar bien el artificio de naturalidad. Una poesía que seguramente interesará poco a los teóricos del lenguaje y a las antologías de un supuesto canon académico. Pero sí a los lectores, y yo me cuento entre ellos.         

*Antonio Jiménez Millán es poeta y profesor de literatura. Su último libro, Antonio Jiménez MillánCiudades (Antología 1980-2015) (Renacimiento, 2016). 

    

Más sobre este tema
stats