LA PORTADA DE MAÑANA
Ver
Especulación en el infierno: los intermediarios inflan los precios en medio del caos y la muerte de Gaza

Los libros

'Temblor': recoger, respirar, reanudar

Temblor, de Javi López Gomis.

Gema Palacios

TemblorJavi López GomisRuleta RusaMadrid2017Temblor

Hace cuatro meses escribí unas palabras a propósito de Cronología de los pájaros, un poemario breve al que Javi había dado a luz durante su estancia en una ciudad próxima a Praga. Mi reflexión comenzaba así:

 

Javi López-Gomis escribe desde ese lugar en que se puede escuchar la quietud, el sosiego. Un remanso. Su escritura parte de un ruido atronador que surge dentro y que avanza hasta volverse música, canto sereno, pese a la gravedad de los temas que abaten de continuo: el silencio, la soledad, la pérdida. Es una escritura, ya no consciente del final que acecha, sino escrita desde ese rincón inefable.

Ya entonces lo emparenté con Chantal Maillard, con su cadencia, su ritmo entrecortado que se articula desde el dolor, centro mismo de la herida. También busqué su rastro en los poemas de la última etapa de Alejandra Pizarnik, a partir de Extracción de la piedra de locura, cuando el descoyuntamiento del lenguaje es tal que solo nos queda mirar cara a cara al abismo. Ahora ha llegado este nuevo hijo llamado Temblor. Su belleza pasa por tres fases, como las que conforman la vida de un ser humano: “De recoger las ruinas —poemas con semillas en lo triste-”, “De respirar los cuerpos —poemas de cerco o cercanía—” y “De reanudar el mundo —poemas para seguir temblando—”. Recoger, respirar, reanudar: recordad esas palabras, porque están muy relacionadas con la poética del autor.

 

Desde el preludio se anuncia la raíz del temblor que sacudirá todas las composiciones que siguen. La primera parte es el estremecimiento. Los poemas hablan del cuerpo convulsionado (“esa casa de piel completamente a oscuras”; “el velcro de las manos”) que se deja oír y nos interpela. Javi recoge los pedazos de sí que ha ido dejando sobre la tierra y con ellos confecciona imágenes. “Un animal grita debajo de mi piel y no lo entiendo”, gime el yo poético, antes de dar paso al poema que es el temblor más perverso e inocente, "Capítulos del pozo", del que no puedo hablar porque no se puede explicar esa experiencia en el hospital sino desde el grito, que es exclusivo de quien lo pronuncia.

El segundo escalón de esta obra, "De respirar los cuerpos", está encabezado por una cita de Dulce Chacón que reza: “Allí donde termina la distancia es el origen”. Pues bien: en los poemas que siguen el yo sale en busca de sí mismo, como en ese bellísimo poema de la tradición española como es el "Cántico espiritual", y se haya en el espacio que delimita otro cuerpo. Hay un encuentro en la otredad que ratifica la existencia y da forma al poema. A menudo este intento culmina en el abrazo inevitable de la ausencia, que se dibuja en el símbolo del pájaro (pensemos en el albatros de Baudelaire), animal que vuela solo y a cierta distancia del mundo: “Pero el pájaro callado vuelve y habla con alas en la voz”, leemos, o también “La belleza es un pájaro que no puedo abrazar”.

En el poema "Breve diario de distancias", nos encontramos con el gorrión y el mirlo, dos caras –la alegría, la melancolía— de una misma criatura. “La jaula se ha vuelto pájaro y se ha fugado”, escribió Alejandra Pizarnik en sus últimos años de vida. El poeta nos habla de una fuga que no tiene lugar del todo, porque hay un hilo que lo ata inevitablemente a la vida: lo que palpita, los cuerpos. Así, el cuerpo deseado se menciona como el “único lugar posible” en el poema "Ciclo de lluvias", y en "Elogio de las manos" se entona una letanía dulce, una canción de cuna llena de ternura: de quien se amó solo queda el eco, la huella, un poso persistente.

Si bien es cierto que este poemario está teñido de un manto de tristeza y dolor, este no podría tener cabida sin su reverso: la dulzura, que a menudo se presenta bajo la imagen de la infancia y la inocencia ligada a ella. Ahí está una niña que mira a un tren desde la palabra escrita, o los niños que protagonizan el Tango de Praga. Uno de los poemas que a mi parecer da sentido a la obra en su conjunto es el titulado "Cuento para dormir distancias", en el que un hombre se encuentra a solas frente al mar. Este hombre, que podría ser cualquier hombre, es también el poeta enfrentándose al misterio, a la poesía, a la literatura misma. Creo que ese temblor que se repite una y otra vez en la obra no es sólo el de aquel que teme, sino más bien del que sabe que es necesario temblar para vivir auténticamente. Y seguir escribiendo, aun a pesar de todo y con todo: “Tiembla vida y en ese temblor del mar se ahoga intentando llegar al otro lado”.

La última parte, "De reanudar el mundo", retoma los poemas de versículos largos donde la palabra fluye hasta desbordar los márgenes. La escritura de Javi López Gomis a veces es así, desbordante, como un río cuyo caudal redobla su furia para penetrar en los ojos. El poeta se asoma aquí a los gozos y las sombras de la literatura: porque el pájaro es la palabra, y la palabra es el lugar escogido para quedarse. “Un escenario para gritar la herida”. La palabra es humo que se apresa en los labios. La palabra persiste, la palabra. Y en el epílogo de gran belleza que sirve de telón a la obra, el lector vuelve a tropezarse con el poeta, una vez recuperada su esencia, que había quedado en el fondo del pozo, o en la camilla dura de un hospital. “Pero ¿qué cosa curar? Y ¿por dónde empezar a curar?” se preguntaba Alejandra Pizarnik en uno de sus textos más duros, Sala de psicopatología.

“Esta manía de saberse ángel sin edad”, clamó la gran poeta argentina. Eso que llaman locura. Esto que yo llamo auténtica y verdadera poesía, y que doy las gracias, aquí y ahora, porque ella exista, en este preciso Temblor.

*Gema Palacios es poeta. Su último libro publicado es Gema PalaciosTreinta y seis mujeres (El sastre de Apollinaire, 2016).

Más sobre este tema
stats