Los libros

Poesía teatral

Portada de Dime 'Lo', de Mónica Francés.

Trinidad Gan

Dime 'Lo'Mónica FrancésAmargord EdicionesMadrid2017Dime 'Lo'

—Dímelo, Mónica Francés, ¿qué riesgo pretendes afrontar con la publicación de este libro y de qué forma tu experiencia teatral se refleja en él?

—Más bien se trata de un reto: alcanzar una cierta coherencia y profundidad discursiva, hacer además una apuesta por la tradición irracionalista y la vanguardia para intentar merodear la contemporaneidad. Y en ese proceso es importante lo teatral, ya que, para mí, la superficie tanto del poema como de la escena son una suerte de lienzo donde todo lo que asoma dispara posibles sentidos.

 

Aunque parezca extraño comenzar una reseña (en esta ocasión la del poemario Dime 'Lo' recién editado por Amargord Ediciones) con palabras de la propia autora, éstas señalan perfectamente lo que su libro tiene de apuesta por la verbalidad vuelta escenario y por una comunicación directa con el lector ya, desde el mismo título, enunciadas. También nos da claves que enlazan con su trayectoria: Mónica Francés (Granada, 1971) ha sido actriz en la compañía de teatro contemporáneo Q-Teatro, dirigida por la dramaturga Sara Molina (a quien considera, como nos comenta, compañía fundamental dentro y fuera de la escena y parte de esa tríada que es base de su proceso creativo, formada por el teatro de Brecht y la vanguardia, su propio análisis desde la teoría psicoanalítica y el materialismo histórico aprendido de Juan Carlos Rodríguez) y crítica teatral para el diario Granada Hoy. También es constante su implicación en ciclos culturales —FEX o Memoria Joven, con performances músico-poeticas—, en la revista Letra Clara, siendo incluida en antologías como Ciudad poética de 2008, Poesía en el jardín 3 de 2014 o Todo es poesía en Granada de Esdrújula Ediciones en 2015 y ha publicado dos plaquettes; Área 25 y Todo es relato con Asociación del Diente de Oro (2007-2011).

Este es su primer poemario, que nace de la decantación intensa del texto, de una maduración poética fraguada durante años en los que la autora se ha tomado su tiempo de escritura obviando esa —a veces acechante— compulsividad del autor novel para publicar con el fin de escribir el libro que realmente la leyera. Un libro que fuera una apuesta no sólo vital o estética sino incluso ética, y esto desde el momento en que Mónica Francés asume lo que Juan Carlos Rodríguez llamaba "pensar desde la explotación": un proceso continuo de interrogación de lo que sea el yo, usando el lenguaje como instrumento de análisis del inconsciente ideológico capitalista desde el que escribimos, de (en palabras también del maestro marxista) "esas pulsiones configuradas a través del yo-soy-histórico" y siempre en busca de esa palabra rompedora que él definía como aquella "que sepa mostrar y desvelar todas las contradicciones que nos rodean".

Poesía, pues, de la búsqueda y de indagación dentro del propio poeta —me vienen a la mente ahora unos versos de Rafael Cadenas recién leídos: "¿Quién es ese que dice yo usándote y después te deja solo?"—, pero nunca con tintes de confesionalidad, sino con esa perspectiva más alerta de sospecha ante el propio inconsciente, fruto de su trabajo con aquellas preguntas lanzadas por la escuela de Lacan: ¿Qué hacemos con nuestra condición de seres hablantes y sexuados? ¿Cuáles son las conexiones de la lengua y la cultura con lo simbólico y su potencia creadora, con lo que hace a cada persona particular? ¿Cómo subvertir el molde de sujetos que se nos impone y tomar distancia de los espejismos del superyó capitalista, de la marca del lenguaje del Otro sobre nuestro cuerpo?

Así, ya al comenzar el libro, nos habla una voz poética que, más que mostrarse, se representa a sí misma sobre la página, diciendo "Voy a echarte mi cuerpo a leer", en un poema que revela una interesante erótica de la lectura y funciona como "teloncillo" (son sus palabras) de apertura, como invocación al lector que redobla el llamamiento del título. También podemos rastrear el bagaje teatral antes citado en la propia estructura que lo organiza en tres partes, tres tiempos, tres actos casi teatrales que se yuxtaponen más que obedecer a una progresión lineal desde el primer poema hasta el estupendo poema de cierre que funcionaría como telón final, pudiendo leerse además ambos textos como poéticas propuestas por la autora. Este uso de un yo teatralizado (que se disuelve en la  escenografía alzada por los versos, que muestra los huecos de una realidad social reinterpretada) tiene siempre un componente espacial y escénico: lo vemos en el poema "El hombre grande", donde descubre el autoengaño de esa brillante utilería de la nada que la sociedad actual nos hace cargar como equipaje, ese "bailar ningún aquí", en palabras que nos recuerdan el irracionalismo de las vanguardias literarias, un revivido surrealismo de las imágenes desplegadas desde la destilación onírica de lo mirado o sentido. Ya que otro eje central del poemario es la mirada (ese búmeran cargado tantas veces de vacío impronunciable), aquí pronunciada en una certera espiral: la poeta se mira y a la vez se deja mirar quieta en el escenario que supone la página, y la mirada del lector sobre lo escrito abre otra mirada ahora ya sobre sí mismo. Escribe: "Te busco en esa mirada, en la forma en que me miras, me busco a mí".

La sucesión de poemas va creando un ritmo muy personal de escritura. El martilleo de la palabra, el verso entrecortado, los encabalgamientos y la diversidad estrófica consiguen hacer cuerpo, resonando bajo la mirada del lector, el propio lenguaje, y ello no sólo en su aspecto fonético, en la musicalidad que nos deja, sino incluso en el más tangible de la propia grafía: líneas desplazadas, distinto tamaño de letra, uso de cursivas,  toques de poesía visual (hay varias muestras, como el poema "Pancartas al pie del ser y la letra"), configurando con ello otra forma de acentuar la palabra poética, casi una respiración escrita. Todo esto hace que veamos en estos versos de Mónica Francés, junto a la cuidada sonoridad, un alto componente plástico, de cuadro que se nos va formando en la retina, pero un cuadro de técnica puntillista, con diminutos trazos o  golpes de sentido como brochazos más intensos, en juego constante de contraluces, con un uso de la abstracción que (mezclando coordenadas espaciales y temporales, jugando con la ilusión óptica en el poema) nos propone otros vértices de lo cotidiano que distorsionan/alumbran lo real. Así, escribe "como en sus ojos de liebre crudo es el sentido" y entonces un bodegón de fuertes contrastes se nos da a leer en el poema "Habla luz". Los ecos literarios se funden con los de otras disciplinas en referencias escondidas y diversas: como ella confiesa, los títulos de cada epígrafe son citas ocultas de Lacan, del cineasta Pedro Costa y de Federico García Lorca (las únicas citas literales son una falsa de Freud y otra verdadera de Arístides Vargas), y hay guiños a Carlo Gesualdo, a Werner Herzog, a los artistas plásticos Juan Muñoz y Javier Pérez, a Chantal Maillard y Juan Gelman.

Se trata pues de un discurso no unívoco, no diáfano. Los poemas exigen trabajo del lector, pero lo hacen porque la poeta confía/se confía a él al entregárnoslos. Se ofrecen para ser releídos, para volver sobre ellos y descubrir a cada lectura los matices y los ecos: por ejemplo, en "Por el camino de las Cantarranas…", la huella narrativa de Faulkner nos abre aparentemente un paisaje externo cuando en realidad ese mismo paisaje es el remolino de luces y sombras, las poderosas y sorprendentes imágenes, de un monólogo interior. Pero Mónica Francés es poeta no sólo del adentro sino, sobre todo, una creadora que sabe lo que ese supuesto yo oculta y revela de todos los "afueras". Hay en el libro una presencia constante del compromiso ético y, en un sentido real, político (y aquí vuelve esa tramazón teatral que sustenta su trayectoria). Político con pleno cariz brechtiano, como contestación a esa "ideología dominante" hoy llamada "pensamiento único", y político en cuanto a texto que es "una investigación de los mecanismos de dominación y sometimiento" (y de nuevo traigo palabras del maestro Juan Carlos Rodríguez) y una toma de posición como ciudadana y mujer, lo que vemos especialmente en el poema "Jackpot" donde trabaja el concepto de femineidad, su condición sexual, su aún no resuelta doble explotación. Y hay también compromiso personal con el lenguaje, con todos esos pliegues en los que, desde la palabra, nuestras relaciones con los otros y la sociedad acaban definiéndonos (de ahí la doble lectura social/íntima de poemas como "Hablaré de ella", "Conversemos", "Dime Lo" o el ya citado “Habla luz").

Unamuno joven, viajero

Unamuno joven, viajero

Ahora es el lector el que debe Decir Lo, a su propia manera, recogiendo esos múltiples sentidos que esconde cada palabra de cada poema. Hasta ver, finalmente, cómo su propio cuerpo se deja leer, bajo otra luz, sobre la página nueva que nos trae Mónica Francés.

*Trinidad Gan es poeta. Su último libro es Trinidad GanPapel ceniza (Valparaíso, 2014).

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