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Vila-Matas y sus pasatiempos...

Mac y su contratiempo, de Enrique Vila-Matas.

Mac y su contratiempoEnrique Vila-MatasSeix BarralBarcelona2017Mac y su contratiempo

 

No se me ocurre una manera más apropiada de empezar la reseña de un libro de Vila-Matas que con una cita de Joyce, recordada recientemente por la novelista irlandesa Edna O'Brien, quien apunta que toda ficción es una autobiografía fantaseada. El caso es que en esta nueva obra, un hombre en la edad madura, con más de sesenta años, tras haber fingido ganarse la vida en una inmobiliaria, es despedido del bufete de abogados en que trabaja. Adopta, entonces, el nombre de Mac Vives Vehins y empieza a llevar un diario para ir aprendiendo a escribir y quizá convertirse un día en narrador. Así, decide reelaborar uno de los primeros libros de su vecino y autor de éxito, Ander Sánchez, titulado Mac y su contratiempo, que este considera fallido. Dicho texto tiene su equivalente en Una casa para siempre (1988), del mismo Vila-Matas, quien utiliza este procedimiento oblicuo para reconsiderar su obra anterior. Y, por cierto, fue muy ponderada en su momento por Roberto Bolaño, autor que campea por estas páginas. El caso es que el nuevo Mac se muestra obsesionado con su vecino, pues incluso está convencido de que es el amante de Carmen, su mujer.

Lo que se cuenta, en suma, es la relectura que Mac lleva a cabo, tras declararse una y otra vez lector empedernido (pág. 14, 24, 53), a pesar de lo cual no se nos ahorran repeticiones, algún vulgarismo y numerosos catalanismos. Enamorado de las formas breves, de los diez relatos que componen el añejo libro de Sánchez, cada uno de ellos remedo de un clásico del género (Cheever, Djuna Barnes, Hemingway, Jean Rhys, Carver...), Mac glosa, aunque de forma prolija, y tediosa, las posibilidades de reescritura, aunque esta nunca se lleve a cabo, quedándose en la mera enunciación. Pues a lo que aspira, al fin y a la postre, es a dejar una obra que parezca inacababa, a la manera de 53 días, de Perec. En suma, Vila-Matas publica un libro que glosa otro ficticio, de un tal Ander Sánchez, que a su vez nos remite a una antigua obra suya, aunque el objetivo del narrador sea en realidad remedar el último libro del citado escritor francés. Es decir, nos sirve tres tazas de caldo Borges, y la última con colmo.

Esa negación de la estricta originalidad, con el consiguiente elogio de la repetición (¿por qué no llamarla recreación?) y la correspondiente variación, está en la poética del autor, aunque me temo que tanto Borges como Perec empiecen a ser vacas demasiado ordeñadas. No en vano, se trata de juegos que funcionan una vez, pero que cuando se repiten tanto, acaban desactivándose. Lo malo es que, a veces, las elucubraciones de Mac nos hagan pensar en obras recientes de Eduardo Lago y Fernández Mallo (no sé si es necesario aclarar que el primero, como narrador, está a años luz del segundo), quienes se han dedicado, a falta de empeños más sugestivos, a tratar con obras de Nabokov o Borges, respectivamente.

Los hechos transcurren en el barrio actual del autor, situado a la derecha del Ensanche barcelonés (entre la actual plaza Macià, la Diagonal y la Rambla de Cataluña), que él decide llamar barrio del Coyote, porque allí vivió el popular escritor José Mallorquí, cuyo domicilio ocupa en la actualidad Ander Sánchez. Así, el espacio, o los comercios que frecuenta el narrador protagonista son todo lo reales que puedan llegar a ser en la literatura.

La estructura, la propia de un diario, con sus correspondientes entradas sin fechar, le proporciona a Vila-Matas una gran libertad y le permite traer a colación todo lo que se le ocurre (dispararse en mil direcciones, que diría él), bien se trate de las increpaciones de la voz de un muerto, bien de las reflexiones sobre las obras de Hawthorne (el motivo de “Wakefield“ al que se alude lo han utilizado antes Luis Mateo Díez y Javier Marías), Duchamp, Macedonio Fernández —aunque dudo que el autor argentino haya sido el Duchamp de la literatura, ni mucho menos, como aquí se afirma, pues su incidencia ha resultado mucho menor—, Malamud, David Foster Wallace, Alejandro Zambra o Samanta Schweblin.

A estas alturas, los lectores familiarizados con la obra de Vila-Matas no podrán dejar de sospechar que aunque el narrador sea el tal Mac, tanto este como Ander Sánchez guarden no poco del autor, de sus características, aunque estrictamente ninguno de los dos sea Vila-Matas, como suele ser habitual en las ficciones. Forzando la interpretación y quizá la intención del autor, podría recordarse que Vehins suena en catalán (veïns) igual que vecinos, mientras que andere significa otro en alemán.         

Pero, ¿de qué se trata, de ficción, de realidad; es una obra narrativa, un diario, acaso un ensayo? Vila-Matas disfruta transitando por estos jardines, que deben hacer las delicias de los aficionados a semejantes vericuetos de la escritura, pero cuyos mecanismos, al reiterarse en demasía, empalagan. Asimismo, cansa el abuso de las citas, pues ahogan la narración, e incluso el ensayo, en lo que pudiera tener el libro de tal. Me temo, sin embargo, que al lector de a pie, el que lee por puro placer, para emocionarse o acabar perturbado, ese lector un poco menos sofisticado, todo esto debe de sonarle a música celestial, y ni la aparición de mendigos le va a parecer un rasgo de compromiso social por parte del autor, ni quizá tampoco consiga apreciar el humor absurdo que se nos administra en dosis homeopáticas. Pero, es que, además, el abogado en paro resulta excesivamente redicho, poco verosímil, un mirlo blanco, si nos atenemos a los múltiples saberes literarios que despliega, por muy fanático lector que se declare. Así, tengo la impresión de que el autor, en uno de sus enmascaramientos llevado a cabo con menos pericia, ha anulado al personaje y narrador protagonista, de modo que la voz nos suena a Vila-Matas, más que a Mac. Sí llamaría la atención, en cambio, sobre algunas historias intercaladas, como el episodio de la cotorra argentina o la antigua leyenda jasídica (pág. 103-105, 172 y 173). Y destacaría también las preguntas que se hace Mac sobre el libro de Sánchez, puesto que son las mismas que debería formularse todo lector interesado en la obra de Vila-Matas.

Tampoco escasean los componentes metaliterarios. El narrador lo presenta en las primeras páginas como un diario de aprendizaje, secreto; aunque si lo primero se cumple, no ocurre así con lo segundo. En cambio, en la contrasolapa del volumen se define el libro como una “asombrosa novela que se disfraza de divertidísimo diario“, lo que es mucho decir, no solo por los desmesurados adjetivos, sino también por el barajar de los géneros, que la postmodernidad, o donde estemos ahora (a ver qué nos dictan las universidades americanas, para ir tras ellas sin rechistar), ha caracterizado de híbridos, como si semejante condición, o siquiera su tratamiento, fuera algo novedoso y en sí mismo añadiera algún valor extra a la obra. La cuestión, al fin y a la postre, es cómo se lee el libro. Creo que, en esencia, como un diario.

Con el tiempo, Vila-Matas ha acabado convirtiéndose en un saltamontes, logrando hacer de la necesidad virtud, pues ha conseguido sacarle partido a sus habilidades como narrador, ya que como ensayista propiamente dicho no parece que tenga mucho nuevo que decir; pero sí —con variaciones— que repetir. Desde el punto de vista teórico, sus afirmaciones a menudo resultan sugestivas, aunque no siempre funcionen en la práctica, como podemos observar en sus propios libros. Las reflexiones sobre los tres géneros que aquí tienen una presencia mayor: la novela (con disquisiciones sobre el Nouveau Roman), el cuento y el diario, no creo que añadan nada a lo consabido.

Olvidar a Bolaño y recordar la juventud perdida

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Si el reto consistía en reiventar un antiguo libro, los resultados no parecen precisamente halagüeños, pues el empeño en ello denota un cierto agotamiento creativo que acaba quedándose en un mero juego intelectual. Pero ya que andamos en el mundo de las apropiaciones y repeticiones, acaso la mejor manera de concluir sea recordando una frase del pintor Braque: "En arte solo es válido un argumento, el que no puede explicarse". Y así ocurre en esta ocasión, pues si algo sigue siendo valioso hoy en el desbordado territorio de las artes, de la literatura, es que la obra aparezca electrificada por un cierto contratiempo. No parece que sea el caso que ahora nos ocupa, pues todo este manierismo sitúa a Vila-Matas en el complaciente terreno del pasatiempo.

*Fernando Valls es crítico y profesor de Literatura.Fernando Valls

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