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Luces Rojas

Por un Socialismo de la levedad

Por un Socialismo de la levedad

Luis Fernando Medina

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Semanas antes de morir, Italo Calvino dejó escritas cinco conferencias, de seis, que tenía programado ofrecer en Harvard y que nunca llegó a pronunciar: sus Seis propuestas para el próximo milenio. En ellas discutía valores que él vislumbraba como cada vez más importantes en la sociedad moderna, enfatizando, como era de esperarse dado el conferenciante y la audiencia, cómo debía plasmarlos la literatura. La primera tenía por título Levedad.

Para Calvino, el mundo del siglo XXI, que él no alcanzó a conocer, sería un mundo leve, en flotación, en movimiento. Notaba Calvino cómo mientras las anteriores revoluciones industriales habían llenado nuestro imaginario de óxido, hollín, hierro y engranajes, la revolución productiva de nuestro tiempo era la de los electrones, los bits y pixeles de información que flotan sin hacer ruido y sin tener peso. Cuando murió Calvino internet era todavía un encantamiento compartido por unos cuantos ingenieros pero, seguramente, de haber vivido hasta hoy, no habría podido menos que sonreír ante la noción de "la nube", el monumento colectivo a la levedad donde albergamos el equivalente a incontables bibliotecas de Alejandría sin necesidad de poner un solo cimiento.

Escritores habrá que puedan recoger las inquietudes de Calvino sobre la levedad en la literatura. Ocupémonos aquí de otros dominios de la imaginación: la política y la economía. Hemos entrado al tiempo de la levedad pero seguimos usando las categorías de la época anterior. Vivimos en un mundo en el que cada vez es más importante la producción de símbolos, de información, de conocimiento, de significados, un mundo de la levedad donde son cada vez más posibles las asociaciones espontáneas de personas e ideas, el tráfico incorpóreo de conceptos y de fantasías. Y sin embargo nuestros debates políticos siguen anclados en la época en la que la producción de bienes era imperativa para espantar el espectro de la escasez cuando no de la hambruna.

Tomemos por caso el debate, ya casi clausurado, entre capitalismo y socialismo. Declararse socialista es hoy un gesto tan arcaico e ininteligible como declararse Rosacrucista. Pero, paradójicamente, la producción de símbolos, de conocimiento, de información y de significados es en su mejor versión una empresa socialista.

La identificación de capitalismo con mercado y de socialismo con Estado es una muletilla perezosa validada por algunos accidentes históricos que no viene al caso discutir. Lo que ha caracterizado a la tradición socialista desde sus orígenes ha sido su empeño por crear y defender espacios de cooperación social protegidos de los imperativos tanto del mercado como del Estado. Para ser genuinos y robustos, dichos espacios deben ser igualitarios, con estructuras organizativas lo más horizontales posibles, donde los miembros gocen de altos grados de autonomía que, a su vez, les permitan cooperar en libertad, libres de las amenazas constantes de las conveniencias políticas o de los balances de contabilidad. Pues bien, esta descripción es también la descripción de lo que ocurre en las mejores organizaciones dedicadas a la producción en el mundo de la levedad, bien sea en universidades, laboratorios, estudios de producción, etc., independientemente de que sean privadas o públicas. No es casualidad. Esta producción requiere cooperación, flexibilidad, autonomía, libertad de experimentación, en fin, muchos rasgos que resultarían incómodos en una burocracia estatal o una empresa privada. En una palabra, requieren socialismo.

Existe ya en nuestras sociedades un segmento privilegiado que disfruta de la levedad, emancipado de la tiranía de las máquinas, los organigramas e incluso de la ubicación geográfica, trabajando en jerarquías fluidas, con acceso a ocio productivo, con seguridad laboral y con oportunidades de experimentación y reinvención. Pero en lugar de expandir esos espacios, en lugar de permitir que cada vez más personas accedan a ellos, la tendencia imperante va en dirección opuesta: cada vez mejores condiciones para quienes habitan dichos enclaves pero cada vez más precariedad, menos poder de negociación, menos ocio y de peor calidad y menos autonomía para quienes se quedan fuera.

No es difícil ver el tipo de pasos que podrían revertir esta tendencia. Por ejemplo, la instauración de un ingreso básico universal contribuiría significativamente a expandir las condiciones de autonomía y seguridad de todos dándoles oportunidades para cambiar de trayectoria, para embarcarse en iniciativas novedosas. Políticas de pleno empleo, algunas ya utilizadas en el pasado, otras por inventar, mejorarían el poder de negociación de los empleados ante las jerarquías que dominan el aparato productivo. Una educación superior que no esté atada inexorablemente a los criterios de rentabilidad formaría ciudadanos más aptos para este mundo de la exploración y la inventiva. Incluso pequeños pasos como incentivos a la generación de cooperativas a través de la política de compras estatales, similares a, por ejemplo los incentivos que da el Gobierno de Estados Unidos a las empresas de minorías raciales, contribuirían a un "ecosistema" de empresas más amigable para los ciudadanos.

No viene al caso decidir aquí si estas ideas en particular son buenas o no. Lo que llama la atención es que son pasos casi impensables. Y lo son porque generan ineficiencia. A la luz de los criterios del mercado, el socialismo es ineficiente y la eficiencia económica se ha convertido en la estrella polar de nuestro firmamento ideológico. Es el momento de cuestionar esa primacía. Nuestra obsesión con la eficiencia era relativamente comprensible en un mundo en el que no había los recursos materiales suficientes para garantizar la subsistencia de todos. Es una obsesión que ha servido para justificar muchas miserias (y mucho despilfarro), pero eso es tema para otro momento. Ahora lo importante es aprender a cuestionar la eficiencia, un concepto que se vuelve cada vez más gravoso en un mundo cada vez más leve.

La ineficiencia es como el colesterol. Así como hay colesterol bueno y colesterol malo, hay ineficiencia buena e ineficiencia mala. Todos podemos pensar inmediatamente en ejemplos de ineficiencia mala: corrupción, desidia, desgreño por mencionar solo unos pocos. Pero también hay ineficiencia buena. Muchos proyectos, resultado de la creatividad, autonomía y solidaridad, son ineficientes a la luz de los criterios del mercado. El reto hacia futuro es buscar la manera de que haya cada vez más ineficiencia de la buena y cada vez menos de la mala. Pero para acometer el reto hay que tener el lenguaje para formularlo.No hay que ser un genio para entender a qué intereses sirve el actual lenguaje político. Pero por lo mismo, este mundo de la levedad plantea un reto a nuestro vocabulario, a nuestra imaginación política. Al fin y al cabo, como advierte Calvino, levedad no es trivialidad. Antes bien, es lo opuesto, la verdadera levedad está plena de invención, de reinterpretación, de cuestionamiento.

He hecho un uso tan oportunista del hermoso ensayo de Calvino que lo mínimo que puedo hacer para restituir lo robado es cederle la última palabra. "Si quisiera escoger un símbolo propicio para asomarnos al nuevo milenio, optaría por éste: el ágil, repentino salto del poeta filósofo que se alza sobre la pesadez del mundo, demostrando que su gravedad contiene el secreto de la levedad, mientras que lo que muchos consideran la vitalidad de los tiempos, ruidosa, agresiva, piafante y atronadora, pertenece al reino de la muerte como un cementerio de automóviles herrumbrosos".

------------------------------ Luis Fernando Medina es Investigador del Centro de Estudios Avanzados en Ciencias Sociales del Instituto Juan March, realizó el doctorado en Economía en la Universidad de Stanford, ha sido profesor de ciencia política en las Universidades de Chicago y Virginia (EEUU) e investiga temas de economía política, teoría de juegos, acción colectiva y conflictos sociales. Es autor del libro 'A Unified Theory of Collective Action and Social Change' (University of Michigan Press, 2007).

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