Luces Rojas

¿Por qué Merkel?

Ludolfo Paramio

La pregunta no es por qué ha subido el voto de Merkel hasta el 42%, sino por qué tantos alemanes se identifican con su política dentro de la UE. Son dos cuestiones distintas, ya que la UE y sus males no han tenido casi ningún papel dentro de la campaña electoral alemana, pero a la vez son cuestiones ligadas entre sí: cabe suponer que el SPD ha rehuido un debate sobre la UE por creer que en este terreno la postura de Merkel goza de amplio crédito entre la opinión pública alemana.

En primer lugar la canciller aparece como europeista, frente a ese casi 5% de votantes que han respaldado la Alternativa por Alemania, la candidatura antieuropeista cuyo relativo fracaso es una de las razones del ascenso electoral de la CDU. Helmut Kohl y los europeos del sur podemos pensar que esta mujer está destrozando nuestra Unión Europea, pero un gran número de alemanes piensan que la está defendiendo, y que ha salvado al euro de una grave crisis, aunque lo haya hecho sin dañar los intereses alemanes.

Hay que tener en cuenta, en primer lugar, que los electores no suelen tener interés por la teoría económica, y los electores alemanes, en particular, parecen ser casi naturalmente antikeynesianos. La analogía entre la economía familiar y la economía nacional, que tan irritante resulta para los keynesianos en general —y para Paul Krugman en particular— está firmemente asentada en la opinión pública alemana: no se puede recurrir al déficit para impulsar el crecimiento, por la misma razón que una familia no puede endeudarse para vivir por encima de sus posibilidades. La austeridad es entonces un dogma indiscutible.

Esta creencia dogmática en la austeridad tiene varias causas. La primera, sin duda, es la hegemonía en la academia, los círculos empresariales y la prensa económica alemana de las ideas antikeynesianas de los economistas de agua dulce, como se llama a veces en Estados Unidos a los economistas de las universidades instaladas cerca de los Grandes Lagos, frente a los economistas keynesianos —de agua salada— predominantes en las universidades de la Costa Este y de California. Hasta aquí tendríamos un caso más de la tragedia que supone para una generación vivir a la sombra de las ideas de la generación anterior, que en este caso, además, sigue viva y muy activa, a diferencia de lo que presuponía Keynes (los vivos bajo la sombra de los muertos).

Además tenemos la famosa historia del ADN. Mucha gente, alemanes incluidos, sostiene que la memoria de la hiperinflación de los primeros años de la República de Weimar forma parte del ADN de los alemanes y les provoca verdadero pavor ante cualquier política económica que pueda tener consecuencias inflacionarias. Algo de eso parece haber, aunque sea poco respetuoso con lo que sabemos de genética y suene más a Lamarck que a Darwin. Fuera de Alemania muchos economistas creen que algo más de inflación sería bueno para su economía, pero dentro del país sólo dicen esas cosas los economistas vinculados a los sindicatos, cuya capacidad de influencia en la opinión pública no parece muy grande.

Probablemente, sin embargo, el factor clave sea lo que Jacint Jordana, en estas mismas páginas, llamaba la construcción mediática de la identidad nacional alemana. Y este proceso se ha realizado bajo el impacto de dos cambios significativos: la reunificación y las reformas impulsadas por el canciller Gerhard Schröder. La consecuencia de esos dos procesos ha sido un temor al déficit y a sus consecuencias fiscales, y un rechazo a la idea de una unión política basada en las transferencias, tanto entre los estados alemanes —aunque las transferencias hacia el Este se mantendrán al menos hasta 2019— como, sobre todo, desde el norte hacia el sur de la UE.

Los alemanes sienten que con la Agenda 2010 introducida por Schröder han mostrado el camino a toda Europa, y que, si ellos han tenido éxito gracias a los sacrificios que trajo aquella reforma, los demás países no pueden eludirlos y esperar a cambio que Alemania los subvencione. Por supuesto no se plantean que sin el endeudamiento de los países del sur y la laxitud monetaria que mantuvo el BCE frente al estancamiento alemán —y que hizo posible ese endeudamiento— el éxito alemán habría sido considerablemente menor. Sólo toman en cuenta la situación actual y se niegan a que sus impuestos mantengan un crecimiento artificial en los países del sur. Porque 'una familia no puede endeudarse para vivir por encima de sus posibilidades', etc.

Desde ese punto de partida, dado por las experiencias recientes y por el predominio de las ideas económicas conservadoras, el SPD malamente podía intentar discutir que había alternativas a la filosofía de los rescates bajo condiciones draconianas, o que emitir eurobonos para realizar inversiones que dinamicen las economías del sur sería más que beneficioso para la economía alemana. El punto es que la mayor parte de los alemanes sienten que han hecho mucho para poner orden en casa y han pagado ya un precio para mantener a flote la eurozona. Como recordaba también Jacint Jordana, están convencidos de que han contribuido a los rescates en mayor medida que los demás países.

¿Quién podría cambiar esa forma de ver las cosas? Sólo Merkel, si se enfrentara a problemas políticos o económicos que lo exigieran. Quizá un programa de gobierno conjunto con el SPD, si efectivamente se encamina de nuevo a una Gran Coalición, como la de 2005-2009, o una recaída de la economía europea, cuyos síntomas de mejora son aún muy frágiles, y en buena medida dependen de que los republicanos, en su obcecación ideológica, no lleven a Estados Unidos a la suspensión de pagos en su afán por boicotear la reforma de la sanidad del presidente Obama.

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Pero de momento todo va a seguir previsiblemente igual, con el victimismo alemán bloqueando cualquier cambio significativo, aunque sus portavoces más cerriles sólo hayan raspado el 5% de los votos. Y es que el victimismo da mucho juego en contextos de crisis, como saben Artur Mas y sus aliados, que periódicamente dejan caer que los problemas económicos de Cataluña son fruto de las transferencias a Extremadura o Andalucía. Qué tiempos estos.

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Ludolfo Paramio es Catedrático de Ciencia Política en el CSIC. Fue Director General en el Ministerio de la Presidencia durante la primera legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero. Su último libro es La socialdemocracia maniatada (Catarata).

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