Luces Rojas

Los sufridos salarios

Los sufridos salarios

José D. Roselló

Puede que uno de los momentos más complicados en la política de comunicación del Gobierno sea el que vive en este momento respecto a la evolución salarial reciente. A la vez que, en el registro propio de los expertos, el Ejecutivo esgrime la devaluación interna como factor que ha provocado una retorno al crecimiento del PIB –y sería un debate interesantísimo el de la contribución de otros factores, en el que el articulo no va a profundizar–, simultáneamente rechaza admitir su reducción con claridad –recuérdese el indescriptible momento del ministro Montoro en el Parlamento hace unas semanas–, sin duda por la inmediata lectura desfavorable que esto supone: ¿Qué tipo de recuperación es una donde no aumenta el empleo y los sueldos bajan?

Puede que fuese mucho más útil y respetuoso con la ciudadanía contar con claridad la trayectoria de los salarios en el medio plazo histórico, explicando por qué el Gobierno entiende que deben fomentarse las políticas que los reducen. También se propiciaría un debate constructivo sobre si este proceder es el más idóneo y, ulteriormente, analizar el esfuerzo de todos los sectores sociales, con el propósito de reequilibrarlo en el futuro.

Para comenzar a describir el escenario reciente, se presentan los datos correspondientes al peso de los salarios en la economía española y de la Eurozona desde la última crisis.

El PIB puede describirse de varias maneras. Estamos acostumbrados sobre todo a la perspectiva de la demanda, en la que el PIB se descompone en consumo privado, inversión, exportaciones, etc. Sin embargo, en este artículo usamos otra perspectiva del PIB, la de la renta, en la que el PIB se descompone en remuneración a los asalariados, beneficios empresariales (más ingresos de los autónomos) e impuestos (no todos, solo algunos). Cuando alguno de estos tres componentes decrece, lógicamente crecen los demás. Este enfoque es especialmente bueno para analizar cómo nos repartimos entre asalariados, empresas y recursos públicos la tarta de la economía.

Examínese el siguiente gráfico:

Lo primero que llama la atención es que, tanto en España como en la Eurozona, se observa que la participación de los salarios en el PIB sólo asciende con claridad cuando la economía está en recesión. Este hecho aparentemente contradictorio es consecuencia de que las otras partidas en las que se distribuye el PIB (beneficios empresariales e impuestos) reaccionan más rápido a un contexto de crisis que los salarios. Podemos usar el ejemplo sencillo de que cuando la cosa se pone fea, lo primero que hace todo el mundo es dejar de comprar (o de invertir), y no es hasta un poco después cuando los efectos se dejan notar en las plantillas.

Entendiendo lo que ha ocurrido cuando la situación se vuelve desfavorable, ¿cuál era el comportamiento en el período bueno? De nuevo en ambos casos, aun siendo el crecimiento de la Eurozona en el período mostrado mucho más suave que el español, se observa que la cantidad destinada al pago de salarios disminuyó en porcentaje. Es decir, en el último periodo de bonanza los beneficios empresariales crecieron mucho más deprisa y más intensamente que los sueldos, cosa que detalla mejor en el siguiente gráfico.

En este caso se muestra una comparación de cuánto ha crecido el salario medio (dividiendo la cantidad total destinada a salarios entre el número de asalariados) comparado con los beneficios. En ambos casos se ha eliminado el efecto de la inflación, por tanto son magnitudes de crecimiento real, referidas a un punto de partida dado, para el que se ha tomado el año 2000.

Mientras que los beneficios empresariales crecían hasta un 40%, los salarios reales se mantuvieron prácticamente estancados hasta 2007. Recordemos que en aquellos años se produjo un fuerte crecimiento del empleo sostenido por la abundancia de mano de obra, lo cual provocó que no se registrasen aumentos reseñables en la remuneración real. Esta tendencia solo se rompió hacia el final del período. El argumento de que España acumuló una fuerte pérdida de competitividad se basa en estas alzas salariales por encima de los países de la Eurozona, que además se vieron acompañadas por crecimientos muy bajos en la productividad.

Esto, en teoría, nos habría hecho perder posiciones en los mercados exteriores, contribuyendo a provocar la crisis. Aceptando esta cadena de causalidad, habría que rebajar los salarios para recuperar esta competitividad perdida. Sin embargo, hay algunos hechos que contradicen el anterior argumento: durante el periodo citado las exportaciones españolas mantuvieron su cuota de mercado internacional –cosa que muy pocos países en el mundo consiguieron–, creciendo además a niveles históricamente altos.

Puede que el de la competitividad no sea el mejor argumento que justifique una rebaja de salarios.

Sin embargo hay otro aspecto que sí la apoyaría en mayor medida. Observamos que en la economía española, durante los años 2008 y 2009, con intensas cifras de destrucción de empleo, los salarios reales se incrementaron con fuerza. Puede sonar contradictorio pero es así. Este comportamiento anómalo se atribuyó principalmente a una supuesta rigidez de la regulación laboral española, que no permitía bajar salarios en tiempos de crisis, obligando a ajustar por la vía del despido. No obstante, también ayudaría a explicar este resultado otros dos factores: unos años de inflación relativamente más baja que en el decenio anterior y un probable efecto composición en el desempleo que haría que los asalariados con sueldos más bajos y peores condiciones contractuales fueran los primeros en perder sus trabajos.

El Gobierno otorga mucha importancia al factor rigidez (coincidiendo, por cierto con muchos expertos en mercado laboral español) y, en aras a romperla, lanzó su reforma laboral. Dicho sin rodeos, la reforma laboral ha conseguido hacer posible que los salarios bajasen rápidamente, tendencia que se mantiene desde su introducción, según se aprecia en este gráfico que incluye diversos indicadores salariales.

Al propiciar la bajada salarial, se busca romper esa situación anómala en la que se produce simultáneamente destrucción de empleo y alzas salariales, propiciando, en principio, una menor destrucción de empleo en contextos de crisis futuras. También ayuda a ganar competitividad. No obstante, el salario bajo no es la única manera de ser competitivo. La Eurozona tiene un salario medio aproximadamente superior en un 20% al salario medio español y no es menos competitiva que España. Por último, se abarata el precio del trabajo. Desde el lado del empresario es más atractivo contratar, favoreciendo, en teoría, que se cree empleo con tasas menores de crecimiento.

¿Qué efectos negativos tiene la bajada de salarios reales? La respuesta es clara: afecta tremendamente al principal motor de la economía, el consumo privado, que conforma el 66% del PIB. Es una aspiración plenamente defendible querer incrementar la cuota en el mercado exterior, pero el relativamente reducido tamaño del sector exportador nacional hace que este lo tenga difícil para ser un motor de crecimiento, máxime si a la vez se está gripando el mayor impulsor.

¿Cabe cuestionarse el actual reparto del PIB? En la última expansión económica puede argumentarse que el reparto de sus frutos ha estado muy sesgado hacia la parte de los beneficios empresariales; a esta circunstancia se añade que, en 2012, volvió a caer la participación de los salarios en el PIB, lo que indica que estos están cargando con un mayor peso del ajuste. Parece oportuno replantearse si no sería positivo instrumentar algún tipo de política de rentas, algún acuerdo entre agentes sociales que equilibre el incremento de beneficios con alzas salariales. Puede sonar utópico, pero posiblemente fuese el instrumento más útil para impulsar de verdad el crecimiento

Por último, dice poco bueno de un responsable político que no sea capaz de defender lo que él entiende que es una política justificada y exitosa. Peor aún que en lugar de ello ofrezca mensajes contradictorios, en función del auditorio al que se dirige, llegando a negar la evidencia. Cuando se explica, uno se arriesga a la crítica, pero cuando se miente, se arriesga a cosas peores.

Consejeros y directivos de empresas cotizadas se libran de la devaluación salarial

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José D. Roselló es economista de especialidad cuantitativa, licenciado por la universidad Complutense de Madrid. Ha trabajado en los sectores público y privado, incluyendo la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid.

 

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