Luces Rojas

Aznar, el vino y la libertad

¿Se atrevería usted a  'detener' a Aznar?

José María Aznar es un hombre de fuertes convicciones, o al menos eso es lo que dice, lo que repite siempre que tiene ocasión. Una de las que reivindica con mayor insistencia es su dilatada trayectoria como defensor de la libertad. Así, en general. En el perfil biográfico de su blog puede leerse, destacada en un tono azul gaviota, la siguiente frase: “La libertad es –ha sido siempre— mi convicción, mi preocupación y mi objetivo”.

No le falta razón al expresidente. La palabra libertad acude siempre presta a su boca: no tiene reparos en recurrir a ella, no importan la ocasión o el discurso. El 5 de mayo de 2007, por ejemplo. Hacía más de tres años que había dejado de ser presidente del Gobierno, pero por aquellas fechas volvía a ser noticia, copando los informativos de todo el país. La Academia del Vino de Castilla y León lo acababa de nombrar, junto con otras personalidades, Bodeguero de Honor. La ceremonia de entrega tuvo lugar en Valladolid, y es allí donde pudimos verlo en alguna instantánea sujetando el galardón.

Distinguimos a Aznar con traje y corbata oscuros, la melena al viento. Es cierto. Luce una cabellera envidiable, perfectamente torneada. Aunque parece ser que en principio no va a hablar, algo le impulsa a hacerlo: quizá el acogedor ambiente con el que se ha encontrado en Valladolid; o tal vez se haya animado tras la comida y la cata de vinos, quién sabe.

José María Aznar, como buen Bodeguero de Honor, ha probado un Gran Tabula cosecha de 2003, un Pesquera-Milenium reserva de 2002, un Viñapedrosa gran reserva de 2001, un Viña Concejo añada de 2004, un Viña Rufina gran reserva de 1998, un Museum Real cosecha de 2002, un Pintia cosecha de 2004, un Pago de Cirsus cosecha de 2003, un Heras Cordón Reserva de 2001 y, por último, un vino llamado El Vínculo, reserva de 2002. Tras el repertorio de caldos se acerca al micrófono para pronunciar unas palabras.

Está decidido a lanzar un discurso corto para “no caer en la tentación política”, pero claro, con los efluvios ambientales y el calor del momento, no puede contenerse. Es de sobra conocido que los ambientes cargados tienden a ofuscar el entendimiento. Quizá por la escasez de oxígeno o quizá por un extraño fermento químico, uno se relaja y afirma cosas que hasta entonces han permanecido en el inconsciente, deseos reprimidos y demás opiniones que uno se abstiene de expresar en otras circunstancias menos relajadas, más sobrias. Lo cierto es que “tras definirse como un firme defensor de la libertad y del vino” –por ese orden, que quede bien claro--, en un momento de su discurso, añade:

“Eso es como esos letreros que uno ve cuando pasa ahora por las autopistas y le dicen: 'No podemos conducir por ti'. Y yo siempre pienso: '¿Y quién te ha dicho a ti que quiero que conduzcas por mí?'…”.

Mientras pronuncia estas palabras, Aznar mantiene su compostura habitual, ese talante serio y estirado, aunque se le advierte la voz ligeramente pastosa –algún canapé mal digerido, sin duda–; pero también cierta languidez en sus gestos, en esa mano que se agita y con la que se señala a sí mismo reforzando el final de su frase: “¿Y quién te ha dicho a ti que quiero que conduzcas por mí?”.

La gente se ríe, se ríe y aplaude, y aunque Aznar mantiene la expresión seria, al poco también se le escapa una sonrisilla. Aun rodeado de vino, sigue siendo el gran estadista español, el gran artífice de que en España hayamos llegado adonde hemos llegado. Ignoramos si la sonrisa es una respuesta a la jocosidad del público, al buen humor que se cata en el ambiente o a si se trata del regodeo que le produce la frase que está a punto de pronunciar:

"…pues eso es lo mismo, ¿quién te ha dicho a ti las copas de vino que yo tengo o no tengo que beber? Déjame que las beba tranquilo mientras no ponga en riesgo a nadie ni, ni, ni haga daño a los demás".

Isabel Durán y José Díaz Herrera, en Aznar: la vida desconocida de un presidente (1999) relatan cómo le gustaba a José María, cuando era diputado por Ávila, correr con el coche: “En esa época, no había viaje en que no le parase la Guardia Civil por exceso de velocidad. Aznar, en la mayoría de las ocasiones, no se molestaba en discutir con el responsable de la patrulla de tráfico. Por el contrario, muy digno, les decía: 'Cumpla usted con su deber, agente'. Luego el partido pagaba las sanciones”.

Poco después Aznar continúa:

"A mí no me gusta que me digan: no puede ir usted a más de tanta velocidad, no puede usted comer hamburguesas de tanto, no puede usted comer esto, debe usted comer esto, debe usted evitar esto, no debe usted beber esto, y además a usted le prohíbo beber vino. No, no, mire usted, no, no…".

¿Puede imaginarse mayor defensa de la iniciativa individual, canto más hermoso a la libertad y al vino? Seguro que Aznar, al pronunciar esas palabras, no pensaba en las 3.016 personas fallecidas en accidentes de tráfico en 2006, relacionadas principalmente con el exceso de velocidad. De haberlo pensado seguro que no hubiera hablando en ese tono. Él sólo piensa en su libertad. Ésa es su obsesión.

Ya en su primer libro, Libertad y solidaridad (1991), dicho vocablo tiene un peso muy importante en el volumen. No crean que hablo en sentido figurado. En el primer capítulo, de 36 páginas, la expresión se emplea en 90 ocasiones. ¿90 veces en 36 páginas? Parece una enumeración un tanto excesiva, un tanto cargante. Sobre todo porque la otra palabra del título (“solidaridad”) tan sólo aparece en 9 ocasiones. ¿Por qué esa insistencia? ¿Por qué esa obsesión?

Hay un dicho popular –no del partido de Aznar, sino popular, popular— que reza algo así como “dime de qué presumes y te diré de que careces”. ¿Podría ser aplicable a la “libertad” de José María Aznar? Veamos en qué sentido emplea nuestro autor esa expresión. Quizá así entendamos mejor qué hay exactamente detrás de su apasionada e inquebrantable defensa de la libertad (y no tanto de la solidaridad, recuerden).

“La pasión de libertad es la razón de mi actividad política”. Así comienza el primer capítulo de su obra. Esa es, en efecto, su auténtica vocación, el motivo por el que ha entrado en política: un amor, una entrega por la libertad que todavía perdura, como hemos tenido ocasión de comprobar. Sin embargo, Aznar no defiende una libertad cualquiera, sino la libertad en su sentido más puro, la auténtica libertad: “Por ello merecen nuestro reconocimiento quienes han luchado y luchan por la libertad en nombre de la libertad misma y no de un partido o ideología”.

Esta frase es fundamental para entender su concepto. En primer lugar porque como defensor de la “libertad en nombre de la libertad misma”, él mismo se coloca en un plano superior, al margen del mundanal ruido provocado por las ideologías y demás intereses partidistas. La libertad de Aznar es pura, prístina, inmaculada. ¿Y cuál es la libertad pura? La de José María Aznar.

Entramos así en un círculo vicioso, en un bucle que también es un búnker, pues le permite reconocer como defensores de la libertad, de la “auténtica libertad”, sólo a las personas que a él le interesan. Fíjense en el uso que hace del pronombre posesivo. La libertad es suya y de los que se colocan en el mismo plano que él.

El razonamiento quizá se entienda mejor si pensamos en todos aquellos que lucharon y murieron combatiendo contra el fallido golpe de Estado y la posterior dictadura del general Franco. ¿Ya está? Recordemos ahora la frase de Aznar: “Merecen nuestro reconocimiento quienes han luchado y luchan por la libertad en nombre de la libertad misma y no de un partido o ideología”.

Queda claro, entonces, que tras esa cruzada de Aznar por la libertad no hay intereses partidistas ni ideológicos, tan sólo un desinteresado y altruista amor por la humanidad. Ese afecto por hombres y mujeres es el que le lleva a defender, ya en 1991, la libertad para los mercados financieros: “Es absolutamente inaplazable conseguir: (…) la competitividad de los mercados financieros, con la desregulación del sistema con un calendario de supresión de los límites al crecimiento del crédito interior y de los obstáculos al endeudamiento exterior”.

Si la economía del libre mercado es la base de la libertad, lo que hay que hacer es dejarla que funcione, olvidándose de toda tentación intervencionista. El Estado, en efecto, es enemigo del progreso, de la modernidad: “La modernidad sólo tiene éxito si la hacen los ciudadanos, y es un fracaso si se dirige desde los aparatos de un Estado burocrático”. Hay que modernizar además “las estructuras del mercado laboral, con un programa completo de privatización de las empresas que no cumplan funciones esenciales y la desregulación de los sectores de transporte, comunicaciones y energía”.

Como puede apreciarse, para José María Aznar la libertad, su libertad, no está sometida a leyes ni demás zarandajas, no tiene límites, no puede ser regulada ni cercada por ordenanzas, normas o disposiciones, y menos aún de un Estado social y democrático de derecho.

La libertad, para Aznar, es hacer lo que a él le dé la gana. No tolera que alguien le diga lo que tiene que hacer, o lo que tiene que comer, o lo que tiene que beber; o a qué velocidad ha de conducir su coche. Sin embargo, él y su partido, el Partido Popular, siguen tratando de imponernos con quién podemos o no casarnos y cuándo interrumpir o no el embarazo.

Así que la siguiente vez que oigan a Aznar hablar de libertad, salgan corriendo. Preferiblemente en dirección contraria.

Aznar dice que ha “llegado el momento” de actuar contra el Gobierno de Venezuela

Aznar dice que ha “llegado el momento” de actuar contra el Gobierno de Venezuela

________________________________________________

Alejandro Lillo es historiador, doctorando en el Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia. Su tesis, en proceso avanzado de redacción, versa sobre Drácula, la novela de Bram Stoker. Colabora desde hace años con Justo Serna en distintos proyectos comunes vinculados con la historia cultural, entre ellos Covers (1951-1964): cultura, juventud y rebeldía, exitosa exposición organizada por la Universidad de Valencia

Más sobre este tema
stats