Luces Rojas

A Rubalcaba también le resbalaba Europa

Braulio Gómez

La mayoría de los europeos no ha ido a votar. Y los que han ido a votar no se han creído que estaban eligiendo al próximo presidente de la Comisión. No se han creído que había un combate ideológico sobre diferentes formas de ver Europa. No se han creído que el Euro, ni los eurobonos, ni la deuda, ni el modelo energético, ni las políticas inmigratorias comunes podían estar en juego en estas elecciones.

No se lo habían creído en ninguna de las elecciones europeas anteriores, pero esta vez nos habían dicho que era diferente. Nos habían dicho que nos habían devuelto el poder al pueblo, que se acabó lo de construir Europa desde las alturas institucionales, que los títeres como Durao Barroso se iban a doblar y meter en la maleta de cosas feas de la historia europea. Que ahora podíamos elegir a unos representantes con poder para cambiar el rumbo suicida que condenaba a una parte de Europa a la pobreza y a la desigualdad. Y que para facilitarnos la identificación de los diferentes modelos que se proponían para Europa, los europartidos más importantes nos iban a proponer un único candidato a Presidente de la Unión que representaría a los partidos de diferentes países pero de la misma familia ideológica.

¿Familia ideológica europea? Fijémonos en los resultados del sur de Europa. En Italia y Portugal han ganado los socialdemócratas, en España y Chipre, los conservadores y en Grecia, la izquierda de Syriza. Si en el sur de Europa, con evidentes objetivos compartidos sobre lo que tiene que ser el futuro de la Unión, nos encontramos con resultados tan heterogéneos significa que nos tenemos que olvidar de hacer lecturas europeas y que, por desgracia, están acertando los que están analizando en clave española, catalana o andaluza lo que ha pasado en estas elecciones.

En general, se ha vuelto a producir lo que siempre pasa en las elecciones europeas, que hay mucha menos participación que en las elecciones generales, que el partido en el gobierno nacional pierde siempre votos, que los partidos grandes se empequeñecen y que los nuevos partidos y los partidos pequeños obtienen sus mejores resultados. Y para valorar la intensidad de cada uno de estos efectos tenemos que mirar al contexto de cada país.

Los partidos políticos que pertenecen a esos eurogrupos que presentaban candidatos comunes a presidente de la Unión son los primeros culpables de este fraude electoral. Ellos han vuelto a contaminar sin límite, sin pudor, ni rubor la campaña electoral con catetismo del terruño donde se recordaba que estas elecciones debían servir para decir no a Rajoy, que Zapatero hundió España, que Io que se jugaba es el derecho a decidir, que “I’m Basque” o que en mi lista hay más catalanes que en la tuya.

Los medios de comunicación tampoco han sido muy generosos con la cobertura europea de las elecciones. Es increíble que la televisión pública no retransmitiera ninguno de los debates entre los candidatos a presidir la Unión Europea y que tuviéramos que conformarnos con debates a lo Paco Martinez Soria que solo servían para recordarnos algo que ya conocía todo el mundo: el machismo atávico que impregna a buena parte de nuestra casta política o que el principal partido de la oposición había optado por suicidarse en directo llevándose por delante la opción de un parlamento europeo más progresista al servicio de los ciudadanos europeos.

El suicidio anunciado del PSOE. Ese sería el titular, en maldita clave nacional, de estas elecciones. Desde la derrota en las generales de 2011, encuesta tras encuesta, los ciudadanos venían diciendo que no, que no, que no, que no a Rubalcaba, como la canción de Xoel López. Los votantes del PSOE no confiaban en su líder. Ni le querían volver a votar. Ni se pusieron contentos cuando ganó el último congreso federal a Carme Chacón, ni cuando aplazó a noviembre de 2014 la posibilidad de seleccionar al candidato socialista a presidir el gobierno a través de un proceso de primarias abiertas.

La consigna era no hacer ruido interno antes de las elecciones europeas. La estrategia de Rubalcaba, jaleado, apoyado y cuidado por sus compañeros de generación, era impedir la entrada en el puente de mando del PSOE de un Pablo Iglesias que pudiera ilusionar a todos los ciudadanos y votantes a los que no ha dejado de cabrear en los últimos años.

A lo mejor ese nuevo PSOE no hubiera permitido, por ejemplo, que su amigo José Blanco tuviera un retiro dorado en Europa pagado por todos los españoles. Es imperdonable que el primer partido de la oposición priorizara el bienestar de su bunker, importándole un rábano que Europa fuera más progresista o más conservadora. Seguro que Angela Merkel, la gran ganadora de estas elecciones europeas, habrá llamado por teléfono a Alfredo Pérez Rubalcaba para agradecerle los servicios prestados y por no retirarse hasta un día después de haber destrozado las opciones socialistas en las elecciones europeas.

Es importante que quede claro que lo que ha muerto con estas elecciones en España no es el bipartidismo. Ha muerto el PSOE de la vieja guardia. El Partido Popular ha sufrido un castigo sin precedentes en las elecciones europeas celebradas en España, pero no ha perdido las elecciones. La abstención se ha concentrado en sus feudos tradicionales, que no han visto suficientemente atractiva la oferta de UPyD, Ciudadanos o de nuevas opciones que han aparecido a su derecha, como Vox. La derecha y el centro derecha siguen agrupados en torno al Partido Popular, aunque no hayan ido a votar en estas elecciones.

Utilizar las elecciones europeas para castigar al partido en el gobierno, esperando que no tenga consecuencias sobre tu partido favorito, es algo habitual. Por eso habría que ser más prudentes sobre las extrapolaciones que se pueden hacer de estos resultados a unas elecciones autonómicas o generales en las que la participación es mucho más elevada. El Partido Popular no está en condiciones de alcanzar una mayoría absoluta, pero sí de llegar sin problemas al 30% de los votos. El PSOE puede volver a soñar con un buen resultado si consigue que los aparatos, los viejos o los nuevos, no controlen el proceso de selección de sus próximos líderes.

Volviendo a las elecciones en clave europea, hay que celebrar que dentro de los representantes que enviará España al Parlamento Europeo no haya ninguno que haga crecer la fuerza de los grupos xenófobos y racistas que han alcanzado excelentes resultados en democracias ejemplares como Dinamarca, Francia o el Reino Unido. Pero hay que estar alerta. En Sestao ha ganado las elecciones el partido del alcalde que llamó mierda a los inmigrantes. Y a día de hoy, ese partido todavía no ha expulsado de sus filas a ese alcalde xenófobo y racista.

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Braulio Gómez es investigador en ciencia política en la Universidad de Deusto. Es autor del libro O controlo político dos procesos constituientes (Impresa de Ciencias Sociais, 2010), coautor de La calidad de la democracia en España (Ariel, 2011) y de La encuesta deliberativa (CIS, 2009). Es el director del Regional Manifestos Project.

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