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La mentira os hará libres: elecciones y proceso de paz en Colombia

La mentira os hara libres: elecciones y proceso de paz en Colombia

Luis Fernando Medina

Por allá en el siglo XVIII el marqués de Condorcet propuso un argumento epistémico a favor de la democracia que todavía recorre la literatura académica. Decía Condorcet que en una votación, por ejemplo en un jurado, aunque cada individuo tuviera un conocimiento muy limitado de la verdad, a la hora de agregar todos los votos se agregaría también la información de cada uno de modo que el resultado estaría más cercano a la verdad que lo que hubiera podido ocurrir si una sola persona decidiera.

Por estos días, los colombianos se enfrentan a una decisión que tal vez habría hecho las delicias de Condorcet, tan dado a los acertijos intelectuales: tienen que escoger presidente entre dos candidatos cuya supervivencia electoral depende de que no se sepa la verdad.

Uno de los dos candidatos es el actual presidente, Juan Manuel Santos. Hace cuatro años ganó las elecciones clamorosamente como el sucesor de Alvaro Uribe. Supuestamente iba a ser el presidente que continuaría la guerra frontal contra las guerrillas. Pero algo raro pasó en el camino: a mitad de su mandato, Santos optó por lanzar un proceso de negociación con las FARC (la guerrilla más antigua del hemisferio occidental, que cumple 50 años por estos días), un proceso cuya agenda ya se ha acordado en un 60%. Desde entonces se granjeó la oposición acérrima de su antiguo protector, el ahora expresidente Uribe quien fundó un nuevo partido para lanzar un nuevo candidato, este sí supuestamente uribista purasangre: Oscar Iván Zuluaga.

Durante estos dos años, desde su hiperactiva cuenta de Twitter Uribe se ha dedicado a denunciar el proceso de paz como una traición al electorado que votó por Santos en el 2010 y como una oscura maniobra que busca entregarle el país al castro-chavismo (su neologismo favorito). No le vino mal a Santos la acusación, ya que le permitió lanzar su campaña reeleccionista bajo la bandera de la paz en vez de tener que hacerlo a nombre de sus realizaciones más bien magras.

Condorcet nunca nos dijo qué ocurriría con su famosa conjetura si los individuos tenían una capacidad infinita de autoengaño. La psicología no era lo que es ahora. El hecho es que un número no despreciable de seguidores de Uribe creen el que es sin duda uno de los embustes más desmesurados de la política colombiana. Santos es el exministro de Defensa de Uribe, el artífice de los golpes militares más duros contra las FARC, un hombre en cuyo linaje hay expresidentes y dueños del periódico más importante del país.

Si es un castro-chavista, se trata del revolucionario más inepto de que exista memoria. Un revolucionario que no ha sido capaz de cambiar en una coma el modelo económico que encontró, un revolucionario que ha dejado empantanar su iniciativa más progresista que consistía en restituir a millones de campesinos las tierras que les fueron arrebatadas por paramilitares. Vladimir Ilich Santos le habría dado una concesión petrolífera en Rusia a Rockefeller. Fidel Santos le habría pedido a Kennedy el ingreso de Cuba como estado de los Estados Unidos. Hugo Rafael Santos habría privatizado PDVSA.

Al igual que lo que se dice de las desgracias, las mentiras nunca vienen solas, y a veces por la misma razón. Por eso en esta elección siguen los embustes, la desinformación y las medias verdades. Así, Uribe acusó a Santos (sin ofrecer ninguna prueba) de haber recibido dinero del narcotráfico en su campaña presidencial del 2010. Entre tanto, se vino a descubrir que la campaña de Zuluaga había contratado a un hacker con señas de fanatismo de ultraderecha rayando en el desequilibrio mental para que le diera, según a quien se le crea, información de fuentes secretas de inteligencia (es lo que decía el hacker) o refritos de Google (como lo sostienen los defensores de Zuluaga).

Como si no hubiera ya suficiente confusión, ahora el candidato Zuluaga, después de su apretado triunfo en la primera vuelta y en preparación para la segunda y decisiva vuelta del 15 de junio, salió a anunciar que, como resultado de un acuerdo con la candidata conservadora Martha Lucía Ramírez, quien obtuvo un destacado 15% de la votación, había resuelto que si gana las elecciones le va a dar continuidad al proceso de paz, sumándose así a la conjura castro-chavista.

O de pronto no, porque luego dijo que lo haría si las FARC dan señales inequívocas de suspender las hostilidades. O de pronto sí, porque al fin y al cabo las tales señales no se podrían materializar y verificar antes de varios meses. Si algo enseña la experiencia con las FARC o con cualquier otra guerrilla, es que las mesas de negociación avanzan a la velocidad de la luz: cuando los interlocutores vuelven de su viaje a contarnos a los demás mortales que han acordado un punto menor, ya han pasado varios meses e incluso años.

En buena medida, esta comedia de embustes se debe a que ni Santos ni Zuluaga pueden decir la verdad. Si Santos quisiera decir la verdad, tendría que decir que le ha hecho concesiones más bien pequeñas a la guerrilla (así lo muestran los comunicados conjuntos) y que incluso esas pocas concesiones va a tratar de escamotearlas durante la fase de implementación. Pero entonces el proceso de paz colapsaría. Si Zuluaga quisiera decir la verdad, tendría que decir que el proceso de paz es ya casi irreversible, que si se cancela ahora lo que viene es una guerra costosísima sin ninguna garantía de destruir a las FARC (como lo demuestra el hecho de que Uribe no las pudo destruir en ocho años de guerra frontal) y corriendo el riesgo de un coletazo terrorista. Pero entonces desaparecería su razón de ser como candidato.

Y en esas están los colombianos. Escogiendo entre el presidente de derecha que está buscando la paz para defender el statu quo, y el candidato de derecha que pone en riesgo el mejor acuerdo para el statu quo en décadas porque le prometió proseguir la guerra a la ultraderecha.

Las encuestas dan un empate técnico de modo que es mejor no aventurar pronósticos. En condiciones normales, las matemáticas de la primera vuelta no eran muy difíciles: la mayoría de los votantes apoyó o a Santos o a candidatos que defendían el proceso de paz. Así las cosas, era de esperarse que votaran por la reelección en la segunda vuelta. Además, dada la altísima abstención (más del 60%) y el hecho de que la campaña de Zuluaga le apostó a los votantes más radicales, podría esperarse que en la segunda vuelta el segmento abstencionista, en caso de decidirse a votar, apoye a Santos.

Pero no son condiciones normales. Aparte de sus diferencias en materia de paz, los dos candidatos son prácticamente idénticos ideológicamente; ninguno ofrece cambios importantes en materia económica o de política social. De modo que entran a jugar otros factores como el miedo. De una parte el miedo de quienes creen, como lo cree una representante a la Cámara recién electa, cónyuge de un importante dirigente gremial, que votar por Santos es votar por el comunismo ateo. De otra parte el miedo de quienes ven en Zuluaga el regreso a los tiempos en que se acusaba a la oposición de ser cómplice del terrorismo y se hacían escuchas ilegales incluso contra las altas cortes.

El Partido Centro Democrático fundado por Uribe se sitúa como primera fuerza tras las elecciones en Colombia

Seguramente los historiadores del futuro se van a preguntar cómo un conflicto con una guerrilla incapaz de triunfar, una guerrilla que acepta unas pocas reformas en materia de tierras y participación política, una guerrilla confinada a la periferia geográfica y social más atrasada del país, fue capaz de generar semejante grado de hostilidad entre las élites. Pero quienes estamos analizando los hechos desde este lado del próximo 15 de junio lo que nos preguntamos es si el optimismo de Condorcet tiene alguna justificación en estas circunstancias.

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Luis Fernando Medina es Investigador del Centro de Estudios Avanzados en Ciencias Sociales del Instituto Juan March, realizó el doctorado en Economía en la Universidad de Stanford, ha sido profesor de ciencia política en las Universidades de Chicago y Virginia (EEUU) e investiga temas de economía política, teoría de juegos, acción colectiva y conflictos sociales. Es autor del libro A Unified Theory of Collective Action and Social Change (University of Michigan Press, 2007).

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