Luces Rojas

Pedro Jota Ramírez

Pedro J. Ramírez en la presentación de su nuevo libro.

Justo Serna

Un edificio vacío, un despacho desocupado, una redacción sin gente, sin muebles, sin el estrépito de los teclados, sin voces. Una sede desocupada, la que fue origen y asiento de un proyecto: El Mundo del Siglo Veintiuno. Desde el principio, desde octubre de 1989, el rótulo del diario fue osado, exorbitante y quizá algo cursi.

Probablemente, los fundadores se dejaron llevar por la euforia de aquel momento en que se desmoronaba el bloque soviético. Pero el siglo XXI no había llegado. El mundo del siglo XXI ve caer otras torres más altas y más antiguas: los periódicos de papel. No sabían lo que les esperaba. Pedro Jota no sabía lo que le esperaba. Era un momento de gloria.

La sede antigua y vacía de El Mundo del Siglo XXI es el marco elegido. Jordi Évole entrevista a Pedro J. Ramírez en un lugar simbólico. Simbólico, precisa el periodista catalán. Es un espacio desolado, desolador: iluminado, sí, para la ocasión, pero esos focos acentúan la soledad, la caída, el cese.

Nadie les acompaña y entrevistador y entrevistado, frente a frente, se interpelan. Pedro Jota, que fue uno de los fundadores y primer director de El Mundo es destituido por la empresa . Últimamente, con sus revelaciones, había demostrado mucha hostilidad hacia el PP de Mariano Rajoy y hacia el PP de Ignacio González. La rivalidad, entre otros, con El País le ha llevado a esta situación.

A comienzos de 2013, el periódico adversario publicó lo del extesorero del Partido Popular, disparando con los papeles de Bárcenas... Y El Mundo se apuntó. Entonces fue ya cacería mayor con exclusivas y nuevas revelaciones que hacían pupa y mucho mal entre Rajoy y sus adláteres.

Para rematar la faena o para dar la puntilla o para dar el tiro de gracia, Pedro Jota se entrevista largamente con Luis Bárcenas (Cuatro horas con Bárcenas) convirtiendo esas confesiones en la exclusiva de su vida. La que le iba a costar su vida empresarial.

La clave de la entrevista que concede a Jordi Évole es esa soledad, ese vacío al que antes aludía: quedará como uno de los momentos cumbre de la televisión. Ya no es simbólico. Es bien real. Él, que gozó de contacto directo con el poder político, que disputó frecuentísimos partidos de pádel con José María Aznar, es ahora víctima de Mariano Rajoy. Está solo.

Por supuesto, Pedro Jota niega que el presidente del Gobierno sea el responsable de su cese. Todo es atribuible a la Junta de Accionistas, pero la venganza del político gallego es obvia. Durante años, durante muchos años, Ramírez editorializó contra Rajoy... a favor de Esperanza Aguirre, por ejemplo.

Cuando Viri y su marido (candidato derrotado) salieron al balcón en 2004, Pedro Jota y Federico Jiménez Losantos arremetieron incansablemente contra José Luis Rodríguez Zapatero y a la vez contra Mariano Rajoy. ¿Alguien cree que este último no padece rencor alguno?

Pero lo que hemos visto y yo detallo ya lo sabíamos. La entrevista concedida parecía pactada hasta el último elemento: hasta el mordiente con el que Jordi Évole podía preguntar. El agudo periodista catalán, que sabe envolver a sus interlocutores hasta hacerles caer en las trampas que ellos mismos se tienden, no ha sacado de Pedro Jota nada que no conociéramos de antemano.

Vuelve Pedro J. Ramírez y, ya digo, Jordi Évole lo entrevista en Salvados. ¿Qué podemos esperar? ¿Qué veremos? Pedro Jota tiene muchas cosas que contar –y ése era el momento-- que no le convendría largar. ¿Intentará hacerse el muerto? No, no tiene sentido y además no es su estilo. Se hará el interesante, el abierto, el locuaz. Así se expresará. Si sale bien, con desenvoltura, su paso por Salvados lo redime. ¿Lo redimirá de qué? Évole sabe que Ramírez puede ser encantador y hablador: Pedro Jota no teme a nadie, no envidia a nadie. ¿Por qué razón? Porque sólo se quiere a sí mismo. Creo que no me he equivocado.

Si Jordi Évole esperaba presentarnos a un hombre abatido, el efecto fue el contrario: sólo consiguió mostrarnos el retrato de un hombre soberbio, narcisista, atrabiliario. Es precisamente el que ahora vuelve contra su antigua empresa… Aunque también la imagen de un tipo locuaz y hasta bonachón. Évole logró que su paciente verbalizara parte de su pasado, pero sólo un pasado maquillado, retocado, justificado. El analista estuvo suavecito y el interpelado estuvo insinuante. Se puso hasta soñador.

Jordi Évole no logró dos cosas importantes y eso aún lo estamos pagando. En primer lugar, que Pedro Jota admitiera su participación en mil y una conspiraciones para atacar especialmente a los socialistas. A Alfredo Pérez Rubalcaba le han atribuido casi hasta la muerte de Manolete. Pedro Jota se excusó con la tesis peregrina de que conspirar implica una asociación para delinquir, cosa que él no habría hecho.

En segundo lugar, que sus campañas y seriales (sobre el 11-M, etcétera) son una mezcla de verdad e infundio, de calumnias y fabulaciones, de fantasías patológicas y de realidad retorcida. Las portadas de El Mundo han sido frecuentemente un juego de titulares equívocos con imágenes de políticos a los que se vejaba con fotografías que carecían de sentido informativo.

¿Qué es El Mundo? Es una primera plana chocante, una portada llamativa. Es un lamentable estado de cosas, radiografía forense, alteración del espacio, trasformación del muerto.

Aún recuerdo hacia 2008 un primer plano de Ibarretxe en el Parlamento. Se estaba pronunciando sobre su Plan. Con mayúsculas. En su nariz se había posado una mosca. El Mundo nos ofrecía esta exclusiva. Hay exclusivas para hacer pupa y luego hay otros montajes de primeras planas que muestran con rudeza las filias y las fobias de la casa.

Ya digo que parecía pactado hasta el mordiente de Jordi Évole, la pregunta o repregunta que podría hacer, el tono agresivo que se podía permitir, el acoso suave al que podría someterlo.

Pedro Jota ganaba todo con el programa (aunque perdía con la extrema soledad de ese edificio vacío: la metáfora se le volvía real) y Jordi Évole conseguía una exclusiva.

Pero no hubo tal cosa. Évole apenas pudo acceder a la bodega en la que el ex director de El Mundo guarda sus secretos. Se le veía impostadamente inocente para ver si ponía al otro en aprietos.

Pero Pedro Jota no facilitó el juego. ¿Se vio a Ramírez molesto? A un periodista de esta naturaleza se le incomoda de verdad cuando se le da un papel secundario, cuando se le quita protagonismo: esto puede parecer una contradicción, pero no.

Es entonces cuando a fuerza de reclamar su presencia puede cometer un fallo o puede dar la nota. El hecho de que el programa esté grabado facilita que el listo de turno (y Ramírez es listo) se escape.

El periodista riojano sabía que podía salir airoso ante Évole: no porque el reportero catalán sea un blandito, sino porque no tiene que atender a varios frentes. No hay encerrona posible. En un programa enlatado no hay encerrona.

Me apuesto el cuello de la camisa a que Pedro Jota ha visto el producto finalmente resultante, el programa ya montado, antes de que lo viéramos los espectadores. Punto y aparte.

¿Qué vemos en primer lugar? Se trata de una caricatura de El Mundo. Un director de orquesta sin cabeza, pues la ilustración de Ricardo Martínez que acompaña deliberadamente se la corta, se la secciona; un atril sin partituras, que han sido reemplazadas por un ejemplar de El Mundo. El presunto director de orquesta extiende los brazos para ejecutar una pieza. Carece de batuta. Tiene, por el contrario, una pluma de escribir, una pluma estilográfica. Nadie usa hoy plumas estilográficas, pero este adminículo da mucha nobleza a quien es su portador.

Estamos en febrero de 2014. La presentación que de sí mismo hace Pedro Jota Ramírez en este lance no puede ser más autocomplaciente. Le falta batir palmas, celebrarse con unción. Por eso, si tan bueno es, ¿por qué se le echa de la dirección? Es el contrato, el instrumento que da atribuciones a los propietarios para poder apearlo. Él no está cansado, dice. Podría seguir y durar, durar, aunque a nuestro director lo echan.

Pero, en fin, El Mundo es un equipo de periodistas, una orquesta –según su analogía– la que va a continuar con un nuevo director bien conocido por la plantilla: Casimiro García-Abadillo, su segundo en El Mundo. "Casimiro tiene muchas de mis virtudes y pocos de mis defectos", dice Ramírez. No sabemos si hace un elogio o simplemente se aúpa él mismo. En cualquier caso, con García-Abadillo quedarían garantizadas la continuidad y la filosofía del periódico. Algunos meses después las cosas no exactamente así. Pedro Jota se revuelve contra su empresa. No sabemos cómo acabará…

¿Razones de su cese? No serían estrictamente económicas, sino políticas: el tratamiento informativo del caso Bárcenas y la relación de Mariano Rajoy con quien aún era tesorero del partido, descubierta por El Mundo. Una presión de la Moncloa: el reportero legendario cae, tras una operación canallesca. Ya le pasó en otro periódico...

Ramírez dedica el resto de su última carta dominical como director al autobombo: a agigantar su figura en la historia universal del periodismo local y universal. Lástima que hoy no exhume un caso antiguo que le sirva de comparación, un episodio grande, remoto y aleccionador, como hace habitualmente: el Antiguo Testamento y en general la historia sagrada, el reportero cuenta con abundantes pasajes de sacrificios, de suplicios, de martirios.

Porque el suyo es un martirio, un sacrificio al que se le somete y, en fin, un suplicio para sus numerosos seguidores. Y para el resto de los mortales: se convertirá en un gurú de la radio, en un tertuliano 'Non stop'. Y en algo más que después desvelaré.

Por cierto, hablando de sacrificio, estoy pensando en la decapitación de Holofernes por Judith, un caso que podría haberle servido para establecer una analogía. Pero me lío. No sé quién hace el papel de la bella judía que sedujo al general asirio. La trayectoria de El Mundo y las cartas dominicales de Pedro Jota son como la historia de la Humanidad: larguísimas y, encima, acaban mal, con fintas y puestas en escena, con excesos deontológicos, con revelaciones asombrosas (o no tanto), con éxitos a su favor y con campañas dementes.

Yo, cuando veo en esta tesitura a Pedro Jota, me acuerdo de Walter Burns, el director de The Examiner en Primera Plana (1974), de Billy Wilder. El papel lo encarnaba Walter Matthau. El personaje de Burns carecía de toda moral: como periodista con experiencia era un carroñero, obsesionado con las exclusivas... Billy Wilder acentuará el carácter simpáticamente despreciable de Burns. Concluida la película se nos informa en unas notas finales acerca del futuro de los personajes. Burns-Matthau deja la profesión para acabar sus días impartiendo clases de ética periodística en la Universidad de Chicago. Eso sí, tras una trayectoria carente de escrúpulos.

Yo ya veo a Ramírez como uno de mis colegas universitarios: formando chicos en el noble arte de la exclusiva. Tienen que aprender a husmear la morralla y la casquería. Seguro que será elevado a profesor de postín en algún máster carísimo (si es que ya no lo está).

Por otra parte, y hablando de ética periodística, Pedro Jota no abandona realmente El Mundo. Se traga su dolor y los sapos y acepta una solución convenida. Da un paso atrás. Al menos, eso es lo que él proclama con la sabiduría del experto. "El 2 de marzo reanudaré mis cartas dominicales (...) bajo un nuevo epígrafe y en una ubicación distinta. Prepararé además la publicación de mi próximo libro (...), me ocuparé de la revista La Aventura de la Historia y dedicaré algo más de tiempo a mis amigos tuiteros".

No sé qué resulta más inquietante, si la reanudación de las cartas dominicales, la publicación de libracos tremendamente extensos (práctica a la que le ha cogido gusto), dar la vara con la Historia o, como él señala, volcarse aún más en Twitter. Agitación y propaganda...

No es un verso suelto, no es un tiburón fuera de control. En realidad, va a hacer lo mismo que venía haciendo pero desde la barrera o en un despacho de lujo reservado para antiguos directores.

Aviso para navegantes. Vigilará a su suplente, velará, nos aleccionará y reservará su venganza para otro momento. ¿El resultado? Pues como el Walter Burns de Billy Wilder: mientras tanto impartirá clases de ética periodística.

________________________________________________

Justo Serna es Profesor de Historia en la Universidad de Valencia. Autor de numerosos trabajos académicos sobre historial cultural, también escribe con asiduidad en prensa. Su último libro es La farsa valenciana (Foca, 2013)

>

Más sobre este tema
stats