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La gran paradoja del 21A: un Parlamento más soberanista, una ciudadanía menos independentista

Luces Rojas

La soberanía en boca de todos

El debate ciudadano que experimenta España en los últimos años ha posibilitado manifestaciones muy estimulantes desde el punto de vista de la reflexión política, al colocar en primera línea de debate temas relevantes como: la tensión entre la uninacionalidad y la plurinacionalidad del Estado, la discusión sobre la legitimidad en los procesos de representación y el ejercicio de la participación política. Estas tres tensiones se pueden visualizar claramente en procesos tales como: el 9-N, Podemos y el 15-M respectivamente.

¿Por qué surge precisamente ahora este debate? Básicamente, porque la ciudadanía ha tomado consciencia de estar sufriendo las consecuencias de un proceso paulatino de pérdida de soberanía.

Antes de desarrollar esta idea, habría que detenerse ante el significado de la palabra soberanía, que mucha gente asume como entendida y no es tan diáfana como presume. Recurriendo a la RAE encontramos cinco acepciones de esta palabra:

1) Cualidad de soberano. Esta es pura tautología, nada didáctica para ser un diccionario cuando usa la palabra definida en la definición. El ejemplo aquí se puede oír en boca de muchos “tertulianos” en la televisión, que hacen un flaco favor a la memoria del teólogo amazigh Tertuliano, uno de los máximos exponentes de la cristiandad junto con el otro amazigh San Agustín, cuando intentan en esos foros explicar los conflictos de la realidad utilizando esta falacia analítica.

2) Autoridad suprema del poder público. Esta acepción se basa en el origen etimológico de la palabra “soberanía”, que encontramos en latín, conformada por la suma de super (encima) más el sufijo anus, que puede traducirse como procedencia, más el sufijo ia. Uniendo estos fragmentos con nuestro pegamento lógico, podríamos determinar que el significado de la palabra en esta acepción es el de “aquella persona que tiene autoridad sobre el resto”. Me imagino que cuando digo “resto”, la RAE utiliza el concepto de “pueblo”, de ahí la idea de una autoridad suprema del poder público en la explicación.

En todo caso, con este juego de palabras, podemos ver que la relación entre el uno y el resto (conjunto) se realiza bajo una lógica de dominación o autoridad. Es decir, se establecen dos dimensiones donde hay un dominante (uno) y un dominado (todo el resto). En este caso, se expresa en boca de Matilde Cano, del movimiento 15-M, cuando dice que “La soberanía popular tiene como adversario al capitalismo más voraz”.

3) Alteza o excelencia no superada en cualquier orden inmaterial. En esta tercera acepción se mantiene la idea de la jerarquía, pero aquí el uno se ubica en lo alto y lo novedoso, constituyéndose en el límite que no puede superar el resto dominado. Esta concepción la escuchamos todos los días en los medios de comunicación en boca del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, en relación a Cataluña: “Me opondré a toda reforma constitucional que liquide la soberanía nacional”. Y no deja de ser una banalización o reducción del pensamiento de la Ilustración, en la medida en que atenta contra el concepto de soberanía entendida como la suma de las diversas voluntades en una voluntad general.

4) Orgullo, soberbia o altivez. Aquí la explicación tiene carácter emocional de superioridad. Una explicación que dista mucho de la realidad pero muy cercana a la realidad de la RAE. La RAE no es sólo un diccionario de la lengua, sino que también es un diccionario de términos etnológicos y prejuicios populares. Por ejemplo, para describir la palabra “moro”, la RAE utiliza ejemplos como: “Dicho de un caballo o de una yegua”, niño “que no ha sido bautizado”, “dicho de una persona mulata”, “reunión o junta de personas en que reina gran confusión y desorden”, “alguien a quien le falta poco para estar enteramente borracho”.

5) Y finalmente, hay una última acepción que no es aislada, sino más bien atada a la palabra “nación”, y dice que la soberanía nacional es la que reside en el pueblo y se ejerce por medio de sus órganos constitucionales representativos. Esta explicación es la más común en su utilización, pero habría que explicar, con detenimiento, qué es o qué entendemos por la idea de “nación”.

Después de este paseo por la RAE que ha resultado poco esclarecedor, podemos sumar la concepción que hace Rousseau de la soberanía, según la cual, toda persona que participe del Contrato Social es soberano, puesto que la soberanía es un bien común que se obtiene a través de este contrato. Esto es de vital importancia, puesto que incluye la dimensión de la igualdad a la hora de ostentar la soberanía con la simple condición de participar en el Contrato Social. Y, por esta razón, Rousseau insiste en que no puede haber una distinción entre soberano e individuo.

No obstante, aquella persona que participa en el Contrato Social construye la soberanía como bien común, y a su vez se puede ver abocada a no ejercitar o disfrutar de ese bien común. De la misma manera, una persona que no haya participado en el Contrato Social puede estar disfrutando de la soberanía que no ostenta. Y, para ejemplificar esto, solo hay que ver cuál es la realidad que ha generado el mundo globalizado o desglobalizado, según para quién.

Un migrante en Madrid que participa en el Contrato Social con su trabajo y sus impuestos, y que por lo tanto, es soberano de facto, no puede disfrutar de su soberanía porque carece de derechos políticos; mientras que un broker de Wall Street, o como es el caso de un empresario de casinos de Las Vegas, que no ha participado del contrato social español, sí disfruta y ejerce a plenitud la soberanía nacional.

Una manifestación nefasta del perenne binomio: Sentimiento de Soberanía versus Ejercicio de Soberanía. Estar en el terreno del Sentimiento de la soberanía hace que ésta sea “líquida”, usando la concepción de Bauman, que implica que un concepto que no se ejercita en la práctica pierde su identidad sólida para volverse completamente líquido.

Según la tradición moderna de la Ilustración, para poder conservar nuestra igualdad creamos un ente llamado “Estado de Derecho”, en el cual se depositan nuestros sentimientos de unión y compromiso con la soberanía y el bien general. Una vez que se deposita este sentimiento, retorna convertido en ejercicio político. Pero en las actuales circunstancias, este ejercicio de participación política no está retornando, porque el Estado de Derecho ha sido desvirtuado de su función original.

Con la tradición de la Ilustración, las leyes ocupan el lugar que antes ocupaba el gobernante absoluto. El Estado de Derecho –que son las leyes según Robespierre– se expresó, sagazmente, en la Revolución Francesa con la tríada virtuosa: Libertad, Igualdad y Fraternidad. Pero ahora, el espacio de las leyes está re-ocupado.

Ahora bien, ese lugar consensuado lo han ocupado “otros”, saltándose o situándose fuera o encima del Estado de Derecho y, por consiguiente, fuera del Contrato Social. Estos “otros” aparecen a menudo bajos múltiples seudónimos: Oligarquía, mercados, burócratas y, últimamente, como casta. Es lo que señaló el sociólogo Ignacio Sánchez-Cuenca en su artículo de infoLibre El Contrato Social se ha roto. Y no deja de ser el principal hilo conductor del relato diagnosticado por los líderes de Podemos, y que en su programa marco denominan Conquistar la Soberanía.

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