Luces Rojas

A favor del centralismo interno de Podemos

Braulio Gómez

Dos partidos, PP y PSOE, en el peor momento de su historia camino de las elecciones generales con candidatos sin ninguna gracia ni tirón popular. Un partido, Podemos, con un programa discutible pero con el candidato que cualquiera de los dos partidos habría soñado para liderar sus proyectos. Los partidos con malos candidatos atacan, se burlan, dan lecciones al nuevo partido sobre la mejor manera de elegir a un líder. Sencillamente, no tienen vergüenza. Los recién estrenados barones podemitas también recelan del centralismo que rezuman las últimas decisiones internas de su partido, que limitan su incipiente poder autonómico. Defienden su cuota de poder con racionalidad. A mí el método para la toma de decisiones internas que está desarrollando Podemos para defender su bien más preciado, su líder nacional, me parece acertado en su estrategia de ganar las próximas elecciones generales. No nos engañemos, el movimiento de indignación ciudadana que cogió impulso el 15-M de 2011 no influyó nada en la política y las políticas hasta que apareció la coleta carismática en una papeleta en las elecciones europeas tres años más tarde. Nos guste más o menos.

No hay que tener miedo al centralismo en la toma de decisiones en el interior de los partidos. No es en sí mismo contrario a la consecución de una representación ciudadana de calidad aunque se tienda a asociar con los partidos conservadores más rancios. Y sobre todo no hay que huir del centralismo interno como de un enjambre cuando el poder territorial partidista está representado por cuadros sin ciudadanos, como es el caso de la mayoría de los partidos incluido Podemos. Solo hay que ver el uso que han hecho en la pequeña historia autonómica una buena parte de esos barones territoriales con ese poder omnímodo y descentralizado.

El desarrollo y consolidación de la marca Podemos está más relacionada con el atractivo electoral que despierta entre una mayoría de ciudadanos poco participativos que con la transformación de un movimiento social en partido político. Es lógico que ante la desmovilización que se percibe en cada uno de sus círculos territoriales se pretenda desde el centro limitar el poder de las nuevas baronías sin militancia activa de base. Hubiera sido diferente si en los procesos de selección de los líderes territoriales hubieran participado la mayoría de los que se han inscrito en Podemos, pero no ha sido el caso. En las sucesivas decisiones de ámbito territorial autonómico están participando muy pocos ciudadanos. En las elecciones a candidatos para las últimas elecciones autonómicas de Mayo participó de media el 20% del censo de los inscritos en Podemos. Por ejemplo, Aragón, que tenía un censo con 12.000 inscritos en Podemos, en las primarias en las que se eligió a Pablo Echenique como candidato votaron 3.500 ciudadanos, de los que dieron el voto a su candidatura 2.400. En las elecciones, Podemos fue votado por 135.000 aragoneses.

Más. En la decisión sobre si apoyar en la investidura al PSOE en Extremadura han participado el 18% del censo, en Castilla-La Mancha el 15%, y en Baleares poco más de 700 personas. Cantidades lo suficientemente bajas como para tener claro que la opción de abrir cuotas de poder territorial en la estructura de Podemos solo tendría sentido para aliviar tensiones entre los distintos dirigentes, no para dar voz y estar más cerca de unos ciudadanos que no están.

Los estudiosos sobre la organización de los partidos políticos suelen usar como indicador de democracia interna en la vida organizativa de los partidos su grado de descentralización. Un partido sería más democrático cuanto más descentralizado sea el proceso de la toma de decisiones. Es verdad que la descentralización puede hacer aumentar la inclusión en la selección de los candidatos pero no garantiza que se produzca un incremento en la participación de los militantes, ni que estos puedan acceder de forma más directa a la toma de decisiones. De hecho, la descentralización puede ir en contra de los intereses de la militancia y de los votantes de ese partido si las direcciones regionales y/o provinciales de los partidos están más pendientes de salvar su cuota de poder territorial que del interés general. Izquierda Unida de Madrid sería un ejemplo paradigmático de como la descentralización organizativa no es un valor en sí mismo. Este es un debate en el que los partidos de izquierdas, más sensibilizados con la participación ciudadana, deberían entrar de forma serena. ¿Hasta qué punto es verdad que un mayor nivel de descentralización organizativa genera una mayor democracia interna, si entendemos como un principio democrático a defender la mayor participación de los militantes en la toma de las decisiones importantes dentro del partido?

Las primarias de Podemos finalizan con un 15,69% de participación

Las primarias de Podemos finalizan con un 15,69% de participación

Los ciudadanos tampoco ven claro que la descentralización organizativa de los partidos traiga por si sola un mayor grado de democracia en el funcionamiento de los partidos. No he encontrado una encuesta reciente que aborde este tema. Con datos de 2005, se puede decir que la mayoría de los ciudadanos españoles no son partidarios de la descentralización de la toma de decisiones en los partidos. De hecho, como se ve en el siguiente gráfico, la opción preferida de los votantes del PSOE (no existía Podemos en aquellos tiempos), y de los ciudadanos de izquierdas, es que prevalezcan las decisiones de la organización nacional sobre las de la organización regional.

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Braulio Gómez es investigador en Ciencia Política en la Universidad de Deusto. Es autor del libro 'O controlo político dos procesos constituientes' (Impresa de Ciencias Sociais, 2010), coautor de 'La calidad de la democracia en España' (Ariel, 2011) y de 'La encuesta deliberativa' (CIS, 2009). Es el director del 'Regional Manifestos Project'

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