Luces Rojas

Tirando billetes desde un helicóptero

Lucas Duplá

Como hemos comentado en alguna ocasión anterior, hasta los optimistas más recalcitrantes admiten que los modelos económicos utilizados para diseñar políticas económicas en las principales instituciones de occidente fallan estrepitosamente, desde hace al menos 30 años, tanto en el plano teórico (requieren decenas de supuestos irreales incluso para funcionar sobre el papel) como especialmente en el práctico (no sirven para predecir las depresiones económicas, ni siquiera ante señales claras de inestabilidad del sistema).

Vivimos tiempos oscuros para la teoría económica. En los años 30, la teoría económica de la época también fracasó clamorosamente y la Gran Depresión pilló a todos por sorpresa, llevándose por delante el sistema financiero internacional y la mayoría de las economías de occidente. Sin embargo, esa crisis también sirvió para alumbrar nuevas teorías que rompieron con todo lo anterior: desde Keynes a Schumpeter, esas nuevas explicaciones de la realidad se validaron en la práctica y permitieron crear un sistema más robusto y estable, que desde 1945 hasta 1970 generó una prosperidad sin precedentes. Ochenta años después de la Gran Depresión, la economía mundial ha sufrido en 2007 una tragedia de magnitud equiparable, pero a finales de 2015 la teoría económica sigue casi exactamente en el mismo sitio que antes, lo que es una pésima señal.

Por el lado de la praxis, estamos desaprendiendo las lecciones de la Gran Depresión: las economías del euro, junto con Reino Unido, se han comprometido (en algunos casos en sus constituciones) a perpetuar la austeridad, incluso en situaciones de recesión con un sector privado altamente endeudado, lo que constituye un suicidio en toda regla. Hasta el momento, tanto los partidos conservadores como los socialdemócratas aceptan esta premisa –pese a que en el sur de Europa se vive como algo impuesto desde el norte a través de la arquitectura del euro–, y discrepan únicamente en cuanto a los matices; no obstante, en Reino Unido no hay euro y la situación es similar.

Un escéptico podría hacerse la siguiente pregunta: si tanto el enfoque teórico como las políticas económicas actuales son tan erróneos, ¿cómo es posible que estemos viviendo una aparente recuperación, en lugar de seguir instalados en la catástrofe? La respuesta a esta pregunta, por una vez, es sencilla: gracias a la actuación de los bancos centrales. Surgen tres interrogantes fundamentales: 1) ¿Qué ha impedido hasta el momento la quiebra de España e Italia? Respuesta: la actuación del BCE; concretamente, el compromiso verbal de Mario Draghi con la supervivencia del euro, adquirido en junio de 2012, y posteriormente sus políticas de expansión cuantitativa (bajadas de tipos y compras de deuda soberana, incluyendo la de los países periféricos). 2) ¿Ha sido suficiente la expansión cuantitativa para reactivar la economía? Sí y no: hay crecimiento, pero es endeble; sigue existiendo un alto riesgo de deflación, y los ínfimos niveles salariales de los nuevos empleos están ya creando graves problemas a la Seguridad Social. 3) Si la política fiscal ha dejado de existir porque los políticos europeos han decidido que la única política posible es la austeridad permanente, ¿queda alguna herramienta para relanzar con fuerza el crecimiento en un contexto de crisis? Y la respuesta a esta pregunta, sorprendentemente, es que… sí: existe una, lo que los anglosajones llaman “helicopter money” (HM).

La irresponsabilidad fiscal

El nombre procede de un artículo escrito por Milton Friedman en 1969, en el que utilizaba la imagen de un helicóptero distribuyendo billetes a la población como propuesta para combatir la deflación. ¿En qué consiste el HM? La idea básica de esta política es que el banco central baje los tipos de interés e inyecte dinero en la economía; pero en lugar de hacerlo como hasta ahora (“expansión cuantitativa”, política consistente en que el banco central compra deuda soberana o privada al sector financiero), el banco central transferiría dinero, de nueva creación, directamente a las cuentas corrientes de la ciudadanía. ¿Qué ventajas puede tener el HM frente a la expansión cuantitativa? En primer lugar, la expansión cuantitativa genera con frecuencia burbujas de activos financieros, o inmobiliarios: el sistema bancario recibe gran cantidad de fondos, que generalmente no se trasladan a la economía real en forma de préstamos, sino que terminan concentrados en la bolsa o en ladrillo, lo que es potencialmente peligroso. En segundo lugar, lo anterior suele generar rechazo por parte de la ciudadanía, ya que son precisamente los causantes de la crisis (unos bancos que prestaron dinero a quienes no debían) los que reciben la ayuda, en lugar de la ciudadanía, que es la realmente perjudicada. El HM solucionaría este problema, ya que serían los ciudadanos los beneficiarios del programa de estímulo. Por otro lado, la mayor parte del dinero, en vez de invertirse en activos financieros o inmobiliarios, se destinaría a consumo, lo que supondría un empujón importante a la economía real y animaría a las empresas a invertir, sin generar ningún tipo de endeudamiento público. Otra importante ventaja de un programa de HM sería su inmediatez: a diferencia de un programa de gasto público, que requeriría un largo debate político y tardaría después meses o incluso años en empezar a funcionar, el HM podría hacerlo prácticamente de un día para otro: bastaría con realizar una anotación electrónica en la cuenta corriente de cada ciudadano. Economistas como Ben Bernanke o, más recientemente, Mark Blyth, argumentan que inyectando menos dinero se conseguiría seguramente un resultado mucho mayor que el que está logrando actualmente la expansión cuantitativa.

Una crítica frecuente al HM es que supondría un “regalo” a gente que quizás no lo merece: lo recibirían por igual las personas vagas y las trabajadoras; sin embargo, esa crítica es parcial y revela un trasfondo ideológico, ya que un programa de expansión cuantitativa beneficia claramente a aquellos que poseen bonos o acciones, siendo en esencia otro regalo. La diferencia es que el HM sería más equitativo, ya que llegaría a todos los sectores de la sociedad, y además reduciría sustancialmente, por no decir que eliminaría, el riesgo de burbuja financiera o inmobiliaria, es decir que contribuiría a una economía más estable. No sólo eso, sino que sería posible diseñar un programa de HM progresivo, es decir que transfiriera sumas mayores a los ciudadanos con rentas más bajas, de modo que el programa podría utilizarse simultáneamente para combatir la recesión y la desigualdad. Otra crítica, que se ha planteado en Reino Unido –donde consejeros del Banco de Inglaterra han mantenido varios debates sobre el tema–, es que si el banco central transfiriese dinero por un valor mayor que el de su activo, podría tener problemas de solvencia: sin embargo, como ha argumentado repetidas veces Paul de Grauwe, dado que un banco central puede crear moneda a voluntad siempre va a ser solvente , por definición.

En la actualidad, un estado puede intervenir en la economía de dos maneras: vía política fiscal (aumentando o reduciendo el gasto público o los impuestos, ámbito controlado por el gobierno), o vía política monetaria (subiendo o bajando los tipos de interés, ámbito controlado por el banco central, que es sector público pero independiente del gobierno). El HM es una herramienta nueva que sería un híbrido de política fiscal (el estado transfiere fondos a la ciudadanía, fomentando el consumo real, no una burbuja especulativa) y monetaria (el encargado de aplicar el programa sería el banco central, no el gobierno). La situación económica lleva años lastrada por unos gobiernos que se niegan a implementar políticas fiscales efectivas y por unos bancos centrales que están utilizando herramientas anticuadas y de efectividad incierta –la compra de bonos–. Quizá haya llegado ya el momento de intentar algo realmente diferente.

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