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Luces Rojas

Identificar al adversario

Aunque en algunos sectores de la izquierda se puedan vivir las próximas elecciones con ilusión, nos encontramos en una situación política, económica y social muy grave. La gestión de la crisis llevada a cabo por el Partido Popular ha ampliado la brecha de la desigualdad social, ha debilitado la capacidad de la negociación sindical y ha multiplicado el empleo precario hasta límites verdaderamente dramáticos. Según indica Ayuda en Acción, uno de cada tres niños en España se encuentra en riesgo de exclusión social. Lo mismo puede afirmarse del 18% de las personas con empleo: aunque cobren por su trabajo, las ganancias que les reporta son insuficientes para sacar a sus familias de la pobreza. Los jóvenes con formación y expectativas emigran, desanimados ante la falta de oportunidades y, por si fuera poco, el partido en el gobierno está carcomido por la corrupción, lo que al parecer no le impedirá convertirse de nuevo en la formación más votada.

El panorama empeora cuando se constata que la posición del PP en asuntos tan importantes como la educación, la sanidad y la política de género es verdaderamente retrógrada, totalmente desvinculada del Estado del Bienestar, de la redistribución de la riqueza y de la igualdad de oportunidades. Solo por sus ideas en torno a estas cuestiones, el resto de partidos deberían impedir a toda costa que los populares gobernaran de nuevo este país.

La ideología del Partido Popular era conocida antes de las elecciones de 2015. Sin embargo, los conservadores llevan seis meses gobernando en funciones, un tiempo precioso que las organizaciones de izquierda han desperdiciado de manera incomprensible. Si tanto interés tienen en acabar con la pobreza, con la desigualdad, con la desprotección social, con el trabajo precario y con la privatización de los servicios públicos, deberían dejar de profundizar en lo que los separa y preocuparse por alcanzar un acuerdo de mínimos. Así podrían desbloquear la situación y hacer las reformas esenciales que sus votantes les reclaman. Los debates sobre las esencias de la izquierda, sobre referéndums y nacionalismos, son importantes, pero aún lo es más apear al PP del Gobierno y comenzar a cambiar las políticas públicas.

Descrita la situación, ¿no debería la izquierda estar cargando las tintas contra el PP? La impresión que transmite la circunstancia política, en cambio, es bien distinta. El PSOE, por ejemplo, parece una formación asediada desde todos los ángulos, incapaz de ofrecer un discurso convincente. Vaya por delante que comprendo el enfado de muchos sus críticos. Son numerosos los avisos que los socialistas han recibido por parte de sus antiguos votantes, muchas las oportunidades que, desde el fin de la época de Zapatero, han dejado escapar. Demasiadas, quizá. La irrupción de Podemos les ha obligado a moverse, a espabilarse un tanto, pero parecían muy cómodos hasta entonces, poco proclives a unos cambios programáticos y estructurales que acuciaban y que a día de hoy aún han de materializarse por completo.

Luego está el tema de la lealtad política. Cayo Lara, ex coordinador general de Izquierda Unida, lleva varios días respaldando sin fisuras las decisiones adoptadas por Alberto Garzón como líder de su formación. Decisiones de enorme calado y trascendencia. Aunque sea crítico con algunas de esas medidas, su defensa del proyecto en el que se han embarcado es firme y contundente. Indica un compromiso con Izquierda Unida, dejando a un lado personalismos y pareceres particulares. Es una actitud que le honra.

¿Qué pasa con los dirigentes del PSOE? Susana Díaz o Emiliano García Page, por citar a dos de los más destacados, se sitúan en las antípodas del modelo encarnado por el señor Lara. En una entrevista reciente en la Cadena Sser (31/05/2016), García Page demostró una desafección hacia Pedro Sánchez inconcebible a tan pocas semanas de las elecciones. Afirmaba García Page que el PSOE siempre ha de salir a ganar, pero con el escaso entusiasmo mostrado hacia su candidato en la citada entrevista se hace difícil que el PSOE gane algo. Con dicha actitud estos dirigentes manifiestan además muy poco respeto por la voluntad de los afiliados, que son quienes votaron a Pedro Sánchez como Secretario General. Casi al día siguiente de su nombramiento ya estaban tratando de echarlo. ¿En qué están pensando los barones del PSOE? Es difícil propiciar acuerdos cuando mantienes a tu líder maniatado. ¿Pretenden así tener un buen resultado electoral? ¿De verdad?

En vez de cerrar filas y aunar esfuerzos, estos socialistas no hacen más que mostrar las fisuras y las luchas de poder. El PSOE debe adoptar posiciones claras y firmes con respecto a algunos de los temas más controvertidos de nuestra agenda política. Si no despejan esas dudas de cara a la ciudadanía, seguirán siendo un blanco fácil para sus contrincantes políticos.

La desafección y la división interna que vive el PSOE le vienen muy bien a Unidos Podemos y a Pablo Iglesias. De hecho, los desacuerdos entre los socialistas, junto con los innegables aciertos de Podemos, han colocado a la coalición en el segundo lugar de las encuestas. Desde esa posición, Pablo Iglesias no cesa de tender la mano a Pedro Sánchez, insistiendo una y otra vez en que quiere pactar con ellos. Tantas veces lo repite que al final extraña su perseverancia. Cualquiera diría que es mera impostura: dime de lo que presumes y te diré de lo que careces.

¿Qué sentido tiene ofrecer machaconamente un pacto ahora cuando lo tenía hace seis meses? Durante todo ese tiempo el líder de la coalición parecía más interesado en irritar y desestabilizar al PSOE que en echar a Mariano Rajoy de la Moncloa. Aunque trata de ocultarlo, muestra un encono hacia los socialistas que no se detecta en Alberto Garzón o en otros dirigentes de Podemos. Su comportamiento puede obedecer a dos factores: o es un error político, motivado por la animadversión personal, o es una táctica meditada, destinada no tanto a expulsar a los populares del poder, como a tratar de ocupar el lugar del PSOE, dejando en segundo plano la posibilidad de desarrollar inmediatamente políticas progresistas.

Existen numerosos ejemplos de lo que estoy tratando de argumentar. Reflexionaré tan solo sobre una de sus últimas iniciativas. Desde hace algunas semanas, cada vez que Pablo Iglesias alude al Partido Socialista se refiere a él como a la “vieja socialdemocracia”. Lo repite insistentemente, ya sea en artículos, entrevistas o declaraciones.

¿Con qué intención lo hace? ¿Por qué reitera tanto la expresión “vieja socialdemocracia” para referirse al PSOE? ¿Le está lanzando un cumplido? Yo creo, más bien, que trata de irritar a sus dirigentes, a sus militantes y a sus simpatizantes. Emplea la palabra “viejo” en un sentido despectivo, el mismo que utilizara hace algunos años Donald Rumsfeld para referirse a la “vieja Europa” en el contexto de la guerra de Irak. Exactamente el mismo.

Pablo Iglesias asocia al PSOE con lo viejo, con lo caduco, con algo periclitado. Está bien que el candidato de Unidos Podemos busque subrayar las diferencias ideológicas y programáticas con Pedro Sánchez, pero irritar insistentemente a una organización política en su conjunto no es la mejor manera de acercar posiciones. Parece estar preparando el terreno para un futuro desacuerdo con los socialistas. Es como si por un lado les tendiera la mano, insistiendo en que está dispuesto a pactar con ellos (como ha podido apreciarse recientemente en el debate a cuatro) pero al mismo tiempo les estuviera metiendo una y otra vez el dedo en el ojo.

Sin embargo, al hablar de “vieja socialdemocracia” algo se le escapa al señor Iglesias. De sus palabras se desprende un sentido que lo delata. Si el PSOE es la “vieja socialdemocracia”, ¿qué es, para él, Izquierda Unida? ¿Qué representa el Partido Comunista? Puede intuirse. Sin embargo, acaba de pactar con ellos un acuerdo para concurrir juntos a las elecciones.

Lo que trato de exponer con mi argumento es el interés que mueve al líder de Podemos. Un interés que no atiende a un patrón ideológico claro y que, mientras con la boca grande habla de diálogo y consenso, con la pequeña se muestra irrespetuoso con sus predecesores, con aquellos de los que dice proceder. Vaciar el significado de palabras como comunismo o socialismo es pervertir el lenguaje, es ignorar o despreciar los esfuerzos y las vidas de quienes, antes que él, lucharon por llenarlos de sentido.

¿Qué piensa realmente de Izquierda Unida, del Partido Comunista y de sus votantes? Imposible saberlo. Sus palabras, sin embargo, deberían ponernos sobre aviso. Es cierto que Unidos Podemos es bastante más que Pablo Iglesias, y que mucha gente lo votará a pesar del rechazo que les produce su líder. Pero si finalmente sucede lo que sospecho, la desaparición de Izquierda Unida quizá sea un precio muy alto a pagar a cambio de la victoria sobre el PSOE y dos, tres o cuatro años más del PP en el poder. Entonces Pablo Iglesias volverá a retorcer las palabras, hará todo lo posible por empujar a los socialistas en los brazos del PP para que todo el mundo vea, efectivamente, que son la misma cosa. Y mientras tanto “la gente” seguirá pasando hambre, seguirá trabajando en precario y seguirá emigrando. Y luego llegará él para salvarnos.

El futuro de España pasa por el entendimiento. Pero pasa también por aclarar cuál es el adversario político a desbancar, a sustituir. Creo que los partidos políticos de izquierdas, a lo que parece todos ya socialdemócratas, tienen diferentes opiniones al respecto. Lo deseable sería que llegaran a un acuerdo, pero temo que es un asunto que no tiene solución. Unidos Podemos y PSOE compiten por un mismo electorado, y mientras algunos se desangran en peleas internas, otros se encargan de generar división y conflicto entre quienes piensan parecido, por mucho que lo disfracen con buenas palabras. No hay miedo en mi razonamiento. Solo el convencimiento de que por ese camino la sociedad española va a salir perdiendo.

Socialdemocracia, gran tema

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Alejandro Lillo es historiador, doctorando en el Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia. Colabora desde hace años con Justo Serna en distintos proyectos comunes vinculados con la historia cultural, entre ellos 'Covers (1951-1964): cultura, juventud y rebeldía', exitosa exposición organizada por la Universidad de Valencia.

 

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