OBITUARIO

Ha muerto Alejandro Fernández Pombo, maestro en el periodismo y en la vida

El periodista Alejandro Fernández Pombo.

En el tránsito del viernes al sábado le falló el corazón a Alejandro Fernández Pombo. Periodista, maestro, profesor de periodismo y enamorado hasta el último día de la filatelia. Fernández Pombo fue el director del diario Ya en la TransiciónYa, después de haber sido confeccionador, redactor jefe y subdirector del mismo periódico. Estuvo procesado, al inicio de su mandato por un artículo –Los sucesores- en el que se afirmaba que, una vez desaparecido Franco, el sucesor no tendría que ser obligatoriamente Juan Carlos de Borbón, sino quien decidiera el pueblo español en sufragio universal, libre, y directo. Una tesis demasiado “revolucionaria” para los jerarcas políticos de aquel tiempo.

Los que tuvimos la fortuna de trabajar junto a él en aquellos años no podemos olvidar que fue el director que hizo del Ya un diario ordenado, popular y profundamente democrático. Asociado a la defensa de la Iglesia Católica, bajo la dirección de Alejandro lo hizo con dedicación, pero también con pluralismo; en sus páginas de “Información Religiosa” convivían las firmas del ultra obispo de Cuenca, Guerra Campos; el Presidente de la Conferencia Episcopal, el aperturista Tarancón, y junto a ellos, al lado y con el mismo tratamiento que ellos, el comunista Padre Llanos, que hacía llegar sus artículos desde el combativo Pozo del Tío Raimundo. Dominada la cúpula empresarial del Ya por la derecha que aspiraba a seguir detentando el poder tras la muerte del Dictador, Fernández Pombo, tan lejano de extremismos como convencido demócrata, decidía contenidos y ubicación de las informaciones por su entidad periodística; muchos tuvimos el privilegio de escucharle antes de las elecciones de 1979 como a cada partido político debíamos darle el tratamiento adecuado a su representación parlamentaria; y ese trato equitativo, plural, y democrático le costó la dirección del periódico, una destitución perpetrada por sus propietarios, contra quien había enarbolado -sin alharacas, tan alejadas de su talante- la bandera de la información neutral al margen de presiones.

Alejandro continúo en el Ya, en tareas muy por debajo de sus conocimientos y personalidad, pero siempre fiel a la que era “su casa”. Triunfó, después, en las elecciones a la Presidencia de la Asociación de la Prensa, y ejerció el cargo escuchando a todos y decidiendo con todos; y no se presentó a la reelección; pensaba que era bueno que otras personas, de otra generación, con otras ideas, condujeran al órgano colegiado de los periodistas. Pero en ese su único mandato logró devolver a la Asociación el prestigio y la serenidad que había perdido en las décadas anteriores.

Jubilado de cargos y obligaciones, no lo hizo del periodismo activo; siguió su actividad con libros y artículos hasta el final, sobre todo los relacionados con la filatelia, la otra gran pasión de su vida. En el último año, ya mermado su cuerpo por años y enfermedad, se lamentaba de no poder acudir como siempre a la madrileña Plaza Mayor, donde siempre podía esperarle ese sello que tanto buscaba; cuantas veces había vuelto a casa con ese tesoro en las manos, jubiloso de poder compartir la adquisición con su familia.

Desde este domingo, sus restos ya estarán en su amado pueblo toledano de Mora. Allí, donde tiene sus raíces, se confundirá con la tierra a la que nunca abandonó; sus sesenta años en Madrid, donde nacieron sus hijos, han sido solo una larga etapa fuera de ese lugar al que siempre volvía, y donde quiso, al final reposar.

A Alejandro, ese maestro de periodistas, solo se le puede definir con las palabras de ese Antonio Machado que él tanto amó: Era un hombre, en el buen sentido de la palabra, bueno.

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