Turquía

Turquía: un futuro político incierto para el parque Gezi

Manifestantes, este miércoles, durante una protesta en el Parque Gezi de Estambul.

PIERRE PUCHOT (MEDIAPART / ENVIADO ESPECIAL A ESTAMBUL)

Una semana después del inicio de las protestas en Turquía, la acampada del parque Gezi, que bordea la plaza de Taksim, en Estambul, tiene ya sus propios ritmos y rutinas. Aunque los enfrentamientos con la Policía han continuado en otras grandes ciudades del país, las fuerzas del orden sí se han retirado de la plaza de Taksim y del barrio popular de Besiktas. Varias decenas de tiendas de campaña se han instalado en el parque y el abastecimiento de agua y comida está asegurado. En la mañana del miércoles, los nuevos pobladores del campamento levantado en el corazón de Estambul asistieron incluso a clases de yoga.

Las etiquetas políticas están prohibidas en la tribuna del parque Gezi, convertida en un ágora en el que se suceden las intervenciones desde el pasado jueves. De este diálogo constante ha surgido una plataforma común, llamada Diren Gezi (“resiste Gezi”), que defiende cuatro reivindicaciones concretas. De hecho, este consenso de mínimos fue el que una delegación de manifestantes llevó el pasado martes a la oficina del Ministerio del Interior. Las exigencias son las siguientes:

  • Fin del proyecto de demolición y reconstrucción del parque Gezi y del conjunto de la plaza de Taksim (el primer ministro ha reiterado su intención de destruir el centro cultural Atatürk, que domina en la plaza)
  • Puesta en libertad de los manifestantes detenidos durante las protestas
  • Fin de las prohibiciones de manifestarse en plazas y lugares públicos
  • Dimisión del Gobierno municipal de Estambul y del director de la Policía

Para ver desfilar a las organizaciones políticas hay que salir del parque y caminar unos pasos hasta el monumento construido para conmemorar la independencia turca en 1923. En el mediodía del miércoles, militantes sindicales, miembros de organizaciones de izquierda, kemalistas, nacionalistas e incluso musulmanes marxistas cantan el himno nacional al tiempo que sostienen una bandera de Atatürk, el sobrenombre con el que se conoce a Mustafa Kemal, fundador y primer presidente de la República de Turquía. En otro lado, hinchas de los tres principales equipos de fútbol de Estambul –Galatasaray, Fenerbache y Besiktas–, irreconciliables en los estadios, se juntan para pedir la dimisión del primer ministro.

Por la tarde, en un rincón de la plaza aparece, aislada, la bandera del Partido Republicano del Pueblo (CHP), el tradicional baluarte del laicismo, fundado por el propio Atatürk tras la caída del Imperio Otomano, para devolver al país a la tradición socialdemócrata y reformista. Durante un tiempo fue el partido único en el país. Desde el inicio de las protestas su presidente se ha afanado en recordar que su organización no participa en las manifestaciones y que sus miembros sólo las respaldan a título individual. 

Regresión de las libertades

“Este movimiento no ha surgido por que se hayan destruido algunos árboles”, analiza Esra Atuk, profesora de Ciencias Políticas de la Universidad de Galatasaray. “Desde hace algunos años, los estudiantes son reprimidos y encarcelados por simples sospechas. Las libertades están experimentando una regresión. No es la historia de una pugna entre el conservadurismo musulmán y los partidarios de los valores occidentales como se ha escrito en muchos periódicos. El CHP no puede decir simplemente que ellos encarnan la laicidad y esperar a ser respetados por ello, no tiene sentido. Tienen que contribuir a crear una oposición sobre una base programática. Y eso no se hace de un día para otro”, amplía.

En Turquía, la oferta política es abundante y limitada al mismo tiempo. El Partido para la Paz y la Democracia (BDP, en turco) adopta posiciones sociales que seducen a buena parte de los manifestantes. Pero sigue siendo una formación de obediencia kurda que relevó en el Parlamento del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). Creado por un militante transexual, el Partido Ecologista tiene muchos adeptos en el parque Gezi, pero apenas logra el 2% de la intención de voto en las encuestas. La extrema derecha obtuvo el 13% de los sufragios en las elecciones de 2011, un resultado importante pero insuficiente para imponer sus propuestas. 

La verdadera correlación de fuerzas es una pugna entre la formación de Erdogan, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, en turco), que consiguió alrededor del 50% de los votos en las legislativas de 2011 y 326 diputados; y el Partido Republicano del Pueblo (CHP), que logró el 25,9% de los votos y 135 parlamentarios.

Gracias al éxito económico, el AKP se ha construido durante doce años un electorado amplio. Y lo ha hecho rompiendo la dicotomía religioso/laico, conservador/progresista y barriendo los conceptos de derecha e izquierda al tiempo que prometía desarrollo económico para hacer olvidar su política liberal.

Murat, de 31 años, camionero, se dejó seducir por el partido de Erdogan en las últimas elecciones. “Hay que ver qué era lo que teníamos delante. El AKP desprendía un sentimiento de triunfo irresistible”, señala este manifestante que llegó a la plaza el pasado viernes, tras las primeras cargas policiales. “La oposición era Kılıçdaroğlu, un hombre sin carisma situado a la cabeza de un partido, el CHP, que no sabe a dónde va. Yo voté al AKP porque con ellos bajó el paro. Ahora me arrepiento porque creo que Erdogan ha ido demasiado lejos”, señala.

El CHP intenta, con dificultad, alzarse como la única oposición posible. “No es un partido de masas, por eso es complicado para sus dirigentes hacer el aprendizaje de la calle y de la oposición”, juzga Multican Sahan, profesor de Comunicación en la Universidad de Galatasaray y cercano al grupo de izquierda Nuevo Curso. “Sus adeptos no son mal recibidos por el movimiento siempre que dejen de lado sus banderas y su etiqueta política”, asegura. Tradicionalmente enredado en rivalidades internas y portador de un proyecto político considerado autoritario, el Partido Republicano del Pueblo ha encontrado un desahogo en la marcha de su principal dirigente, Deniz Baykal. Pillado en 2010 en un vídeo en el que aparecía a medio vestir junto a una mujer que no era su esposa, fue obligado a dimitir. Después, el partido intentó reencontrar la coherencia y suscitar así la adhesión de una masa social que ya empezaba a darle de lado. Este proceso empezó por la renovación de sus cargos y un cambio de orientación política. 

“Hoy es más un partido de centro-izquierda nacionalista, en el sentido turco del término. Es decir, una formación que antepone los valores de la República y el del Estado por encima de todo, también de la religión”, destaca el profesor Multacan Sahan. "Desde hace más de un año el CHP ha cambiado de orientación. Ya no es únicamente ese partido del orden establecido que defiende la estructura estatal. Su debilidad, la pluralidad de tendencias que convergen en su seno, se ha transformado en su principal fortaleza y podría seducir a buena parte de los descontentos de Taksim”, amplía.

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El pasado 1º de Mayo, para la fiesta del trabajo, el CHP invitó a sus militantes a participar en la manifestación y llevó camiones sonorizados. Al mismo tiempo, algunos diputados comienzan a emerger tras la sombra de Kemal Kılıçdaroğlu, cuya dirección se sospecha transitoria. Entre ellos, Umut Oran, que se muestra cercano a una parte de la juventud turca. Algunos de ellos, como el parlamentario Gürsel Tekin, también participan en el movimiento del parque Gezi.

En frente, el AKP sigue siendo una máquina capaz de movilizar a la mitad de los diputados para que respalden la nueva Constitución, un texto que permitiría cambiar la naturaleza del régimen turco para convertir a Erdogan en el presidente del Estado.

¿El movimiento social podrá torpedear este proyecto? “En las próximas elecciones el voto de los jóvenes será determinante. Pero mire un poco las redes sociales y el número de cuentas pro AKP. En Turquía, el número de jóvenes que se manifiestan es similar al de los que no lo hacen”, señala la docente Esra Atuk. “Una cosa está clara, ya nada es como antes”, añade su colega Sahan. “El AKP es una organización bonapartista, construida detrás de su jefe, Erdogan, y que vive de la impresión de fortaleza que demuestra. Pero ahora está perdiendo respaldo en la calle”, amplía. 

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