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Obama debe presentar pruebas

El Parlamento británico rechaza atacar Siria

Obama se enfrenta a una situación inédita en la historia de la presidencia estadounidense contemporánea: la posibilidad de emprender una acción militar sin el apoyo de su hasta ahora incondicional aliado el Reino Unido. El voto de las Cámara de los Comunes contrario a un castigo al régimen de Bachar el Asad por la matanza del 21 de agosto en un suburbio de Damasco es toda una novedad en la relación entre Washington y Londres y un elemento básico en el actual debate internacional sobre Siria. Aunque Washington insista en que puede seguir adelante en los preparativos de esa acción sin Londres, ese voto refuerza a los muchos que en el propio Estados Unidos y en el resto del planeta se oponen a la misma.

El siempre cauto Obama debe serlo ahora aún más: o presenta las pruebas de que disponen los norteamericanos de que la tiranía de Asad cometió esa matanza, o espera a que las presenten los inspectores de Naciones Unidas. Sobre esto último cabe imaginar que es probable que la ONU, donde también pesan Rusia y China, presente un informe ambiguo, de aquellos de sí pero no, pudo ocurrir esto pero también pudo ocurrir lo contrario. Veremos. En todo caso, hay que recordar que Obama no ha sido nunca un entusiasta de la implicación estadounidense en Siria y que una gran mayoría de sus compatriotas lo es aún menos.

Washington está pagando ahora el precio de las mentiras con las que Bush pretendió justificar la guerra de Irak. En su propia casa y ante la comunidad internacional. La mención a aquel engaño grosero y a las terribles consecuencias que trajo para Irak y para el mundo es constante en el argumentario de los que se oponen a cualquier intervención internacional en la tragedia siria.

Para cientos de millones de personas, Estados Unidos ha perdido toda credibilidad en los asuntos globales, sobre todo en Oriente Próximo. Poco importa que las diferencias entre lo de Irak y lo de Siria salten a la vista: el régimen de los Asad lleva más de dos años machacando a sangre y fuego una amplia rebelión popular y el de Sadam, en aquel momento concreto, no lo estaba haciendo; nadie habla de invadir y ocupar Siria, que es lo que Bush planteó abiertamente desde el primer momento en Irak; Siria no tiene el petróleo de Irak, así que es difícil imaginar que alguien quiere intervenir allí para hacerse con sus riquezas; no existe ahora en Estados Unidos, ni muchísimo menos, el fervor patriotero y hasta imperialista que explotó Bush tras el 11-S para abalanzarse sobre Sadam… En fin.

La complejidad de la situación siria y las consecuencias regionales e internacionales que podría acarrear una acción militar extranjera, por puntual y limitada que sea, es el otro gran argumento de los muchos no intervencionistas. Aquellos que desde el primer momento reclamamos una implicación de la comunidad democrática internacional contra el brutal aplastamiento de lo que inicialmente fueron unas manifestaciones callejeras en demanda de libertad y dignidad, ya sabíamos, y así lo escribimos en su momento, que la situación se iría haciendo cada vez más enrevesada. De hecho, denunciamos que la conversión de esas protestas en un lío monumental –una guerra civil feroz y sectaria y una pelea de gallos regional e internacional– era la gran carta de los Asad para prolongar su supervivencia.

La comunidad democrática internacional paga también un precio en este final del verano de 2013: el de no haberse interesado seriamente en la tragedia siria mucho antes. Ahora, claro, es más complicado que hace seis meses, y hace seis meses era más complicado que hace un año, y hace un año era más complicado que hace dos. Así se tejen los desastres.

¿Qué pasó la noche del 21 de agosto en Siria?

¿Qué pasó la noche del 21 de agosto en Siria?

Titulé un anterior, y controvertido, artículo sobre Siria con una pregunta: ¿Volverá a salir impune la tiranía siria? El uso del interrogante no era inocente: pensaba entonces, y lo pienso hoy aún más a la vista del voto en los Comunes y de la amplitud de la oposición a una intervención en Siria, que es probable que, una vez más, nadie haga nada. La tiranía siria, que ya estaba ganando la guerra antes del 21 de agosto, obtendría así una victoria colosal. Y también sus aliados en Moscú y Teherán.

Apartado el conservador Cameron de la primera línea del debate por la bofetada recibida en los Comunes, son dos dirigentes de tibio centroizquierda, el norteamericano Obama y el francés Hollande, los que afrontan ahora un dilema terrible: si lanzan esa acción militar con la que amagan desde hace una semana, medio mundo, o más, se les echará encima; si no lo hacen, harán un ridículo notorio. No querría estar en su pellejo.

Post Scriptum. Es fatigoso tener que recordar que apoyar una acción militar puntual en defensa del principio de injerencia humanitaria no es contradictorio con haberse opuesto a las guerras de Vietnam e Irak y a muchas otras tropelías cometidas por el imperio estadounidense, incluido el actual espionaje universal denunciado por Snowden. También lo es tener que repetir que esa fórmula sólo puede ser un último recurso tras haber agotado todas las vías pacíficas y que, por supuesto, es arriesgada y no garantiza un final idílico. En el caso sirio, me gustaría escuchar alternativas concretas a lo propuesto por Obama, Hollande y Cameron. Ok, que no lidere Estados Unidos puesto que perdió su credibilidad con Irak, pero ¿quién entonces? ¿La ONU? ¿La Unión Europea? ¿Rusia y China? Ok, que no haya intervención militar puesto que una mayoría se opone, pero ¿qué se hace entonces? ¿Nada? ¿Un comunicado llamando a las partes a dialogar? ¿Dejar que Asad termine de aplastar la rebelión?

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