Ciencia

Stefano Mancuso: “Las plantas son más sensibles que los animales”

Stefano Mancuso: “Somos incapaces de comprender cuán relacionada está nueva vida con las plantas”

Ya en la Antigüedad los filósofos dirimían sobre si las plantas tenían alma o eran simples seres inertes e insensibles. El neurobiólogo italiano y fundador de la International Society for Plant Signaling & Behavior, Stefano Mancuso, una de las máximas autoridades en el campo de la neurobiología vegetal, se postula en su última obra, Sensibilidad e inteligencia en el mundo vegetal, por la rama que defiende que los seres vegetales están llenos de vida y, ya puestos, que poseen intelecto, aunque la Real Academia Española reserve esta capacidad a la “potencia cognoscitiva racional del alma humana”. Sin embargo, gracias a la amplitud del concepto de inteligencia, esta también se puede definir como “la habilidad para resolver problemas”, que es, justamente, lo que hacen las plantas, según Mancuso.

Y es que este neurobiólogo italiano es un fiel defensor de la importancia que tienen las plantas para el desarrollo de la vida en la Tierra. Y no le falta razón. Puesto que el 99,7% de la vida que puebla nuestro planeta es vegetal, frente al insignificante 0,3% que representan los animales, incluido el hombre.

La razón por la que Mancuso considera que los seres vegetales están subestimados es porque se les concibe como objetos, como seres inmóviles. Pero no es así. “Si bien es cierto que las plantas ejecutan movimientos muy lentos, imperceptibles para el ojo humano, gracias a nuevas tecnologías como el time lapse –técnica fotográfica que ayuda a percibir velocidades muy lentas– es posible observar sus maravillosas habilidades”, detalla el neurobiólogo.

Es más, afirma que existen características mucho mejor desarrolladas en las plantas que en los animales. “Todo lo que esté relacionado con la resistencia está mucho más evolucionado en las plantas. Estas evolucionan teniendo en cuenta el peligro que corren de ser devoradas por animales, por lo que su cuerpo está hecho de tal forma que puedan sobrevivir”, señala el neurobiólogo. Esta teoría la ejemplifica realizando una comparativa: “En los animales muchas facciones están asociadas a los órganos, tenemos los ojos para ver, los pulmones para respirar, etcétera. En el caso de las plantas, estas no tienen órganos, ya que resultaría demasiado peligroso, puesto que con que un animal devore una parte de un órgano, acabaría con ellas. Por eso han evolucionado de una manera en la que distribuyen todas las facciones a lo largo de su cuerpo, una manera completamente diferente de evolucionar y que las hace mucho más resistentes”, afirma.

“Somos incapaces de comprender cuán relacionada está nuestra vida con las plantas. Cuando comencé a hablar sobre los derechos de los vegetales, la gente se reía”, recuerda. Para Mancuso, estos derechos vienen a decir que no podemos hacer lo que queramos con ellas, como es el caso de la deforestación –en 2008, Suiza se convirtió en el primer país del mundo en reconocer los derechos de las plantas con una ley ad hoc–. “En realidad, estos derechos también son los nuestros, porque al defender a las plantas nos defendemos a nosotros mismos por la dependencia que tenemos de ellas”, reflexiona Mancuso.

Pero el neurobiólogo no se queda en la simple defensa de estos seres. También afirma que son mucho más sensibles que nosotros, y es que, según Mancuso, los vegetales poseen más de quince sentidos, incluidos, a su modo, los del hombre. “La razón es bastante trivial. Cuando un animal siente que algo va mal a su alrededor, puede moverse y escapar. Pero las plantas no pueden huir. La única manera de sobrevivir es sentir el ambiente y cada pequeño cambio que se produzca en él. Esta es la razón que explica que las plantas sean increíblemente más sensibles”, explica. Y es que, según el científico, las plantas pueden detectar incluso pequeños cambios en la radicación química. “Por ejemplo, si bajo nosotros se encuentran cien kilos de cobre, nosotros no tendríamos ni idea porque somos incapaces de sentirlo. Pero las plantas son capaces de sentir un simple microgramo de este material gracias a su sentido del campo magnético”, detalla.

En su obra, el científico alude a numerosos experimentos que pretenden confirmar las capacidades sensoriales de las plantas. Uno de esos supuestos, realizado en la localidad italiana de Montalcino, se basó en cultivar durante cinco años los viñedos del lugar con música. “Las viñas no sólo crecieron mejor que las que no escuchaban música, sino que maduraron antes y produjeron una uva más rica en sabor, color y polifenoles”, afirma Mancuso en el libro.

En esta línea sensitiva, el científico va más allá y otorga a las plantas la capacidad de reconocer a sus parientesparientes. Y es que, según Mancuso, “si haces que dos semillas de judía crezcan cerca la una de la otra, si son parientes –proceden de la misma judía–, crecerán de un manera cooperativa y colonizarán el suelo de la maceta. Por el contrario, si las judías pertenecen a una familia diferente, competirán por el suelo y crecerán separadas. Se podría decir que tienen unos sentimientos diferentes, es decir, una manera diferente de sentir al resto de plantas”, afirma. Quién iba a imaginar que hasta compiten por “evitar la sombra”. Según manifiesta Mancuso en su obra, las plantas crecen con el objeto de superar en altura a su rival y lograr recibir más luz, de la cual dependen. Una más de las explicaciones que reúne el libro para sostener que los seres vegetales poseen intelecto.

Otro de los errores que se comete es homologar las plantas en una misma especie, cuando, en realidad, cada cual tiene su propia familia y sus propios comportamientos. Así, resulta que hay plantas que pueden vivir solas y otras que necesitan vivir en sociedad. “Es increíblemente diferente el comportamiento de la judía o el girasol. Cada una tiene un comportamiento específico. La judía es muy agresiva, no le gusta compartir su espacio. Por el contrario, los girasoles necesitan crecer juntos, en sociedad. Si no crecen juntos, son incapaces de sobrevivir”, afirma Mancuso.

Repasemos: las plantas están mucho mejor desarrolladas que los animales, son mucho más sensibles, cada una pertenece a una familia, son capaces de reconocer parentescos y ejecutan diferentes comportamientos. ¿Esto significa que tienen cerebro? No. Pero sí se puede decir que sus ápices radicales –sus raíces– son similares al seso de los animales. Y es que, según el científico italiano, las neuronas de las plantas son capaces de producir señales eléctricas. “En el ser humano, la grandísima mayoría de las neuronas se encuentran en el cerebro. Por el contrario, casi cada célula de la planta es capaz de producir y transportar señales eléctricas. Es más, en el ápice de las raíces se encuentran grupos de células que son muy activas produciendo estas señales. Las producen por la misma razón que nuestro cerebro, para realizar cálculos”, explica.

“Si en nuestro entorno escasean plantas, nuestra vida se deteriora”

Una de las contradicciones a las que se enfrenta el científico, y la sociedad en general, es que, a pesar de que el ser humano depende por completo de los seres vegetales para sobrevivir –para respirar, sencillamente–, se ha perdido el respeto hacia ellos. “Si las plantas desaparecieran, nosotros desapareceríamos al día siguiente. Por el contrario, si nosotros desapareciéramos mañana, nada les ocurriría a las plantas”, reflexiona.

Por eso es que Mancuso defiende a capa y espada que el ser humano está estrictamente ligado a las plantas. “Hay experimentos científicos que demuestran que si en nuestro entorno escasean las plantas, la vida humana se deteriora”, afirma. Esta teoría la ejemplifica de la siguiente manera: “En el caso de una operación quirúrgica, el paciente debe permanecer ingresado un tiempo en el hospital tras la operación. Si esta se rodea de plantas, será dada de alta en un periodo de tiempo más breve debido a la calma y relajación que transmiten los vegetales”.

Es por ello que, según el científico, en muchos países del norte de Europa comenzaron, hará unos quince años, a construir los nuevos hospitales con un piso que acogiera un jardín para que los pacientes pudieran visitarlo durante su convalecencia. “Además, es una ventaja económica, ya que reduce el tiempo de internación del paciente”, añade el científico.

Un híbrido entre planta y máquina

En los últimos cinco años, Mancuso ha desarrollado un proyecto que compete tanto a plantas como a máquinas. Y es que el neurólogo ya ha mencionado en otras ocasiones su idea de combinar ambos elementos para crear un híbrido.

El propio científico admite que la posibilidad de construir una máquina que sea dirigida por una planta “suena a ficción”, pero asegura que es mucho más simple de lo que parece. Así, alude a los estudios realizados sobre los brazos sintéticos. “El problema real de los brazos sintéticos es la conexión entre la máquina y el nervio. Para estudiar este tipo de conexión, propusimos hacer lo mismo con las plantas, ya que también emiten señales eléctricas y es mucho más simple estudiar la conexión entre la parte sintética y la parte viva de los vegetales”, explica. “Lo que hicimos, pues, fue conectar las raíces de las plantas a una máquina, a una parte sintética, y fuimos capaces de tener una planta capaz de moverse siguiendo la luz –ya que las plantas viven de la energía que recogen del sol-.

Sus últimas investigaciones versan sobre si los vegetales poseen capacidades de aprendizaje y de memoria. Y es que, según el científico, su equipo ha sido capaz de demostrar que las plantas pueden aprender, ejemplificando esa capacidad con la mimosa sensitiva. “El cierre de sus hojas es un acto en el que la planta desprende mucha energía, por lo que es mejor para ella entender cuándo el estímulo que provoca el cierre es peligroso y cuándo no lo es”, explica Mancuso. “Por ello, estamos enseñando a la planta que caerse de la maceta no es peligroso y, tras unas cuantas repeticiones, la mimosa comienza a no cerrar sus hojas. Son capaces de entender si el estímulo es peligroso o no”, comenta Mancuso con una fascinación que le cuesta disimular.

“Seguidamente, dejamos de molestar a la planta durante 14 días para demostrar que, después de ese tiempo, era capaz de recordar los estímulos. De este modo, tras superar ese periodo, la planta no cerraba sus hojas después de la caída, pero sí con el roce. Es algo fascinante. Hasta ahora, la idea es que se necesita un cerebro para memorizar y aprender, pero hemos demostrado que no es verdad, en el caso de las plantas”, afirma el científico.

La segunda investigación sobre la que está trabajando su laboratorio tiene que ver con la capacidad de los vegetales para manipular a los animales mediante sus drogas químicas. “Todas las drogas que usamos, cafeína, nicotina, heroína, morfina, etc., son producidas por las plantas. Lo que nos preguntamos fue por qué las plantas iban a perder energía para producir moléculas que activan el cerebro de los animales. Ahora lo tenemos claro, para manipularlos”, sostiene Mancuso.

Y es que, según el científico, se ha descubierto que las plantas cítricas, durante la floración, son capaces de detectar la habilidad del insecto que se posa en ellas para coger el polen. “Si el insecto es bueno, inmediatamente aumenta la cantidad de cafeína en el néctar, de manera que el animal recordará a esa planta de manera positiva por la calidad del alimento que le ha proporcionado. Por el contrario, si el insecto no es bueno haciendo su trabajo, la cafeína es retirada del néctar y el insecto no recordará la planta. Es un primer paso para demostrar que las plantas pueden regular sus químicos y hacer que los animales hagan lo que ellas quieren”, señala Mancuso.

Obras como la del científico italiano demuestran el desconocimiento que, aún hoy en día, prevalece sobre el mundo vegetal.

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