Derechos humanos

Shirin Ebadi y Caddy Adzuba: una vida dedicada a defender los derechos humanos

Shirin Ebadi y Caddy Adzuba: una vida dedicada a defender los derechos humanos

"Las autoridades restringieron severamente el derecho de libertad de expresión, asociación y reunión, y detuvieron y encarcelaron a periodistas, defensores y defensoras de derechos humanos, sindicalistas y otras voces disidentes por cargos imprecisos y demasiado generales". Así de contundente arranca Amnistía Internacional su análisis sobre Irán en el Informe anual 2015/2016. Una visión con la que coincide la abogada iraní y Premio Nobel de la Paz en el año 2003, Shirin Ebadi, que contempla con tristeza y desde el exilio cómo su país retrocede con el paso de los años en materia de derechos humanos. Sin embargo, la distancia que le separa de su hogar no le impide seguir luchando con el objetivo de revertir una situación que, en su opinión, está yendo a peor.

"Desgraciadamente, no ha mejorado bajo ningún concepto", explica a infoLibre en una sala del Palacio Municipal de Congresos de Madrid, tras participar en el foro Management & Business Summit 2016 (MABS), organizado por Atresmedia y que ha aglutinado durante los días 1 y 2 de junio a catorce personalidades del mundo de la política, el deporte y la economía. No se corta un pelo cuando carga contra las violaciones de derechos humanos en su país. Tras tomarse un té, y acompañada por su traductora, asiente cuando se le mencionan las condenas de azote contra 35 jóvenes compatriotas por organizar una fiesta de graduación mixta. O cuando se hace alusión durante la charla a la pena de 16 años de prisión contra la activista por los derechos humanos Narges Mohammadi.

Son sólo algunos casos que han trascendido durante los últimos meses al calor de organizaciones como Amnistía Internacional, entre otras muchas. Pero no son los únicos registrados en su país en los últimos meses: "Un grupo de trabajadores, después de tres meses sin cobrar su sueldo, decidieron organizar una manifestación para pedir que les pagasen. Sin embargo, en lugar de que se cumpliesen los derechos laborales, han sido condenados a latigazos porque, según el tribunal, la protesta suponía una amenaza clara para la seguridad del país", cuenta con voz pausada, para que se entienda bien cada palabra que sale de su boca. Sabe que habla de temas serios y no puede permitirse que se le escape una sonrisa, ni tan siquiera un esbozo. No bromea, habla con contundencia.

De cara al mundo, Irán avanza. Tras décadas sometido a un duro bloqueo económico, el acercamiento de Estados Unidos y el país árabe en materia nuclear, unas relaciones que llevaban desde 1979 completamente congeladas, ha propiciado la eliminación de algunas sanciones impuestas sobre suelo iraní. Con la cercanía de relaciones comerciales, cabe preguntarse si la presión de occidente para que se cumplan los derechos humanos se rebajará con tal de mantener contento a un potencial socio con importantes yacimientos de petróleo. "Creo que ustedes pueden presionar al Gobierno de Irán para que los respete y al mismo tiempo hacer negocios. Las dos cosas son compatibles", señala tras unos segundos de silencio. Sin embargo, pide que se eviten "sobornos" a los políticos iraníes.

La conversación avanza y se hace inevitable hablar de la actual crisis de refugiados, que mantiene a miles de personas a las puertas de la Unión Europea tras escapar de sangrientas guerras. La Premio Nobel de la Paz considera que esta gente "puede ser una oportunidad para el desarrollo económico de Europa o una amenaza para su seguridad". Todo depende, según apunta, del trato que reciban en suelo europeo: "Si ustedes reciben a esas personas y no les humillan, les enseñan la cultura y la lengua y una profesión, pueden llegar a ser buenos ciudadanos". Sin embargo, alerta que si se "cierran los ojos" y no se facilita su integración, "pueden convertirse en una clara amenaza". En este sentido, no cree que Europa haya cerrado los ojos ante este drama, sobre todo si se tiene en cuenta que la capacidad del Viejo Continente "es muy limitada". Mientras tanto, los refugiados siguen llegando, y el drama aumenta aunque parezca que se ha tocado fondo.

Ebadi es muy clara cuando analiza las soluciones: "Hay que actuar a corto, medio y largo plazo". En un breve periodo de tiempo, habría que equipar los campos de refugiados "dando recursos, instalando escuelas o habilitando hospitales", algo que en su opinión debe proceder de países como Baréin, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí, Kuwait o Qatar. A medio plazo, apuesta por frenar las guerras a través de negociaciones que incluyan a todos los actores: "¿En las conversaciones de Siria, dónde están los sirios representados?". Y, por último, a largo plazo es necesario "hacer algo para que las condiciones de sus países de origen mejoren", principalmente a través de la lucha "contra la opresión" y "la corrupción".

La charla de quince minutos se cierra donde comenzó, en Irán. Ebadi se convirtió hace años en un modelo a seguir para las jóvenes iraníes. En 1975 fue la primera mujer del país en acceder a la presidencia de un tribunal. La revolución islámica de 1979 cambió las cosas: se le quitó de la cabeza de ese mismo tribunal y se la relegó a un puesto de secretaria. Sólo por ser mujer. Una revolución, "de los hombres contra las mujeres", que ella misma había apoyado. Ahora se arrepiente: "Jomenei, antes de llegar al poder, decía cosas completamente diferentes a las que posteriormente hizo". Sin embargo, preguntada por si este cambio de modelo fue un punto de inflexión en la pérdida de derechos de las mujeres en su país, asegura que "desgraciadamente eso viene de antes".

Caddy Adzuba: violencia sexual en el Congo

Sólo dos años después de que Ebadi se viese discriminada por motivos de género en Irán, a más de 5.000 kilómetros de distancia, en República Democrática del Congo, nació la periodista y Premio Príncipe de Asturias de la Concordia 2014, Caddy Adzuba, que lleva años denunciando las violaciones sistemáticas de derechos humanos que se cometen en su país, principalmente la violencia sexual contra las mujeres y la utilización de niños y niñas como soldados en un conflicto armado que ya lleva dos décadas azotando la RDC. Asesinatos, saqueos y violaciones se han convertido en la tónica habitual en uno de los países más ricos y a la vez más pobres del panorama internacional.

La activista y Premio Príncipe de Asturias de la Concordia 2014, Caddy Adzuba. | A.S

Adzuba entra con paso firme a la sala donde mantendrá la conversación con infoLibre. Con una sonrisa, y tras los correspondientes saludos, se sienta en el mismo sillón que horas antes ocupó Ebadi. La periodista congoleña afirma que su país está viviendo en estos momentos "una evolución más o menos positiva", aunque se apresura a añadir que eso "no significa que la guerra haya finalizado": "Se siguen cometiendo graves violaciones de los derechos humanos a día de hoy y todavía existen desafíos importantes", completa. Cuando se le pregunta por el papel que está desempeñando la comunidad internacional, asevera que "está prestando atención, pero no la necesaria", principalmente porque no están haciendo "todo lo posible para estabilizar el país".

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Responde con brevedad, pero es contundente. Cada frase supone un puñetazo directo al alma. Adzuba define su país como "una especie de campo donde todo el mundo va a avasallar lo que ellos consideran". Un tipo de "juego económico" donde existen muchos países occidentales "que se están beneficiando" de la situación: "Quizá por ese motivo no se está poniendo fin [a la guerra]", recalca. Con una gran riqueza en recursos naturales, la República Democrática del Congo se caracteriza por ser el país del mundo con la mayor cantidad de reservas de coltan, un mineral muy codiciado por sus propiedades y que es utilizado en la elaboración de gran cantidad de componentes de aparatos electrónicos: smartphones, tablets, consolas... No existen escrúpulos a la hora de extraerlo.

Pero hablar de la República Democrática del Congo implica también poner el foco sobre la violencia sexual que lleva arrasando a miles de mujeres en las últimas décadas. "Hace unos años era el peor país para ser mujer", apunta la periodista, que añade a renglón seguido que aunque en la actualidad sigue siendo preocupante, "está cambiando". Abduzuba define estas violaciones sexuales como arma de guerra, "una estrategia de desestabilización" utilizada durante el conflicto. "Cuando se desestabiliza a las mujeres, se desestabiliza a toda la comunidad", explica. Sin embargo, después de cerrar durante unos segundos los ojos, añade que las congoleñas "son fuertes" y quieren "dejar de ser víctimas", algo que, añade, le "da esperanzas".

La dimensión de este problema es difusa. Aunque el estudio Sexual violence against women in the Democratic Republic of the Congo: Population-based estimates and determinants, que dirigió Amber Peterman y fue publicado en el American Journal of Public Health, habla de casi 400.000 víctimas, lo cierto es que está cifra nunca ha sido confirmada. "Las cifras no son reales. En el país sólo se han podido documentar aquellos casos en los que las mujeres agredidas sexualmente acudían a los hospitales", señala Adzuba. Cada una de ellas con una historia diferente, pero todas igual de horribles. Congoleñas que ahora quieren "participar en la construcción" de su país tras haber pasado un proceso de recuperación complicado: "Curas físicas, curas psicológicas, reinserción socioeconómica y actuaciones en el plano judicial". Todo por intentar recuperar unos derechos que les corresponden.

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