Plaza Pública

Si todo va mal, disparar contra la inmigración

Antonio Hernando

El último discurso del primer ministro británico David Cameron, sobre las nuevas restricciones de su Gobierno a los inmigrantes que residen o pretenden hacerlo en el Reino Unido, parece inspirado por el manual que indefectiblemente aplican los gobiernos conservadores de diferentes países europeos como estrategia básica para afrontar estos tiempos de crisis.

Ese manual tiene un epílogo con un mensaje muy claro: si todo lo anterior no ha dado resultado, y la situación política y electoral sigue siendo mala, dispara contra la inmigración. Si el manual es honesto explicará que atacar a la inmigración, con políticas de restricción de derechos de los inmigrantes o con nuevas barreras a su entrada, no resuelve ningún problema, pero también dirá que la estrategia consigue tres objetivos no desdeñables en los tiempos que corren: desvía la atención sobre los auténticos problemas del país, elige un chivo expiatorio al que echar una parte de la culpa de la insostenibilidad del sistema y por lo tanto justifica los recortes, y cohesiona al electorado conservador con un tema duro desde el punto de vista ideológico.

El manual ha sido aplicado con éxito desigual en diferentes países, por lo que Cameron no es ni mucho menos un pionero. Sin ir más lejos, en España, el gobierno de Mariano Rajoy se adelantó al premier británico casi un año, eliminando de un plumazo la atención sanitaria a los inmigrantes sin papeles. Rajoy hace un año y Cameron hoy, han decidido que los inmigrantes abusan del sistema de salud y que ha llegado la hora de que sus países de origen paguen las facturas pendientes que dejan en nuestros hospitales. En el caso español, tan prodigiosa tesis se basó en un manipulado informe del Tribunal de Cuentas, hábilmente interpretado por la ministra Mato, a la que más valdría aplicar los criterios de transparencia contable de dicho Tribunal a sus prácticas económicas personales y profesionales.

El caso es que en nuestro país, el recurso a la inmigración como argumento político y electoral ha tenido firmes defensores en los últimos años. Recordemos el contrato para la integración social de los inmigrantes que el PP se sacó de la chistera electoral en la campaña del 2008 o el discurso de claro coqueteo con la xenofobia que el PP de Cataluña ha utilizado en su última campaña electoral.

Parece que el Gobierno británico ha querido ensayar una especie de estrategia preventiva contra la inmigración, ante el previsible aumento de la presencia de ciudadanos procedentes de Rumania y Bulgaria, tras la desaparición de las restricciones a la movilidad que pesan sobre los trabajadores de esos países.

Pero la cuestión de fondo es mucho más grave que la mera estrategia coyuntural de un gobierno conservador que, como otros de su entorno, quiere desviar la atención frente al recorte servicios públicos, la subida de tasas universitarias o el debilitamiento del conjunto del estado del bienestar. En realidad, a lo que asistimos en estos casos es a la aplicación de un modelo ideológico y de una estrategia electoral.

El modelo ideológico conservador, tanto en Europa como en Estado Unidos, nunca ha tenido el más mínimo complejo en aplicar políticas agresivas y profundamente restrictivas en materia de inmigración. Desde los gobiernos y los partidos conservadores se ha promovido el temor a los diferentes, justificándolo en sus atávicas costumbres, se ha fomentado la sensación de invasión, recreando el clima social del Esperando a los Bárbaros de J.M. Coetzee, o se ha relacionado sin rubor inmigración y delincuencia.

Esos discursos políticos tienen su origen en planteamientos ideológicos que condenan al diferente a vivir de forma distinta y con menos derechos. Esa ideología se ha querido justificar con base en planteamientos supuestamente racionales o de sentido común del tipo aquí no cabemos todos o el que venga que se adapte. Si la política sirve para hacer pedagogía y ayudar a comprender los fenómenos sociales, en este caso la pedagogía que ha hecho la derecha ha servido para lo contrario: distorsionar el fenómeno migratorio y crear animadversión hacia los inmigrantes.

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A todo ello hay que añadir que para los partidos conservadores no sólo se trata de ideología sino también de su espacio electoral. Como quiera que ese espacio se está reduciendo y linda con la extrema derecha, en el Reino Unido con el UKIP y en España con diferentes grupos o partidos minoritarios, la cuestión es no perder ni un solo voto, representando a toda la derecha, desde la liberal a la extrema y xenófoba.

Algún día los partidos conservadores se darán cuenta que el discurso y las políticas xenófobas de la extrema derecha no tienen límites, está dispuesta a llevar a la democracia al borde del precipicio y a empujarla para que se despeñe.

Antonio Hernando Vera es diputado del PSOE por Madrid.

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