El vídeo de la semana

Frágiles. Solidarios

La quiebra repentina, violenta, mortal, de la normalidad es la baza psicológica del terrorismo. Si lo cotidiano que estalla es la fiesta el impacto es mayor por el súbito contraste entre la vida que se celebra y la muerte que irrumpe sin avisar. Un instante y todo cambia.

La imagen de esta semana ilustra el horror terrorista con precisión incontestable. Miles de personas celebran un encuentro popular alrededor del deporte. Es la toma de la calle por quienes se atreven a desafiarse a sí mismos y por los que alrededor del desafío quieren compartirlo como admirados testigos. En la línea de meta suenan los aplausos que reconocen el esfuerzo; hay gradas repletas y familias que esperan a su corredor para volver a casa y escuchar su relato de la aventura. La imagen de la cámara y el sonido que recoge transmite información y atmósfera de celebración ciudadana.

De repente, la explosión, los primeros gritos, el pánico. Dirigimos la mirada hacia el humo del que vemos y escuchamos salir gente y confusión. No estamos allí, pero la cámara que graba el instante, como luego harán muchas otras fijas o en móviles de testigos, nos traslada un inmediato sentimiento de horror y solidaridad. No importa dónde es y quiénes son las víctimas. Al menos a mi no me importa y quiero creer con el profesor Rojas Marcos que la mayoría de la gente alberga sentimientos suficientemente saludables como para no establecer distingos cuando alguien sufre el horror en la dimensión en que acabamos de ver.

En esta ocasión no nos han contado el atentado, lo hemos visto y oído. Y sabemos a ciencia cierta que la irrupción de la violencia va a traer dolor y sufrimiento. Ya no hay celebración ni fiesta, ya no importa quién o cuándo llegue. Ahora la emoción que se comparte es el miedo y la lástima. Y todavía no lo sabemos al ver estas imágenes, pero hay un corredor que descubrirá cuando llegue a meta que su familia se ha roto, que su hijo de ocho años ha muerto, y la bomba ha mutilado a su hija y herido gravemente a su mujer.

El mundo ha visto el horror casi en directo. Ahí están los impactos del sufrimiento repentino. El periodismo es también el retrato de ese espanto. Como las fotos de Manu Brabo, a menudo relato vivo y comprometido de lo peor de la condición humana. Y su sentido es hacernos pensar sobre lo que somos capaces de hacer para intentar evitarlo o impedirlo, para seguir aprendiendo que nuestra debilidad es extrema y que el valor de la vida está en vivir el instante, disfrutar de los nuestros y pensar en los demás. Porque en un instante lo podemos perder todo y seguramente será ya tarde para ser solidarios.

Toca vivir y hacer ahora. Esta semana hemos vuelto a verlo.

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