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Muy fan de...

Muy fan de... Fernández Díaz

Jorge Fernández Díaz, eres ministro. No ministro de Dios, no, ministro del Interior, o sea, el que manda en las fuerzas y cuerpos de Seguridad de este nuestro estado aconfesional, repetimos, aconfesional.

Dicen que ibas para presidente del Congreso pero te tomó la delantera un conciliador más conciliador que tú, Jesús Posada. Se hablaba también de que podías haber sido embajador en Roma y que eso te habría encantado- allí estarías en tu salsa boloñesa, eso es verdad-. Al final te dieron una cartera de las gordas, la de Interior, una que en otro tiempo había llevado Mariano, un hombre tranquilo como tú, más tranquilo que John Wayne en Innisfree.

Reconozco que no me hice fan de ti a la primera, tenías demasiada competencia en ese gabinete lleno de galácticos y, claro, con ese aire calmo, pasabas un poco inadvertido. Pero el talento, tarde o temprano, acaba saliendo a la luz y, si está de Dios, uno acaba convirtiéndose en estrella.

Fue el día después de que el Tribunal Constitucional sentenciara que el matrimonio es un 'derecho constitucional' de todos- avalando la legitimidad del matrimonio entre personas del mismo sexo-, cuando sentí el flechazo definitivo. Recuerdo tu firmeza al decir que, vale, que sí, que acatabas la sentencia, pero que para ti la unión entre personas del mismo sexo no es matrimonio, vamos, que el Constitucional podía decir misa.

Unos días después, lejos de dejar aquello en anécdota y evitando que algunos pudieran pensar que era un calentón- impropio de un hombre de orden-, te ratificaste en varias ocasiones, incluso en el Senado, diciendo que lo tienes muy claro, el único matrimonio, el natural, es el que contraen un hombre y una mujer. Por eso firmaste en 2005 el manifiesto contra el matrimonio homosexual y lo volverías a hacer. Ah, un inciso, me encantó aquello de que te convirtieras al catolicismo de misa diaria durante un viaje a Las Vegas. Supongo que al ver alguna boda oficiada por Elvis, pensaste por primera vez aquello de “que no lo llamen matrimonio”, aunque no puedo asegurarlo, ya sabes que lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas.

Pero cuando ya me hice tan fan que a punto estuve de ir al ministerio a que me firmaras en la camiseta, fue cuando dijiste, en la misma Roma, aquello de que para oponerse al matrimonio entre personas del mismo sexo, no se pueden usar argumentos confesionales- es que algunos malintencionados decían que anteponías tus creencias íntimas y personales a tus responsabilidades como representante de los ciudadanos- , así que, por aclarar, aseguraste que existen argumentos racionales como, por ejemplo, que la pervivencia de la especie no estaría garantizada. Sublime. Tu hit provocó cientos de tuits. Fernández, inspirador absoluto del talento y el humor en las redes sociales, te alabamos, óyenos.

Después de aquello, pensé que no podrías superarte. Lo tenías muy difícil porque, cuando uno crea un éxito, cuesta superarlo- que se lo digan a Alejandro Sanz y la carga que lleva a cuestas por haber compuesto “El corazón partío”- . Pero tienes madera de artista y una larga carrera por delante, así que esta semana volviste a situarte en el top: “El aborto tiene poco que ver con ETA, bueno, tiene algo que ver pero no demasiado”. Y te quedaste tan ancho. Lo dejaste caer así, sin darle énfasis, me recordaste a Ramón Arangüena cuando preguntaba a los famosos por una supuesta e inventada polémica con Gabilondo. A media España- incluidos algunos de tus compañeros de partido- se le granizó la sangre y yo, Fernández, me sentí tan fan...

Después lo negaste, como Pedro, aseguraste que en ningún momento se te había pasado por la cabeza la idea de vincular a las mujeres que abortan con el terrorismo etarra. Claro, en plena rueda de prensa, no tendrías a mano el proverbio bíblico de Salomón que dice: “el que mucho habla, mucho yerra; callar a tiempo es de sabios”. No pasa nada, siempre te puedes agarrar a aquello de: “Perdónalos, porque no saben lo que hacen, o... lo que dicen” y aquí paz y después gloria.

En fin Jorge, sé que hay voces que claman- de momento, en el desierto- por tu dimisión. Lo dicen, incluso, algunos que están sentados a la derecha de la derecha del padre. Si esto llegara a ocurrir, tú no me sufras, fiel a las convicciones que siempre marcan tu camino, podrás decir muy ufano: “Puedo ir en paz, demos gracias. ¡Adiós!”

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