A la carga

Se abre el melón y chocan dos trenes. ¿Cómo se llama la película?

Diada Cataluña 2013

La solución: “Cataluña 2013”. Las dos frases hechas que más se repiten en la cuestión catalana son que ha llegado la hora de abrir el melón constitucional (un ejemplo aquí) y que vamos hacia el choque de trenes (otro ejemplo aquí). El argumento de la película (de catástrofes) es que si no se abre el melón, los trenes acabarán colisionando. No me pregunten cómo un melón puede evitar el choque, pero esa es la trama. Alguien tendrá que explicar en algún momento qué tiene que ver la Constitución de 1978 con un melón, así como cuál es el parecido entre la legitimidad y un tren. Pura poesía. Pero no es sólo que se utilice abundante imaginería en el debate político sobre Cataluña, sino que las más de las veces se rehúye la cuestión central, que no es otra que la de si se debe celebrar un referéndum sobre la independencia, enredándose el debate en asuntos secundarios.

Comencemos por una simple constatación de hecho. Según todas las encuestas, hay una mayoría abrumadora de catalanes, por encima del 70%, que quieren celebrar un referéndum sobre la independencia de Cataluña. Otra cosa, por supuesto, es cuántos de quienes están a favor de la consulta votarían a favor de la independencia. Muchos de ellos, con una madurez democrática envidiable, declaran que quieren que se celebre el referéndum a pesar de que piensan votar en contra si se les da la oportunidad.

El Consell Assessor per a la Transició Nacional, presidido por Carles Vives i Pi-Sunyer, ex magistrado del Tribunal Constitucional, ha preparado un minucioso informe en el que se analiza el apoyo popular a la consulta, su justificación histórica y democrática, su encaje jurídico, las respuestas posibles del Estado y otros aspectos relevantes. El informe es muy recomendable, por el tono en el que está escrito y por la claridad de sus planteamientos. Anticipa la reciente reacción de Mas: si el Gobierno de España veta el referéndum, la salida más razonable sería unas elecciones plebiscitarias.

Uno esperaría que el Gobierno español respondiera con un informe de factura similar pero orientación contraria. Sin embargo, no parece que la derecha lo considere necesario. Para ellos, la cuestión resulta muy sencilla: es “imposible”, “absurdo”, “inviable” y “disparatado” que los catalanes puedan votar sobre su permanencia en España, pues la Constitución establece que España es una nación soberana indivisible. Una de sus partes no puede abandonarla, piensen lo que piensen sus habitantes.

Esta respuesta se refugia en la metafísica constitucional para neutralizar una demanda popular. La Constitución prevalece sobre el principio democrático. Si los independentistas quieren marcharse, tendrán que modificar la Constitución por el procedimiento agravado, que consiste en: mayoría de dos tercios en Congreso y Senado, disolución de las Cámaras, nuevas elecciones, mayoría de dos tercios en los nuevos Congreso y Senado más ratificación final en referéndum. Si no consiguen superar este “pequeño” obstáculo, no les queda más que renunciar a sus aspiraciones.

Desde posiciones menos rígidas, de apariencia democrática, se acepta la posibilidad del referéndum, pero siempre y cuando este se celebre en el conjunto de España, puesto que la única nación existente es la española. Eso es poner el carro delante de los bueyes, o, si se prefiere, una petición de principio. El referéndum, obviamente, debe celebrarse solo en Cataluña: es un instrumento para salir de dudas y saber cuál es el apoyo real a la opción independentista en aquel territorio. Si el apoyo es bajo, la cuestión queda cerrada; pero si es alto, obliga a iniciar negociaciones entre todas las partes sobre el estatus político futuro de Cataluña. Es ahí donde interviene la opinión del resto de españoles: en la solución que se instaure para dar acomodo a la demanda catalana. Los españoles, por supuesto, tienen mucho que decir, pero no precisamente en el referéndum catalán realizado para que los catalanes se definan.

Otros consideran que el referéndum catalán podría tener sentido, aunque en las condiciones actuales no pueda llevarse a cabo, pues los catalanes viven manipulados, víctimas del engaño masivo impulsado por el president Maspresident , que tapa la impopularidad de los recortes sociales y de la corrupción mediante el enfrentamiento con España. Los políticos catalanes, desde este punto de vista, son unos irresponsables por poner a la ciudadanía ante falsos dilemas. Algunos dan un paso más y hablan de una “espiral de silencio” para oponerse al referéndum: no hay verdadera libertad en Cataluña, los disidentes callan ante la hegemonía de los independentistas. Todo esto, sin duda, es una exageración. Pero, sobre todo, si la gente tiene tanto miedo de oponerse al nacionalismo por el clima social y político dominante en Cataluña, nada mejor que dejar votar libremente a todos. El voto es una decisión que se lleva a cabo en secreto, sin vigilancia de ningún tipo. Que la gente se exprese en conciencia, libre de la presión social.

Hay quienes rechazan el referéndum desde posiciones “internacionalistas”. Lo hacen sobre todo antiguos izquierdistas que hoy defienden tesis liberales o conservadoras, pero que en esta cuestión rescatan del desván ideológico la apelación a un internacionalismo que por falta de uso ha quedado algo apolillado.

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Por último, el argumento más irritante es el que aduce que celebrar un referéndum es una opción “populista”. En los últimos años se ha puesto de moda desentenderse de los procedimientos democráticos con el sambenito del "populismo" (véase este estupendo artículo al respecto). Curiosamente, cuando se celebran referéndums sobre Europa (sobre la unión monetaria, o sobre la Constitución europea) nadie habla de populismo.

Un referéndum sobre la independencia no es una opción nacionalista, ni es populismo. Es más bien una exigencia democrática. Una vez que el debate ha alcanzado un cierto nivel de intensidad (manifestación de la Diada de 2012, organización del movimiento independentista, mayoría parlamentaria favorable al referéndum), la forma más razonable de resolver el conflicto es mediante parámetros democráticos. Que sean los propios catalanes los que se definan. Perdón por la autocita vanidosa, pero en un libro que publiqué en 2010 traté con cierto detalle las razones normativas a favor del referéndum.

Creo, además, que esta postura permitiría a los socialistas españoles encontrar una posición coherente y a la vez distinta a la del Partido Popular, así como unificar criterios con el PSC. En estos momentos, el PSOE no quiere ni oír hablar del referéndum. Parece como si en este tema quisiera competir con el nacionalismo español de la derecha. Se trata de una causa perdida. En este terreno, es el PP quien lleva la voz cantante. A raíz de la Diada de 2012, el PSOE, arrastrado por los acontecimientos y con cierto oportunismo, desenterró la propuesta federalista, sin obtener demasiados apoyos hasta el momento. Si el PSOE se sacude sus miedos electorales y deja de lado sus propios prejuicios nacionalistas, comprenderá que lo mejor que puede hacer es defender, por convicción democrática, la realización de un referéndum, aun si luego pide el voto en contra. Si en las películas de catástrofes el bueno consigue salvar a la humanidad, en este caso el PSOE podría evitar el famoso choque de trenes abogando por una resolución democrática del conflicto y dejando al melón en paz.

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