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El papa inesperado

Acabo de leer la entrevista completa del jesuita Antonio Spadaro al papa Francisco. Densa y en algunos momentos oscura para quien no se maneja en los escenarios mentales de la Iglesia católica, es, sin embargo, un recorrido franco y en tramos sorprendente por la idea y las intenciones de este papa impensable.

Escribí aquí antes de su elección que me inquietaba una reunión secreta de hombres uniformados como ese cónclave que elige al papa y lo señaló a él. Hablé poco después, siguiendo su propio discurso, de los "ladrones de esperanza" y de su llamamiento a salir a la periferia "porque allí es donde hay sufrimiento". Anoté su humildad y apunté mi impresión sobre las expectativas que empezaba a crear este jesuita argentino.

Medio año después, sus palabras y sus actos siguen la dirección de una férrea determinación de cambio para adaptar a la Iglesia que dirige al tiempo presente.

A finales de agosto pasado un periodista jesuita de La Civiltà Cattolica entrevistó al primer papa jesuita para un grupo de revistas jesuitas. Obviamente, el contexto del diálogo está marcado por el carácter singular de los conversadores y el destinatario, pero las consideraciones que contiene trascienden el ámbito de la Orden. Esta semana se ha publicado, por eso sus palabras y su imagen están siendo noticia.

¿Y por qué –cabe preguntarse– nos interesa lo que diga el papa a quienes no estamos bajo su influencia moral o ideológica? Por tratarse de un verdadero poder fáctico terrenal, por la influencia que la doctrina católica tiene en los ámbitos de poder de gran parte del mundo occidental, e incluso porque con esa doctrina se arman justificaciones de abuso y represión que siguen afectando a millones de personas en todo el planeta. La Iglesia católica no ha podido sacudirse su imagen de institución impenetrable y oscura, alejada de la realidad temporal y demasiado pendiente de imponer sus reglas morales. El episodio inconcluso de las denuncias de pederastia ha atornillado esa impresión, y en países como España la cada vez menos ambigua inclinación episcopal a apoyar y apoyarse en un lado de la balanza política, ha contribuido notablemente al desapego de la población.

Que no se insista en aborto, gays, preservativos

Pues bien, el discurso en la entrevista de un hombre que empieza definiéndose como "pecador en quien el Señor ha puesto los ojos", está lleno de avisos a navegantes y abre puertas a esperar que la Iglesia ejerza más su poder en la calle que en los palacios. Y eso es un cambio. "Veo con claridad –afirma– que lo que la Iglesia necesita con mayor urgencia hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones se los fieles, cercanía, proximidad".

Añade después que se necesitan pastores y no "clérigos de despacho" y sugiere que "busquemos una Iglesia que encuentra caminos nuevos, capaz de salir de sí misma yendo hacia el que no la frecuenta".

Tras su ya conocida alusión a dejar de insistir en el aborto, la homosexualidad o los anticonceptivos, llama a encontrar "un nuevo equilibrio, porque de otra manera el edificio moral de la Iglesia corre peligro de caer como un castillo de naipes".

Habla del machismo de la Iglesia, propone "ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva" y vuelve a insistir en que "hay que encontrar a Dios en nuestro hoy"; "las lamentaciones que se oyen hoy sobre cómo va este mundo acaban generando deseos de orden, entendido como pura conservación, como defensa".

Un bálsamo en tiempos difíciles

Defiende el diálogo, "con todos, aún con los más lejanos y los adversarios", la paciencia como virtud. "Asocio la santidad a la paciencia entendida como constancia" y el valor de la creatividad, "para un jesuita es importantísimo".

Y algo más: la obligación que tiene la Iglesia de abrirse, de respirar el aire de fuera, incluso, me parece, de dejarse influir: "Las demás ciencias y su evolución ayudan también a la Iglesia a aumentar en comprensión. Hay normas y preceptos eclesiásticos secundarios, una vez eficaces pero ahora sin valor ni significado. Es equivocada una visión monolítica y sin matices de la doctrina de la Iglesia".

No soy teólogo, ni tengo hábito de filosofar sobre dogmas de fe o doctrinas al uso. Pero hay en estas palabras una especie de bálsamo en tiempos difíciles que no sólo puede aliviar a católicos envueltos en dudas –tanto como descolocar a los más conservadores en la fe– sino que introduce en el debate social, ese que nunca termina de perfilarse pero que sigue siendo necesario, nuevos elementos a considerar, actitudes y cambios en los que pensar. Y sobre todo una esperanza: que algo tan influyente como la Iglesia católica cobre un papel positivo y dinamizador en un mundo que necesita de ideas, acción y consuelo.

No soy ni seré católico, pero me encantará encontrar en el camino alguien que viaje en la dirección de los valores universales, no únicamente los propios; que tenga principios, pero se abra al diálogo; que piense en la gente más que en los dogmas; que viva el presente resolviendo los problemas del aquí y el ahora. Y este papa inesperado parece transitarlo.

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