Buzón de voz

España es una noria

La anécdota parlamentaria es muy conocida. El entonces diputado conservador en las Cortes republicanas Ángel Ossorio y Gallardo describía desde la tribuna el momento político con un tono apocalíptico, y en el clímax del dramatismo exclamó: “¿Qué será de nuestros hijos?”. Entonces se escuchó una voz desde los escaños más altos del Congreso: “¡Al de su señoría ya lo hemos hecho subsecretario!”.

Algo parecido podría haberse escuchado este viernes durante la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros, cuando Luis de Guindos afirmaba que en 2014 se conseguirá “una pequeña creación de empleo”. Alguien podría haber comentado: “¡Claro, a su sobrina ya la hemos hecho directora general!”. Incluso alguien podría haber añadido: “¡Y a la hija de Arias Cañete, subdirectora!”.

España es una noria. Seguimos dando dando vueltas y más vueltas sin que algunos vicios de la política varíen, en el fondo y en las formas. Por más que la sociedad avance y exija (no lo suficiente) llevarse por delante tanta caspa. Con independencia de la valía profesional de cualquier pariente de un ministro, en el último órgano en el que puede ocupar un cargo la sobrina del responsable de Economía es en el que se encarga precisamente de la regulación de la Competencia, al que se supone una independencia total de la autoridad política. Es tan elemental que cuesta no tomar como una ofensa a la inteligencia el hecho de que De Guindos haya dicho que se enteró “por la prensa” del nombramiento, que no tuvo nada que ver con el mismo o que ese parentesco no afectaba para nada a la susodicha “independencia” del órgano regulador. Si fuera así, no habría el menor motivo para que Beatriz de Guindos tuviera que dimitir a las pocas horas, como ha ocurrido para escarnio de su tío, del órgano regulador (¿o desregulador?), y para desgracia de Micaela Arias-Cañete, que se queda en expectativa de destino.

La "recuperación efectiva"

Esta anécdota ilustra la cara más gris de la España eterna, pero no debe ocultar lo más grave de esa rueda de prensa en la que se comunicaban las bases de los Presupuestos del Estado para 2014. El mensaje oficial consistía en que ha llegado “la recuperación efectiva de la economía española”, en palabras de De Guindos.

Lo que ha hecho el Gobierno este viernes es tomar tres decisiones: 1) Aprobar unos presupuestos que aceptan un paro a finales de 2014 tres puntos por encima del que se encontró Mariano Rajoy cuando llegó a la Moncloa; 2) Aprobar una reforma de las pensiones, rechazada por sindicatos y patronal, que supone una pérdida de poder adquisitivo de los pensionistas que oscila entre el 10% y el 22% en los próximos quince años; y 3) Aprobar otra reforma para “desindexar” los precios del IPC, es decir para empobrecer de nuevo a los sectores más débiles de la población.

Edulcorar las malas noticias es todo un arte. Sostener que es de día a medianoche es una tomadura de pelo. Siguen sosteniendo que las pensiones no perderán poder adquisitivo, cuando sólo en el próximo año pueden perder hasta un 1,25%, haciendo las cuentas con los datos que el propio Gobierno ofrece. El ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, proclama con su perenne sonrisa que “el ajuste que se ha hecho en España tiene su origen en un 75% en la reducción del gasto público y en un 25% en la subida de impuestos”. Lo que se ha hecho en España ha sido una rapidísima devaluación salarial y, efectivamente, una reducción de la inversión pública que deja moribundo un Estado de Bienestar todavía incipiente en comparación con la media europea.

La gran reforma pendiente

Nos esperan por delante dos años de bombardeo de un mensaje contundente: las “reformas” de este Gobierno "dan resultado". (Por ejemplo: a finales de 2014 habrá alrededor de 525.000 parados más que cuando llegó al poder).

La verdadera e imprescindible reforma “estructural” que necesita España (desde siempre) es la fiscal. Hasta la CEOE rechaza el recorte de las pensiones y asegura que hay otras vías de garantizar las jubilaciones, empezando por atacar de una vez la economía sumergida. Los técnicos de Hacienda agrupados en Gestha calculan en 88.000 millones de euros el volumen de dinero que no se ingresa por fraude fiscal. Rebajar ese fraude hasta el nivel en el que están Francia o Alemania (donde también se defrauda, aunque la mitad que aquí), proporcionaría ingresos suficientes para evitar los recortes en sanidad, educación, investigación o dependencia. 

La Hacienda española (de la que ahora son responsables Rajoy, Montoro o De Guindos) recauda en torno a ocho puntos menos de PIB que la media de la zona euro. Y esa recaudación sigue cayendo, lo cual no se compadece además con unos tipos máximos en el impuesto sobre la renta que se sitúan entre los más altos de Europa. Aquí se está cargando el grueso del llamado “sacrificio” de la crisis sobre las nóminas de funcionarios y asalariados, mientras se mantienen privilegios fiscales a la banca, las grandes empresas o las multinacionales.

En realidad, la insistencia en disfrazar como “reformas estructurales” lo que son puros recortes de gasto, sin tocar el agujero fiscal, forma parte de la misma noria. De esa España gris. De la que no se indigna con la sonrisa perenne de Montoro.

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