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El hombre moderno

Alberto o el ardor

Alberto sólo se ha visto en peligro fatal e inminente en una ocasión y fue debido al estreñimiento. No crean que fue sencillo pasar de sodomita municipal a portada de ese nuevo manual de ginecología que libera a la mujer de la aburrida revisión anual a cambio de tres padresnuestros.

No es idiota, lo parece, pero no lo es.

Tengan por seguro que es imposible dirigir un gobierno sin un matón y Alberto es de los mejores del ramo. Utiliza desinfectante de pino en lugar de aftershave. No importa la anarquía de su lenguaje, ni la supresión permanente de sintaxis, porque siempre tiene fuerza cuando sale de su boca la cita poética intelectual que socarronamente envía a modo de postal de Navidad.

Al igual que Mortdecai, es amante del arte, del dinero, de los chistes guarros y de la bebida. Su vida se ha dedicado a los demás. Nunca una concesión para sí mismo y eso que forma parte de la corriente ideológica que considera que la masturbación sin fantasía sexual está libre de pecado.

Esa barba cerrada de adolescente inadaptado, esa ausencia de esperanza y de virtud. Ese incitar al mismo odio y la misma violencia que supuestamente condena.

Alberto quiso pasar a la historia como farol de la moral, pero lo hará como anunciador de un infiernillo que no pasa de escatológico.

–¡Ponte otro chato de vino, Alberto!

Moderno y antigüo, es el hombre que creyó que persignarse era tomar una decisión en el Google maps.

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